Rescate

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"La verdadera fortaleza no se mide por la ausencia de dificultades, sino por la capacidad de encontrar significado y crecimiento en medio de ellas."


Capítulo 11

La noche caía sobre Manhattan, ese día. Su esencia urbana se desplegaba ante nosotros a través de las ventanas panorámicas del comedor de nuestro apartamento. La tenue luz de la ciudad se filtraba entre los rascacielos, creando una atmósfera de misterio y anticipación que no me ayudaba en lo absoluto. Las luces cálidas y empotradas en el techo iluminaban la habitación con un brillo suave y relajante.

El comedor estaba decorado con la misma elegancia que Georgina solía tener, que con el nuevo toque moderno, se reflejaba el gusto refinado de mi madre. La mesa del comedor de cristal, tenía un elegante centro de mesa de flores frescas, y alrededor la comida, como si se tratara de una noche especial. Seguramente mi muerte, pensé.

Mi padre, Castre, ocupaba su lugar en el extremo de la mesa, con una expresión serena pero que seguía con la mirada a mi madre, ansioso de que se sentara de una vez por todas. A su lado, mi hermano Calev estaba sumido en sus pensamientos, sus ojos reflejando la misma inquietud que sentía yo. Georgina, mi madre, se movía con gracia mientras daba los últimos retoques en la mesa.

—¿Qué les ocurre? —Preguntó mi padre, dándose cuenta que Calev y yo estábamos demasiados silenciosos. Lo cual no era habitual, en especial porque esta vez no hubo chistes por parte de mi hermano. Y yo sabía que solo estaba nervioso y preocupado por mí.

—Calev ha tenido un mal día en el campo hoy, seguramente —comenté, tratando de persuadir la conversación y que mi hermano me siguiera la corriente. 

—Ah... sí, claro —aseguró, mirandome primero, para luego desviar sus ojos directo a mi padre. 

—Estoy seguro que solo fue cuestión de un día, el deporte es un juego en donde a veces se gana y se pierde —argumentó, mientras continuaba con la comida de su plato.  

—¿Y a ti cómo te fue, Cariño?

—Muy bien, la Sra. Mitchell cree que debería escoger la pintura como profesión —Castre y Georgina se miraron entre sí, ante esa noticia—. Ella cree que tengo talento. 

—¡Pero eso me parece muy bien! —saltó mi madre de alegría—. Podemos desde ya, ir revisando las mejores universidades de arte del país y así asegurar tu futuro...

—¿Y a ti te gusta la pintura? —Cuetionó mi padre de momento, interrumpiendo a Georgina—. Hasta donde sabía, nunca había mostrado indicios de que te gustara. 

—Bueno, no sabía que era buena en ello hasta ahora. Y la verdad, comienza apasionarme —no mentía, desde que supe que podía pintar mis emociones y expresarme de esa forma, de manera tan intensa para que conecte con la otra persona, me veía en probabilidades de estudiar algo con esto.  

—A mi me parece muy bien —admitió Georgina—. Soy diseñadora de moda, y si bien no pinto, entiendo que ese espíritu artístico tuvo que salir de mí. 

—A mi no me dejes por fuera, el arte también se relaciona a la arquitectura, solo que de una forma diferente. 

—Como sea, estoy seguro que viene de mí —añadió Georgina, con un tono juguetón hacia Castre. 

Increíblemente, la cena se volvió mucho más amena, después de haber desviado la conversación con la tensión del momento. Y lo mejor, es que la conversación cayó entre Georgina y Castre, sobre los fundamentos del arte en diferentes ramas. Mi mamá defendía que la moda tenía un mayor grado de arte que la arquitectura, mientras que mi padre no lo veía de la misma forma. 

Como fuera, cuando acabamos de cenar. Eso nos permitió a mi hermano y a mí, colarnos hacia mi habitación, donde sabíamos que nuestras conversaciones estarían a salvo. Aunque eso no significaba que la tensión hubiera desaparecido. 

—Recuerda, Calev, es crucial que nadie descubra quién soy. Y mucho menos dejes que mis padres se den cuenta que he salido de casa. 

—Espera... ¿No esperas llevarme? —Esta vez pareció alarmado, sobre la posibilidad de que fuera sola. 

—No, no puedes venir —le contesté—. No te preocupes, tengo una coartada gracias a Kyle, pero no puedo ponerte en riesgo. 

—Pero si yo soy tu hermano y se supone que el hombre que debería protegerte —explicó, como si fuera la única norma de la sociedad. 

En un segundo, lo envié contra la pared y lo alcé hasta el techo. 

—Entonces, hermanito dime de qué forma puedes bajarte de allí y demostrarme que tienes las habilidades para no salir lastimado —por supuesto, por más que este se removió intentado zafarse de mi poder, no pareció conseguirlo. Solo me quedé ver su rendición a través de sus ojos—. Lo siento, pero esta vez, solo necesito una cosa más de ti —añadí con seriedad.

Calev parecía desconcertado por mi solicitud y preguntó con voz dubitativa: —¿Qué necesitas?

—Las llaves de tu auto —respondí sin rodeos—. Necesito un medio de transporte rápido y discreto. 

Calev frunció el ceño, evidentemente preocupado por la idea de prestarme su automóvil.

—¿Mi auto? ¡Ni hablar! ¿Y si le pasa algo? Estás loca si crees que voy a arriesgar mi auto.

—¿Cómo esperas que llegue y regrese rápidamente sin levantar sospechas? No tengo la capacidad de volar, ¿sabes? —le supliqué esta vez, acercándome con toda la intención de convencerlo—. Lo cuidaré, te lo prometo. Además, ¿cuál es tu alternativa? ¿Dejar que me descubran mientras intento llegar a tiempo? Seamos realistas, Calev. Necesito las llaves de tu auto.

—Pero sí no has querido tocar un auto desde el accidente —me recordó. 

—Sí, pero estamos bajo una situación diferente, necesito rescatar a Dilan.

No era mentira que me preocupaba más Dilan que el hecho de que sintiera nervios por conducir un auto. Era eso o dejar que Dila muriera, y no estaba dentro de mis opciones. No con alguien que no tenía culpa de nada de lo que estaba viviendo. Yo había sido quién había hecho que atraparan a ese hombre. 

Nuestra breve discusión terminó con un suspiro de resignación por parte de Calev, quien finalmente sacó las llaves de su automóvil y me las entregó con renuencia.

—Está bien, pero en serio, cuídalo como si fuera tuyo. Y si algo le pasa, tú te haces responsable.

Agradecí su gesto y me dirigí al baño con el paquete que había comprado para esta ocasión. Dentro del pequeño espacio, comencé a cambiar mi ropa, consciente de que cada minuto contaba. El traje negro que había adquirido se ajustaba perfectamente a mi cuerpo, resaltando mis curvas y brindándome una sensación de poder y confianza.

Mientras me miraba en el espejo, me di cuenta de que mi hermano había elegido con acierto. El traje era extremadamente elástico, permitiéndome moverme con facilidad y comodidad. A pesar de su apariencia ceñida, no me causaba ningún malestar. Era resistente y duradero, lo que me daba confianza en su calidad.

Calzándome unas botas negras, me preparé para cualquier eventualidad que pudiera surgir. Mi cabello, recogido en una alta cola, estaba lista para no interponerse en mi camino. Finalmente, coloqué un pequeño antifaz que cubría mis ojos desde una de mis sienes hasta la otra, ocultando mi identidad y añadiendo un toque misterioso a mi apariencia.

La transformación estaba completa, y me enfrenté al espejo con una determinación feroz. Sabía que el desafío que se avecinaba era peligroso, pero estaba dispuesta a enfrentarlo. El traje me recordaba mi propósito y la responsabilidad que había asumido, a partir de este momento. Ahora, solo quedaba esperar la oportunidad adecuada para actuar y descubrir la verdad detrás de la visión que había tenido.

Al salir del baño, mi hermano quedó boquiabierto, sus ojos recorriendo mi figura con una mezcla de sorpresa y admiración.

—Te ves impresionante, Andrea, atractiva y un poco intimidante, pero definitivamente impresionante.

—Bueno, ya sabes, es necesario causar impacto—pensé en lo que Monique diría en mi posición—. Ahora, asegúrate de que nadie descubra mi ausencia.

Una sonrisa complicada se formó en mis labios mientras me deslizaba por la ventana. Bajé con agilidad por las escaleras de emergencia, notando que la oscuridad de la noche realzaba aún más mi sentido de urgencia. En ese momento, mi teléfono celular vibró, mostrando la llamada de mi hermano. Lo contesté de inmediato.

—¿Qué pasa? ¿Mis padres?

—Andrea, por alguna razón, tenía mis llaves de repuesto en el otro bolsillo y ahora no las encuentro. ¿Tienes algo que ver con esto?

Una risa burlona escapó de mis labios, mientras le respondía.

—Necesitaba asegurarme que me hubieras dado las correctas, lo siento. 

—¡Andrea! —se escuchó el berrinche de este.

—Lo siento, tú céntrate en mantener la vigilancia, y si en tres horas no he vuelto, llámame.

—De acuerdo. Solo, por favor, no hagas nada peligroso.

—Ya estoy haciendo algo peligroso, Calev —respondí con obviedad, colgándole. 

Al llegar al estacionamiento y al abrir la puerta del auto de mi hermano para sentarme en el piloto, me quedé inmóvil por un momento, sintiendo la ansiedad burbujear en mi interior. Hacía mucho que no conducía un automóvil por mi cuenta, y la responsabilidad pesaba sobre mis hombros. Siguiendo el consejo del Dr. Reynolds, respiré profundamente, inhalando y exhalando varias veces para calmarme. Con cada respiración, me recordaba que cada minuto y segundo contaban en la vida de Dilan.

Ese fue el motor que necesitaba, para decidir que no iba a permitir que el miedo me paralizara. Encendí el auto y salí del estacionamiento.

Entonces, al salir del edificio finalmente, en ese preciso instante, un hombre se cruzó en mi camino, obligándome a detener el auto bruscamente. Lo menos que quería era chocar a alguien cuando me había atrevido a manejar nuevamente. Y en un abrir y cerrar de ojos, dos delincuentes aparecieron a ambos lados del vehículo, apuntándome con un arma directamente a la ventana.

—Lamento decirte que no llegarás a esa fiesta de disfraces que tanto deseas —dijo uno de ellos con una sonrisa maliciosa.

—Danos las llaves, nena mala. Tu traje de gata no nos impresiona, y tus otros encantos tampoco nos convencerán.

La ira bullía dentro de mí ante la audacia de estos hombres que se atravesaron en mi camino y amenazaron con hacerme perder más tiempo. Eran la 20:30 y el intercambio debía ocurrir a las 21:00, la idea era llegar al edificio antes de la hora acordada. Observé a los tres con determinación, y sin pensarlo demasiado, bajé lentamente las ventanas. Dejé que mi energía fluyera y arrojé a los tres hombres contra las paredes circundantes, desarmándolos y haciéndoles gemir de dolor.

—Lárguense de aquí si no quieren pasar un mal rato.

Los tres delincuentes balbucearon, claramente conmocionados por lo que acababa de suceder. Después de titubear un momento, se echaron a correr, dejando atrás una serie de incoherentes gritos. Una sonrisa de satisfacción se curvó en mis labios mientras los veía alejarse, sintiéndome increíblemente poderosa. Haciendo chirriar los neumáticos, aceleré y seguí mi camino hacia la noche llena de incertidumbre.

Ajusté el GPS para dirigirme hacia el imponente edificio "Meisner", y después de 15 minutos recorriendo la ciudad por las vías más despejadas posible, llegué rápidamente a mi destino. 

La imagen de mi sueño se materializó ante mis ojos con una claridad sorprendente. El edificio, a pesar de su deterioro, aún irradiaba la majestuosidad que alguna vez lo convirtió en un destino vacacional de ensueño. Sus altas paredes llevaban las cicatrices de un fuego que ya se había extinguido, pero su esencia, aunque desgastada por el tiempo, hablaba de tiempos mejores. No obstante, era evidente por qué ahora estaba abandonado; los edificios circundantes también habían sido víctimas del incendio, convirtiendo el lugar en un sitio peligroso a la vista.

Escondí el auto en un oscuro callejón antes de continuar mi camino a pie. 

Me detuve junto a uno de los costados del edificio, donde una estrecha rendija parecía ser la entrada ideal. Busqué una forma de subir hasta allí, y sonreí cuando usé mi propio poder en mi misma y así elevarme hasta allí. Fue la primera vez que supe que podía levitar y volar si lo deseaba. Ascendí con cautela, tratando de hacer el menor ruido posible.

Una vez dentro, caí en una habitación desierta y procedí a abrir la puerta con extremo cuidado. El eco de risas procedentes del exterior llegó a mis oídos. Con sigilo, asomé mi rostro y descubrí que un largo pasillo se extendía ante mí, llevando hasta la habitación donde se originaban los sonidos. Me quité las botas, solo para asegurar que no hiciera ruido al caminar y las dejé a un costado del interior de aquella habitación.

Mi sorpresa fue evidente al notar que todos los presentes portaban armas de fuego, aunque afortunadamente aún no habían detectado mi presencia. Estaban absortos frente a un enorme televisor que proyectaba un partido de fútbol americano. 

Aprovechando su distracción, y como no deseaba un enfrentamiento, decidí mantener la mayor discreción posible y me deslicé por la habitación. Era asombroso cómo el fútbol tenía el poder de mantener ocupadas las mentes de los hombres; ni uno de ellos se molestó en mirar hacia atrás. 

Desde ese momento, desarrollé un nuevo aprecio por el deporte y su capacidad de distracción. Y estaba segura que otra cosas dentro de la lista para distraerlos, eran los videojuegos, los comics o los anime, incluso las mujeres mismas. Aunque siempre habían sus excepciones claro. 

Inicié la búsqueda de la puerta que conducía al sótano, una tarea que se tornó desafiante y me llevó varios minutos debido a la magnitud y complejidad del lugar. Sin embargo, a pesar de la demora, finalmente logré dar con ella. Un sótano debía estar seguido de la planta principal, obviamente. 

La reconocí de inmediato gracias a su semejanza con la puerta que había visto en mi visión. Abordé su apertura con sumo cuidado, con el temor constante de encontrarme con más personas en ese sitio. Para mi alivio, el lugar estaba completamente desierto, tal vez porque nadie esperaba que alguien se aventurara hasta allí en busca de su prisionero, y mucho menos una chica de dieciséis años. 

Noté la trampilla que conducía al sótano, la cual estaba abierta, lo que me hizo suponer que había alguien abajo.

Comencé a descender sigilosamente por las escaleras de madera, rodeada de objetos y utensilios abandonados. Un penetrante olor a quemado y descomposición llenó el ambiente, irritando mis fosas nasales. 

Además, el polvillo de cenizas en el aire comenzó a afectar mis pulmones, obligándome a cubrir mi boca y nariz para evitar estornudar.

Avancé oculta detrás de un laberinto de objetos, mientras observaba un grupo de personas que se mofaban y burlaban del profesor Dilan en el fondo. 

Entonces, le vi. 

Estaba suspendido del techo, sus pies sin tocar el suelo, y su cuerpo mostraba signos de golpes y maltrato, con moretones y rastros de sangre visibles. Su aspecto lucía debilitado y empapado de sudor, y luchaba por toser entre los suspiros, lo que solo generaba risas crueles por parte de sus captores.

En ese momento, noté que alguien más descendía al sótano. Me agaché, utilizando los objetos cercanos como cobertura, y comprendí la importancia de vestir de negro como los espías de las películas; pasé desapercibida ante el recién llegado, que ni siquiera pareció notar mi presencia. La situación se volvía cada vez más tensa mientras observaba a Dilan en esa situación vulnerable.

El recién llegado se apresuró hacia los individuos que sostenían a Dilan, susurrando algo que no pude identificar en medio del bullicio y la tensión reinante. Rezaba para que Carl, el amigo policía de Kyle, estuviera cumpliendo con su deber. 

Antes de dirigirme al edificio Meisner, había realizado una llamada anónima a Carl, informándole sobre el secuestro del profesor Dilan en ese lugar. Le proporcioné datos detallados sobre el profesor y su rutina. A pesar de las dudas de Carl en un principio, le insistí que investigara en la Escuela de Arte Julliard para verificar si el profesor había asistido al trabajo y que él sacara sus propias conclusiones. Carl era el eslabón clave para que todo esto se desarrollara sin problemas.

En ese instante, todos los presentes en el sótano comenzaron a huir precipitadamente, aprovechando la distracción causada por el recién llegado. Era mi oportunidad perfecta, pero antes de actuar, debía liberar a Dilan de las cuerdas que lo aprisionaban.

Escudriñé el lugar en busca de un objeto cortante o punzante y pronto divisé uno que brillaba en medio de la penumbra. Se trataba de una hoja metálica, y parecía tener un filo adecuado. Sin dudarlo, me acerqué y lo tomé con cuidado pero con rapidez. Mi mente se mantenía enfocada en la urgencia de la situación.

Me aproximé a Dilan, cuyo rostro estaba pálido y debilitado, y con voz entrecortada, preguntó: 

—¿Quién eres?

Tratando de tranquilizarlo, respondí: 

—Tranquilo, todo estará bien. Solo he venido a ayudarte.

Él pareció titubear y murmuró débilmente: —Creo que te conozco.

—No lo creo, fortachón —susurré con calma—, puede ser que estés confundido debido a tu estado. Es mejor sacarte de aquí, pero tenemos que hacerlo en silencio. ¿Puedes ayudarme con eso?

Él asintió.

Con gran cuidado, utilicé la hoja metálica para cortar las cuerdas que lo aprisionaban. La cuerda cedió finalmente, y Dilan se desplomó por completo, por suerte, estuve ahí para sostenerlo antes de que tocara el suelo y emitiera cualquier ruido. Su peso era abrumador, un indicio claro de lo debilitado que se encontraba. 

Mientras avanzábamos hacia la salida con un poco de dificultad a causa del peso de Dilan, quién arrastraba sin mucha fuerza los pies y trastabillaba, noté que los individuos estaban frente a nosotros, observándome con curiosidad. 

Esta vez, no se habían dejado engañar y sostenían sus armas. Al menos eso creí.

Un escalofrío de miedo recorrió mi espalda al verlos y, por un instante, estuve a punto de gritar, pero me contuve. Uno de los hombres habló, señalándome:

—Vaya, parece que esto es lo que las cámaras estaban capturando. Solo mírenla, una simple chica. No sé cómo se coló aquí sin ser detectada por nosotros, pero no pudo engañar a las cámaras, y mucho menos cuando dejó pistas como estas...

Uno de los sujetos mostró mis botas, y mis ojos se abrieron con sorpresa al verlas. Me sentí tonta por no haber considerado ese detalle. El hombre continuó:

—...Ahora recibirás lo que mereces.

Rápidamente, identifiqué unas cajas grandes a mi derecha y, sin pensarlo, las arrojé hacia ellos. Las cajas los aplastaron, causándoles dolor y dejándolos desarmados. Parecían aturdidos y asustados por lo que acababa de hacer. En ese momento, comprendí que tenía un elemento sorpresa a mi favor; ellos no sabían nada acerca de mi poder.

Sin perder tiempo, alcé el cuerpo de Dila con mi telequinesis, mientras subía por las escaleras hacia el piso superior. Pero al hacerlo, me encontré con una bandada de sujetos armados que no me esperaba. Ahogué un grito, y mi pulso comenzó a acelerarse más. 

—No te muevas...

Dijo otro de ellos, con al que siseo amenazante. Todas apuntándome, listos para disparar a discreción de ser necesario. 

—¿Qué diablos...? 

Uno de los hombres, notó como flotaba Dilan, y ese era el elemento que necesitaba para que todos se desorientaran. Rugiendo, solté mi energía psíquica y mandé a volar a todos, mientras disparos chocaban hacia el techo. Claro, al tener los dedos en el gatillo más mi inesperado ataque, dispararon por inercia. Pero me alegré de que las balas cambiaran su curso.  

Escuché que se acercaban más individuos, pero logré ocultarnos detrás de una pared. De repente, alguien apareció por detrás y gritó:

—¡Aquí están!

Reaccioné de forma automática, lanzándolo con fuerza contra la pared. Cayó al suelo inconsciente, lo que nos permitió comenzar a correr hacia una de las puertas. Seguía arrojando a cualquiera que se cruzara en nuestro camino. Parecía que nadie esperaba ser atacado por mi poder y, en algunos casos, simplemente el susto los paralizaba. Estaba llegando al límite, ya que el cuerpo de Dilan se volvía cada vez más pesado, recordándome que, a pesar de mis habilidades, yo seguía siendo solo una chica luchando contra hombres mucho más grandes y fuertes.

Llegamos al pasillo princpial, el mismo que indicaba que la salida estaba cerca, cuando de repente apareció un hombre frente a nosotros, sosteniendo una metralleta. 

El pánico me invadió y grité instintivamente. El hombre sonrió, como si cantara victoria y asegurara su victoria, me di cuenta que iba a disparar, e inesperadamente algo sucedió: Levanté las manos en un intento desesperado de protegernos del ataque, y para mi asombro, funcionó. Las balas fueron detenidas en el aire, flotando ante mí. 

El hombre quedó atónito cuando terminó de descargar toda su arma. Sus ojos no podían creer lo que veían.

Una sonrisa se formó en mi rostro, sorprendida y maravillada por lo que había logrado. La energía y la adrenalina bombeaban en mi cuerpo mientras sostenía las balas en el aire. Sin pensarlo, con una ráfaga de telequinesis, arrojé al hombre con fuerza contra la pared detrás de él. Sabía que no podíamos detenernos; la escapada debía continuar.

Corrí hacia la puerta, una sonrisa de alivio cruzó mi rostro al ver que había encontrado la salida. 

Sin embargo, cada paso era más difícil. Una bala me rozó, y me di cuenta que los hombres en el sótano habían comenzado a subir. Salí a la calle y con todo el esfuerzo del mundo, me levité junto con Dilan hacia el techo más cercano del edifico de al lado, que gracias a Dios contaba solo con dos pisos. Allí, nos oculté detrás de un muro, intentando cobrar el aliento. 

Fue allí, cuando comencé a escuchar las alarmas de las patrullas acercarse, sabía que la policía estaba cerca, lo que me brindaba alivio sabiendo que Carl había hecho su trabajo y había movilizado a las autoridades. Sin embargo, aún no estábamos fuera de peligro.

Pronto, el parlante de una patrulla resonó en la calle, ordenando a todos que bajaran las armas. Escuché los ruidos provenientes del interior del edificio: gritos, luchas, dolor. El caos reinaba en el lugar. Las ventanas se hacían añicos y se escuchaban disparos esporádicos.

—Gracias —dijo finalmente Dilan, en un hilo de voz, aún aturdido por su terrible experiencia. Su mirada reflejando una mezcla de gratitud y asombro por mi causa.

—¿Qué te hicieron esos malnacidos? —susurré, tratando de saber qué tan mal había sido la experiencia.

Dilan la miró con ojos cansados y una tristeza profunda en su mirada. Tomó aire antes de responder, su voz quebrándose con la emoción contenida:

—Lo suficiente para decirte que espero que nunca tengas que vivir algo como eso. Ni siquiera sé qué querían de mí. Pero tú... tú me rescataste.

Sentí un nudo en la garganta al escuchar las palabras de Dilan. Sabía que, de alguna manera, había sido mi culpa que él estuviera en esa situación. A pesar de mis poderes y mi valentía, había puesto a Dilan en peligro y él había sufrido por ello. Sin embargo, el alivio de que estuviera ileso era abrumador para mí.

Un atisbo de satisfacción me apoderó, al darme cuenta de que, en verdad, podía contribuir un poco de bien al mundo. Había rescatado al profesor y, a pesar de los peligros que había enfrentado, había logrado mantenerme en pie. Aunque me sentía culpable por lo que Dilan había pasado, también me sentía orgullosa de mi capacidad para actuar y hacer lo correcto, en ese momento.

—Vamos a estar bien, profesor Dilan —le aseguré, tratando de sonar reconfortante—. La policía está aquí, y pronto se llevarán a esos hombres. Te prometo que te llevaré a un lugar seguro.

No supe cuánto tiempo estuve allí en el techo, pero no fue hasta que escuchamos las patrullas marcharse, y que el sonido había menguado, que ayude a Dilan a que nos moviéramos por la parte trasera. Desde allí, volví a usar mis poderes para descender hacia la calle, y de allí marchamos hacia donde había escondido el auto de Calev. 

Encendí el auto y el rugido del motor llenó el silencio de la noche, haciendo eco en mi cabeza. La velocidad con la que salí de aquel lugar era una respuesta instintiva a todo lo que había vivido, un intento desesperado por escapar de la violencia y el caos que habían envuelto nuestras vidas.

El camino hasta la entrada del hospital pareció una eternidad, aunque en realidad fueron solo unos minutos. Dilan estaba a mi lado, su respiración agitada y su rostro pálido. No podía evitar mirarlo de reojo mientras conducía, preocupada por su estado. Sabía que necesitaba atención médica con urgencia.

—Deben atenderte o podrías empeorar. Pude haberte llevado a tu casa, pero no sé dónde vives, lo siento —le dije con pesar mientras apretaba el volante con fuerza.

Dilan me miró fijamente, sus ojos oscuros parecían contener un mundo de emociones. A pesar de su dolor y debilidad, su sonrisa perfecta se formó en sus labios. Esa sonrisa que había visto en tantas ocasiones en las aulas de la escuela, o la última vez que la dirigió a Selena, ahora estaba dirigida hacia mí.

—No te disculpes —respondió con voz suave y agradecida—. Has hecho mucho por mí esta noche.

Me sentí aliviada por su respuesta. Al llegar al hospital más cercano, sabía que debía bajarse,  pero su siguiente comentario me tomó por sorpresa:

—Debo saber al menos el nombre de mi heroína.

No pude evitar sonreír tímidamente ante sus palabras, pero en el fondo, sentía una extraña mezcla de emociones. La situación era intensa, y no sabía cómo manejar lo que estaba sintiendo. ¿Debería contarle mi nombre?

—Profesor... Solo sabrás que una chica te salvó —respondí, tratando de desviar la atención de mi propia confusión.

Dilan pareció satisfecho con mi respuesta, pero luego continuó:

—Bendita sea, esa chica de cabellos como el fuego y de ojos como el cielo.

Su elogio me hizo sonreír nuevamente, pero pronto la sonrisa se desvaneció cuando noté que Dilan tenía dificultad para moverse y salir del auto. Decidí bajar de este y abrirle la puerta, asegurándome de que no hubiera nadie cerca. 

Sin embargo, cuando intenté ayudarlo a salir, su peso resultó ser demasiado para mí y ambos caímos al asfalto.

Quedamos mirándonos el uno al otro, frente a frente, sintiendo nuestras respiraciones entrelazadas y el olor a adrenalina que aún impregnaba el aire. Entonces, sin previo aviso, Dilan me besó. 

Sus labios eran cálidos y suaves, y el beso tenía un deje de desesperación y gratitud. 

Me dejé llevar por un momento, pero pronto la realidad me golpeó. 

¿Qué estaba haciendo? 

Dilan era mucho mayor que yo, y además, había sido el novio de Selena, una herida que aún estaba fresca. Además, me costaba creer que Dan habría actuado de esta manera tan pronto después de la tragedia si en vez de él, la que hubiera muerto hubiera sido yo.

Separé mis labios de los suyos con suavidad, sintiendo una mezcla de deseo y culpa. 

Lo aparté con cuidado y me levanté para volver al auto. Sabía que no podía volverme a verlo, porque estaba confundida y mi corazón latía fuertemente, pero no era por la adrenalina de su secuestro, era por él. 

Miré el reloj en el tablero: eran las 01:00 de la madrugada. 

Abrumada por todo lo que había pasado esa noche, solo encendí el auto y me alejé de allí, dejando atrás la escena de nuestro inesperado encuentro y las preguntas sin respuesta que quedaron flotando en el aire. Y comencé a llorar...

¿Qué había hecho?


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