21.

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Advertencias: fic de época con muchas atribuciones. YoonSeok como pareja principal, pero al ser un fic harem, también existirán otras interacciones. Drama y fluff.

GENTE

la vdd mientras les resubía todos los fics, estuve avanzando mucho en jewel. planeaba subirles todo con semanas de separación, pero la veRDAD ES QUE NO PUEDOoOoOoOoOoOoOoO

es k la verdad la historia está tan buena que necESITO COMPARTIRLA JASCBFHABHBFHBHAB

así que eso. ahora trataré de aguantarme al menos dos semanas para subirles otro capítulo JAJAJAJ

Sus ojos se sentían como bloques pesados.

Trató de levantar su mano, sin embargo, la sensación pareció expandirse por todo su cuerpo en menos de un segundo. Emitió un gemido ronco y su boca estaba seca, con la lengua pegada al paladar.

Sólo recién pudo abrir sus ojos, pero observó el blanco del cielo. Tardó unos largos y dolorosos segundos en darse cuenta de que era un techo.

―Shhh, shhh...

El murmullo, a un lado suyo, le hizo mover su cabeza, sin embargo, el dolor pareció estallar en ese momento. En su rostro, en sus manos y en sus piernas. Soltó un nuevo gemido a través de sus labios secos.

―Necesita un poco de láudano para tolerar el dolor ―habló otra voz.

Pudo observar, entonces, que era Yoongi el que le había chitado para calmarlo. El Príncipe se veía pálido y demacrado, con grandes ojeras en su rostro, como si no hubiera dormido por horas. O días, quizás. En sus manos, sostenía una copa y la acomodó en sus labios, ayudándolo a elevarle la cabeza lentamente. El dulce sabor estalló en su boca y sirvió un poco para aliviar la desesperada sed que inundaba su garganta.

Yoongi pareció adivinarlo. Una vez terminó de beberlo, extendió su mano y agarró otra copa, dándole de beber agua ahora. Hoseok sentía que podía llorar por la sensación de bálsamo que apareció.

―Shhh, calmo, calmo ―susurró Yoongi, ayudándolo a recostarse otra vez en las suaves almohadas―, tranquilo, amor, te traerán algo de comer ahora, debes estar hambriento...

No tanto. Hoseok cerró sus ojos otra vez, sintiendo cómo el cuerpo parecía dormirse y el dolor aminoraba un poco. Era como si su piel ardiera y punzara, con miles de agujas enterrándose en distintas zonas de su cuerpo.

Sin embargo, la tranquilidad poco duró: de pronto, a su cabeza llegaron duros recuerdos de lo que había pasado. ¿Fue la noche anterior, acaso? Él fue a la cocina por agua, pero de pronto, llegaron unos asaltantes y había fuego en su casa. Fuego. Enormes llamas comiéndose todo a su paso.

Emitió un nuevo gemido y Yoongi se apresuró en calmarlo.

―No, calma, mi bebé ―le pidió el Príncipe―, calma, por favor. No te alteres...

―Yo-Yoongi... ―barboteó, y su voz fue apenas un farfullo ahogado y débil.

―Estoy aquí, no te preocupes ―Yoongi se veía muy aliviado, a pesar de todo―, estoy aquí y voy a cuidarte día y noche, mi vida. Ahora, por favor, tranquilízate un poco, no quiero que te alteres.

Hoseok quería ser capaz de seguir sus órdenes, pero fue como si los nervios atenazaran su estómago, fueran pinzas apretando su vientre y lo estrujaran, provocando que su corazón siguiera latiendo acelerado.

―¿Qué...? ―farfulló, y no pudo decir nada más, porque era como si su voz se ahogara en su garganta.

―Hubo un incendio ―dijo Yoongi―, pero tú estás bien y eso es lo importante. Gracias a los dioses estás bien ―pudo ver los ojos llenos de lágrimas de su prometido―, pensé que morirías, mi amor.

¿Morir? Hoseok también lo creyó antes de perder el conocimiento. Sin embargo, la idea de seguir vivo no le tranquilizó un poco, porque estaba en la enfermería y eso significaba que estaba herido. Y, por lo que podía intuir, más que herido. Quemado. Quemado por completo.

Yoongi le acarició la mejilla superficialmente, limpiando el rastro de lágrimas que empezó a derramar. Sintió la tela suave en su piel, y ahora sus ojos pudieron ver sus brazos también cubiertos de vendas, incluso sus manos. De seguro, bajo la manta que le cubría, había más y más telas envolviendo sus extremidades.

Pero eso no era todo. No sólo fue quemado, sino también golpeado. Y... y...

―¿Hye...? ¿Young...?

―Shhh, no quiero alterarte ―le dijo Yoongi, dulce y amable―, por favor, duerme otra vez. Te despertaré cuando llegue la comida.

Hoseok quiso protestar, sin embargo, el láudano hizo efecto más rápido de lo que pensaba. A los pocos segundos, sus párpados se cerraron casi en automático y el sueño se lo llevó.

Despertó, supuso, horas después. El cuarto se encontraba a oscuras en su mayoría, a excepción de las velas que seguían prendidas, y gracias a ellas pudo ver a Yoongi dormido en una silla, a pocos metros de él.

Todavía sentía el cuerpo adormecido y, quizás por eso, encontró fuerzas para enderezarse. La manta se deslizó más abajo, y notó entonces que estaba casi desnudo por completo, sólo llevaba ropa interior y grandes vendajes le cubrían la cintura. Con esfuerzo, echó la manta hacia atrás y contempló otras vendas alrededor de sus muslos, piernas y pies. Santos dioses.

Tuvo que haber emitido un gemido, porque de pronto, Yoongi estaba despierto, sobresaltado un instante antes de enfocar su vista en él. Al verlo, su expresión se suavizó y se le acercó.

―Recuéstate ―le pidió, aunque le empujó con suavidad para que se acostara en las almohadas.

―Yo-Yoongi... ―volvió a insistir.

―Primero, la comida ―dijo el mayor, y encendió una nueva vela en la mesita a un costado. Pudo notar el plato con frutas, y su estómago gruñó en señal de hambre. Yoongi agarró un trozo de manzana cocida y la llevó a su boca―. Sorbe primero, luego traga.

Hoseok obedeció, con la canela suave inundando su paladar. Masticó el primer trozo antes de tragarlo, y pronto tenía otro en la boca. Probar el jugo de la manzana era... era casi una bendición.

―Tengo que limpiarte las heridas y aplicarte crema ―le dijo Yoongi, dulce―, te daré más láudano para que no sientas dolor, amor mío.

Pero Hoseok negó con la cabeza, cansado y con la cabeza palpitando. No, no quería seguir durmiendo. Él necesitaba ahora algo más que los sueños.

―No quiero provocarte dolor ―insistió el príncipe.

Volvió a sacudir la cabeza en negación. Además, él quería verse. Quería ver el grado de sus quemaduras y así poder saber cómo estaba. Tal vez no era tan catastrófico, decía una parte lógica de él, pero la zona sentimental se hallaba en pánico por el estado de su cuerpo. ¿Y si las quemaduras habían sido tan graves que le iban a quedar cicatrices para siempre? ¿Si ahora todo su cuerpo había sido marcado? Todos sus sueños...

Yoongi pareció pensarlo bien, pero al final, terminó por ceder. Le puso un par de almohadas más en su espalda para enderezarlo un poco antes de moverse por el cuarto, agarrando nuevas vendas, un par de vasijas y algodón.

―La crema es de arcilla, árbol del té y lavanda ―le explicó Yoongi―, tus quemaduras... no fueron tan graves. El doctor dijo que la mayoría no llegaron a quemarte todas las capas de la piel, lo que fue una fortuna ―lo vio tratando de sonreír, pero los labios de su prometido sólo hicieron una mueca―. Lograron... lograron sacarte a tiempo antes de que el fuego te hiciera más daño, mi vida.

―Quién ―barboteó Hoseok, observando mientras Yoongi se le acercaba con un paño húmedo y comenzaba a acariciar los vendajes para quitárselos con mayor facilidad, evitando que quedaran pegados en sus heridas.

En ese momento, al sentir la tela con sus sentidos más despiertos, fue que se dio cuenta de que no cubrían sólo sus mejillas, sino también su frente, nariz y barbilla.

Santos dioses, ¿acaso estaba envuelto en telas y más tela? Y si se había quemado la cara... ¿qué había pasado con su cabello?

Su precioso cabello...

Quiso levantar su mano para poder tocarse, pero Yoongi se dio cuenta enseguida, y le agarró de los dedos con amabilidad.

―No, Seok ―le dijo, dulce aunque firme―, te traeré un espejo, ¿está bien? Si es lo que tanto quieres... ―le apretó la mano con cariño―, pero primero, deja que te cuide las heridas.

Pronto, con las vendas húmedas, Yoongi comenzó a quitárselas con cuidado y lentitud. Éstas no tardaron en caer. Ahora podía sentir mejor sus labios, moviéndolos con mayor facilidad, y los lamió para poder humedecerlos y que no se sintieran tan quebrados.

―¿Cómo... cómo salí...? ―volvió a insistir en su pregunta.

―Fue Wheein ―dijo Yoongi, agarrando unos algodones con unas pinzas que se encontraban en la mesita a su lado, y untándolos en una de las vasijas. Se dio cuenta de que contenía un líquido blanco que se parecía a la leche. Quizás lo era―, ella... ella te encontró en tu cuarto, inconsciente, y te arrastró hacia la puerta de la cocina. Por eso tienes estas quemaduras.

Una pequeña gota de alivio se extendió por su cuerpo al saber que estaba herido por el hecho de que lo sacaron, y no porque las llamas lo envolvieron. Si hubiera sido eso último, las quemaduras habrían sido más graves de lo que esperaba.

―¿Ella...?

―Ella está bien ―con los ojos concentrados, Yoongi limpió sus heridas con la leche, que provocaron una leve sensación de frescor en ella―. Está en otra habitación siendo atendida, Hoba. También tuvo muchas quemaduras al tratar de sacarte.

―¿Cuánto lle-llevo dormido? ―preguntó Hoseok, cerrando sus ojos para tratar de aguantar el dolor del húmedo algodón limpiando su piel.

―Casi tres días ―susurró Yoongi―, pero porque te llenamos de láudano las primeras horas. Era la única forma de tratarte las heridas sin provocarte demasiado dolor.

Yoongi no tardó en limpiar sus heridas, dejando las vendas usadas y los algodones húmedos al borde de la cama.

El mayor pronto agarró la otra vasija, que contenía una crema de un blanco casi desvanecido. Debía ser la crema para las quemaduras.

―Te alimentamos sólo con agua y leche ―continuó Yoongi, ungiendo sus dedos en la crema―, y el doctor incluso insistió en darte más láudano para calmar tu dolor, pero no creo que eso te hiciera demasiado bien, amor ―comenzó a expandir la crema por el rostro de Hoseok, que emitió un gemido de dolor. Fue una frescura momentánea que pronto dio paso al ardor, y tuvo que morder su labio inferior para no gritar―. Perdón, Hobi, ¿seguro que no quieres...?

―No ―sollozó Hoseok, estremeciéndose por las corrientes de sufrimiento que recorrieron su cuerpo―, no, no.

Yoongi no parecía del todo convencido, pero le continuó aplicando la crema, y luego de varios minutos, Hoseok estaba llorando a lágrima viva, temblando e hipando por el dolor. Quería frotar sus ojos para espantar el llanto, sin embargo, logró pensarlo mejor y convencerse de que eso sólo empeoraría la situación. En especial porque había sentido los dedos de Yoongi en sus pómulos, un poco cerca de sus pestañas inferiores.

―¿Seguro que quieres verte? ―preguntó Yoongi.

―Sí ―escupió Hoseok apenas, sorbiendo por su nariz.

Escuchó su suspiro y lo vio moverse por el cuarto de la enfermería, hasta que agarró un espejo y lo acercó, a pesar de que no se lo entregó en un inicio.

―Wheein tuvo que arrastrarte por los pies ―explicó Yoongi―, porque no podía llevarte en la espalda por tu peso. Cuando llegamos, ella estaba apagando las llamas de tu ropa.

Su ropa. Hoseok había estado vistiendo un simple camisón porque estuvo durmiendo cuando ocurrió todo.

Yoongi le entregó el espejo y Hoseok lo agarró del mango.

Su bonito rostro, que sólo una semana atrás estaba limpio y sin ninguna herida, ahora estaba marcado en rojo. La mejilla derecha era la más quemada, notó, con un enorme enrojecimiento que llegaba hasta su barbilla, y se dio cuenta también de que había algunas ampollas allí. La visión casi le hizo vomitar.

Su mejilla izquierda tenía una marca más pequeña, como si fuera el enrojecimiento de una bofetada. Sin embargo, eso no fue lo que hizo caer su corazón al suelo, sino ver que su cabello, su bonito cabello que se estaba dejando crecer...

De seguro se había quemado y, por lo mismo, tomaron la decisión de cortárselo. La mayoría de los flecos que normalmente le cubrían la frente desaparecieron, dejando sólo unos pocos que apenas enmarcaban su rostro, y el resto de cabello que, por lo normal era ligeramente ondulado, tampoco estaba. Ahora era cabello corto y cortado en mechones desordenados.

Hoseok había pensado llegar a su boda con el cabello lo suficientemente largo para poder usar algún hermoso broche que se lo recogiera en un elaborado peinado, pero ahora, esa idea quedó destruida por completo.

Le devolvió el espejo a Yoongi sin decir nada. Sentía que, si abría la boca, iba a romper en llanto.

―Sigues hermoso ―le dijo Yoongi, dejando el espejo sobre la mesita―, tan hermoso como el día en que te vi por primera vez, Hoseok.

Sorbió por su nariz, destrozado, pensando que su rostro sólo era parte de su cuerpo. El resto, sus brazos, sus piernas... Debían estar igual o peor. Si tenía suerte, la suerte suficiente, puede que no quedara alguna cicatriz visible.

―Hoba...

―Lo hicieron adrede ―hipó Hoseok de pronto, con su cabeza mareada―, todo esto, fue... fue adrede.

Pudo observar la manera en que la expresión de Yoongi se endureció, con sus ojos refulgiendo en ira.

―Sí ―confirmó el príncipe, y esa palabra le provocó un poco de alivio―. Seokjin y Namjoon están dirigiendo la investigación. Esto fue intencional, Hoseok, y las personas involucradas, van a pagar con su vida.

Hoseok quería ser capaz de decir que fue el Sumo Sacerdote, que de seguro sentía rencor porque su hija no había sido elegida. O que fue Tzuyu, enfurecida por haber sido relegada a una segunda posición. O Sojung, que ni siquiera fue elegida. O quizás fue Sora, expulsada del harem. O... o...

O alguna familia aristócrata que no quedó satisfecha con la elección de Hoseok como Emperatriz.

Santos dioses, pudo haber sido cualquiera.

Apretó sus manos en puños, con el corazón roto y el dolor pujando otra vez. Qué gran crueldad cometieron con él, cuando no les había hecho nada a la mayoría de esas personas. Quizás de Tzuyu lo podría entender, pero del resto, el haber sido agredido de esa forma, queriendo quemarlo por completo, incendiando su casa...

Ese pensamiento lo golpeó ahora con más fuerza.

―Mi familia ―barboteó, y Yoongi se puso de pie―. Mis padres, mi hermana...

―Láudano ―habló Yoongi, firme―, bebe un poco. Necesito revisar el resto de tus heridas.

―No ―Hoseok quiso moverse, pero corrientes de ardor recorrieron sus piernas cuando trató de bajarse―, Yoongi, mis padres, Dawon... Hyerin, Sehun, Youngwoon...

―Necesitas dormir, Hoseok ―la voz de Yoongi no admitía réplica y eso sólo le confirmaba una horrible verdad.

―No ―repitió, y ahora volvía a llorar, ya sin importarle si sus lágrimas le provocaban más sufrimiento al humedecer sus heridas―, no, ellos no... ellos no pueden...

Pero Yoongi sólo le observó, con los ojos cubiertos de dolor, y eso significaba una sola cosa. Una cosa terrible y dolorosa.

Sus palabras se ahogaron en su garganta y sólo escaparon de su boca balbuceos incomprensibles. Yoongi agarró una nueva copa y Hoseok ni siquiera puso resistencia alguna para beber el dulce líquido que le enviaría al mundo de los sueños.

Quizás, allí, esa pesadilla terminaría para siempre.

Yoongi contempló en silencio el rostro de Hoseok, que seguía durmiendo como un bebé en la cama, ajeno al desastre que era el palacio en ese momento. Quizás era lo mejor, pensó, mantener a su prometido lejos de la situación en aquel lugar. Ahora, de lo único que debía preocuparse Hoseok era de que sus heridas sanaran, de nada más.

Sintió la puerta de la enfermería abrirse, pero no se volteó a saludar a quien fuera que hubiera entrado.

―Deberías ir a dormir, Yoongi.

La voz de su padre no le hizo moverse. Yoongi poseía un miedo irracional en aquel momento: desviar sus ojos y que Hoseok, de pronto, perdiera la vida. No, mientras observara siempre a su chico, nada malo le pasaría.

―Hoseok me necesita ―fue lo único que respondió.

Ni siquiera quería pensar en cómo le encontraron esa horrible noche. Yoongi, al enterarse del incendio, salió corriendo sin detenerse hacia los establos, agarró su caballo y fue hacia el hogar de Hoseok. Su corazón latía sin control alguno, con el miedo haciendo estragos en su estómago, y estaba rezándole a los dioses que no fuera nada grave, que fuera sólo el principio de un incendio.

No fue así. Cuando llegó, más de la mitad de la casa estaba en llamas y algo en él se quebró, pensando que ya era tarde. Que Hoseok pereció en el incendio y lo había perdido, se había ido de ese mundo, y todo por culpa suya, por...

Fue cuando vio, a pocos metros de la entrada principal, envuelta en llamas, a una de las doncellas de Hoseok. Se encontraba arrodillada, apenas vistiendo un camisón sucio y roto, y con un cuerpo a su lado.

Corrió hacia ella y ahí contempló el rostro inconsciente y enrojecido de Hoseok. Actuó groseramente, lo sabía, porque empujó lejos a la doncella y se arrodilló, buscándole el pulso a su chico. Una vez lo encontró y sintió los latidos, el alma volvió a su cuerpo.

―¡Un doctor! ―gritó, volteándose y viendo llegar al resto de soldados―. ¡Necesito un maldito doctor!

Namjoon y Seokjin aparecieron y entre los dos se llevaron a Hoseok lo más rápido que pudieron para tratar pronto sus heridas. Yoongi se giró hacia la doncella, que sólo lloraba y gemía, y fue que notó las quemaduras en su cuerpo. Sin embargo, tenía un asunto más importante qué resolver.

―¿Qué fue lo que pasó?

Wheein habló entre sollozos de dolor, pero le contó todo antes de caer desmayada por las quemaduras.

La chica había estado durmiendo en una habitación aparte, ya que Hyerin, su compañera, era la encargada de pasar esa noche con Hoseok. Le contó que se fueron a dormir temprano, pero un repentino ruido la despertó, y se asomó a través de la puerta para ver a Hoseok salir de su cuarto en dirección a la cocina. Pensó en ir tras él, sin embargo, en ese instante, vio una sombra cruzar el pasillo, saliendo del cuarto de los padres de Hoseok. Wheein, asustada y temerosa, se escondió en el armario.

Tal vez fue eso lo que la salvó. Los ladrones (pensó en un inicio que lo eran) no la vieron y, por lo mismo, no la atacaron. Wheein sólo salió del armario cuando sintió el humo y el sonido de las llamas, seguido de los gritos de Hoseok, que había tratado de escapar por la ventana.

―Quise... quise revisar los otros cuartos, pero ya estaban ardiendo en fuego ―sollozó ella―, e iba a buscar una salida, aunque decidí ir al cuarto del Señor, y lo vi allí, inconsciente y con un horrible golpe en la cabeza, mi Príncipe. No me podía su cuerpo como para... como para salir por la ventana, así que tuve que... que arrastrarlo hacia fuera, por eso... por eso se quemó... ―le miró con los ojos cubiertos de lágrimas―. Perdóneme, mi Príncipe, no pude protegerlo mejor, no pude...

Wheein no lo soportó más y se desmayó. Yoongi ordenó que la llevaran de regreso al palacio y la atendieran.

Algunos de sus soldados revisaron los alrededores de la casa y encontraron otro cuerpo inconsciente. Era de Dawon, la hermana de Hoseok, también con quemaduras y un horrible golpe en la cabeza. No tardaron en enviarla al palacio.

Las llamas recién se apagaron al amanecer y pudieron entrar a revisar la casa cerca del mediodía, cuando ya no había peligro de un rebrote. Fue que encontraron los cuerpos.

Por las vestimentas, identificó a los guardias personales de Hoseok y a los que dejó apostados, además, para cuidar a su prometido. Cinco en total, todos muertos. Eso le hizo pensar que el grupo que entró debía ser bastante grande porque, además, había otros cuatro muertos que eran desconocidos.

También encontraron el cuerpo de la doncella, Hyerin. Y, en sus habitaciones, el matrimonio Jung, todavía en la cama. Yoongi esperaba, y rezaba, que estuvieran inconscientes al momento del incendio, ya que pudo adivinar que esas fueron las intenciones. Namjoon lo dedujo con rapidez.

―Hoseok tenía un golpe en la cabeza, nos informó el doctor ―dijo la mano derecha de su padre―, como si le hubieran golpeado con una maza. Dawon también tenía un golpe. Además, con lo que dijo Wheein sobre que escuchó los gritos de Hoseok en la huerta, ¿por qué el Cortesano estaría otra vez adentro, a menos que lo hubieran dejado allí? Si fue intencionado... ―bajó su voz―, es probable que quisieran dejarlos inconscientes para hacerlo pasar por un accidente. Murieron quemados porque no se despertaron.

―Revisen los otros cadáveres ―ordenó Yoongi.

Para la noche, el doctor les informó que los padres de Hoseok, Hyerin y los guardias también tenían golpes en su cabeza, aunque estos últimos también presentaban heridas de espadas en sus cuerpos. De seguro lucharon, pero se vieron sobrepasados por los asesinos.

―Quiero que investiguen ―dijo Yoongi hacia Namjoon y Seokjin, más tarde esa noche, en la enfermería y mientras veía como vendaban a su pareja casi por completo―, y encuentren a los responsables. Quiero a esos bastardos ante mí lo antes posible para que paguen lo que hicieron.

Todavía no recibía una visita de ambos, pero Yoongi sabía que se estaban moviendo lo más rápido posible para obtener alguna respuesta.

Su padre no respondió enseguida, sin embargo, el príncipe no le tomó importancia. Su prioridad era Hoseok en ese momento.

―Lo que ocurrió fue un atentado ―señaló Jongshin.

Yoongi hizo un leve mohín.

―Sí ―el rostro de Hoseok ya no estaba cubierto de vendas, a diferencia del resto de su cuerpo, y es que el doctor les indicó que la piel de su carita estaba sanando mucho más rápido, pues no resultó tan quemado allí. Aunque eso no quitaba que siguiera muy herido, especialmente por esas ampollas que debían provocarle mucho dolor―, la persona que haya sido pagará con su vida.

―Es lo que corresponde ―apoyó su padre―, pero no debes martirizarte, Yoongi. No podías saber...

―Me martirizo por hacerte caso ―escupió Yoongi, sin importarle si estaba siendo grosero con el Emperador―, porque no tuve que haberlo hecho. Fue tu idea que enviara a Hoseok con sus padres, lo que lo dejó vulnerable, y yo te di la razón, cuando no estaba de acuerdo.

―Ten cuidado con tus palabras.

Soltó una risa sarcástica, incapaz de controlarse bien. La ira y rabia bullía en su interior como un volcán a punto de explotar.

―El lugar de Hoseok es a mi lado ―continuó Yoongi―, siempre lo supe, pero tú querías sacarme esa idea de la cabeza. Todo por mi deber ―le dirigió una mirada furiosa―, pero mi primer deber es con mi esposo, con mi Emperatriz. Y le fallé, todo por hacerte caso a ti.

―Basta, Yoongi.

El heredero volteó su vista hacia Hoseok.

―Espero que no estés involucrado en lo que ocurrió ―dijo en voz baja, pero lo suficientemente fuerte como para que escuchara―, porque si es así, padre, prometo matarte.

―¡¿Te estás escuchando?! ―gritó el Emperaodr, exaltado―. ¡¿Cómo me puedes acusar de esto?!

―¿No lo amenazaste, padre? ―una sonrisa cínica curvó los labios de Yoongi, y vio al hombre congelarse―. Sí, lo averigüé muy bien. Hoseok no me lo dijo, pero tengo mis propios métodos para averiguar lo que ocurre en este palacio, y sé que lo amenazaste por hacer valer su dignidad. ¿Y qué tal si simplemente Hoseok te hartó y lo mandaste a matar?

Jongshin tenía una clara expresión de no poder creer lo que estaba escuchando, sin embargo, a Yoongi no podía importarle menos. Esos días, en medio de su dolor y temor, había investigado un montón de cosas para tratar de encontrar al culpable, y pronto supo lo que se conversó semanas atrás, cuando su padre y Hoseok desayunaron juntos.

―Como sigas así ―espetó Jongshin―, sólo me terminarás probando que este chico es tu perdición. Y quizás la perdición del...

―¿Yo-Yoongi?

Lo que fuera a decir su padre quedó en el olvido, porque el susurro bajo y tembloroso de Hoseok se escuchó, y Yoongi se movió con rapidez hacia la cama, suavizando su expresión.

Hoseok tenía los ojos entreabiertos, se veía muy aturdido y adolorido. Jongshin observó la manera en que Yoongi se inclinaba, sonriendo con cariño y ternura.

―¿Sí, mi amor? ―le murmuró, dedicado absolutamente a él―. ¿Sientes dolor? Puedes seguir durmiendo...

―... no ―barboteó Hoseok―, estaba... estaba teniendo una pesadilla...

―Tranquilo, mi Joya más preciosa, estoy aquí, a tu lado.

―¿Pu-puedes recitarme un poema? ―le escuchó sollozar―. De... de seguro se quemaron...

―Mmm... ―Yoongi se acomodó a su lado, agarrándole la mano e inclinándose a darle un beso en la punta de su nariz―. Este es uno nuevo, para ti, y luego te lo escribiré junto a los otros ―se aclaró la garganta, y sin importarle si su padre estaba escuchando, le recitó―. Mi corona de oro, mi abrigo en los inviernos más duros, tu voz dulce es música para mis oídos, y tu belleza ilumina mis caminos ―otro nuevo beso en la nariz y vio la sonrisa temblorosa en su rostro―. Mi amor de ojos dulces, mi Emperatriz de cabellos preciosos, me conviertes en tu esclavo con una sonrisa, y postro mi corazón a tus pies...

Con la grave voz de Yoongi, Hoseok volvió a cerrar sus ojos y el sueño hizo acción otra vez. A pesar de sus heridas, seguía viéndose como un ángel al dormir.

Jongshin ya lo tenía más que claro en ese momento: aunque lo quisiera e intentara, ya no podía separar a Hoseok de Yoongi. Su hijo estaba absoluta e irremediablemente enamorado de él, y cualquier intento de separación iba a provocar un desastre.

Entonces, sólo tenía una solución posible que pronto tendría que llevar a cabo.

Luego de cinco días, le bajaron la dosis de láudano y Hoseok podía acomodarse mejor en la cama, contemplando largamente las quemaduras en su piel.

En su brazo izquierdo estaba la peor, con una enorme marca roja que le marcaba casi desde el hombro hasta los dedos, cubierto de ampollas que amenazaban con romperse en cualquier momento.

―Es lo que debemos evitar, Cortesano ―le explicó el doctor―, no debe romper las ampollas porque puede generar una infección y dejar una cicatriz más fea.

En las piernas poseía sólo quemaduras ligeras y enrojecidas que sanarían pronto, ya que fue por allí que Wheein le agarró para sacarlo. Aunque en el muslo derecho poseía unas quemaduras más fuertes, pero pequeñas también, que tenían sus propias ampollas. En el pecho y espalda también poseía algunas marcas superficiales.

―¿Mi rostro quedará marcado? ―susurró.

El doctor lo pensó un largo momento.

―Si lo cuidamos bien, puede que no ―le afirmó―, es una zona delicada, pero con los cuidados adecuados, sanará bien.

―Pero...

―No debes preocuparte ―intervino Yoongi, a su lado―. Con o sin cicatriz, nuestro matrimonio seguirá adelante ―le besó los dedos de las manos, cariñoso―. No tienes nada de qué avergonzarte, amor mío, porque has sido muy valiente estos días.

Hoseok sintió su labio temblar, pero trató de aguantar las nuevas lágrimas que pujaban por salir de sus ojos. Los días anteriores habían sido de los más horribles en su vida, pues no pudo asistir a los funerales y entierro de sus padres, ni de Hyerin, Youngwoon y Sehun. Una vez pudiera salir de allí, les iría a dejar flores a sus tumbas, a pesar de que eso le destrozara el corazón.

―Nos encargaremos de las familias de Hyerin, Youngwoon y Sehun ―le había prometido Yoongi―, ellos murieron defendiéndote y, por lo mismo, sus esfuerzos deben ser recompensados.

Quería ser capaz de decir que los días se hacían menos difíciles, pero no era tan sencillo. Se moría por ver a Dawon y Wheein, sin embargo, tenía prohibidas las visitas hasta que no se recuperara por completo. Yoongi estaba en una modalidad sobreprotectora, y no parecía dispuesto a dejarlo a solas tanto tiempo. Cuando Hoseok le dijo que podía irse a dormir a su cuarto, Yoongi sacudió la cabeza en una negación furiosa.

―No me lo perdonaré si algo vuelve a pasarte ―le dijo.

Aunque fue una fortuna que Seokjin apareciera en ese momento, porque Hoseok estaba a segundos de lanzarle algo a Yoongi.

―¿Cómo estás, Hoseok? ―preguntó el guardia, sonriendo con amabilidad.

―Adolorido ―respondió Hoseok, pues le acababan de aplicar nueva crema en sus heridas―, pero ¿podrías llevarte a Yoongi para que descanse?

―Como...

―No te preocupes ―Jin agarró el hombro de Yoongi―, yo me encargo. Traje conmigo a Yoorim para que cuide de ti.

Hoseok sintió un poco de alivio al ver que Jin fue capaz de sacar a Yoongi allí, casi a la fuerza y a regañadientes, y su guardia personal entró. La chica se le acercó, agarrándole la mano para darle un beso allí antes de llevársela a la frente.

―Mi Emperatriz ―susurró Yoorim, feroz―, no tiene nada de qué preocuparse. Cuidaré de usted con mi vida, así como hicieron mis compañeros.

―Yoorim ―Hoseok sonrió con cierto dolor―, gracias por estar aquí. Necesitaba ver una cara amiga luego de tanto ―una pequeña pausa―. ¿Tienes noticias para mí?

―El harem ha estado alterado ―dijo ella―, algunas concubinas hicieron correr el rumor de que había fallecido por sus heridas.

―Vaya ―el muchacho humedeció sus labios―. Supongo que hubo celebraciones.

Una sonrisa sin humor curvó la boca de Yoorim. Hoseok apreció que era una muchacha muy hermosa, y se preguntó los motivos que tuvo para ingresar al ejército.

―No en público, por supuesto ―admitió Yoorim―, pero sé que Tzuyu hizo una pequeña fiesta privada. Aunque poco le duró la felicidad cuando se enteró de que seguía con vida.

Hoseok escuchó dicha noticia en imperturbable silencio, sin sentirse un poco sorprendido o molesto por las acciones de la chica. Pobre, pobre Tzuyu... Enterrándose antes de tiempo con su actitud.

Mientras tanto, caminando a través de los pasillos, Seokjin iba todavía arrastrando de Yoongi, que cada tanto miraba hacia atrás, como queriendo volver a la enfermería.

―Relájate un poco ―le dijo Jin, y Yoongi lo miró groseramente―, Hoseok estará bien. No sólo Yoorim custodia la enfermería, también dejamos otros tres guardias allí.

―No es suficiente...

―Escúchame, Yoongi ―el soldado le soltó y no tuvo más remedio que seguirlo―, con Namjoon hemos encontrado un par de cosas, por si quieres escucharlas.

Eso fue lo que necesitó para alcanzarle el paso, con la imperiosa necesidad de saber qué noticias le tenía su mejor amigo respecto al desarrollo de la investigación.

―A pesar de que los cuerpos desconocidos se encontraban en un terrible estado, algunos todavía conservaban retazos de ropas y, más importante aún... algunos tatuajes.

―Tatuajes ―repitió Yoongi.

―Tres de los cuatro muertos tenían el mismo tatuaje, en distintas partes de sus cuerpos. Quizás el cuarto también lo poseía, pero debido a que estaba calcinado, no pudimos descubrir en qué zona ―Jin, de uno de sus bolsillos, sacó un enrollado trozo de papel y lo abrió, mostrándoselo a Yoongi. Una serpiente enroscada alrededor de una cuchilla había sido coloreada con tinta―. Este era el tatuaje.

Yoongi lo reconoció luego de pensarlo largamente unos segundos. Lo había visto antes, claro que sí, porque a veces hacían campañas de guerra y para tener más hombres bajo sus servicios, les pagaban a grupos de mercenarios para aumentar el número de sus tropas.

Aunque...

―El grupo de Shank no es una cuchilla ―dijo Yoongi―, sino una espada.

―Lo mismo debatimos con Namjoon, pero para salir de la duda, nos juntamos con Shank ―Seokjin dobló el papel, volviendo a guardarlo―. Shank estuvo reacio a darnos respuestas, sin embargo, luego de amenazarlo de que sería él el acusado por lo de Hoseok, soltó todo ―el guardia miró hacia ambos lados del pasillo―. Nos ha contado que, hace un par de meses, tuvo una especie de... revuelta dentro de su grupo, y tuvo que expulsar a varios integrantes de sus filas. Por lo que él sabía, conformaron un nuevo grupo que estaban usando ese símbolo.

―Los mercenarios no suelen cometer este tipo de acciones ―señaló Yoongi.

―No ―aceptó Jin―, sin embargo, también nos dijo que no seguían los mismos códigos, y que actuaban más como un gremio de asesinos.

Yoongi frunció el ceño. Los gremios de asesinos fueron prohibidos por su padre muchos años atrás luego de que, durante el reinado de su abuelo, hubo todo un asunto político que implicó muertes importantes de aristócratas y miembros de la familia real como una manera de hacer un golpe de Estado.

―Ya, bien ―Yoongi mordió su labio inferior―, pero eso no me dice mucho, Jin.

Lo escuchó suspirar.

―Tuvimos que exprimir más a Shank para que nos diera nombres ―dijo el más alto―. Ahora mismo, nuestro ejército se está moviendo por toda la capital para dar con los integrantes de este grupo, Yoongi, y Namjoon está a cargo de eso. De aquí a mañana, te lo prometo, tendremos al menos a varios miembros de este grupo aquí, y estoy seguro de que más que dispuestos para confesar.

Eso eran, ahora, buenas noticias. Excelentes noticias, pensaba Yoongi, porque lo que necesitaba en ese momento, era poder descargar toda su furia e ira en el rostro de los involucrados directos e indirectos de lo que había ocurrido. Iba a hacer que pagaran por haberse atrevido a tocar un solo cabello de su Joya.

La Concubina Imperial no la había dejado en paz desde hacía días.

Park Bongsun escuchó las risas cantarinas de la princesa de Tainan, luciendo tan feliz como nunca la última semana. Ella y su séquito de víboras hacían cada día, al menos, una pequeña celebración, a pesar de que el palacio entero no estuviera de fiesta. Por el contrario, la mayoría de ese lugar permanecía en silencio, casi a la espera de que algo ocurriera.

No habían tenido noticias recientes sobre el estado del prometido del Príncipe Heredero. Bongsun sabía que algunas concubinas, en especial la princesa, estaban ansiosas por escuchar sobre la muerte del futuro Consorte. La información que les llegaba era escasa y, en muchas ocasiones, incluso falsa o totalmente exagerada. El primer día, incluso una Matrona llegó diciendo que el prometido había muerto, y la celebración que hizo Tzuyu fue casi exagerada. Ella no podía creer como esa chica podía ser tan descarada y, además, podían permitían ese comportamiento.

De cualquier forma, más tarde la Matrona tuvo que rectificar y decir que el Consorte seguía vivo, aunque malherido. Si Bongsun no hubiera tenido tanto miedo de Tzuyu, se habría reído al ver su expresión, pero ella había aprendido que lo mejor era permanecer lejos de esa mujer, y más ahora. Si el prometido estaba en riesgo de morir, y como estaba la situación actual, no debía cruzarse en su camino, ya que ahora no contaba con la protección que le había dado antes el Consorte. Si estaba muy herido...

El Emperador había dado la orden de rezar tres veces al día por la mejora de la futura Emperatriz. En la mañana, antes del almuerzo y al anochecer, el Sumo Sacerdote las llevaba hacia el templo y rezaban en silencio, aunque Bongsun se preguntaba si el grupito de la princesa siquiera rezaría, o se quedaban en silencio, regocijándose en su felicidad. Puede que incluso estuvieran rezando por su muerte.

En ese preciso momento, se encontraban en el salón principal del concubinato. Tzuyu y su séquito estaban en la mesa central, que le correspondía a la Emperatriz, comiendo y riéndose entremedio de su conversación. Eran las únicas que metían todo el ruido en el lugar, porque la mayoría de otras concubinas eran conscientes de la situación y respetaban el dolor del Príncipe Heredero.

―Espero que pronto seas bendecida con el puesto de Consorte, Tzuyu ―escuchó decir, y Bongsun prestó más atención, aunque sin quitar su vista del plato de la comida. Por la voz, pudo adivinar que fue Sojung quien dijo eso. De seguro esa víbora deseaba eso con todas sus fuerzas, para así ser ella nombrada como Concubina Imperial.

―Lo seré ―aseguró Tzuyu, riéndose con suavidad―, el pobre prometido se encuentra tan grave, lo mejor sería acabar con su sufrimiento...

―¿Qué dice? ―Bongsun se giró para ver a su compañera, Heejin, con una expresión de sorpresa e incredulidad―. ¡Qué palabras tan horribles, Princesa! Desearle la muerte al prometido del Príncipe Heredero... ¡Si lo supiera...!

―Pero no lo sabrá ―replicó Tzuyu, despectiva―, porque si le dices, correrás el mismo destino que su prometido ―Heejin se calló, atónita―. Además, yo no le he deseado la muerte. Me refería a que, aunque sobreviviera, quedará con cicatrices. Una Emperatriz no puede tener cicatrices, eso lo sabemos todos. Lo mejor sería ahorrarle la humillación de ser expulsado del Palacio.

A las palabras de la chica le siguió un tenso silencio en el lugar. Tzuyu se había aprovechado porque la Matrona a cargo no se encontraba, ya que había salido brevemente por motivos personales. Si ella hubiera estado, las palabras de Tzuyu habrían sido replicadas por la mujer, pues Heejin tenía razón: lo que dijo fue horrible, por decir lo mínimo.

―Y tú, Bongsun ―continuó Tzuyu, impecable, y la aludida no se volteó a mirarla―, deberías empezar a hacer tus maletas. Una vez se anuncie mi compromiso con el Príncipe, voy a decirle que te expulse. Por tu culpa, Sora ya no se encuentra aquí y se convirtió en una desgracia para sus padres.

―Sora cavó su propia tumba ―murmuró Bongsun.

―Y tú cavaste la tuya poniéndote en mi contra ―replicó la princesa, y Bongsun decidió callar igual.

Lo mejor no era discutir con ella. Si le replicaba, era muy probable que ella le ordenara a alguna de sus seguidoras hacerle algo malo. A pesar de todo, Bongsun quería mantener su integridad intacta.

El resto de las horas pasaron y pronto llegó el anochecer. Para su fortuna, a Tzuyu le entregaron una habitación privada gracias al título recibido, y no dormía con ellas en el concubinato. Pronto todas estaban durmiendo, pero ella se quedó un rato contemplando el techo, pensando en las palabras de la princesa.

A esas alturas, Bongsun sabía que el Príncipe Heredero no le dirigiría una mirada ni se convertiría en su favorita. Tampoco tuvo grandes esperanzas desde que llegó, ya que era hija de un pequeño comerciante que buscó meterla al harem para tener una boca menos que alimentar. Si Tzuyu la expulsaba, su padre se iba a enfadar demasiado, y mucho más porque sería una desdicha para su familia. Si la echaban, sería difícil conseguirle un matrimonio bueno o con algún hombre decente, y ella temía sobre su futuro en ese instante.

Sin embargo, con el acercamiento del prometido Jung, pensó que su suerte podía cambiar. Con él de su lado, siendo su protegida, se quedaría en el concubinato e, incluso, con la posibilidad de servirlo. Cuando él se marchó con su familia, agarró valor y le iba a preguntar, a su regreso, si podía convertirla en una doncella para atenderlo y estar a su lado. Eso aseguraría su lugar en el palacio y, siendo aún más positiva, incluso podía contraer matrimonio con algún soldado de allí. Pero ahora...

Se removió en la colcha y se sentó, con la garganta seca por la angustia. Finalmente, luego de unos segundos, se puso de pie y agarró el vaso con la jarra de agua que poseía, dándose cuenta de que estaba vacía. Molesta, se calzó sus sandalias y salió de la enorme habitación, escuchando los ronquidos del resto de concubinas, que dormían pacíficamente.

A esas horas, los pasillos estaban vacíos, sin ningún rastro de eunucos, matronas o ayas. Uno pensaría que el lugar debía estar plagado de guardias, sin embargo, algunos sectores se dejaban sin protección al no considerarse necesario. El pabellón de la familia imperial, por supuesto, tenía decenas de soldados custodiando las habitaciones, pero otros, como ese, no eran necesarios.

Por eso, cuando escuchó unas voces repentinas, se quedó quieta antes de doblar por la esquina. Pensó en retroceder o hacer algún ruido para llamar la atención de que había alguien más, pero antes de hacer semejante tontería, reconoció una voz masculina.

―Princesa Choi...

―Me has decepcionado, Ceng.

Bongsun se dio cuenta de dos cosas en ese momento. Uno, que era Tzuyu la que estaba allí, y dos, la persona con la que hablaba provenía de su reino. De Tainan, pues ese apellido no era característico del Imperio de Shilla. Jamás lo había escuchado.

―Perdóneme, mi Princesa ―volvió a hablar el hombre, y Bongsun se asomó un poco, antes de retroceder otra vez.

Tzuyu se encontraba vestida todavía, y de pie frente a un hombre que era sostenido contra la pared por otros dos hombres, con uno de ellos presionando una daga contra su cuello. Sin embargo, lo más desconcertante de eso no era la situación, sino que esos tres hombres, tanto el agredido como los agresores... estaban vestidos con los trajes de guardias del Palacio Imperial.

Su corazón se aceleró hasta el punto en que temió que sus latidos pudieran escucharse. Presionó la palma de su mano contra su boca para así evitar hacer algún otro ruido.

―Tenías una sola misión, y las personas a las que contrataste hicieron mal su trabajo ―espetó Tzuyu―, debería matarte por esto.

―Mi Princesa...

―La instrucción era clara: el prometido Jung debía morir.

Sintió sus ojos abrirse con fuerza y estuvo a punto de soltar un grito por la impresión, sin embargo, logró controlarse a tiempo. Santos dioses, eso que estaba escuchando, lo que acababa de decir Tzuyu, ¿acaso fue ella...?

Bongsun no podía creer lo que oyó. Tzuyu atentando contra la vida del futuro Consorte, todo en beneficio suyo... Eso era traición.

―Di las instrucciones ―habló el guardia amenazado, Ceng―, pero los asesinos se encontraron con dificultades. Creían que... que habría poca protección.

―Debería matarte por esto ―repitió Tzuyu―, sin embargo, te tengo un encargo con el que podrías rectificar tu error ―Bongsun se moría por ver lo que estaba ocurriendo, aunque fue sensata y se quedó en su lugar―. Esta carta debe llegar a mi padre lo antes posible. Te juro que si fallas ―su voz se volvió helada―, haré que te desmiembren miembro por miembro, y lo den de comer a los perros.

―S-sí, mi Princesa...

Hubo ruido repentino, como si hubieran soltado al hombre. Bongsun retrocedió varios pasos ahora, y estuvo a punto de echarse a correr lejos de allí, con su cabeza siendo un desorden en ese momento.

Pero, sorprendentemente, la lógica empezó a actuar. Ni siquiera lo pensó demasiado, como si la valentía tomara las riendas de su cuerpo, y se apresuró en recoger tierra del macetero más cercano, llenando su jarra sin agua antes de esconderse tras uno de los cientos de columnas del palacio, controlando su respiración.

Pasaron unos largos y agónicos minutos, hasta que sintió unos pasos acercándose por el pasillo. Sus manos temblaron con fuerza en el momento en que sostuvo su jarra, empleando todas sus fuerzas para sostenerlo a pesar del peso en sus manos. Si eso fallaba, podía darse por muerta, pero era mucho mejor que ahogarse con la verdad que ahora sabía.

Ella tenía claro que podía acusar a Tzuyu con lo que había escuchado, pero... ¿tenía pruebas? Acusar a una Concubina Imperial sin prueba alguna podía considerarse un suicidio, y ahora sabiendo eso, Bongsun no podía quedarse callada.

Así que cuando vio al guardia Ceng pasar por el pasillo, sin percatarse de ella, levantó el jarrón y con todas sus fuerzas lo golpeó contra la cabeza del hombre.

Crack.

En el primer milisegundo, la muchacha pensó que no le había hecho efecto y el guardia se daría vuelta para matarla, pero pasado ese brevísimo instante, el cuerpo cayó al suelo tal cual un títere al que le habían cortado las cuerdas, con el jarrón completamente roto y la tierra desparramándose por el pasillo. Bongsun miró hacia todas partes del pasillo, esperando que alguien apareciera y pegara el grito el cielo, pero al no ser así, se agachó ante el guardia inconsciente y comenzó a rebuscar en sus ropas.

Agarró el papel y comprobó que no llevara otro encima, incluso metiendo sus manos por debajo de la ropa. Al asegurarse de que no era así, salió casi corriendo del lugar, sin atreverse a mirar hacia atrás. Entró al cuarto de las concubinas, fue hacia su cama y se metió entre las sábanas.

Dejó pasar otros largos segundos en lo que su respiración se calmaba. Recién notó que sudor frío pegaba el camisón a su piel.

Con las manos temblando, rompió el sello de la carta y extendió el papel. Gracias a la luz de la luna que se filtraba en el cuarto pudo leerlo.

Padre:

Te envío este breve mensaje para comunicarte que Ceng ha fallado en la misión que le encargué. El prometido del Príncipe sigue vivo, por ahora.

Trato de no preocuparme demasiado. Aunque no haya muerto, me han contado que está grave por las quemaduras. Se rumorea que lo van a expulsar, pues con marcas no es ideal para ser Emperatriz.

Estoy a la espera de que el Príncipe me llame. Quizás, cuando esta carta te llegue, ya esté prometida con él.

Gracias por tus consejos.

Te adora, tu hija.

Eso debía ser suficiente, se dijo Bongsun, y volvió a sentarse en la cama. Su corazón latía otra vez de manera acelerada, pero ahora, mientras salía del cuarto, tomó otro camino. Sabía con quién debía ir, porque esa persona se le había acercado varias veces en los días en que el prometido no estaba allí.

Sin embargo, cuando quiso ingresar al pabellón imperial, fue detenida por los guardias.

―Es tarde, señorita ―dijo uno de los hombres, imperturbable―, vuelva a la cama.

―Además, sin invitación, no puede...

―Por favor ―rogó―, necesito ver a Oh Yoorim, es urgente.

Los dos hombres se observaron, con expresiones de desconcierto ante la petición.

―La señorita Oh está ocupada ―respondió el de la derecha―, se encuentra cuidando del prometido del Príncipe.

―Pero necesito verla ―siguió insistiendo, y su voz se volvió totalmente suplicante―, es muy urgente, mi... mi vida depende de esto...

―Señorita–

―¿Qué está ocurriendo aquí?

Por el pasillo apareció otro soldado, que Bongsun reconoció como uno de los que acompañaban siempre al Príncipe Heredero. Ella lo había mirado un par de veces, pues era extremadamente guapo, y lo era mucho más ahora que lo tenía de tan cerca.

Se obligó a concentrarse. Bajó la vista, avergonzada.

―Es una concubina, capitán Kim ―barboteó uno de los guardias―, ha llegado hace poco, pidiendo ver a la señorita Yoorim, pero ya es tarde...

Seokjin miró hacia la pobre muchacha, que se veía más que alterada en ese momento. El cabello se encontraba desordenado y sus ojos un poco abiertos, como si estuviera agitada. En sus manos, sostenía un papel y lo apretaba como si la vida se le fuera en ello.

―Bien, yo la llevaré ―dijo Seokjin, suspirando. Los últimos días habían sido agotadores y se preguntó si en algún momento las cosas se relajarían―, no deben preocuparse. Si ocurre algo, yo asumiré la responsabilidad.

Los dos guardias asintieron y Bongsun se apresuró en caminar hacia el capitán, que se había girado y comenzó a caminar.

―Gra-gracias, se-señor ―barboteó ella.

―Debe ser muy urgente ―comentó Seokjin―, no es normal que las concubinas estén andando por los pasillos a estas horas. Podría ser... muy mal visto.

Las mejillas de la muchacha se colorearon de rojo, pero no parecía que había mala intención en dichas palabras.

―Es que... ―barboteó Bongsun, tímida―, es que la señorita Yoorim me dijo...

―Yoorim está de guardia en la enfermería ―señaló Jin―, así que no te preocupes por darme explicaciones. Estamos cerca.

Bongsun asintió con la cabeza, siguiendo al guardia personal del Príncipe, y no tardaron en llegar a dicho lugar. A la chica le sorprendió que hubiera otros tres guardias custodiando la puerta, y Seokjin ingresó hacia la habitación, diciéndole que esperara fuera.

Yoorim no tardó en aparecer. La alta mujer la observó, un poco atónita por verla allí, pero al notar que Bongsun se veía muy alterada, se le acercó y agarró del brazo, llevándola lejos de allí. Seokjin no salió, pues al parecer, se quedó para hacer guardia en lugar de su compañera.

―¿Ha pasado algo, Bongsun? ―preguntó la guardia.

―Sí ―chilló ella, y se obligó a bajar la voz―, algo... algo gra-grave, se-señorita Oh... ―y con las manos temblando, levantó el papel y se lo tendió.

Yoorim lo recibió y abrió, y sus ojos se movieron por toda la carta. A medida que leía y leía, la comprensión llenaba sus delicados rostros, y cuando acabó, la observó.

―¿De dónde sacaste esto, Bongsun? ―preguntó Yoorim.

Bongsun comenzó a hablar, explicándole lo que acababa de pasar. Desde que se levantó para ir en busca de agua, hasta lo que escuchó conversar, e incluso que dejó inconsciente a uno de los guardias. Yoorim le escuchaba en silencio, vislumbrando todo lo que escuchaba y cómo se relacionaba con la carta.

Una vez acabó, le prosiguió un silencio extraño. Yoorim dobló la carta.

―Lo que me acabas de contar es muy grave ―dijo ella―, y no sólo eso, sino que también pusiste tu vida en riesgo ―bajó los ojos por la voz llena de regaño de la mujer―, pero fue valiente al mismo tiempo.

―¿Ahora... ahora debo volver...?

―¿Volver al concubinato? ―vio como una sonrisa sin humor se extendía por el rostro de ella―. No, claro que no, Bongsun. Ahora me acompañarás y le repetirás todo lo que me has dicho a Seokjin, el guardia personal del Príncipe Heredero ―le escuchó soltar el aire en un suspiro―. Y que los dioses se apiaden de nosotros, porque tengo la impresión de que se avecina un desastre.

Bongsun tragó saliva, dándole en silencio la razón a Yoorim. 

¡gracias por leer!

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