three - tony stark

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chapter iii.
( pre-iron man )

mamá, ven aquí
acércate, aparece
papá, estoy solo
porque esta casa
no se siente como un hogar
unsteady ─── x-ambassadors

presbiteriano de nueva york
1998

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Cuando finalmente abrí los ojos, vi a una mujer sentada en la silla al lado de mi cama. Tenía el pelo largo, bastante rubio grisáceo, y recogido. Tenía una cara bonita, pero portaba una expresión preocupada a pesar de que estaba durmiendo. Un hombre de cabello blanco y bigote estaba de pie junto a la figura dormida de la mujer, leyendo unos cuantos papeles que estaban guardados en una carpeta. Mis ojos se movieron hacia el otro lado de la habitación donde otro hombre de aspecto mucho más joven estaba frente a una gran ventana. No era demasiado alto, pero tampoco bajo. Su cabeza cubierta de cabello castaño oscuro estaba ligeramente agachada. Sus hombros eran más bajos de lo que debían ser. No fue difícil averiguar las voces de cada uno.

Tenía que ser él, ¿verdad?

El hombre que esperé mi corta vida. Con el que soñaba cuando dormía debajo del fregadero. Una de las recé que vendría a salvarme, como los brillantes caballeros sobre los que leía en los cuentos de hadas que mi tía me daba. Pero él nunca vino. Nunca abrió la puerta principal y me levantó del suelo. Nunca hizo que los gritos o los llantos se detuvieran. Todo fue un sueño, un cuento de hadas. Pero él estaba aquí ahora.

Abrí la boca antes de recordar que no tenía sentido. Las lágrimas corrieron por mi rostro en el momento en que aparecieron en mis ojos. Quería hablar. Quería cantar. Quería gritar. ¡No era justo! ¡Nada de esto lo era! A mamá no le gustaba escucharme hablar, pero nunca pensé que llegaría a robarme la voz. No era justo.

Un movimiento repentino a mi izquierda casi me hizo saltar de la cama. El hombre a la derecha se apresuró y me atrapó antes de que golpeara las baldosas. Sus manos ásperas me levantaron suavemente sobre la cama y me alejé de él, la mujer ahora estaba despierta, y sentía la mirada del que debía ser él. Debió haberse girado para mirarme y eso fue lo que me asustó. Me moví para levantar las manos para limpiarme las lágrimas, pero estaban cubiertas con vendas gruesas que me impedían hacer mucho. Finalmente, aparté los ojos de las vendas para mirar a las tres personas que me rodeaban. Tragué saliva y abrí la boca, solo para recordar una vez más que no saldrían palabras. Las lágrimas comenzaron a fluir nuevamente y mi pecho estaba devastado por el dolor cuando comenzó a temblar con mis sollozos. Los dos hombres se miraron con horror, claramente inseguros de cómo calmar a una niña que lloraba.

—Uh, ya está, ya está —el joven estiró torpemente una mano para tocar mi cabeza.

Retrocedí ante la idea de que alguien me tocara.

El hombre dejó caer el brazo a su lado y se mordió el labio con tanta fuerza que parecía doloroso.

—Hola, cariño —la mujer se arrodilló en las baldosas a mi lado—, mi nombre es Maria. Lamento todo esto. ¿Tienes hambre? —sacudí mi cabeza, mintiendo—. ¿Y sed? —una vez más mentí, y la mujer miró al hombre más joven—. Tony, ¿y si voy junto a tu padre a la cafetería en busca de un poco de comida por si quiere después?

El joven corrió hacia el hombre y la mujer mientras se dirigían hacia la puerta.

—No, no, mamá, no te vayas. Vamos, ¿no quieres estar aquí para todo el, ya sabes, trauma emocional?

—Ahora volvemos —la mujer, su madre, le dijo—. Cariño, este es tu momento para estar con ella. No nos necesitas para eso.

El hombre, que probablemente era su padre, habló con dureza.

—Es tu hija, tu responsabilidad. Lidia tú con el problema.

¿Problema?

El joven frunció el ceño ante las palabras de su padre. Apretó los dientes y su madre le frotó el brazo, reconfortante. La miró tristemente, igual que a su espalda cuando se fue con el hombre canoso. El joven se llamaba Tony. Era un buen nombre. Me gustaba. También me gustaba su cara. Era una buena. Una que no parecía mala o aterradora. Lo escuché gemir antes de volverse lentamente hacia mí. Lo que parecía temor repentinamente se convirtió en lástima y dolor. Frunció más y sus labios se convirtieron en una mueca. Nuevamente, se dirigió hacia mí. Se arrodilló como lo hizo Maria y me dio una pequeña y triste sonrisa.

¿Por qué estaba triste?

Lentamente levantó una mano y quise alejarme, pero algo me detuvo. Limpió suavemente las lágrimas de mis mejillas y mi respiración de pánico disminuyó. Sus dedos se quedaron en mis mejillas magulladas, sus labios se convirtieron en una delgada línea.

—Hola, cariño —parpadeó lo que yo pensaba que eran lágrimas, luego se frotó la cara con las manos—. Lo siento, no soy bueno en este tipo de cosas.

Lo estudié. Me gustaba aún más su rostro ahora que podía verlo de cerca. Tenía los ojos divertidos como si estuviera acostumbrado a sonreír o reír mucho, pero de alguna manera ya podía ver una extraña soledad dentro de ellos. Me preguntaba si sabía que estaba solo. Yo también lo estaba.

—Ojalá supiera qué decirte —sus ojos marrones finalmente se encontraron con mis azules y luego se calló.

Nos miramos por un largo momento; ninguno de los dos hablamos. Solo cuando Maria y el otro hombre volvieron con una bandeja llena de comida, rompimos nuestra mirada. Tony bajó rápidamente la vista al suelo y sus ojos parecían casi confundidos. Maria sonrió y dejó la bandeja sobre la mesa junto a mí. El hombre se quedó detrás de ella, mirándome como si estuviera buscando algo. De repente, Tony se levantó y fue hacia sus padres, donde hablaron en silencio por unos momentos. Mis dedos lucharon contra las vendas para sacar algo de la comida de la bandeja. Cuando puse algunas zanahorias en mi boca, Tony y Maria se arrodillaron otra vez. El hombre estaba un poco incómodo. No los miré.

—Lisa.

Nunca me gustó mi nombre, no hasta que lo dijo Tony.

Lo miré cuidadosamente, esperando con un labio tembloroso.

—Mi nombre es Tony Stark. Soy tu padre, ¿sabes lo que eso significa? —él esperó hasta que asentí con la cabeza antes de continuar—. Sé que tu madre no fue muy amable contigo —volví a mirar mis manos vendadas—, pero yo te protegeré. Te mantendré alejada de todo mal. ¿Te gustaría?

No había nada incómodo en su rostro. Era puro, honesto y verdadero. Tenía preocupación y determinación. Todas las cosas que me habían parecido tan desconocidas en mis dos años de vida. Cuando asentí de nuevo, él sonrió. Parecía que quería hacer algo. Se inclinó, pero cuando vio cómo me encogía, pensó en lo que fuera que quisiera hacer.

Él asintió.

—Bien. Mañana nos iremos a casa.

Cuando las enfermeras intentaron ponerme en una silla de ruedas a la mañana siguiente, comencé a llorar. No quería estar en una. Las sillas de ruedas eran para personas que no podían caminar y yo quería sentir la hierba entre mis dedos. Creí que podía caminar. Cuando las enfermeras se acercaron a mí para recogerme, comencé a revolverme y a arrastrarme. Dolía, pero ser tocada por ellas conduciría a algo peor. Mi boca estaba abierta en un grito silencioso y estaba temblando de miedo. Tony, que había estado tratando de mantenerse alejado de sus padres, saltó hacia nosotras y empujó a las enfermeras lejos de mí, mucho más fuerte de lo necesario.

—¡No quiere que la toquéis! ¿Es que no lo entendéis? —les ladró.

Luego se volvió hacia mí y se arrodilló, mirándome donde me acurrucaba en la parte más lejana de la cama. Howard, cuando supe que así se llamaba el hombre de cabello blanco, hizo pasar a las enfermeras por la puerta con una mirada dura antes de que Maria la cerrara suavemente. Tony me dio otra de sus extrañas y tristes sonrisas. Todavía respiraba con dificultad y las lágrimas aún corrían por mis mejillas.

—Tranquila, Lisa. No te haré daño. Estás a salvo —sus ojos reflejaban exactamente lo que dijo y, por alguna razón, le creí—. Nunca lo haría.

Cuidadosamente estiré mis brazos vendados hacia él. Las cejas de Tony se alzaron sorprendidas. Disminuyó la velocidad de sus acciones, tratando de no asustarme mientras se sentaba en la cama. Con cautela, metió sus manos debajo de mis brazos antes de levantarme y sostenerme contra su pecho. Mis brazos se envolvieron alrededor de su cuello cuando él se puso de pie. No nos movimos por un largo rato. Teníamos la sensación de tener a la persona más importante del mundo a nuestro alcance. Sus brazos se apretaron alrededor de mi delgado cuerpo, asegurándome incluso cuando mis cortas piernas colgaban inútilmente debajo de mí.

En ese momento supe que había encontrado a mi caballero.

Tony me sacó de la habitación, pateando la silla de ruedas fuera del camino. Ni siquiera miró a las enfermeras cuando pasamos junto a ellas. Él solo tenía una expresión ligeramente satisfecha en su rostro. Apoyé la barbilla sobre su hombro, observando a Maria y Howard moverse detrás de nosotros, y Maria me sonrió. El rápido ritmo de Tony disminuyó cuando llegamos al vestíbulo.

—¿Happy? —habló Tony.

Me alejé un poco para mirarlo a la cara. Observaba a un hombre algo fornido con cabello oscuro, gafas y traje oscuro. El hombre se acercó a nosotros y apreté el cuello de Tony, insegura de esta nueva persona.

—No hay ninguna entrada trasera disponible y todas las salidas de emergencia están igual —dijo el hombre fornido, Happy, a los adultos.

—¿No hay nada que podamos hacer para que se vayan? —preguntó Maria preocupada.

¿Qué estaba pasando?

—Lo dudo —dijo Howard—. Los periodistas nunca están satisfechos. Lo único que los alejaría sería entregarles a la niña.

No quería que me dieran a alguien más. Me gustaba Tony. Solo quería a Tony. Mi agarre alrededor de su cuello se apretó con miedo antes de que él enviara una mirada oscura a su padre. Incluso Maria le dirigió una mirada de regaño, pero Howard no parecía disgustado.

Tony suspiró con frustración.

—Hay que demandarlos. Quiero que todos sean demandados por todo lo que poseen. ¡Hazlo! Están invadiendo mi privacidad. Quiero que los demanden.

—Son paparazzi, señor Stark. Es más o menos lo que hacen —Happy apareció a nuestro lado.

No estaba segura de qué significaba esa palabra con 'P', pero iba a averiguarlo.

—Me da igual. Llevo a una niña de dos años en mis brazos. Todos podemos probar algo nuevo hoy.

Nadie más dijo nada, así que Tony solo gimió y luego exigió:

—Quiero a Happy delante de nosotros; mamá y papá, vosotros atrás. No quiero que se acerquen a ella.

Me ajustó cuidadosamente para poder mirarme a los ojos.

—Lees —nunca había escuchado ese apodo—, habrá algunos hombres y mujeres curiosos afuera. Mantén la cabeza baja e ignóralos, ¿de acuerdo?

Asentí y descansé mi barbilla sobre su hombro. Éramos como un tren que se movía de su estación cuando salimos por las puertas de cristal. De repente la gente se abalanzó sobre nosotros y Happy trató de alejarla. Brillaron luces y me dolió tanto que cerré los ojos. Nos gritaron, haciéndome temblar. Tony mantuvo sus brazos alrededor de mí, ignorando a las personas que nos rodeaban. Intentando hacer lo mismo, acurruqué mi rostro en su cuello.

—¡Señor Stark! ¡Tony! ¿Quién es la niña?

—¿Cómo se llama? ¿Es tu hija perdida?

—¡Howard! ¡Maria! ¡¿Qué opináis de esto? ¿Estáis decepcionado por tener una nieta ilegítima?

—¿Por qué estaba en el hospital? ¿Abusaron de ella?

—¿De dónde vino? ¿Quién es su madre? ¿Sabías de su existencia?

—¿La custodia es tuya, Tony? ¿Vivirá con tu familia a partir de ahora?

Entonces las voces dejaron de gritar y me encontré con un silencio relajante. Mis ojos se abrieron y me encontré con un asiento de cuero negro. Tony ajustó cuidadosamente mi dolorido cuerpo para que estuviera en su regazo y frente a él. Cuando mis ojos miraron alrededor, descubrí que estábamos en un coche que Happy conducía mientras Howard y Maria estaban a nuestro lado. Las heridas en mi espalda picaron y las lágrimas cayeron de mis ojos. Los ojos de Tony se abrieron en estado de preocupación.

—Ey, Lees, ¿estás bien? —limpió las lágrimas de mi cara—. Siento lo que ha pasado.

Sacudí mi cabeza, sin pensar en esas personas aterradoras fuera del hospital. Luego gemí un poco, tratando de mirar por encima de mi hombro hacia mi espalda. Tony miró a Maria, que parecía tan confundida por mis acciones. Maria se inclinó un poco hacia adelante para ver qué estaba buscando tan desesperadamente. Sus ojos se abrieron con horror.

—Ay, Anthony.

—¿Qué? —preguntó, tenso.

Maria no respondió, así que Tony me dio la vuelta para ver qué estaba mirando. Toda la parte trasera de mi camisón estaba manchada de rojo sangre por mis puntos. Todavía me dolía y gemí de nuevo.

—Uh, uh, ¿qué hacemos? —Tony miró a sus padres rápidamente.

Los ojos de su madre se enfocaron mientras sacaba una carpeta grande con papeles informativos sobre mi tratamiento. Los miró, asintiendo. Howard observó por encima de su hombro. Tony era todo menos paciente mientras yo continuaba gimiendo y llorando.

Mamá —se quejó mientras más lágrimas caían de mis ojos.

—Lo estoy buscando, Anthony, lo estoy buscando. Por favor, espera —suspiró antes de asentir a la carpeta—. Esto dice que es normal que los puntos sangren.

Howard continuó:

—Necesitamos aplicar presión durante veinte minutos. Si no se detiene para entonces, deberíamos preocuparnos.

Maria se encogió ante sus palabras.

Tony frunció el ceño antes de mirarme.

—Lees, tenemos que detener la hemorragia. A lo mejor te duele, ¿vale?

Asentí lentamente, sorbiendo.

Me recostó cuidadosamente, descansando mi cuerpo sobre sus rodillas y las de Maria. Aplicar presión me dolía más de lo que parecía, pero mantuve los ojos cerrados y la cara enterrada en las vendas de mis manos. Finalmente, el sangrado se detuvo y me dejaron recostada allí por el resto del viaje. Cuando finalmente llegamos, Tony me recogió e intentó evitar hacerme daño en la espalda.

La casa era lo más hermoso que había visto en mi vida. Los pisos estaban cubiertos de azulejos intrincados y el techo parecía extenderse millas por encima de mí. Había cascadas y grandes puertas de vidrio que daban a una terraza. Los espejos colgaban por todo el lugar y pronto me encontré mirando uno. Estaba peor de lo que pensaba. Mi cara no tenía el color melocotón habitual, era una variedad de morados, azules y verde. Mi cabello castaño estaba desordenado y se pegaba en lugares extraños. Mis piernas colgaban debajo de mí y estaban cubiertas de cortes. Mi cuello era de un azul aún más profundo que mi cara y era fácil contar los diferentes dedos impresos en mi cuello.

—¿Qué piensas? ¿Crees que servirá? —Tony giró en un pequeño círculo, asegurándose de que pudiera verlo todo.

—Eso espero —dijo Howard, deslizando sus manos en los bolsillos de su traje—. De lo contrario, es tan insatisfecha como su padre.

Sentí los hombros de Tony tensarse y su mandíbula se apretó. Estaba enfadado y entendía por qué. Lo que no era por qué Howard no estaba siendo amable con Tony. Cuando tuve la edad suficiente para pensar en esto, finalmente me di cuenta de por qué seguía tratando a Tony como si hubiera cometido un gran error. Yo. Yo fui el error que cometió. Tony me abrazó un poco más fuerte y me acurruqué más cerca de su cuello, tratando de esconderme de todos en la sala.

—Ah, ¿quién es esta bella señorita?

Salté ante el repentino y extraño hombre acentuado que habló. Nerviosa, miré hacia atrás para ver a un señor mayor cerca de Howard y Maria. Tony me movió hacia su cadera y luego asintió con la barbilla hacia el hombre.

—Ese es nuestro mayordomo, Edwin Jarvis —me informó Tony—; Jarvis, esta es Lisa Stark.

¿Stark? ¿Lisa Stark?

Parpadeé y me aparté para poder mirar la cara de Tony. Todos los demás lo miraban también. Maria tenía una leve sonrisa en su rostro, Jarvis estaba asintiendo felizmente y Howard solo miraba.

Me gustaba eso.

Lisa May Stark.

Mi mano fuertemente vendada saludó lentamente al amable hombre llamado Jarvis. Dio otro asentimiento y luego tomó mi mano con cuidado. Presioné mi cuerpo contra Tony, aterrorizada de que alguien que no conocía me tocara. Tony me tranquilizó antes de que Jarvis plantara un suave beso en mi mano, ignorando por completo la gasa.

—Es un verdadero placer conocerla, señorita Stark. Si me permite decirlo, creo que es la niña más bonita que he visto.

Me sonrojé y enterré mi rostro en Tony, quien sonrió al mayordomo, agradecido.

Decidí que Jarvis me caía bien.

De repente, mis párpados se sentían muy pesados ​​y dejé escapar un quejido. Tony se apartó para verme la cara. Lentamente, parpadeé y luché para volver a abrir los ojos. Su rostro mostraba confusión mientras me estudiaba. Estaba frunciendo los labios, pensativo. De repente apartó la mirada hacia su madre.

Él se encogió de hombros.

—No sé lo que quiere.

Maria sonrió y se acercó.

—Creo que Lisa está cansada, Tony. Ha tenido un día agotador —me dirigió una sonrisa—. ¿Verdad, cariño?

Asentí a medias, acomodándome en los brazos de Tony una vez más. Nuestro grupo comenzó a subir una larga escalera de madera, llevándome a un lugar seguro donde pudiera dormir. Cuando encontramos una gran puerta de madera, Jarvis hizo una pequeña reverencia y luego giró el pomo. Mis ojos se abrieron al ver la gran sala que se extendía ante mí. Las paredes estaban pintadas con una variedad de rosas y rayas blancas, las cortinas eran eran rosas también. La bonita y mullida cama tenía grandes peluches por todas partes. En cuestión de si todo esto era para mí, miré a Tony. Él sonreía con orgullo.

—Todo es tuyo, Lees. Le dije a Jarvis que comprara todo lo que se le ocurriera para ti. Así que será culpa suya si llegas a odiar el rosa tanto como yo.

Jarvis puso los ojos en blanco y Tony se echó a reír. Luego, suavemente, me tendió entre las mantas suaves, parecía que me hundía en ellas. Mis manos vendadas acariciaron al gran oso esponjoso a mi lado.

De repente, la cara de Tony brilló con preocupación.

—Soy un idiota.

—¿Por qué, cielo? —preguntó Maria, mirándole con las cejas arqueadas.

—No puede caminar, mamá —bajó la voz, pero aún podía escucharlo con claridad—. ¿Qué pasa si necesita algo? ¿Qué pasa si tiene que ir al baño?

—Tendrás que dormir aquí esta noche —Howard se encogió de hombros.

—¡¿Qué?! —las cejas de Tony se alzaron.

Yo bostecé.

—Lo siento, Anthony, pero tú mismo lo has dicho —María le tocó el brazo—: ¿y si necesita algo?

—Sí, pero no me refiero a esto —él le dirigió una mirada desesperada y algo irritada—. Tengo una idea, ¿por qué nos os quedáis vosotros?

—Tony —dijo Howard en advertencia.

—¡Vale! —él levantó las manos—. Pero si la mato accidentalmente quedará en tu conciencia.

Mis ojos se abrieron y lo miré con miedo cuando todos se dieron cuenta de lo que acababa de decir y cómo afectaría a cualquier niño maltratado.

—Ay, pequeñaja —¿otro apodo?—, lo siento, fue una mala elección de palabras. Sabes que lo que dije es mentira —su voz sonó aterrada.

De repente le mostré mi mejor sonrisa; una que no había mostrado en mucho tiempo. Parecía confundido antes de que Howard empezara a reír. Tony miró entre él y yo con esa misma expresión confusa; una ceja levantada y los labios presionados juntos en una delgada línea.

—Señor Stark, se está burlando de usted —Jarvis me sonrió ampliamente—. Ella sabía a qué se refería.

Me acomodé en mis mantas, enterrándome en medio de la comodidad con una pequeña sonrisa aún en mis rasgos magullados.

—¿Burlando? ¿Se estaba burlando de mí? —Tony preguntó incrédulo—. No tiene gracia, pensé que la había jodido.

Maria intentaba contener su risa y Howard seguía riendo sin ninguna intención de detenerse.

Cuando Tony frunció el ceño a su madre, ella sonrió y se cubrió la boca con la mano.

—Lo siento, Anthony, pero es que ella —se rió un poco de nuevo—, quiero decir, ¿no te recuerda a alguien?

Tony volvió su ceño hacia mí. Me sonrojé de nuevo y me metí más en mis mantas. Su ceño se disipó mientras me miraba. Luego dejó escapar un largo suspiro y sus hombros se encogieron. Murmuró incoherentemente, dejándose caer en el suelo al lado de la cama. Howard, Maria y Jarvis se despidieron y me prometieron que me verían al día siguiente. Cuando se fueron, Tony no dijo nada durante un rato. Esa extraña mirada incómoda en su rostro había regresado, pero estaba demasiado cansada para realmente importarme.

Mientras dormía, las pesadillas me vencieron. Era como si mamá estuviera en la misma habitación que yo. La vi en nuestro último día juntas. Llevaba ropa raída y su pelo rojo era tan salvaje como el fuego. Sus ojos azules me miraban con enfado, haciéndome sentir aún más pequeña de lo que era.

Todavía me dolía el estómago y la espalda por las grandes heridas que se me infligieron ayer. Por alguna razón, fue peor que la vez anterior. Siempre era horrible, pero me había lastimado con mucha más pasión que nunca. Todavía estaba acurrucada en el baño, demasiado asustada para salir. Había cogido algunos de mis cuentos de hadas favoritos para que me hicieran compañía y me ayudaran a olvidar el dolor en mi cuerpo. De repente, la puerta se abrió de golpe y su rostro enfadado fue todo lo que pude ver.

Sus largos dedos agarraron mi libro; sus uñas destrozaron la carne en mis manos cuando me lo quitó. Retrocedí horrorizada cuando empezó a rasgar las páginas. Estaba gritando algo que no pude entender del todo.

—¡No, mamá! —grité—. ¡Por favor, no, mío! ¡Para!

Levanté una mano para tratar de detenerla. Ella frunció el ceño ante esta acción y me pateó con fuerza. Su pie me golpeó en el estómago y lloré. Envió otra patada y luego otra mientras yo seguía llorando.

—¡Estúpida malnacida! ¡Ojalá nunca te hubiera tenido! —ella gritó—. ¡Ojalá no tuviera que cuidarte! ¡Ojalá estuvieras muerta!

De repente, su mano me abofeteó. Me caí y golpeé el costado de mi cara con la bañera. Las lágrimas nublaron mi visión cuando ella se sentó encima de mí. Los nudillos fueron arrojados a mi cara. Entonces sentí que sus manos rodeaban mi garganta y no podía respirar. La miré con los ojos muy abiertos mientras mis piernas se sacudían bajo su peso. Sus cejas estaban muy fruncidas y sus ojos muy estrechos. Estaba gritando. No hubo palabras. Solo hubo largos chillidos de ira. La neblina entró en mi mente y sentí que daba paso a la oscuridad en la que mamá me empujaba.

—¡Hey, hey, hey! —manos suaves me sacudieron los hombros.

No pude soltar un grito, pero lo intenté. Enloquecida, intenté arrojar mi cuerpo, pero las manos me mantuvieron en su lugar. Me recordó a las veces que me golpeaban. No quería eso. No quería que me cortaran. No quería que me quemaran.

—Lisa, Lisa, bebé, está bien, estás a salvo —la voz interrumpió una vez más mi desesperación.

Mis ojos se centraron en la cara sobre mí. Los ojos divertidos y solitarios y el cabello oscuro me dijeron al instante a quién pertenecía el rostro. Mi padre. Y eso significaba que estaba a salvo. Dejé de dar vueltas. Me dolía el pecho con la respiración agitada y el corazón me latía tan fuerte que podía escucharlo en mis oídos. Mi boca se cerró, no tratando de gritar más. Las lágrimas seguían cayendo, pero ya no estaba sollozando. Simplemente me quedé mirando. Sus ojos estaban llenos de terror y su boca estaba torcida por la preocupación. Estaba arrodillado sobre el colchón a mi lado y sus manos aún estaban sobre mis hombros.

—No pasa nada —su voz era suave y sus pulgares limpiaron las lágrimas de mi cara—. Estás a salvo conmigo, ¿de acuerdo? Asiente si lo entiendes.

Asentí un poco.

—Bien —suspiró aliviado, sus hombros se relajaron—. Señor, sabes cómo aterrorizar a alguien con una persona tan pequeña.

Miré hacia el techo, más allá de su cara.

Él frunció los labios.

—¿Estabas soñando con tu madre?

Parpadeé y él tomó eso como un sí. La cara de Tony ardía de ira mientras miraba la pared. No dijo nada. Lentamente, mi mano tocó su hombro. Me miró, ligeramente curioso por lo que estaba a punto de hacer. Puse mis dos manos vendadas en su rostro antes de tratar de sacar sus cejas de su ceño fruncido y estirar sus labios en una sonrisa. Se rió entre dientes cuando se dio cuenta de lo que estaba tratando de hacer. Sonriendo un poco, bajé mis brazos hacia mi pecho dolorido.

Hizo una pausa antes de preguntar vacilante:

—¿Puedo abrazarte de nuevo?

Lo miré sorprendido.

¿Quería abrazarme? La única vez que fui abrazada fue cuando él me llevó del hospital a esta casa, y pensé que era solo porque tenía que hacerlo. Perol estaba preguntando y yo quería que lo hiciera. Asentí y levanté mis brazos. Con mucho cuidado, colocó sus manos debajo de mis bracitos y me sacó de las mantas. Me recostó contra su pecho y mis brazos se envolvieron alrededor de su cuello. Me tranquilicé en su abrazo. Me frotó ligeramente la espalda en un esfuerzo por calmarme y no lastimar mi piel herida.

De repente, se echó hacia atrás y me dio una mirada graciosa.

—Tenemos que buscarte ropa. O sea, la bata de hospital está de moda, pero no es mi look favorito.

Me miré y vi que tenía razón. Aún la llevaba puesto. Se levantó de la cama y miró a su alrededor. Pateó las cajas y montones de cosas por un tiempo, tratando de encontrar ropa. Descubrimos que Jarvis no podía comprarme ropa nueva porque no estaba al tanto de mi talla y no quería comprar nada demasiado grande. Nos miramos con un ceño fruncido muy similar.

—Ah —dijo, entrando en mi somnolencia.

Tony me sacó de la habitación rosa y cruzó directamente el pasillo hacia lo que supuse que era su dormitorio. Me llevó a su vestidor y sacó una camiseta grande de uno de los cajones. Luego me la enseñó, a lo que asentí con aprobación. Pronto quedé vestida con el suave material. Era grande y genial y me encantó al instante.

—Eso está mejor —intentó alisar mi cabello salvaje, pero no sirvió de mucho—. ¿Y ahora qué?

Todavía estaba exhausta, pero lo último que quería hacer era quedarme dormida para ver a mamá. Después de que Tony me hiciera unas cincuenta preguntas a las que sacudí la cabeza, finalmente asentí ante la idea de que bajáramos y encendiéramos la televisión. Hizo clic en algunos botones del control remoto y pronto la pantalla parpadeó. Recordando las cámaras de antes, aparté mi rostro y su mano tocó la parte posterior de mi cabeza. Se sentó en el sofá y luego me acomodó en su regazo, poniendo mis piernas a cada lado de él. Sus brazos se doblaron alrededor de mi espalda baja, actuando como una barrera para el mundo exterior. Me acurruqué en su pecho, descansando la parte superior de mi cabeza justo debajo de su barbilla mientras descansaba su mejilla contra mi pelo.

Fue su respiración tranquila la que me devolvió a un sueño sin pesadillas.

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