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"En medio de la tormenta de la vida, a veces descubrimos que los poderes más extraordinarios surgen de los momentos más inesperados."

Capítulo 5

El cielo era de un azul tan claro que parecía infinito, un lienzo perfecto que se extendía sobre el prado como un manto. El sol se reflejaba en las hojas de los árboles, que les daba un resplandor dorado. Parecía ser un día de verano, cálido y apacible.

Me encontraba en ese prado como una amplia sonrisa, me vi a mis misma como una niña, pero solo fue un recuerdo de quién era en ese momento, pues se tratba de un lugar que conocía desde mi infancia. 

Corría sin parar, la hierba acariciaba mis piernas mientras saltaba y reía de alegría. El viento me mecía con su suave caricia, y todo a mi alrededor parecía tan seguro, tan amable, como si estuviera en mi antiguo hogar en Nashville.

Pero entonces, la calma se desvaneció en un instante. 

El cielo se oscureció, las nubes grises se arremolinaron y la luz del sol se apagó. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras los primeros truenos retumbaban en el horizonte. Los relámpagos iluminaban el paisaje con destellos siniestros, revelando sombras que antes habían pasado desapercibidas.

Fue entonces cuando un hombre apareció de la nada, su figura se recortaba contra el oscuro telón de fondo de la tormenta. Tenía algunos años encima, su mirada era inescrutable, y su voz sonaba como un susurro frío que se mezclaba con el rugido distante de la tormenta.

—Serás la siguiente... —susurró con un tono ominoso, su mirada penetrante estaba clavada en mí.

El terror se había apoderado del ambiente, como una pesadilla que se materializaba en ese lugar. La tormenta rugió con furia, y el hombre, con su pronunciada amenaza, llenó el aire con una inquietud palpable. Mi corazón latía con una ansiedad abrumadora mientras intentaba comprender el significado de esas palabras.

Y cuando creí que uno de los rayos me alcanzaría, justo en ese mismo instante, desperté. 

Creí que seguía dormida, por que vi que mis sábanas estaban flotando. Mi reacción me llevó a moverme bruscamente, como intentando sentarme y pegar al copete de la cama, pero terminé apoyándome en falso y me caí. Es que la verdad no siempre se veía algo como aquello. Lo peor, es que aquella no descendió bruscamente, sino con una lentitud tan parsimonia que, por un momento, creía que se trataba de un fantasma.

Y no era que creyera en eso, pero ustedes entenderán. 

Miré a mí alrededor y me di cuenta de que no había nadie. 

¿Que está sucediendo?

Con valentía, curiosidad y temor a la vez, me levanté del suelo y pase una mano por toda la extensión de la tela, para ver si mágicamente tocaba algo solido, pero nada que ver. Me crucé de brazos, pensativa, pero con un poco de temor. ¿Seguiría soñando hasta que me caí?, me cuestioné incluso.  

Pero fuese lo que fuese, lo que seguía perturbándome en ese momento, era el hombre de mis sueños que comenzaba aparecer de forma recurrente. ¿Me estoy volviendo loca?

Y casi con un susto de muerte, pegué un grito cuando sonó la alarma de mi habitación. Por muy loco que pareciese todo, el día no había comenzado tan bien...

Esa mañana, mi día comenzó en el sofá de un elegante consultorio en el corazón de Manhattan. El invierno había dejado su huella en la ciudad, y a través de la ventana, podía ver cómo la nieve cubría las calles y edificios con su manto blanco. El terapeuta, el Dr. Reynolds, un hombre de mediana edad con una expresión comprensiva, me miraba con atención.

—Andrea, entiendo que este ha sido un período extremadamente difícil para ti. Ya han pasado ¿qué? ¿un mes y medio? —su voz era suave y tranquilizadora, como todo los terapeutas que parecían desembocar un hipnotismo antinatural. Asentí—. Dejar atrás tu vida anterior, tus amigos, y los eventos traumáticos que has experimentado es un proceso doloroso. Pero es un paso importante hacia tu sanación.

Asentí, clavando mi uña en el sofá y moviéndola, como si eso fuera a relajarme mucho más. Pero se debía al nudo en la garganta que se me había formado, cuando las imágenes de Dan y Selena regresaban a mi mente. 

—Sí, lo sé. He estado luchando con esto, y las pesadillas no ayudan en absoluto —me sinceré, pero queriendo que terminara el momento. 

—Las pesadillas son una respuesta natural a un trauma como el que has vivido —empatizó, pero no era justamente lo que quería oír—. Pero estamos aquí para trabajar juntos en superar esos traumas. ¿Has tenido algún progreso en el manejo de tus emociones desde la última vez que hablamos?

—Bueno, he estado tratando de concentrarme en el presente —reflexioné, sintiendo que en cualquier momento se me acabaría el aire—. Salir a caminar por la ciudad, explorar lugares nuevos, incluso comencé a ir a mi nueva escuela. 

Pero todavía me siento perdida.

—¿Y ha ayudado? —Volvió a preguntar. 

Asentí, sin muchos ánimos, pero estaba segura de que él no me había creído ni un poco.

—Lo bueno de esta ciudad, es que al menos se camina más de lo que se debe andar en auto —señalé una verdad, con un sentido de broma solo para mitigar mi mentira. 

El Dr. Reynolds asintió con aprobación. 

—Esos son pasos positivos, Andrea. Aprender a vivir en el presente y cuidar de ti misma son esenciales para tu recuperación. Ahora, hablemos un poco más sobre Dan y Selena, o tal vez de Monique que se fue a otra ciudad y te abandonó. ¿Has tenido la oportunidad de hablar sobre ellos o de procesar tus sentimientos hacia ellos?

Dios, quería morirme, en serio. 

Me mordí el labio inferior antes de responder: —No mucho, la verdad. Me duele demasiado pensar en ellos. Pero sé que debo hacerlo en algún momento —me debatía entre hablar, mentir, decir la verdad, era un torbellino que me hacía agonizar. 

El terapeuta sonrió gentilmente. 

—Andrea, es normal sentir ese dolor y tristeza. Hablar sobre ellos y honrar sus recuerdos es parte del proceso de sanación. No tienes que hacerlo sola, estoy aquí para ayudarte a través de este proceso, están tus padres y tu hermano. ¿Te gustaría intentarlo hoy?

Negué con mi cabeza. La verdad, no sentía que fuera el momento de hacerlo. Ni siquiera sabía si iba a llegar ese momento. 

Como siempre, salí de aquel consultorio sin poder parar de llorar, tratando de ocultar mi rostro al atravesar la puerta, para que ni la secretaria ni los otros pacientes que esperaban me vieran, y así continuaba por el pasillo hacia el ascensor de aquel edificio, hasta salir a la calle. 

Lo peor era que el aire frío de Manhattan, no ayudaba. Mis pulmones parecían gritar con cada inhalada de respiración que daba, pero era eso, o dejar que me invadiera el ataque de pánico y ansiedad que sentía. Era cierto que las cosas habían mejorado, pero justo Dan, Selena y Monique, seguían siendo los temas más sensibles que tenía. 

Alcé la mirada, miré lo que se suponía que debía encantarme de la isla de los rascacielos, edificios cubiertos de nieve, que les adquiría una belleza única en una fecha en particular. Y comencé a caminar, mirando las calles bordeadas por altos edificios de acero y vidrio, que se alzaban imponentes contra el cielo. Algunos, reflejaban la luz del sol en sus superficies brillantes, creando destellos que dan vida a la ciudad incluso en los días más fríos.

Cuando llegué a la Quinta Avenida y Times Square, me di cuenta que seguían siendo centros de actividad como los días anteriores y seguían adornados con luces navideñas. Las tiendas de lujo y los teatros de Broadway atraían a los visitantes que buscan disfrutar de una experiencia neoyorquina única. Cosa que debería estar haciendo, pero no, pasé de ellos rápidamente, enterrando mis manos dentro de mi abrigo y la mirada entre apartarme de la gente y seguir avanzando.

Entre mi caminata apresurada, sin dirección alguna, terminé llegando a Central Park, era un paraíso invernal. Los árboles estaban cubiertos de nieve, y las lagunas se convirtieron en pistas de patinaje sobre hielo. Los neoyorquinos y los visitantes abrigados, y con bufandas y gorros, caminaban por los senderos nevados, y otros a disfrutar de un chocolate caliente en el famoso Wollman Rink.

Miré a mi alrededor, como si no supiera qué hacer, o si estuviera perdida. Mi visión se puso borrosa, y no fue hasta que mi celular sonó, que parecí volver en sí. 

Respiré profundamente antes de contestar, tratando de sonar tranquila.

—Hola, papá —dije, esforzándome por mantener la calma en mi voz.

—Andrea, nos llamaron del consultorio —respondió mi padre con preocupación en su voz—. Dijeron que ya habías terminado la cita. ¿Dónde estás? ¿Necesitas que vayamos a buscarte?

Miré a mi alrededor, tomando nota de mi entorno. El parque estaba relativamente tranquilo en ese momento.

—No, papá, no te preocupes. Solo estoy dando un paseo por Central Park. Creo que voy a quedarme un rato y caminar antes de regresar a casa. No hace falta que vengas por mí.

Pero no pasó mucho para reflexionar y cambiar de opinión inmediato. Nueva York,a diferencia de Nashville, era una ciudad demasiado grande. Bullía con una diversidad vertiginosa y un ritmo frenético, encabezando incluso el mundo financiero y tecnológico. Mientras tanto, Nashville, solo era la cuna de la música country, y abrazaba la tranquilidad sureña. 

Mientras que en Nueva York, rascacielos desafiaban el cielo y el transporte público definía la vida cotidiana, en Nashville, la hospitalidad sureña se entrelazaba con una vida más relajada. El alto costo de vida era otra cosa en Nueva York y contrastaba con la asequibilidad de Nashville.

—Olvídalo, papá. En realidad, sería genial si pudieras venir a buscarme. ¿Dónde debería esperarte?

No sé por qué, pero estaba seguro que mi voz salió casi en un hilo.

—Estoy a unas cuantas manzanas de Central Park. En la esquina de la Quinta Avenida y la Calle 72. ¿Puedes llegar allí?

Asentí, incluso si él no podía verlo por teléfono.

—Sí, estaré allí en unos minutos. Gracias, papá.

—No hay de qué, cariño. Nos vemos pronto.

En ese momento me sentía como una niña, pequeña e indefensa, en una ciudad que en este momento, no me brindaba nada que pudiera sentirme mejor. Mis pasos hacia el punto que mi papá me había indicado, en conjunto del aire frío que entraba en mis pulmones, más los pensamientos que me revoloteaban en la cabeza, era un escenario caótico del que quería salir corriendo y abrazar a mi papá. 

Cuando llegué, me di cuenta que no tuve que esperar más de diez minutos, cuando a lo lejos vi el auto de papá. Mi corazón se aligeró al verlo, sintiéndome más segura ahora que le veía venir. como había un poco de tráfico, estaba algo estacando a unos metros más allá, y podía verlo desde el parabrisas como sonreía al verme. Aunque tenía una mirada de preocupación, que solo me causaba un poco de ansiedad.

Comencé a caminar hacia el auto, y lo escuché gritar con la ventana de abajo: 

—¡¿Estás bien, cariño?!

 A pesar de mis esfuerzos por parecer tranquila, estaba segura que estaba haciendo un pésimo trabajo. 

—¡Ahora estoy mejor! —le respondí devuelta. 

Entonces, me detuve, una sensación de malestar me recorrió, como un escalofrío que me atravesaba la espalda. Empecé a ver todo lentamente, mientras todas las alarmas de mi ser parecía dispararse como aquella vez. 

¿Era otro ataque de pánico?

Recordé el accidente que había tenido con Dan, Monique y Selena. El mismo evento del auto cayendo por el precipicio, el sonido ensordecedor de los neumáticos chirriando contra el asfalto, el terror en los ojos de mis amigas, Dan abalanzándose sobre mí, y aquel trueno rugir en mi cabeza, como un eco del pasado.

El cielo se iluminó en un segundo, y otro rayó cayó. ¿Era producto de mi imaginación o en verdad otro rayo había caído? 

Escuché personas gritar, y otras corrían desde la otra avenida. Allí, vi un autobús fuera de control que se acercaba rápidamente hacia la calle en la que estábamos, pero precisamente donde estaba el auto de papá. Los frenos chirriaban, pero parecía que le estaban fallando a aquel transporte, que parecía un monstruo capaz de devorar todo lo que tuviera enfrente.

No me di cuenta, pero mi corazón latía con ferocidad en mi pecho. 

No podía soportar la idea de perder a mi padre de la misma manera en que había perdido a Dan y Selena.

Sin pensarlo, sin siquiera entender cómo sucedió, sentí una intensa energía emanando de mi interior. Era como una fuerza poderosa y arrolladora que me envolvía por completo. En un instante, todo a mi alrededor se ralentizó y se detuvo. El tiempo parecía congelado, excepto por el autobús y el auto de papá, que flotaban en el aire como si estuvieran suspendidos por una fuerza invisible.

Mi mente estaba en blanco, pero mi instinto me decía que tenía que hacer algo para detener ese autobús antes de que chocara contra él. Recordé el accidente, recordé la sensación de impotencia, y me negué a permitir que algo así sucediera de nuevo.

Con todas mis fuerzas, me enfoqué en el autobús y traté de empujarlo hacia atrás, como si pudiera moverlo con la mente. La energía fluyó de mí de una manera que no podía comprender, pero era como si estuviera conectada a cada partícula a mi alrededor. El autobús retrocedió lentamente, alejándose del auto de mi papá y deteniéndose en seco.

El tiempo a mi alrededor me pareció volver a la normalidad, y me di cuenta que todo aquello, había pasado en un segundo, pero en mi letargo, pareció una eternidad. Mis manos temblaban, y miré a papá, quien estaba completamente sorprendido por lo que acababa de suceder.

—¡Andrea! ¿Qué... qué acaba de pasar? —preguntó con incredulidad.

—Papá, yo... 

No tenía respuestas. No sabía cómo explicarlo. Solo sabía que había salvado su vida de alguna manera. Y con el estupefacto y horror en los rostros de todas en aquel lugar, una pregunta persistente se apoderó de mi mente: ¿qué demonios estaba pasando conmigo?, antes de caer desmayada. 

Desperté en la penumbra de nuestra sala de estar, envuelta en una sensación de confusión. Las luces tenues iluminaban la moderna decoración de nuestro lujoso apartamento en la ciudad de Nueva York. Las líneas limpias y los muebles de diseño se extendían a mi alrededor, creando un ambiente que contrastaba drásticamente con la calidez y tradicionalidad de nuestra casa en Nashville.

Al fondo, los sonidos de una discusión se filtraban en mi conciencia, y reconocí las voces de mis padres. Georgina lloriqueaba, con un tono de voz agudo.

—¡Castre, no puedo creer que hayas aceptado este trabajo aquí! ¡Todo esto es tu culpa!

—Georgina, sabes que esta oportunidad era importante para mi carrera. No podíamos quedarnos en Nashville para siempre. Además, Andrea deseaba un cambio. Quería empezar de nuevo y sí tenía la oportunidad para dárselo, lo haría y lo hicimos. 

—¡Pero pudiste morir hoy! ¿Qué probabilidades hay que un autobús se le vayan los frenos en Nashville, dime? —replicó en respuesta ella. 

—Mamá, papá, por favor, no peleen —intervino mi hermano, intentando suavizar la situación—. Esta es una ciudad grande, y las cosas como estas pueden pasar en cualquier lugar.

Georgina se volvió hacia Calev, su voz temblorosa por la frustración. 

—Calev, esto no es 'cualquier lugar'. Es Nueva York. Las cosas son diferentes aquí. Este lugar tiene un índice alto en criminalidad y accidentes, solo no quiero que ninguno de mi familia se vea envuelto en algo así. Después de lo de Andrea, no quiero que ninguno pase por algo así. Y ahora me entero que Castre está vivo de milagro. ¿¡Viste esas imágenes en la televisión!? ¡Tu auto, Castre, flotaba al igual que ese autobús! ¿¡Cómo eso es posible!?

—Entiendo tus preocupaciones, mamá, pero tenemos que darle una oportunidad a esta nueva vida. Andrea y yo estamos asistiendo a una buena escuela, y papá y tú están trabajando duro para mantenernos. ¡incluso te va mejor aquí con tus diseños de moda! —explicó Calev, intentando hacerla razonar—. Y sobre el auto, bueno, mi padre tendrá un ángel que le protege. 

—¡Calev, por favor! —Le reprendió mi mamá, sabiendo que detestaba los chiste de Calev. 

Pero las palabras de Calev no parecieron calmar a Georgina. 

—Solo espero que estés tomando todas las precauciones necesarias, Castre para que esto valga la pena —su voz parecía apaciguarse un poco—. No puedo soportar la idea de que algo malo le suceda a algunos de ustedes.

La tensión en la sala era palpable, y me sentí atrapada en medio de las preocupaciones y los miedos de mi familia. Por un momento, deseé poder calmar sus preocupaciones y hacer que todos se sintieran mejor. Entonces, Georgina soltó un comentario que hizo que mi corazón se hundiera aún más.

—Si tú hubieras muerto, Castre, no estaríamos enfrentando todas estas cosas con Andrea solo. Y no sabría qué hacer.

El peso de sus palabras cayó sobre mí, como una losa de culpa. Hice un esfuerzo por sentarme, sintiéndome incómoda y vulnerable.

—Lo lamento mucho, mamá. Yo no esperaba ser una carga —mi voz temblaba mientras hablaba, y me costaba mirar a nadie a los ojos.

Mi padre me miró con severidad, pero Georgina pareció darse cuenta de la gravedad de su comentario y sus ojos se llenaron de pesar. Calev, como siempre, fue el primero en acercarse a mí.

—No es culpa de nadie, Andrea —dijo con su voz calmada y tranquilizadora—. Estamos todos abrumados por tantas cosas en estos últimos meses, incluyendo la mudanza a una ciudad más grande.

Calev era menor, pero ya comenzaba a dudarlo. 

Mis padres se acercaron lentamente, y Georgina tomó la iniciativa, mirándome con ojos llenos de arrepentimiento. 

—Andrea, lo siento mucho por lo que dije —su voz era temblorosa—. No debí haber dicho esas cosas. Estoy asustada y frustrada porque creí que en verdad las cosas iban a mejorar aquí y saber que... —se detuvo—. Pero eso no justifica herirte de esa manera.

Sentí un nudo en la garganta mientras miraba a mi madre, cuyos ojos estaban cristalinos por las lágrimas. Me esforcé por hablar. 

—Está bien, mamá. Yo... yo también... lamento mucho haber causado problemas y preocupaciones. No quería ser una carga para ustedes.

—Andrea, no eres una carga para nosotros —dijo mi padre, sentándose a mi lado, para acercarme a su pecho—. Eres valiosa en nuestras vidas. Lo que se dijo antes fue un error. Estamos juntos en esto, como familia.

—Nada de esto significa que tú seas un problema —añadió Calev, de nuevo—. Eres mi hermana, y sus hijos —señaló a nuestros padres—. Estaremos siempre aquí para ti.

Las palabras de mi hermano y mis padres hicieron que las lágrimas siguieran fluyendo, pero esta vez eran lágrimas de alivio y gratitud.

—Si te hubiera perdido allí, papá, preferiría haber muerto.

Mi confesión pareció congelar el aire a mi alrededor e hizo que todos ellos se vieran preocupados y angustiados. Georgina me habló con voz suave pero firme:

—Andrea, el hecho de que hayas sobrevivido, es la razón por la que estamos aquí, por la que estamos haciendo todo lo posible para enfrentar esto juntos. Tú, Calev y Castre son lo más importante en nuestras vidas, y lucharemos por superar cualquier obstáculo.

Lo que decía era cierto. Ahora que estaba viviendo ese momento, me sentí como si el hecho de que no contara con ellos, era un motivo suficiente para dejar de vivir. Ni siquiera Monique, que había sido una hermana para mí, tanto como Selena, estaba allí para apoyarme. Pero no la culpaba, realmente la entendía y sabía que ella estaba superando esa parte de sus historias, de una manera diferente. Aunque le había escrito montones de veces, ni una sola respuesta había recibido de ella. 

Y esa misma noche, me encontré acostada en mi cama, mucho más calmada pero con los ojos enrojecidos, hastiada de llorar tanto, y frustrada porque era el mensaje número treinta y uno que le había enviado a Monique y que no respondía. De hecho, creía que había cambiado hasta de número telefónico, o solo em había bloqueado. No me pareció justo.

La frustración y la impotencia me habían consumido por completo. No había recibido respuesta de Monique en días, y me sentía abandonada e incomprendida. Con lágrimas en los ojos, agarré mi teléfono con fuerza y, en un impulso de rabia, lo arrojé contra la pared. Sin embargo, en lugar de escuchar el sonido de un teléfono roto, quedé perpleja al ver que el dispositivo quedó suspendido en el aire.

Mi sorpresa me hizo olvidar momentáneamente mi enojo. 

¿Qué estaba pasando? 

Con mi brazo estirado, empecé a moverlo lentamente hacia un lado, y el celular siguió mi movimiento, girando en el aire como si estuviera bailando al compás de mi mano. Experimenté con diferentes movimientos, y el teléfono respondió obedientemente, moviéndose siguiendo mis gestos.

No había rastro de miedo esta vez. En lugar de eso, sentí una extraña emoción y curiosidad. 

¿Cómo era posible que pudiera controlar un objeto de esta manera? 

Mientras jugueteaba con el teléfono, lo hice caer sobre la cama, donde quedó inerte. Traté de levantarlo de nuevo, pero nada sucedió. 

Pensé que quizás había sido solo una casualidad o una ilusión momentánea, incluso pensé que pudo ser obras de fantasmas. Y no es que creyera en ello, pero sabía que sí existía le bien, el mal también. Aunque no entendía el objetivo de querer asustarme. 

Pero entonces, una sensación extraña recorrió mi cuerpo cuando decidí levantarme de la cama, para intentar indagar mejor que podía estar pasando. 

Mi salto fue tan brusco, y en el momento en que mis pies abandonaron el colchón, noté que algo estaba mal. Miré a mi alrededor con asombro mientras veía cómo todo en la habitación, desde los objetos en la mesita de noche hasta la cama misma, quedaba suspendido en el aire.

El miedo me invadió al instante, y traté de controlar la situación. Pero mi miedo parecía amplificar lo que estaba sucediendo. Las cosas que estaban en el aire se balanceaban peligrosamente, como si estuvieran a punto de caer. Intenté bajar lentamente hacia el suelo, pero no pude controlar mi descenso. En cambio, todo en la habitación comenzó a caer al mismo tiempo.

Frascos de vidrio se hicieron añicos al impactar contra el suelo, y otros objetos se estrellaron y rompieron en pedazos. La cama cayó con un estruendo, y el caos llenó la habitación. Me quedé atónita, mirando la destrucción que había causado sin comprender cómo.

Y entonces, los recuerdos de lo que había sucedido con mi padre regresaron a mí con claridad. La energía, la sensación de control, todo tenía sentido ahora. Fui yo quien había provocado este caos en la habitación y quién salvó a mi papá. 

Mis poderes, si eso era lo que eran, habían causado todo. Y esa revelación me llenó de temor y asombro. ¿Pude haber salvado a Selena y a Dan, entonces?

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