01. Domingos.

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Min YeongJa ha tenido una vida ejemplar.

Si bien es un poco solitaria, cualquier monstruo que la ha acechado se han visto aplastados por su padre, quien también es su mejor amigo y ella no pudo haber pedido una mejor familia que la que tiene, aunque ésta sea muy pequeña.

Tiene a sus tíos, que en realidad son amigos de su padre, pero aún siente esa distancia de no compartir consanguinidad. Son divertidos y también una buena compañía, su tío Hoba le ayuda cuando puede en sus tareas y su tío Kook es quien le hace de segunda cuando le quiere hacer una maldad.

De todas maneras, con sus respectivos trabajos y familia, está consciente que no es prioridad de nadie, a excepción de Min Yoongi. Su padre.

La ausencia de una figura materna tampoco la desestabilizó, recuerda haber preguntado mucho por ella cuando era niña, pero ahora que está próxima a cumplir catorce años, le es tan indiferente como cualquier otra persona externa a su hogar.

En ese instante, Min YeongJa no puede pedir más que disfrutar de una cena tranquila junto al hombre que la ha criado completamente solo, en el departamento en el que viven y tienen todas sus comodidades en un lugar tranquilo de la ciudad, mientras un programa de cocina se transmite en la televisión de la sala.

—Quiero entrar a un curso de cocina.

Hace poco conoció sobre el efecto mariposa en su clase de Literatura y puede que la descripción se adecue a lo que ahora piensa sobre haber hecho esa petición, porque está consciente que su padre siempre ha tratado de darle todo lo que ella quisiera.

—¿Sí? ¿Y eso?

Ella se encogió de hombros en ese momento y dijo: —. Me llamó la atención.

Su vida sería muy diferente si no hubiese pronunciado esas palabras, porque un par de semanas después, ya estaba recibiendo clases de acuerdo a su edad en una escuela de cocina con cierta popularidad, frente al hombre que solo llevó a la ruina su pequeña familia.

—Bienvenidos a todos, soy Park Jimin y seré su maestro en los próximos seis meses.

YeongJa lo vio con admiración, su repentino interés culinario desató muchas cosas a su corta vida. Él se veía bien, lindo y no va negar que sus mejillas se veían muy adorables, la mayoría de sus compañeras pensaron que era muy guapo.

No creyó que iba a ser un problema que su padre haya pensado igual.

—Espero que este tiempo que compartiremos juntos, les pueda transmitir muchos de mis conocimientos para que se interesen más en el arte culinario. Así mismo, sean libres de preguntar cualquier duda que tengan, ¿sí?

Su salón respondió al unísono y lograron obtener una encantadora sonrisa de su maestro.

—¡Bien! — exclamó y aplaudió —. Comencemos.

Así empezó todo.

(...)

—¿Vas a salir?

YeongJa vio a su padre salir de su habitación bien vestido y pudo notar su perfume cuando se sentó a su lado a cenar. Últimamente, ya no pasaba en calentadores y camisas enormes de pijama por el departamento.

No era muy común verlo así, sobre todo un domingo por la noche.

—Sí, amor. Dentro de un rato aún — Min Yoongi vio el reloj en su muñeca izquierda y empezó a comer la pasta que había preparado hace un par de horas —. Después de planchar tu uniforme y hasta que tu tío Jungkook llegue.

—¿A qué hora vuelves?

—No lo sé, pero vendré a despertarte como siempre, no te preocupes — YeongJa lo miró con desaprobación —. Por cierto, la mamá de SuRan me dijo que mañana vuelve a clases, ¿quieres invitarla a pasar la tarde? Mañana salgo temprano, así que podemos ir a dejarla a su casa y después ir a nuestra heladería, ¿sí? ¿Qué te parece?

La joven asintió y revolvió sus fideos en su plato, le fue inevitable no voltear los ojos, puesto a que su padre ha hecho esto desde que empezó a tener estas salidas fugaces y nocturnas.

—Oye... No estés así.

Intenta cederle un capricho porque sabe cuán molesta está con él.

—Ya no importa.

—Sí importa. Dime, ¿te molesta que salga por la noche? — ella no contestó —. No salgo a menudo... Sólo han sido los domingos, el resto de la semana somos tú y yo, nadie más.

«Sí, pero eventualmente no solo serán los domingos.»

—¿Por qué... él?

No era sorpresa para nadie que Min Yoongi acabó saliendo con Park Jimin, su molesto profesor de cocina que ve todos los miércoles, jueves y viernes, después de casi cinco meses de conocerlo.

Molesto.

Yoongi se encogió de hombros ante tal pregunta repetitiva y dejó a un lado su cena.

—Es lindo — respondió con simpleza porque, la verdad, no quería y no veía apropiado desahogar sus sentimientos nacientes con su hija —. Es buena persona y cocina muy bien.

—Qué escueto — el adulto rio y sus hombros se movieron ligeramente —. No te vayas...

El pelinegro, en cambio, suspiró y optó por darle un beso en la frente a su hija.

—Come, se va a enfriar.

La cena fue silenciosa, a ninguno le estaba gustando el mal sabor de boca que tenían, pero ninguno estaba dispuesto a ceder.

Ser padre soltero fue más difícil de lo que creía.

Min Yoongi nunca se quejaría de su hija, jamás. Para él, ella es su máxima adoración y a quien le daría el mundo entero si tan solo pudiese. Ya pasó su niñez, aquella en la que tuvo que buscar en libros de crianza e internet para poder sobrellevarla y antes podía afirmar que, si bien no fue un padre perfecto, fue uno bastante bueno que se concentró en darle a su pequeña todo el amor, contención y respeto que tenía, así mismo con el hecho de inculcar sus valores y educación.

Ahora no sabe si fue un buen padre.

Porque, de verdad, le lastima de sobremanera que YeongJa demuestre tanto rechazo a su posible romance desde antes que éste empezara.

Debate entre sus pensamientos qué está mal o qué hizo mal para que ella ni siquiera considere que Park Jimin camine de su lado.

Y, oh, Park Jimin. Él solo es todo lo que alguna vez anheló.

¿Cómo describirlo? Inesperado podría ser la palabra.

Fue tal estrella que no buscaba, pero halló en medio de la penumbra; no por sentir que su completa vida era un desastre o azul, sino por la soledad abrumadora que a veces lo abraza por las noches y aquellos pensamientos intrusivos que surgen de vez en cuando y que lo sumen en culpa como si lo cocinaran vivo.

«No disfrutaste tu juventud por ser padre.»

Es algo que nunca admitiría en voz alta.

—¿De verdad te vas a ir?

YeongJa le preguntó cuando dejó el uniforme que usaría mañana en su habitación, con una expresión fingida triste y de la cual se ha vuelto inmune con el pasar de los años.

Jeon Jungkook, uno de sus pocos y mejores amigos, ya se encontraba en la sala de estar buscando una película para ver. Y él, un poco tarde, hizo sus últimos arreglos para poder salir.

—No te acuestes tan tarde — dijo y se acercó hasta ella para darle un beso en su cabellera —. Tu tío Jungkook estará trabajando en su laptop, pero avísale cualquier inconveniente o llámame, sabes que no ignoro tus llamadas.

—No me importa.

Yoongi tragó grueso y sus ojos picaron por querer llorar, pero no lo haría frente a ella.

—Sabes que no estoy haciendo algo malo, ¿verdad? — YeongJa lo ignoró y desvió su mirada —. Perdóname.

Ella, en cambio, solo se escondió entre sus cobijas.

Yoongi acarició su brazo en una despedida silenciosa, no le gusta cuando su hija se comporta de esa manera y en más de una ocasión ha tenido el atisbo de cancelar las citas que él mismo ha propuesto por ese sentimiento amargo y confuso de creer que está pecando por volver a intentar una relación con una persona.

—Diviértete, Gi — Jungkook le dijo cuando apareció en la sala hasta el umbral de la puerta —. ¿Estás seguro de volver temprano? Yo puedo llevarla al colegio.

—Vendré antes del amanecer — prometió, de todas maneras, volvería —. Gracias, Kook. Te debo una.

—¡Me debes mil! — fue lo último que escuchó antes de salir del departamento.

En el pasillo, pudo relajar sus hombros y su cuerpo entero en el camino al ascensor.

Su frente dolió cuando sus cejas pudieron bajar, puesto que hace relativamente poco pudo descubrir que todo el tiempo las mantiene erguidas para que su natural expresión de indiferencia no se note tanto en casa. Abrió y cerró su boca un par de veces, también para descansar de haberla tenido contenida tanto tiempo y tronó sus dedos cuando salió del condominio.

Y antes de entrar a su auto, se detuvo un momento a pensar si era buena idea ir con Park Jimin, antes de quedarse con su hija.

Es un dilema en el que nunca pensó estar metido. Es decir, ¿es un mal padre por siquiera dudar?

No lo sabe.

Lo que menos quiere, es que YeongJa vea a Jimin como un intruso en su hogar, sino como alguien más en él. Así de seguro está sobre sus sentimientos.

Aunque, es verdad que al principio, no lo estaba tanto.

Está consciente y no le ofende saber que no cualquiera se arriesgaría a conocerlo, puesto a que el solo nombramiento de su hija es como un repelente ahuyenta parejas. La mayoría se sorprende de saber que está en sus treintas con una hija adolescente, pues todo indica que fue padre joven; y además, el contar por qué es padre soltero es toda una historia aparte que muy pocos están dispuestos a escuchar.

Park Jimin no es la primera persona con la que intenta un interés amoroso después de la madre de su hija, pero quiere que sea la última.

Y aquel cocinero de linda sonrisa y cachetes grandes, parece querer lo mismo.

Eso es lo que lo ha llevado a desear que su familia deje de ser de dos, para convertirse en una de tres.

Sin pensarlo mucho, ya se encuentra yendo al condominio de quien lo ha vuelto a soltar suspiros al tenerlo en sus pensamientos tal adolescente enamorado y aquel amor que empieza a nacer le da la energía que creyó perdida hace un par de años.

El trayecto fue corto y ya se lo sabía de memoria, y puede que el camino desde la recepción – de la cual ya sabían su existencia y el motivo de sus visitas – hasta la puerta de aquel hombre lo haya hecho casi corriendo por la emoción de volverlo a ver después de una semana de solo mensajes y llamadas antes de dormir.

Necesitaba volver a sentir sus labios encima de los suyos y su piel caliente junto a la suya, hasta el punto de querer fusionarse para ser una sola por aquella madrugada.

Cuando la puerta del departamento que buscaba fue abierta, el olor a comida golpeó su rostro.

—Ay, no traje el postre — se lamentó cuando vio al joven rubio frente a él, con pijama y un delantal —. Lo siento, lo olvidé por completo. Me tardé planchando el uniforme de YeongJa y...

—Está bien, Gi.

Un ambiente hogareño es difícil de percibir si no eres bienvenido y Min Yoongi se siente en casa cada vez que está con Park Jimin.

Un suspiro bastó para entrar al pequeño departamento y robarle un beso a quien roba sus sueños, la calidez de su piel es algo envidiable a esas alturas de la noche en las que solo quiere encogerse en la cama abrazando otro cuerpo.

—Sabes que aquí siempre hay un postre de sobra.

—¿El postre eres tú? — preguntó cerca de sus labios antes de darles una probada —. Dime que hiciste un postre con fresas porque estoy muy antojado de fresas.

—Por supuesto que es de fresas, mi amante de las fresas.

Ah, a veces sí es reconfortante entrar a un lugar y saber que no eres el único que lo sostiene.

—¿Vas a cambiarte de ropa? Es un poco incómodo si solo yo estoy en pijama...

El pelinegro besó la punta de la nariz de su amante y asintió. El lugar no era muy grande, perfecto para un joven en sus veintitantos, así que en pocos pasos estuvo en la habitación de Jimin, la cual poco a poco empezaba a tener algunas de sus pertenencias, hasta tenía un cajón con su ropa.

No tardó mucho en cambiarse y volver a la cocina, donde se sentó en el mesón de granito que separa la misma con la sala de estar. Vio embelesado a su amante empacar en pequeños tuppers la comida que había estado haciendo.

—Es estofado para que puedan almorzar mañana — mencionó ante la atenta mirada de su más grande admirador —. En la tarde hice guarniciones y separé su parte también. Les debería de durar esta semana.

—Gracias, corazón. A YeongJa le gusta mucho tu comida — «Aunque la mayoría de las veces, no sabe que tú la hiciste» —. ¿Ya preparaste tu clase de mañana?

—Sí, ya tengo todo listo y repasado — cuando Jimin terminó de separar la comida, empezó a colocar los tuppers en hileras encima del mesón para que se enfríen más rápido —. ¿Cómo está YeongJa?

—Ya sabes... igual que otras veces. Se pone de mal humor los domingos.

—Uh, lo siento...

—No es tu culpa. Solo, no lo sé, está rara. Quiero asumir que es debido a su adolescencia. Creí que la etapa más dura fue cuando recién nació, a pesar de haber recibido ayuda, y cuando cumplió dos años. Ah, Dios. No hubo día que no se hubiese puesto en peligro — rio con tan solo recordar —. Ahora tengo que separar una cita para su examen rutinario y tengo que convencerla de que yo la acompañe con una ginecóloga porque aún no menstrúa y es preocupante, pero dice que tiene vergüenza. ¿Vergüenza de qué? No sé de dónde sacó que solo tu madre te puede acompañar al ginecólogo. Ah, también tengo que arreglar sobre la celebración de su cumpleaños, quiere una pijamada con sus amigas y un día de spa.

—Sí la tienes un poco difícil... — el rubio comentó, sin saber qué aportar —. Pero si hay algo que pueda hacer, avísame, ¿sí?

—Gracias, terrón de azúcar.

—YeongJa sigue siendo una de mis mejores alumnas. El otro año puedes buscar un instituto de arte, si es que le sigue gustando la cocina. Tiene mucho talento.

—Puede ser... Esperaré a que termine tu curso y después le preguntaré.

—Aún no decido el diseño de sus certificados, ¿me quieres ayudar?

—Por supuesto, lo voy a mandar a enmarcar.

Un hogar no debería de ser tan pesado.
Y no lo era en compañía de Park Jimin.

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