8.

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Advertencias: fic de época con muchas atribuciones. YoonSeok como pareja principal, pero al ser un fic harem, también existirán otras interacciones. Drama y fluff.

Hoseok sabía que, a pesar de que Yoongi estaba algo encaprichado con él, era también un príncipe orgulloso.

Y, mal que mal, le pegó en el ego que uno de sus concubinos hubiera sido citado por su padre. Por eso mismo, no le extrañó ni un poco que los siguientes días no le solicitara en ningún momento.

Sin embargo, a Hoseok no le molestó ni se sintió herido, sabiendo que era una tonta forma de sacarle celos y hacer que suplicara por atención. Yoongi quería jugar al gato y al ratón con él, pero lo que no sabía, es que él ya se había preparado para eso. Hoseok tenía claro que Yoongi pronto comería de la palma de su mano.

—¡Qué lindo, Hobi!

Hoseok se rió al escuchar las palabras de Sojung, dándole las gracias y alabando también su creación. Ese día les dieron una especie de día para trabajar, llevándolos a un salón junto con las princesas Yeji y Gyuri. Les impartieron la lección junto a las muchachas, aprendiendo el arte de la sastrería y costura. No era la primera que recibían como tal, pero ahora les ordenaron crear sus propios hanbok, y llevaban ya más de siete horas metidos en eso. Sin embargo, contrario a lo que uno podía esperar, Hoseok lo estaba disfrutando demasiado.

No era la primera vez que tenía que cortar, coser, bordar, zurcir, remendar y confeccionar ropas como tal. Por muy duro que pudiera sonar, en su antigua vida, junto a sus padres, tuvo que aprender a arreglar sus ropas. Su madre le enseñó a su hermana y él, por lo tanto, ya tenía cierto conocimiento respecto a usar esos materiales (que eran más finos y elegantes que los que usaba antes, pero ese era otro tema).

Además, era también un poco divertido ver a las cortesanas en eso. Tzuyu y Jisoo eran habilidosas, mientras que Sojung se veía un poco complicada en algunas ocasiones. Pero Joohyun...

La perfecta y elegante Joohyun no tenía muchas habilidades para la sastrería, al parecer. Tal vez Hoseok no debería disfrutarlo de esa forma, pero no podía negar que si le resultaba un poco divertido. Por fin, luego de tanto tiempo, podía derrotarla en algo.

—¡Sí, que bonito coses, Hoseok! —chilló la pequeña princesa Gyuri.

—Gracias, Princesa —le dijo Hoseok, dulce y amable, y la niña sonrió con más fuerza.

Gyuri era un encanto: tenía el cabello negro, ojos cafés y sonrisa de gomita, como la que tenía Yoongi. Le gustaba cantar y bailar, por lo que estaba en constante movimiento, lo que provocaba que recibiera muchos regaños de la aya de ese día. Sin embargo, le hacía mucho caso a Yeji, su hermana mayor.

—Tiene razón —le dijo la princesa Yeji, sentada a su lado—, eres muy habilidoso con la aguja, el hanbok te está quedando precioso.

—¿Tú crees? —preguntó Hoseok, tranquilo—. Quiero regalárselo al Príncipe Yoongi cuando lo vea.

Decidió hacerlo de un sobrio color azul marino, nada demasiado complicado, pero con un bonito diseño dorado en el centro y las mangas superiores. Se decidió hacer un tigre en el pecho de Yoongi, mientras que, en las otras partes, un sol. Sabía que era complicado, pero con paciencia, podría quedar bien. Tal vez no para que Yoongi lo usara en público, sino cuando tuviera un descanso.

—De seguro le gustará —afirmó Yeji. Ambos se llevaron muy bien enseguida, tal vez por la edad que poseían y las bromas que se hacían—, a mi hermano mayor le gustan estos detalles.

—¿Sí?

—De verdad —aseguró Yeji—. Mamá siempre nos daba regalos pequeños. Tal vez todavía no se lo has visto, pero cuando tiene alguna ocasión especial, le gusta usar una banda que nuestra madre le hizo a él.

—¡Mamá también me dio algo! —intervino Gyuri, a la que le gustaba hablar de todo—. Este collar, ¡mira, Hoseok!

Hoseok se inclinó y miró el bonito pero sencillo collar que rodeaba el cuello de la niña. Era una simple cadena de oro con un zafiro colgando en el centro.

—¡Mamá decía que yo era su pequeño zafiro! —afirmó Gyuri, orgullosa.

—¡Es muy bonito, princesa! —afirmó Hoseok, sin dejar de sonreírle.

—¿Esos aretes te los regaló mi hermano mayor, Hoseok? —siguió preguntando la niña, señalando a los aros que colgaban de las orejas del chico.

El muchacho se rió, sacudiendo su cabeza. Eran unos pendientes bañados en plata y con unas pequeñas esmeraldas entremedio.

—No, me los ha regalado tu padre —le contestó, recordando que, el día después de tener esa cita con el Emperador, Namjoon le entregó ese bonito regalo.

Tampoco había visto al Emperador en esos días, pero tampoco se preocupaba demasiado, pues sabía que el hombre tenía muchos asuntos qué tratar. Después de todo, dirigir un Imperio no era tarea fácil, y el Emperador no podía darse el lujo de no trabajar sólo para verlo a él.

—¿Estamos comparando joyas? —preguntó Jisoo, risueña—. Mi mamá me ha regalado este bonito anillo.

Pronto, las otras chicas comenzaron también a mostrar sus joyas, y Hoseok lo aprovechó para volver su atención al hanbok que hacía. Esperaba terminarlo pronto, quizás a más tardar a finales de la semana.

—¡Bah, no puedo con esto! —exclamó de pronto Joohyun, llamando la atención del resto de las personas—. No soy buena cosiendo.

—Sólo es práctica —habló Hoseok, calmado y sin perder su concentración—. Ya verás, con un poco más de esfuerzo...

—Ni que fuera tan importante —replicó la chica, fastidiada—. Esto no es un trabajo para una Emperatriz.

Casi de forma inmediata a su comentario, hubo una especie de tenso silencio en la habitación. Hoseok no levantó la vista, pero pudo notar, de reojo, que Tzuyu frunció el ceño, mientras que Sojung se tensó. Jisoo rodó los ojos.

—Si tú lo dices... —contestó Hoseok, sin mirarla—. Lo que es yo, cuando tenga niños, pienso hacerles un hanbok a cada uno.

Por un momento, pensó que Joohyun lanzaría un comentario mordaz acerca de eso. Algo sobre que sus hijos, con toda probabilidad, serían sólo bastardos del Emperador, pero decidió callar a último segundo. Después de todo, ¡qué hipócrita sería de su parte, considerando quién era su padre!

—Aunque no lo creas, Joohyun —habló Yeji—, es un trabajo de alta preparación. La gente que se dedica a esto tiene manos de oro, como Hoseok.

Joohyun enrojeció ante las palabras de Yeji, sin atreverse a replicarle al ser la princesa. Una cosa era discutir con otro Cortesano, pero hacerlo con una Princesa, como si fuera una igual, era una grosería.

A Hoseok le picó el bichito de la maldad, así que puso una expresión dulce.

—Si quieres, puedo ayudarte —le dijo con tono inocente.

El color en las mejillas de Joohyun aumentó, avergonzada. Tzuyu soltó una risa baja.

—¿Por qué no me ayudas a mí, Hobi? —preguntó Sojung.

—¡No, a mí! —gritó Gyuri, ajena a lo que estaba pasando entre la gente mayor—. Quiero hacerle un durumagi a mi padre, con un gatito en la espalda.

Un trabajo complicado y casi imposible para una niña de nueve años. Sin embargo, Hoseok sólo se rió y la animó a hacerlo. Joohyun no habló más por el resto de la tarde.

Para cuando fue el momento de marcharse, el durumagi de Gyuri estaba muy lejos de ser terminado. Por eso, casi se echó a llorar cuando la aya le dijo que iban a seguir en dos semanas más.

—Si gustas, Princesa —le dijo Hoseok, doblando con cuidado su prenda—, puedo venir mañana, una vez me desocupe con mis cosas, y ayudarla con el durumagi.

—¿Y jugarás conmigo? —preguntó Gyuri.

—Claro que sí —aceptó Hoseok, encantado.

Tal vez las otras cortesanas todavía no lo veían, pero Hoseok no sólo quería ganarse la atención de Yoongi, sino también de su familia. Con mucha probabilidad, el Príncipe le pediría consejo a su padre y hermanos, por lo mismo, necesitaba que ellos hablaran en su favor. No podía ofrecer tratos políticos ni conexiones con otros reinos, así que cualquier influencia que pudiera ejercer con la familia imperial, lo haría sin ninguna duda.

Además, Gyuri era encantadora y Yeji muy dulce. No la pasaba mal con ellas.

La que no parecía muy feliz era Joohyun. Y menos cuando, esa noche, ninguna fue llamada. La verdad, es que los últimos tres días Yoongi no llamó a ninguna de las Cortesanas. Hoseok igual estaba un poco preocupado, pero no quería darle muchas vueltas al asunto.

—¿Y si se fijó en alguna de las otras concubinas? —preguntó Jisoo, mientras cenaban.

Hoseok también tenía esa pregunta. Tal vez Yoongi se aburrió momentáneamente del grupo de Cortesanas, y decidió mirar al concubinato general. Puede que, incluso, decidiera subir de posición a alguna de las concubinas.

No, pero habrían escuchado rumores o algo por el estilo. Los acontecimientos que ocurrían en el palacio corrían como pólvora siendo encendida.

—De todas formas —comentó Tzuyu, con aspecto desanimado—, el Príncipe ha estado algo extraño, ¿no lo creen? Cuando me llamó, sólo fue para cenar y pareció aburrirse conmigo.

Hoseok fingió desinterés, aunque esa información era, ciertamente, llamativa. Pensaba que Yoongi se acostaría con alguna de ellas para quitarse la calentura que el chico le dejó.

—Pensé que era la única —confesó Sojung, haciendo un mohín triste—. Él sólo... Le pregunté si podía satisfacerlo en algo, si quería que lo distrajera, pero dijo que no era necesario.

—Tal vez qué desaire le hizo Hoseok —picó Joohyun—, que debe pensar que el resto de las Cortesanas no merecemos nada de él.

—No sé de qué hablas —replicó el muchacho—. Yo sólo cumplo los caprichos del Príncipe.

—Quizás no le agradó que el Emperador te haya mirado —intervino Jisoo, dirigiéndole una mirada de reojo.

—El Príncipe no tiene motivos para dudar de mi amor —espetó Hoseok, molesto—. Y ustedes deberían meterse en sus propios asuntos.

Puede que haya sido un poco más brusco de lo que hubiera correspondido, sin embargo, no iba a dejarse atacar por ellas. No dejaría que le inculparan por el desinterés de Yoongi, considerando, además, que él también llevaba varios días sin verle. Si Yoongi no las llamaba o no se veía interesado en ellas, él no era culpable de nada.

La conversación fue dejada en ese momento, pero no hablaron mucho más por el resto de la cena.

Al día siguiente terminaron sus actividades mucho más temprano que de costumbre, pues el Sacerdote tenía cosas en las que ocuparse. Hoseok decidió ir con la princesa Gyuri, a ver si ella quería continuar con su trabajo, y pronto fue a los aposentos de la niña. Acababa de terminar su clase de idiomas.

—¡Hoseok! —saludó la muchacha, yendo donde él—. ¡Gracias por venir!

—Es un honor, Princesa —contestó Hoseok, dejando que la niña le tomara la mano y arrastrara por el gran cuarto.

—Quiero hacerle una prenda muy bonita a mi padre —dijo ella, animada—. Yo siempre digo que papá y Yoongi lucen como gatitos, ¿no lo crees, Hoseok?

Se rio ante las palabras de la niña, un poco sorprendido por lo que estaba diciendo con total descaro. La aya de Gyuri sacudió la cabeza en un gesto de reprobación, pero no añadió nada más, y se quedó con ellos también durante la tarde.

Hacer un durumagi no era tan complicado como un hanbok, pues no necesitaba de tantas piezas y, por lo mismo, de costuras. Sin embargo, considerando que la chica deseaba hacerle un diseño de gato en la espalda, el trabajo resultaba más complicado. Por lo mismo, tampoco terminaron ese día, pero si llegaron a avanzar bastante. De seguro, en un par de días más, estaría terminado.

Gyuri estuvo parloteando durante toda la tarde, contándole sobre su familia y cualquier cosa que se le viniera a la mente. Así, Hoseok se enteró de un montón de chismes y rumores del palacio, además del hecho de que a la niña no le agradaba mucho su tío, el Sumo Sacerdote.

—Es un pesado —declaró ella, aprovechando que su aya fue en busca de su cena—, a papá tampoco le agrada demasiado, pero prefiere tenerlo a su lado para no perderle de vista.

Hoseok se lo imaginaba. Después de todo, el Sacerdote de seguro debía tener muchas aspiraciones personales para el trono, en especial con su hijo Joohyun. La posición en la que estaba no era más que una estrategia política para vigilarlo e impedir que actuara contra la familia imperial.

Gyuri lo invitó a comer con ella e incluso, después de la cena, jugaron hasta que ya oscureció y vino la hora de dormir.

—Yo la ayudo, señora Im —le dijo Hoseok con amabilidad, comenzando a quitarle el hanbok a la niña.

—Es muy amable, Cortesano Jung —agradeció la mujer—. Directo a la cama, Princesa.

—¡Claro, señora Im! —se despidió Gyuri, feliz—. Hoseok, eres muy dulce, ¡quiero que te cases con mi hermano!

El chico volvió a reírse, agarrando el pijama de la muchacha y ayudándola a ponérselo. Luego, procedió a quitarle las joyas: los aretes primero, después los brazaletes, y finalmente, el bonito collar que su madre le regaló.

Lo admiró un momento.

—Es muy bonito, ¿cierto, Hoseok? —preguntó la chica.

—Sí, como usted, Princesa —halagó Hoseok, guardando el collar dentro de un cajón de madera especial que tenía—. Vamos, a la cama, Princesa.

La niña fue hacia su enorme cama y Hoseok la arropó con dulzura. Le dejó una de las lámparas encendidas, pues a la niña no le gustaba dormir completamente a oscuras, y se despidió de ella antes de salir.

Los pasillos, a esa hora, estaban ya casi vacíos. Las únicas personas que se veían eran los guardias, a los que Hoseok saludó amablemente, y se encaminó al pabellón del concubinato imperial. No tardó más de diez minutos en llegar, y no se sorprendió al ver que las Cortesanas ya se estaban preparando para dormir. Aunque si le llamó la atención que, como las noches anteriores, ninguna fue llamada por el príncipe. En el fondo, le satisfacía un poco.

—Mañana empezaremos temprano con la clase de baile —le dijo Sojung—. La matrona Ahn dice que debemos prepararnos para Chuseok. Ha dicho que las mejores bailarinas serán seleccionadas para el ganggangsullae.

Hoseok sonrió ante lo que escuchaba. Chuseok era la festividad más importante del Imperio y, según lo que sabía, en el palacio se celebraba con un gran banquete en honor a los antepasados. Además, en la noche, cuando la luna estuviera en su cénit, se bailaría el ganggangsullae, una danza para pedir por las buenas cosechas y fertilidad. De seguro, allí se debían escoger a las mejores bailarinas para guiar la danza principal, por lo que era una gran oportunidad para llamar la atención del Príncipe.

—Qué gran noticia —contestó Hoseok, y sintió la mirada de desprecio de Joohyun sobre él, pero la ignoró.

Tenía mejores cosas de las que preocuparse en ese momento, como quitarse las joyas y el maquillaje. El día fue bastante agotador, en especial tener que estar con Gyuri. Si bien la niña era simpática y adorable, tenía demasiada energía y a Hoseok le costaba seguirle un poco el ritmo en sus juegos. Lo único que quería en ese momento era en irse a dormir, en especial al saber lo largo que sería el día siguiente.

Una vez su cabeza tocó su almohada, cayó dormido profundamente.

Les despertaron sobre las ocho de la mañana, por lo que corrieron a vestirse con prendas ligeras para la lección del día. Sin embargo, en medio de todo ese desorden, las puertas fueron abiertas bruscamente y Tzuyu con Jisoo gritaron, pues estaban a medio vestir.

—¡Sumo Sacerdote! —barbotearon, atónitas por la interrupción violenta.

—Lamento aparecer así —dijo el hombre, aunque en su rostro y voz no se veía ninguna expresión amable—, pero les solicito que se apresuren y salgan del cuarto.

—¿Ha pasado algo, Sumo Sacerdote? —preguntó Sojung, con su tono temblando. Pareció notar que algo malo estaba ocurriendo.

—Sí, los guardias han de revisar sus pertenencias —contestó Hyungsung, y Hoseok notó en ese momento el enojo en su mirada—. Hemos recibido información acerca de un robo. Ahora, salgan.

Las chicas y el muchacho se observaron con expresiones de sorpresa, luciendo atónitos por las palabras del sacerdote. ¿Un robo? ¿Robo de qué?

Sin embargo, no hicieron preguntas y sólo salieron al pasillo, vistiendo nada más que el camisón que usaban como pijamas. Al ser de mañana, el lugar se encontraba helado, y Jisoo tembló.

—Sumo Sacerdote —habló Joohyun, llamando la atención de su padre mientras los guardias entraban—, ¿nos puede explicar algo más? Esto es...

—Ha desaparecido una joya de la Princesa Gyuri —gruñó el hombre, enfurecido—. La Princesa tenía una importante lección de idiomas ahora en la mañana, y cuando las sirvientas la ayudaron a vestirse, se ha dado cuenta de que su joya más preciada no está.

Hoseok sintió su estómago caer ante lo que estaba escuchando, con una horrible sensación asentándose en todo su cuerpo. ¿Su joya más preciada? ¿Era acaso...? No, pero no. Si se refería al collar, Hoseok lo guardó en su lugar. En el lugar que la princesa le señaló.

Eso no podía estar ocurriendo, era imposible. El collar no pudo haber desaparecido, ¿cómo se lo iban a robar? El cuarto de la princesa estaba vigilado día y noche, y siempre estaba rodeada de guardias.

Ni siquiera pudo decir algo, con su garganta repentinamente seca, y tiritó, pero no por el frío.

—Pero... —titubeó Tzuyu—, ¿la han buscado...?

—¿Cree que estaríamos aquí si no la hubiéramos buscado incansablemente en el cuarto de la Princesa, Cortesana Chou? —le interrumpió el Sumo Sacerdote—. Se ha interrogado no sólo a sus sirvientas y sus ayas, sino que también a los guardias personales de la Princesa. La joya no está.

Los ojos de Hyungsung se movieron hacia Hoseok, y el chico sintió terror por lo que vio allí. La acusación y el desprecio eran evidentes en esa oscura mirada, como si fuera un pozo al que iba a caer pronto.

No, pero no había forma alguna de que lo incriminara. Hoseok guardó el collar y se marchó. Además, él jamás se habría atrevido a eso. Él no era un ladrón.

—Pero es irrisorio —susurró Joohyun, aturdida—, ninguno de nosotros podría...

—Sumo Sacerdote —habló un guardia, apareciendo—, venga.

El hombre se volteó, entrando al cuarto. A través de las puertas entreabiertas, Hoseok vio el desorden: las colchas dadas vueltas, las almohadas en el suelo junto a las frazadas, la ropa esparcida por todas partes.

—Hoseok —murmuró Sojung—, ¿crees que era el collar de su madre?

Una joya cualquiera no habría provocado tal escándalo. La Princesa tenía miles de joyas, tantos aretes, collares y brazaletes, pues siempre se les perdían por lo desordenada que era. Se le caían o rompían o desaparecían. Sin embargo, el collar de su madre estaba guardado en un cajón aparte, en una bonita cajita de abedul con un cuidado cojín rojo donde reposaba el regalo cada vez que se lo quitaba. Era la única joya en ese cajoncito, y Hoseok lo sabía bien, porque lo guardó allí la noche anterior.

Pero no había forma...

—El collar no está en nuestro cuarto —aseguró, con la voz temblando.

Hoseok sintió las miradas en él. Casi de forma inmediata, el Sumo Sacerdote apareció, con una bonita cadena de oro en la que colgaba un zafiro.

—Cortesano Jung —gruñó el hombre—, ¿me puede explicar por qué la joya de la Princesa Gyuri estaba bajo su colcha?

Fue como si el alma cayera a sus pies, tan desconcertado y sorprendido por las palabras que acababa de escuchar. Pudo oír, detrás de él, los jadeos del resto de las chicas, sin embargo, él sólo era capaz de mirar a Hyungsung, que le contemplaba con ira contenida.

—No he sido yo —barboteó, dando un paso—. No he...

No pudo continuar, porque el Sumo Sacerdote levantó su mano y la dejó caer en la mejilla de Hoseok, con tanta fuerza que el muchacho se tambaleó, aturdido. El golpe fue mucho peor que el primero que recibió, tantas semanas atrás, y un pensamiento tonto recorrió su cabeza: ahora su lindo rostro estaría arruinado para Yoongi.

—¡¿Por qué el collar estaba en tus manos, Cortesano Jung?! —gritó el Sumo Sacerdote, dándole otra fuerte bofetada, con la que lo botó al suelo.

Alcanzó a apoyarse en sus manos, sin embargo, sintió el sabor a metal en su boca. Levantó la vista rápidamente, con su mundo dando vueltas.

—¡Sumo Sacerdote! —saltó Joohyun—. Por favor, escúchelo, no creo que él...

El hombre miró a su hija con brusquedad.

—¿Lo estás defendiendo? —espetó, entregándole la joya a uno de los guardias—. Llévalo con la Princesa, estará aliviada de que lo hayamos encontrado.

—Sí, mi Señor —asintió el hombre, marchándose con rapidez.

—Hoseok no es un ladrón —siguió defendiendo Joohyun, con la voz temblando—, él jamás...

—¿O es que acaso eres su cómplice, Cortesana Bae? —continuó el Sumo Sacerdote, callándola—. ¿Fueron ustedes dos los que robaron el collar?

—¡No, no fuimos! —saltó Hoseok, espantado—. ¡Jamás robaríamos algo!

—No lo creo de mi hija —gruñó Hyungsung—, pero ¿de ti? ¿De una sucia puta que salió de una pocilga? Claro que lo creo de ti, y más porque fue encontrado en tus pertenencias.

Hoseok recibió otra bofetada y pudo escuchar los jadeos de las chicas. Sus ojos se pusieron llorosos ante el dolor, pero trató de aguantar las lágrimas. No sabía qué mierda estaba ocurriendo, sin embargo, él no era culpable de nada. Él jamás robaría algo, y mucho menos de la Princesa.

—Sumo Sacerdote —tartamudeó Jisoo—, ¿por qué no va dónde el Príncipe? Él sabrá qué hacer.

—Claro que el Príncipe lo sabrá —el Sumo Sacerdote le hizo un gesto a otro guardia, que agarró a Hoseok del brazo—, pero este ladronzuelo debe ser castigado primero. Después de todo —levantaron al chico y el hombre le escupió en el rostro a Hoseok—, yo soy el encargado de educarlas. Y el acto del Cortesano no sólo lo afecta a él, sino también me deja mal parado a mí.

—Pero no he sido yo —dijo con debilidad Hoseok, sorbiendo su nariz—, se lo juro, no he sido–

—¿Y el collar apareció de pronto entre tus cosas, concubino? —le interrumpió Hyungsung, antes de voltearse al resto de las muchachas—. ¡A su cuarto, ahora!

Las chicas murmuraron por lo bajo ante la dura orden y bajaron la cabeza, yendo deprisa a la habitación desordenada. Hoseok les dirigió una desesperada mirada, pero ninguna se la devolvió, y fue como si su corazón se apretara por el dolor. Ni siquiera sabía cómo podía mantenerse en pie, sin embargo, el agarre del guardia parecía ser lo bastante fuerte para eso.

El miedo se asentaba en su estómago como un bloque de concreto, los escalofríos recorriendo su piel sin descanso alguno. No quería imaginarse lo que iba a ocurrir, sólo quería que esa irrisoria situación acabara ya. Por un momento, hasta deseó que todo fuera un mal sueño, una horrible pesadilla que acabaría pronto.

—¿Sabes con qué se castiga a los ladrones? —habló el Sumo Sacerdote, y el hombre que lo sostenía lo empujó contra la pared, con su pecho y cabeza apoyados en el frío concreto—. Con cincuenta azotes.

Una sacudida lo recorrió ante esas palabras y quiso moverse, pero el guardia le sostenía con demasiada fuerza. Ni siquiera podía mirar hacia atrás, pues su cabeza se encontraba presionada en el muro.

—El Príncipe —jadeó, horrorizado—, lo necesito, él sabrá...

—¿Qué, quieres ir con él para engatusarlo e impedir que te castigue? —se burló el hombre, y por su tono de voz, se oía como si lo estuviera disfrutando. El maldito bastardo lo disfrutaba—. Ya te veo chupándole la polla como una vulgar prostituta para que no te dé tu merecido. Sostenlo, Han.

Hoseok tartamudeó otra endeble súplica, esperando conmover a alguien. A cualquier guardia, a algún sirviente, a quien fuera, para que interviniera en su favor.

Pero no fue así. Y, en medio de sus temblorosos sollozos, escuchó el silbido cortando el aire.

De forma repentina, el dolor estalló en su espalda como fuego vivo, con el impacto del cuero en su casi desnuda piel, y jadeó por el sufrimiento. Fue breve pero intenso, con su piel ardiendo allí en la zona en que recibió el azote, y supo que no lo soportaría. No cincuenta. Apenas podía soportar uno.

Como si estuviera leyendo su mente, escuchó el bufido del Sumo Sacerdote.

—Serán quince azotes —le espetó—, no cincuenta. Lo suficiente para que aprendas a no robarle nunca más a nadie de la familia imperial.

—No, por favor, no fui yo, no fui...

Ni siquiera pudo terminar sus palabras cuando un segundo impacto en su piel hizo que su voz muriera en un gemido de dolor. Sus ojos lagrimearon y no podía concentrarse en nada más que en la sensación de ardor en su espalda. Las piernas le temblaban, su pecho se agitaba y el sudor caía por su rostro.

Se prometió que no lloraría, que no derramaría lágrima alguna, sin embargo, no fue más que una mentira. Con el sexto azote, estaba deshecho en llanto, sintiendo como la caliente sangre caía por su piel. Quería dejarse caer en el suelo, arrastrarse y alejarse de allí como fuera, porque ya no lo soportaba más, el dolor era demasiado. ¿Cómo un hombre podía soportarlo? ¿Cómo podía...?

—¿Qué mierda está pasando aquí?

La voz del príncipe interrumpió en medio del pasillo y el guardia lo soltó. Eso bastó para caer al suelo estrepitosamente, apenas siendo capaz de apoyarse a tiempo para no golpear su cabeza. Ni siquiera levantó la vista, sin dejar de sollozar. La tela del pijama se pegaba en sus heridas y cualquier movimiento era suficiente para hacer estallar el dolor una vez más.

—Príncipe Yoongi —se apresuró en decir el Sumo Sacerdote—, este mendigo...

—¿Por qué estás azotando a mí Cortesano? —espetó Yoongi, con el rostro contraído en rabia.

—¡Porque es un ladrón! —saltó Hyungsung—. ¡Se ha robado el collar de la Princesa Gyuri!

—¿Y eso te da el derecho de azotar a mi Cortesano? —gruñó el príncipe, haciéndole un gesto a Seokjin—. Llévalo con el doctor.

—Como ordene, mi Señor.

El guardia se apresuró en ir donde Hoseok. El muchacho no dejaba de sollozar, adolorido y sufriendo por las heridas abiertas que acababa de recibir.

Jin, con cuidado, pasó uno de los brazos del menor por su cuello, levantándolo y llevando todo el peso de Hoseok sobre él. El chico sólo se dejó llevar, sin embargo, cuando pasó al lado de Yoongi, lo agarró de su prenda.

—No fui yo... —barboteó, sin dejar de llorar—, te lo juro, Yoongi, no fui yo...

La mirada del mayor se suavizó y le acarició la mejilla a Hoseok.

—Iré a verte más tarde —le prometió, y fue suficiente para Hoseok, que se dejó llevar por Jin lejos de allí.

—Mi Príncipe —volvió a hablar el Sumo Sacerdote—, el Cortesano ha cometido un crimen muy grave. Le ha robado a su hermana, una Princesa imperial.

—Así me he enterado —habló Yoongi con voz fría, tratando de contener los impulsos de asesinar al hombre frente a él—, ¿y cuáles son las pruebas con las que se le acusa?

Cuando Jin llegó a él, jadeando y enrojecido por haber corrido, no dudó en seguirlo ni un momento. Su mejor amigo le explicó con rapidez que Hoseok estaba en problemas y lo necesitaba, y Yoongi ni siquiera lo pensó para dejar su desayuno a medio comer e ir tras Jin. Y encontrarse con esa horrible escena, con el pobre chico llorando mientras la sangre caía por su espalda, manchando su bonita piel...

Estuvo a dos segundos de sacar su espada y matar a todos en ese pasillo.

Hoseok era intocable.

—El collar fue encontrado bajo la colcha de su cama —explicó Hyungsung—, además, él estuvo con la Princesa ayer, y fue quien la atendió al irse a dormir. La Princesa Gyuri dice que la última vez que vio el collar, fue en manos del Cortesano —el hombre suavizó su voz—. Es un crimen muy grave, yo le aconsejo sacarlo del concubinato y echarlo del palacio, mi Príncipe, es lo...

—¿De qué mierda hablas? —le interrumpió con violencia—. No quiero oírte decir eso nunca más, ¿me has escuchado, Hyungsung? Yo decidiré quien está y quien no está en mi concubinato.

El Sumo Sacerdote tenía el rostro rojo por la ira, pero Yoongi no se quedaba atrás. Y menos cuando vio el látigo ensangrentado. La sangre de Hoseok.

—Yo decido los castigos que se aplican a mi harem —continuó Yoongi, sin dejar espacio a dudas—, no tú.

—El robo a la familia imperial debería ser castigado con la muerte —gruñó Hyungsung—. ¿Qué cree que dirá su padre cuando se entere de esto?

—Que se entere —replicó Yoongi—. ¿Tanto quieres un castigo? Bien, pero primero, haremos un juicio. Mi Cortesano tiene derecho a defenderse y mostrar su inocencia, si es lo que alega —dio un paso hacia el hombre—. Como lo vuelvas a tocar sin mi autorización, Hyungsung, te cortaré la mano, ¿me has entendido?

Un momento de tenso silencio en el lugar. Ninguno de los guardias parecía querer respirar para interrumpir el duro aire alrededor, que parecía a punto de ser cortado por un cuchillo.

—Como ordene, mi Príncipe —escupió Hyungsung, con la voz cargada de humillación.

Yoongi le miró con desprecio, sin querer mirar un segundo más ese horrible rostro que le acababa de hacer daño a su concubino favorito. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Hoseok ensangrentado, sin dejar de llorar y con la carne abierta, allí donde el látigo cayó varias veces. De sólo pensar que hubiera llegado más tarde, sentía que podía enloquecer.

El único que podía tocar a Hoseok era Yoongi, nadie más. Y, aun así, él jamás le pondría la mano encima, porque Hoseok debía ser tocado con toda la delicadeza del mundo, de eso estaba seguro.

Yoongi no permitiría que nadie más pusiera un sólo dedo sobre esa bonita piel que Hoseok tenía. Al próximo que lo hiciera, le daría muerte de forma inmediata.

Nadie más que él tocaría a su futuro Consorte.

comenzamos con el dramón jejeje

¡gracias por leer!

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