La Pintura

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"En medio de la oscuridad, a veces encontramos la inspiración para pintar un camino hacia la luz, incluso cuando no estamos seguros de si es real o un sueño."

Capítulo 10

El viento frío soplaba a través de las estrechas calles de Manhattan, haciendo que los edificios altos y los oscuros callejones parecieran aún más inquietantes bajo la luz de la luna. Era una noche tranquila en la ciudad que nunca dormía, pero en ese momento, me encontraba en una extraña vigilia, como si estuviera atrapada en un sueño que no podía controlar.

Caminaba por un callejón oscuro y húmedo, mis pasos resonaban en el suelo, con mis ojos clavados en las paredes de ladrillos gastados. A lo largo del callejón se erguía un edificio alto de ladrillos rojos también, pero había rastros de quemaduras en sus paredes, como si hubiera sido testigo de un incendio devastador en el pasado. Las ventanas estaban rotas y el lugar parecía completamente abandonado.

Avancé con cautela, sintiendo la humedad en el aire y el eco de mis propios pasos resonando a mi alrededor. No sabía cómo había llegado allí ni por qué, pero un impulso irracional me llevó a dirigirse hacia la puerta principal del edificio. La puerta chirrió al abrirse, como si no hubiera sido usada en años.

Dentro, la oscuridad era aún más abrumadora, y sentí como si estuviera adentrándome en lo desconocido. La única luz provenía de la luna que se filtraba a través de las ventanas rotas, arrojando sombras ominosas por todo el lugar. El suelo estaba cubierto de polvo y escombros.

Siguiendo un extraño instinto, descendí por una escalera que me llevó al sótano. La oscuridad era casi total ahora, y solo podía confiar en mis sentidos para guiarme. Podía escuchar el eco de risas distantes, que no me resultaban familiares. Las voces parecían lejanas, pero a medida que avanzaba, se volvían más claras.

Finalmente, llegué a una habitación al final del pasillo. La puerta estaba entreabierta, y me asomé con cautela; mi corazón latía a mil por hora y sentía la garganta reseca. Entonces, cuando le vi, me dejó sin aliento.

En el centro de la habitación, el Profesor Dilan estaba amarrado, sus brazos y piernas extendidos hacia los extremos de una estructura de hierro oxidado. Estaba sin camisa, su pecho y espalda marcados por heridas y moretones. Tenía los ojos cerrados, como si estuviera inconsciente o tal vez dormido, no lo supe. Su rostro estaba bañado en sudor y su respiración era agitada.

Quise correr hacia él, liberarlo de esas terribles ataduras, pero algo me detuvo. Una sensación de peligro inminente me invadió, como si estuviera siendo observada. Giré mi cabeza hacia la derecha y ahí, en una esquina sombría de la habitación, vi una figura oscura y amenazante, la misma de siempre que parecía acecharme. No podía distinguir los rasgos de la persona, solo una sombra imponente que me observaba con atención. La figura estaba completamente inmóvil, como si estuviera esperando que hiciera algo.

En ese momento, un sonido agudo y penetrante cortó el silencio. 

Abrí mis ojos, y me di cuenta que aquel sonido se trataba de la alarma de mi reloj en mi habitación.  

¿Qué había sido lo que había visto? 

¿Era una premonición o una visión astral?

¿Era un simple sueño o era real? 

Pero lo más importante. ¿qué debía hacer? 

Anoche, había recibido la noticia de que Dilan había sido secuestrado por captores que, aparentemente, habían estado trabajando con el malhechor que había sido capturado hacía dos noches. No pensé que hacer uso de un bien, llevaría a que lastimaran a persona al rededor, y comenzaba a creer que el asunto de tener poderes y ser una heroína era más que solo imaginarlo, como las historietas que a Calev le gustaban.

En realidad, era un asunto de mucha responsabilidad y de inteligencia. Algo que, con dieciséis años, sabía que no tenía ninguna de esas capacidades. Suspiré. Me habría gustado que todo hubiera sido un sueño del que hubiera despertado. Lo peor, es que debía ser un buen día para sentirme feliz y contenta porque había logrado contactar a Monique y aclarar las cosas entre nosotras, pero con esa noticia y esa extorsión inminente del que dependía la vida de Dilan, hacía pequeña mi alegría por mi amiga. 

Lo primero que hice, fue tomar mi celular y revisar si me habían escrito sus captores, como habían asegurado. Y sí, habían dejado el lugar de intercambio desde otro número, evidentemente.

123 Whisper StreetManhattan, New York, ZIP code: 10001.

Dónde quedaba ese lugar, no tenía idea. Al confirmar la ubicación con el GPS, me di cuenta que estaba bastante retirado de donde me encontraba. Pero la hora que habían mencionado, era a las 21:00, porque tenía que ser una chica responsable y asistir al colegio, además, añadieron que debía ir con el dinero sola. Como si fuera una idiota. 

Bajé al comedor para desayunar, un lugar que solía llenarse de risas gracias a los chistes de Calev. Pero en ese momento, mi mente estaba en otro lugar, atormentada por las imágenes de Dilan sufriendo en mi visión. No podía apartar de mi cabeza la idea de que él podría estar pasando por un infierno en este mismo instante. Mientras masticaba mi cereal sin mucho entusiasmo, sentí un nudo en el estómago y las palabras se acumularon en mi garganta.

Finalmente, no pude contenerlo más. En el camino hacia la escuela, en el auto de Calev, mientras él conducía con su mirada siempre en la carretera, decidí abrir mi corazón y compartir lo que había sucedido la noche anterior. Sabía que Calev era el único que podría entenderme y ayudarme en esta situación.

—Calev, —comencé, mi voz temblorosa—, necesito contarte algo... algo que me ocurrió anoche.

Él apartó la mirada de la carretera por un momento, sus ojos verdosos llenos de preocupación

—¿Qué pasa, Andrea?

Inhalé profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas: —Anoche, recibí un mensaje donde decían que había secuestrado a Dilan, desde su celular, los mismos que trabajaban con el delincuente que ayudé a apresar —Los ojos de Calev, pese a estar en la carretera, se abrieron con demasía al oír aquello—. Entonces, me pidieron una suma de dinero descomunal, cien mil dólares para hoy o le harían daño. Mientras dormía,t uve una especie de visión... o un sueño, no estoy segura. Vi a Dilan, estaba en peligro, en un lugar oscuro y aterrador. Estaba amarrado, herido, y no sé qué hacer al respecto.

Calev apretó el volante con fuerza, sus dedos blanquearon por la tensión. 

—¿Una visión? ¿Estás segura, Andrea?

Asentí con la cabeza, una lágrima solitaria resbaló por mi mejilla. 

—Sí, era tan real, Calev. Como si estuviera allí.

El silencio pesado llenó el auto mientras Calev procesaba mis palabras. Sabía que él también tenía poderes, pero eran diferentes de los míos: los poderes de un buen consejero y un amigo en quien podía confiar, pero esta situación nos estaba superando a ambos.

Finalmente, Calev rompió el silencio. 

—Tenemos que hacer algo al respecto, Andrea, pero no sabemos ni siquiera dónde está Dilan ni quién lo tiene. ¿Cómo vamos a ayudarlo?

—En realidad sí, esta mañana me enviaron la ubicación. La 123 Whisper Street, Manhattan, New York, ZIP code: 10001 —le mostré el mensaje de mi celular, para que viera el mensaje completo. 

—¿A las 21:00? —Asentí, viéndole pensar un poco—. Estaría mal dejarle a su suerte...

Las lágrimas empezaron a fluir libremente, y mi voz temblaba cuando respondí: 

—Lo sé, Calev. Pero no puedo quedarme de brazos cruzados. No puedo permitir que le hagan daño a Dilan, no si hay algo que yo pueda hacer.

Calev suspiró profundamente y miró hacia la carretera una vez más. 

—¿Qué sugieres que hagamos entonces? 

Mi mente estaba llena de confusión y miedo, pero una cosa era clara: no quería ser responsable de más sufrimiento. 

—No lo sé, Calev. Pero haré lo que sea necesario para encontrarlo y asegurarme de que esté a salvo. No puedo soportar la idea de que alguien más resulte herido por mi culpa. Creo que sí iré a ese encuentro...

El silencio regresó al auto mientras ambos luchábamos por encontrar una respuesta a este misterio cada vez más oscuro. La angustia en nuestros corazones se palpaba en el aire, y mientras nos acercábamos a la escuela, la sensación de impotencia se hacía aún más abrumadora.

Llegué a mi casillero en medio de la inquietud que me embargaba, sumida en pensamientos sobre el destino de Dilan. La preocupación se reflejaba en mi rostro, y apenas noté que Kyle estaba esperándome cerca del armario.

—Hola, ¿y esa carita? —me saludó con una sonrisa que intentaba ser reconfortante.

—No ocurre nada, solo ando preocupada —respondí con un suspiro, incapaz de ocultar mi ansiedad.

—¿Puedo ayudarte en algo? —Preguntó, arqueando una ceja, con preocupación por mi bienestar. 

Inmediatamente, mi mente se centró en lo que necesitaba. 

—Al menos, que tengas un contacto con la policía sería bueno.

Él meditó un momento, y mis ojos se llenaron de esperanza ante la posibilidad de obtener ayuda: —De hecho, creo que sí lo tengo... ¿Pero qué necesitas exactamente?

Mis pensamientos se agitaron, tratando de encontrar la mejor manera de expresar lo que requería, pero no pude evitar la alegría de escuchar tal notica. 

—Necesito que él me ayude con algo...

Kyle asintió en silencio, sabía que lo haría, pero necesitaba tiempo. Así, antes de desaparecer, me dejo con una mezcla de esperanza y ansiedad.

Después de las dos primeras horas de clase, me encontraba sentada en uno de los bancos del pasillo del colegio. Había días en los que podía estar sola en ese lugar, ya que los horarios de Calev y Kyle no coincidían con mis tiempos de descanso. Mis pensamientos seguían atormentados por la situación de Dilan, y no podía evitar la preocupación constante.

De repente, las risas y la algarabía se acercaron, llamando mi atención. Al levantar la vista, vi a Robin acercándose con todo su séquito de amigos. Era un auténtico escuadrón de hombres atractivos, todos con una apariencia física envidiable que atraía las miradas curiosas y las admiradoras.

La presencia de Robin y su grupo en el pasillo no hizo más que recordarme que, en medio de mis problemas y preocupaciones, la vida cotidiana seguía su curso. La incongruencia de la situación me golpeó, y me encontré en un mundo paralelo, donde las risas y la ligereza contrastaban bruscamente con el tormento que vivía en mi interior.

Robin, sin embargo, notó mi presencia entre la multitud y, de manera sorprendente, se alejó de su grupo, que respondió con vitoreos y silbidos como si fueran adolescentes tontos, insinuando cosas que estaban fuera de la realidad. Se acercó a mí con una sonrisa amistosa.

—Hola —soltó, un poco tímido—. Es extraño verte sola. 

—Ah... sí —respondía, sabiendo que la extrañeza se debía a que Calev y kayle no estaban conmigo—. Hoy no concordaron sus horarios conmigo —admití. 

—De igual forma, creo que es un crimen que estés sola —añadió, con los colores en su rostro, lo que me pareció bastante tierno.

—Bueno, pero ya no lo estoy —le indiqué que se sentara conmigo a un lado.

Su gesto fue inmediato. 

—En serio, ¿por qué estás sola, Andrea? —preguntó, con un tono preocupado esta vez, pero con una esencia que me indicaba que quería saber algo más, que no comprendía. 

Traté de ocultar la tristeza en mi rostro con una sonrisa forzada: —Calev y Kyle están ocupados llevando sus clases en este momento—repetí dudosa, de sí esa era la respuesta que quería—. Nada de qué preocuparse.

Por supuesto, Robin, no parecía convencido y miró profundamente a mis ojos. 

—Tienes algo en la mirada. ¿Qué pasa?

Intenté restarle importancia al asunto: —Oh, no es gran cosa. Solo algunos problemas —la verdad me ponía nerviosa de que viera en mi cosas, que nadie podía notar con simpleza.

Robin asintió con seriedad. 

—Cuando me siento preocupado, hago lo que más me gusta. Me ayuda a despejar la mente. Entreno, dibujo, a veces toco el piano. Deberías intentarlo.

Por increíble que pareciera, su consejo hizo clic en mi mente y una idea brillante comenzó a formarse. 

—¡Eres un genio, Robin! —respondí, exaltada, sabiendo que pensaría que estaba loca al ver mi cambio de humor tan repentino. 

Sin perder tiempo, me levanté de un salto del banco y me dirigí rápidamente hacia el salón de pintura artística del colegio, donde podría poner en práctica la sugerencia de Robin y, con suerte, encontrar una vía de escape momentánea para mis preocupaciones. Sobre todo, cuando sabía que las pinturas que hacía, surgían precisamente de lo que sentía. 

Al llegar al salón de Artes, noté que estaba completamente vacío. Aunque me sentía inquieta por dentro, mi mente estaba llena de determinación. Avancé con pasos decididos hacia el centro del salón, con una mezcla de anticipación y ansiedad. Miré hacia atrás, y me di cuenta que Robin me había seguido.

—¿Qué haces? —Le pregunté extrañada y nerviosa de que no pudiera cumplir mi cometido.

—Seguirte —respondió con obviedad—. ¿No crees que merezco una explicación? —Lo miré sin entenderle—. Andrea, hace poco estabas con una cara tan larga que creí que realmente te sentías mal, pero de pronto, cuando te aconsejé, cambiaste de ánimos sin problemas y ahora...

 Se calló, justo cuando se dio cuenta dónde estábamos. Sonreí. Sabía que se había dado cuenta que solo había venido por su consejo. Uno que me recordó que había una forma de expresar lo que estaba en mi cabeza y así liberar las emociones y pensamientos que parecían atascados en mi mente. Me di cuenta de que pintar podría ser la clave para darle forma a todo lo que estaba sintiendo.

—¿Lo ves? solo viene por tu consejo —aclaré—. Ahora, quédate aquí y vigila que no venga nadie, debo hacer algo —le pedí, mientras miraba por el pasillo que nadie viniera. 

Robin levantó una ceja con incredulidad y un toque de diversión en su rostro.

—Así que, ¿has venido hasta aquí solo para pintar? No sabía que fueras tan obediente.

Su comentario me tomó por sorpresa, y me sentí momentáneamente incómoda por la situación. ¿Había sido demasiado directa al seguir su consejo? Aunque mi mente divagó, le agradecí sinceramente con una sonrisa.

—No te hagas ideas raras —respondí un poco extrañada y escandalizada por su comentario—. Pero gracias, estoy muy agradecida por lo que dijiste. Me diste una idea que podría ayudarme mucho.

Robin se encogió de hombros con una sonrisa relajada.

—Está bien, me alegra haber podido ayudarte un poco.

Su apoyo me hizo sentir reconfortada. Me mordí el labio, realmente agradecida con él por su consejo inesperado. Entré al salón de Artes, y me dirigí donde solía estar mi puesto, y donde un lienzo en blanco me esperaba pacientemente. Me coloqué frente a él, respirando profundamente mientras cerraba los ojos.

Empecé a imaginar el lugar que había visto en mi visión astral, tratando de recrear cada detalle en mi mente. Las texturas, los colores, la atmósfera; todo cobraba vida en mi imaginación. Entonces, con una paleta de colores en mi mano, solo para simular que era yo la que iba hacer la siguiente pintura, dejé únicamente que los pinceles levitaran y comenzaran a moverse por sí solos para dar vida a mi visión, una pincelada a la vez. 

La pintura fluía de mis manos, como si estuviera liberando algo que había estado atrapado en mi interior durante demasiado tiempo. Era una experiencia catártica, una forma de expresar lo que sentía de una manera que las palabras nunca podrían capturar por completo.

Con cada trazo, me sentía más conectada con mis emociones y con la situación de Dilan. A través de la pintura, podía liberar la ansiedad, el miedo y la incertidumbre que me habían estado consumiendo. Era como si estuviera creando un puente entre mi mundo interior y el lienzo, una ventana a mis pensamientos más profundos y a mis deseos más intensos. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía en control de algo en mi vida, y esa sensación era liberadora.

En cuestión de minutos, al abrir mis ojos observé que el edificio se había plasmado. Este estaba una esquina superior a mano derecha, en la otra estaba el sótano, en su parte inferior a mano izquierda estaba el Profesor Dilan sujetado, y en la otra el callejón. Era como ver un fragmento de alguna historieta, sin serlo. Me quedé sorprendida.

Sin embargo, mi asombro se vio interrumpido por las excusas que Robin estaba pronunciando fuera del salón. Como si nada, la puerta se abrió y la señora Mitchell, nuestra profesora de Arte, apareció en el umbral. Me miró con intriga, mientras Robin observaba desde atrás y se encogía de hombros con el rostro emblanquecido.

La señora Mitchell parecía haberse dado cuenta de que fuera lo que Robin le habuiera dicho había sido una mentira, y su mirada desafiante se volvió hacia él. Luego, volvió su atención hacia mí y preguntó:

—Señorita Donnovan, ¿qué está haciendo aquí y por qué el señor Bauer no quería que entrara?

—Perdone, señora Mitchell, es solo que quería pintar algo que sentía en estos momentos —respondí, tratando de explicarme.

Ella parecía escéptica y peligrosa con ese pequeño gesto que hacía con las cejas.

—¿Sí? —dijo con un tono que dejaba claro que no estaba convencida—. ¿Y qué ha pintado? Muéstreme el lienzo.

Volteé el lienzo en ese instante, sintiéndome ansiosa por lo que pensaría de mi reciente pintura, que resultaba un tanto terrorífica. La señora Mitchell, sorprendida y con una mano en la boca, exclamó:

—¡Oh por Dios, señorita Donnovan! ¿Acaba de crear esto? Es simplemente precioso. Debo decirle que tiene un gran talento para la pintura —incluso se acercó para mirarla mucho mejor. La expresión no solo era de asombro, tenía algo más que no lograba descifrar pero que me causa intriga—.Debería considerar convertirla en una carrera a futuro. Aunque, esto no significa que vaya a pasar por alto que irrumpió en mi salón. Por eso, me quedaré con su pintura y no podrá llevársela a casa.

—Pero la necesito, señora Mitchell —imploré, sin poder creer lo que me decía.

—Lo siento, debió pensarlo antes de entrar sin permiso a mi aula —respondió con firmeza.

Me encogí de hombros, sintiendo frustración al ver que se llevaba mi única pista para preguntarle a alguien si conocía el lugar que había pintado. La señora Mitchell se dio la vuelta para irse, pero antes de salir del salón, se volvió hacia mí y dijo:

—Donnovan, la próxima vez que quiera pintar lo que siente, simplemente dígamelo y la dejaré entrar. Y usted, señor Bauer... —añadió, mirando a Robin con severidad, lo que hizo que tragara saliva nerviosamente—. La próxima vez que intente detenerme para entrar a mi aula, llenaré su horario de estudio con mis asignaturas hasta que termine la escuela. Le aseguro que no querrá que eso suceda.

Robin asintió, evidentemente intimidado por las amenazas de la profesora. Yo solo sonreí ante su comportamiento.

—Si tuviera que verla siempre por ayudarte, creo que lo haría encantado. ¿Sabrá que me gusta la pintura también? —comentó Robin, amablemente.

—Gracias —le dije—. Y discúlpame por meterte en problemas. Si Kyle estuviera aquí, se habría aterrado al oír una amenaza de la Sra. Mitchell como esa —reí, compartiendo un momento de complicidad—. Seguramente me diría: "No me vuelvas a obligar a ayudarte, no quiero ver a esa mujer durante el resto de mis años de estudio". Por alguna razón, no le cae bien esta materia.

Robin asintió, pero noté que mi mención de Kyle pareció incomodarle, aunque no dijo nada al respecto.

—Tranquilo, a mí me quitó la pintura —añadí, tratando de animarlo, aunque había sido un esfuerzo inútil.

—¿Hablas del Edificio "Meisner"?" —preguntó Robin, mostrando su curiosidad—. Lo has pintado tal como está en la actualidad. ¿Cómo lo hiciste? No solo fue perfecto, sino que lo hiciste en muy poco tiempo. No conozco a nadie con tus habilidades para algo así.

Me pregunté cómo explicarle lo que había sucedido. No sabía si debía revelar mis poderes y cómo había llegado a esa visión, así que opté por cambiar de tema.

—Espera, ¿tú lo conoces? —pregunté, tratando de desviar su atención, sobre la importancia del edificio, en vez de las habilidades que podía demostrar.

Robin se sumió en sus pensamientos mientras miraba el lienzo con la pintura del edificio "Meisner". Sus palabras eran pausadas y cargadas de curiosidad genuina.

—Claro, todo el mundo que es de este lugar, conoce ese edificio. Hace tiempo sufrió un lamentable incendio, y desde entonces, dejaron de transitar por ese lugar por miedo a que se desplomara sobre la vía. Pero, ¿cómo dibujaste algo sin haberlo visto antes?

Sí, otra vez había notado una falla, pero le resté importancia a ese detalle. Las palabras de Robin habían golpeado mi mente, y una sensación de triunfo y alivio me inundó. Él sabía dónde quedaba el edificio y me había proporcionado la información que necesitaba. Sin pensar, lo abracé con fuerza, agradecida por su ayuda, y le di un beso rápido en la mejilla antes de salir corriendo.

—¡Gracias, Robin! Luego te cuento.

Mis pasos me llevaron al campo de práctica de mi hermano, donde Calev estaba en medio de su entrenamiento. Esperé pacientemente a que terminara, aunque el capitán del equipo parecía empeñado en lucirse aún más durante la práctica, como si quisiera impresionarme. Otros compañeros de Calev también se acercaron a saludarme, aunque sus intentos por caerme bien solo ganaron miradas de desaprobación por parte de mi hermano.

Finalmente, Calev se acercó con una expresión inquisitiva en el rostro.

—He preguntado a los chicos sobre el lugar de tu sueño, y me dijeron que se llama "Meisner". ¿Te suena?

—Robín también me lo mencionó —confirmé.

La mención de Robín pareció alarmar a Calev, y su voz llevaba una nota de preocupación.

—¿Robín? ¿Qué estabas haciendo con él? —preguntó con un tono tenso.

—Eso no importa ahora —respondí con firmeza—. El edificio en sí no lo conozco, pero todos aquí parecen estar al tanto de él. Al parecer, fue un lugar que sufrió un incendio en el pasado. Necesito que me lleves a casa, debo prepararme.

Calev frunció el ceño, desconcertado.

—Espera... ¿Qué quieres decir con "prepararte"? ¿Para qué necesitas prepararte?

—Ahora, finalmente, debo hacer lo que tanto me pediste que hiciera. Esta noche, iré a ese lugar, y necesito que me cubras. Voy a usar el traje —le expliqué, mi voz resonando con determinación mientras me preparaba para enfrentar lo desconocido.

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