7.

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Advertencias: fic de época con muchas atribuciones. YoonSeok como pareja principal, pero al ser un fic harem, también existirán otras interacciones. Drama y fluff.

Pd: asi es el hanbok femenino que se menciona aquí

Hoseok despertó cuando todas las cortesanas ya se estaban arreglando para la primera clase de ese día.

Se removió en su lugar, con muchas ganas de volver a dormir, pero sabía que tenía asuntos que resolver ese día. No estaría bien visto que faltara a sus deberes, y menos cuando ese día el sacerdote les iría a buscar para enseñarles sobre religión.

Se puso de pie, cansado. Casi de forma inmediata, Tzuyu se volteó a verlo.

—¡Hobi! —dijo, contenta—. ¿Cómo te fue ayer? ¿Llegaste más temprano o...?

—No, no —suspiró Hoseok—. Llegué tarde, nada más —bostezó, agotado—. Cenamos con el Emperador...

—¡¿El Emperador?! —gritó Jisoo, sorprendida—. ¡Qué honor más grande, Hoseok!

—No habrás metido la pata, ¿cierto, Hobi? —preguntó Sojung, preocupada.

Hoseok se rió ante la pregunta, sabiendo que su amiga sólo le cuidaba. Sojung parecía saber que Hoseok tenía una entrañable capacidad para meterse en problemas, pero en su defensa, el chico no lo hacía a propósito.

—Claro que no —contestó Hoseok.

—¿Cómo está el Emperador? —preguntó Joohyun, tranquila y sin mirarlo, pues se estaba maquillando los ojos—. Mi tío es un hombre temible.

El menor tal vez no tuvo que interpretarlo así, sin embargo ¿no sonaba como una pulla hacia él? Recalcando el hecho de que el Emperador era su familiar, y peor aún, que ya le conocía mejor que él. Hoseok no tuvo que enfadarse, pero sintió su sangre arder por el comentario, supuestamente, inocente de Joohyun.

—Está muy bien —respondió, alzando su barbilla—. El Emperador me pidió bailar para él y quedó muy contento con eso —añadió, orgulloso—. Él y el Príncipe Yoongi me felicitaron por mi danza.

Joohyun se volteó a verlo en ese momento.

—Claro —dijo, sonriendo con algo que no supo interpretar bien—, ellos son muy amables.

Su enojo aumentó, porque ahora sonaba como si ellos le hubieran mentido. ¿Qué se creía Joohyun? ¿Pensaba que Hoseok no tenía posibilidad alguna? Hoseok ya no la encontraba ni un poco simpática, ni siquiera amable. Joohyun estaba actuando como una mala persona.

Tzuyu, Jisoo y Sojung los contemplaban a los dos en atónito silencio, sin querer intervenir directamente en esa pequeña batalla que parecía haberse desatado entre ambas partes.

Para fortuna de todos (o quizás, menos de Hoseok), las puertas fueron abiertas y el Sumo Sacerdote entró a través de ellas, listo para buscar a las Cortesanas y el Cortesano e ir a desayunar. El problema es que Hoseok no se encontraba un poco listo.

—¿Todavía en la cama? —preguntó el Sacerdote, mirándole con ojo crítico—. Oh, no me digas que por tener una cita con el Príncipe ya piensas que estás exento de tus deberes, porque no es así.

—¡No he pensado eso! —se defendió Hoseok—. Cumpliré con lo que se me pida.

—Entonces, ¿por qué no estás listo? —el hombre se veía demasiado irritado.

—Sacerdote —intervino Tzuyu, luciendo incómoda—, el Cortesano Jung anoche llegó tarde, fue a cenar con el Príncipe y el Emperador.

Hoseok no sabía sí decirle eso fue mejor o peor. Por un momento, temió que el Sacerdote se hubiera quebrado el cuello cuando se volteó a mirarlo. El chico no tenía planeado contarle lo ocurrido, pero ya no tenía opción en ese momento.

—¿Y eso justifica este retraso? —escupió Hyungsung—. Tenemos muchas cosas qué hacer hoy, y si no quiere ir...

—De todas formas, no podrá ir —interrumpió otra persona, y todos se voltearon para ver a Namjoon aparecer—. Sacerdote, Cortesanas y Cortesano, disculpen que les interrumpa, pero vengo en busca del Cortesano Jung. Traigo regalos para él.

—¿Cómo? —preguntó Hoseok, algo sorprendido, y otra vez las miradas se posaron en él—. Yo no...

—Su Majestad se las entrega como regalo por el buen momento que pasó ayer con usted —dijo Namjoon, entrando con una caja en sus brazos—. Y quiere verlo ahora, desea llevarlo a pasear.

—¡Qué envidia! —exclamó Jisoo, aunque tenía una sonrisa en su rostro—. ¡Y qué amable es el Príncipe!

Namjoon dejó la caja sobre la cama de Hoseok. El chico acarició la suave y perfecta madera, abriéndola y observando la prenda en mudo asombro.

Cuando pudo hablar, se volteó hacia Namjoon.

—Dígale al Príncipe que es hermoso, es...

—Cortesano —le interrumpió amablemente el soldado—, se lo ha mandado el Emperador, no el Príncipe. La invitación es para ir con él.

La sorpresa fue peor en ese momento, a tal punto que Sojung soltó un grito bajo y Tzuyu abrió los ojos en shock. Hoseok abrió la boca, pero no emitió sonido alguno, y sólo vio a Joohyun ponerse de pie, sin decir algo. Incluso el Sacerdote se veía fuera de lugar.

—General Kim —tartamudeó Hyungsung—, pero el Cortesano...

—¿Irá contra una orden directa del Emperador? —le interrumpió Namjoon con voz grave.

El Sacerdote se calló, y Hoseok sacó con cuidado el hanbok del interior, todavía enmudecido, pero ahora también por la suave tela en sus manos.

—¡Qué precioso, Hoseok! —exclamó Jisoo.

Era demasiado hermoso, un hanbok que nunca vio antes. La tela era distinta a la tradicional, de brocado de marfil y oro, con hilos de oro y plata decorando la blanca tela. Las mangas del jeogori eran mucho más largas que lo normal, y el exquisito diseño de oro hacía que brillara a la luz del día.

—Es hermoso —masculló el chico, con la voz apretada—. ¿Es para mí?

—Por supuesto, Cortesano —respondió Namjoon, con una pequeña sonrisa en su rostro—. El Emperador lo encargó anoche y tuvo a las modistas trabajando a pesar de la oscuridad. Quería una pieza única para usted.

Hoseok no sabía cómo sentirse particularmente, pues jamás pensó que algo así pudiera ser posible. Es decir, el Emperador... ¿esto no era un regalo descarado? De color blanco, como si fuera casi un hanbok de boda...

La sola idea le provocó rubor. ¿Acaso el Emperador le estaba diciendo algo implícitamente? ¿Y cómo debía reaccionar Hoseok? Se supone que él era parte del harem del Príncipe, de Yoongi, ¿no era descarado que su padre le estuviera tratando de esa forma? Sin embargo, no podía evitar sentirse emocionado por tal regalo, por el honor que significaba.

Al fondo del cajón, acomodados, estaban unos bonitos zapatos blancos con un pequeño taco y un decorado de flores de cerezo. Pero, además, a un lado había otra cajita mucho más pequeña, que no tardó en abrir. Soltó un grito de sorpresa.

Un precioso collar de oro estaba acomodado cuidadosamente en el interior, con cuatro cadenas superpuestas, desde una más corta a otra más larga. En el centro, cada cadena poseía una pequeña piedra preciosa: en la más pequeña se veía un topacio, de ahí le seguía un zafiro blanco, después una goshenita blanca y, finalmente, en la cadena más grande, un brillante diamante resplandecía.

Debía ser, sin lugar a dudas, el regalo más hermoso que le habían hecho hasta el momento. Y el más caro.

—No puedo aceptarlo —tartamudeó, volviéndose hacia Namjoon—, es un regalo digno de una Emperatriz, yo no...

—Él lo consideró digno de usted, Cortesano Jung —respondió el soldado—. Puede agradecérselo cuando lo vea, en unos minutos más. Lo esperaré fuera para que se prepare.

Sin decir otra cosa, Namjoon se giró y caminó hacia la salida. Hoseok no pudo protestar ni un poco, conmovido por lo que acababa de recibir, y saltó al escuchar un grito de emoción. Fue Tzuyu.

—¡Hoseok! —le chilló, acercándose—. ¡El Emperador debió encontrarte muy increíble para que te diera estos regalos!

No pudo evitarlo, y se coloreó de rojo. Eso provocó que Sojung soltara una risita, caminando hacia él también.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó su amiga.

—Ya vamos tarde —habló Joohyun, con voz helada y expresión tiesa—, tenemos cosas que hacer.

—¡Sí, por supuesto! —saltó el Sacerdote—. Las sirvientas ayudarán al Cortesano. Ustedes tienen que ocuparse de sus propios asuntos, puede que el Príncipe las llame a algunas de ustedes...

La leve sonrisa de Hoseok se tambaleó ante esas palabras. El chico se sentía un poco confundido ante todo lo que estaba pasando, ¿y cómo reaccionaría Yoongi? ¿Siquiera estaba al tanto? El día anterior ya se veía bastante molesto con la forma en que su padre le trató, de seguro esto lo enfadaría mucho más. ¿Y si lo volvía al concubinato...? O peor, ¿si lo sacaba del harem?

Sus manos temblaron. Tampoco es como que pudiera ir contra las órdenes del Emperador, ¡eso sería una muerte segura!

Sus amigas se disculparon con él y no le quedó más remedio que despedirse de ellas. Les pidió a los guardias que fueran por dos sirvientas para que le ayudaran, y pronto estuvo bañándose y envolviéndose en esa suave tela. Se hizo un suave maquillaje en los ojos y pintó los labios de rojo, acomodándose el bonito collar en su cuello y colgándose unos aros que combinaran con toda la ropa. Al mirarse al espejo, no pudo evitar sonreír, y es que, a pesar de todo, se veía precioso. No pudo evitarlo, y pensó que así es como se vería cuanto contrajera matrimonio, pero sería mucho más ostentoso, claro que sí.

Una vez estuvo listo, Namjoon apareció y caminó junto a él para llevarlo hacia el Palacio Imperial, donde vivía el Emperador y el Príncipe, junto al resto de la familia imperial.

—Se ve muy bien, Cortesano —habló Namjoon, mientras caminaban por los pasillos.

—Gracias, General —respondió, tímido, y decidió hablar antes de perder la valentía—. Disculpe, ¿puedo...?

—¿Si el Emperador puede hacer esto? —preguntó el hombre, sin dejar la amabilidad—. Claro que puede, es el Emperador. Sus órdenes están incluso por sobre las del Príncipe. ¿Tiene miedo, Cortesano?

—Un poco, pero no de lo que vaya a hacerme él —admitió Hoseok—, sino de cómo puede reaccionar el Príncipe. Yoongi... Perdón, el Príncipe —se corrigió, torpe—, parece ser muy celoso.

—No lo parece. Lo es —Namjoon se rió—. El Príncipe no le hará nada malo, Cortesano Jung. No tiene que preocuparse por eso —bajó la voz un poco—. Si te ganas el favor del Emperador, ni siquiera el Príncipe podría hacer algo contra ti.

Hoseok no pudo evitarlo, y otra vez se puso un poco colorado. Tal vez no debió interpretarlo así, pero lo sintió como si Namjoon le estuviera dando una indirecta sobre la palabra "favor".

¿Y cómo podría seducir al Emperador, si es que ni siquiera era capaz de seducir al Príncipe? La idea le ponía los nervios de punta.

Namjoon lo llevó hacia el Palacio Imperial, mucho más lujoso y precioso que cualquier otro. Allí vivía el Emperador junto a la familia Imperial, por lo que sólo se podía acceder con invitación.

—Pensé que el Emperador estaría ocupado hoy con sus asuntos —comentó Hoseok, siguiendo a Namjoon.

—El Imperio se encuentra tranquilo y próspero —respondió Namjoon, llevándolo al salón principal—, por lo tanto, el Emperador puede descansar algunos días —las puertas se abrieron—. Adelante, Cortesano Jung.

Hoseok entró al gran salón, encontrándose con una amplia sala iluminada gracias a los ventanales que daban paso al cielo despejado. Sentado en uno de los sofás, estaba el Emperador desayunando, y al lado suyo, había una muchacha.

Hoseok se puso de rodillas.

—Mi Emperador —saludó, suavizando su voz—, es un honor que me haya invitado a estar a su lado.

—Hoseok —respondió el hombre—, vamos, ven aquí. ¿Has tomado desayuno? —el chico se enderezó—. Estoy en compañía de mi hija mayor, la princesa Yeji.

Hoseok hizo también una reverencia ante la guapa muchacha, que le sonrió con educación.

—Es un concubino muy guapo, padre —dijo la chica, que no parecía tener más de dieciséis años—. ¿Es nuevo en tu harem?

Hoseok se puso un poco colorado ante la pregunta de Yeji, escuchando las risas del Emperador.

—No, es compañía de tu hermano —contestó el hombre, apuntando a un lado suyo—. Hoseok, no seas tímido, ven a comer —el muchacho se acercó a él—. Te ves muy hermoso con mis regalos, Cortesano, no pensé que te verías más precioso de lo que eres.

—Es usted muy amable, Emperador —respondió Hoseok, algo cohibido todavía—. No tuvo que molestarse con esto, pero le estoy muy agradecido por el bonito detalle.

—Ahora que estás acompañado, me retiro, padre —dijo Yeji de pronto, poniéndose de pie—. ¿No te molesta?

—Claro que no, cariño, ya he ocupado mucho de tu tiempo —dijo el Emperador, mientras Hoseok se servía té en la taza de cerámica.

Yeji se despidió también de Hoseok, y a los pocos segundos se marchó. Hoseok se sintió un poco incómodo al inicio, sin saber de qué hablar con el hombre. Ese día, el Emperador estaba vestido con todo el lujo que le correspondía a una posición como la suya, con la corona de oro firmemente sujeta en sus cabellos negros. Su barba se encontraba recortada e iba con un hanbok dorado.

—No te cohíbas —dijo el Emperador, sobresaltándolo—, anoche estabas mucho más parlanchín, Hoseok.

—Anoche estaba acompañado del Príncipe, mi Emperador —respondió Hoseok, comenzando a comer—. Discúlpeme si anoche llegué a ser impertinente, no pretendía...

—Tranquilo, muchacho, no me has faltado el respeto —habló el Emperador—. No me pondré exigente contigo, ¿hace cuánto ingresaste al harem?

—Oh, dos meses. Soy el menor de las concubinas, además —añadió el chico—. Me ha sido difícil readaptarme a esta nueva vida que llevo, pero le agradezco a los dioses haberme bendecido con esto.

El Emperador le dirigió una mirada y Hoseok lo aprovechó para comer rollos de huevo, sonriendo por lo delicioso que era. Le gustaba mucho comer, pues cuando era más pequeño, había días en los que pasaba hambre. Él sabía muy bien lo que era sufrir por no tener algo qué comer.

—¿Cuántos hijos tiene, mi Emperador? —preguntó de pronto Hoseok.

—Siete —contestó el hombre, tranquilo—. Dos príncipes y dos princesas. Los otros tres son hijos de otras concubinas.

—El Príncipe Heredero Yoongi —recitó Hoseok—, la princesa Yeji, el príncipe Euijin y la princesa Gyuri.

—Parece que el Príncipe te ha hablado de sus hermanos —comentó el Emperador, mientras Hoseok se llevaba ahora un trozo de gyeranmari a la boca—. ¿Y de sus medios hermanos?

Hoseok masticó con calma. Las primeras veces, comía muy apresuradamente y recibió un millón de regaños diciéndole que parecía un cerdo comiendo así. Tuvo que aprender a comer con tranquilidad y a usar, además, todo el servicio que le entregaban.

—No, el Príncipe no lo consideró pertinente —contestó Hoseok—. ¿Quiere más té, mi Emperador?

El hombre soltó una risa ante el ofrecimiento. El chico buscó lo divertido en sus palabras.

—¿No es eso algo que deben ofrecer las sirvientas, Hoseok? —preguntó el Emperador. Hoseok se coloreó ante esas palabras, observando la tetera de porcelana a un lado. Una de las sirvientas se apresuró en ir hacia ellos, pero el Emperador le hizo un gesto de que se retirara—. Ya que lo ofreces, Cortesano, puedes servirme.

Hoseok sabía que ya no podía echarse para atrás, por lo mismo, agarró la tetera con cuidado y le sirvió té al Emperador, tratando de que sus manos no temblaran. Lo único que faltaría era derramar el caliente líquido sobre el padre de Yoongi.

Para su propia fortuna, triunfó en su objetivo, y aprovechó de servirse un poco más a él.

—¿En qué estábamos? Ah, mis hijos —el Emperador lo pensó un instante—. La verdad sea dicha, nunca pensé en tener más hijos que los que tuve con mi Emperatriz, que en paz descanse.

Hoseok asintió ante sus palabras. Él sabía que el Emperador quedó viudo siete años atrás, luego de que su mujer hubiera fallecido debido a una larga enfermedad. El muchacho recordaba que, en esa época, se guardó luto un año en la nación.

—Gyuri fue el último regalo que la Emperatriz me dejó —siguió el hombre, y Hoseok lo sabía. La pequeña princesa tenía nueve años recién cumplidos—. Pero un hombre no puede vivir solo, y dirigir un Imperio es agotador. Mis concubinas me recibieron y consolaron, y de ahí surgieron los otros tres niños. El mayor es Jongin, de seis años, le sigue Dahyun, de cuatro, y la menor es Sooyoung, de dos.

—Disculpe el atrevimiento, mi Emperador, pero... —titubeó un momento—, ¿son todos de distintas madres? ¿O una concubina ha sido objeto de sus atenciones?

El mayor volvió a reírse con suavidad. Hoseok sabía que sus preguntas resultaban impertinentes y poco educadas, sin embargo, su curiosidad era mayor.

—No, son todas de distintas madres —contestó el Emperador—. Soy muy cuidadoso para no ilusionar a las concubinas, Hoseok. Muchas de ellas aspiran a subir al trono como una futura Emperatriz, esperando que escoja a una como nueva esposa.

—¿Pero no lo ha pensado? —Hoseok suavizó su voz—. Usted mismo lo ha dicho, mi Emperador, dirigir un Imperio es agotador y, a veces, necesita de una pequeña ayuda a su lado.

El Emperador lo observó con ojos analíticos y el chico temió haber ido demasiado lejos con sus palabras. La mirada del hombre era penetrante, casi como si pudiera desnudar su alma, con esos bonitos ojos posados en él. Hoseok no podía desviar su vista, y tembló cuando el Emperador le agarró de la barbilla.

—Mi corazón le ha pertenecido mucho tiempo a mi Emperatriz —dijo el hombre, serio y con voz grave—. Aunque quizás tienes razón, Hoseok.

Por un breve instante, Hoseok pensó que le iba a besar, pero el adulto terminó por soltarle y volverse a la comida. El chico contuvo el aliento, tratando de comer también.

—De todas formas, es una gran decisión que tomar —continuó el Emperador—. En caso de que escogiera a una de ellas como nueva esposa, podría pensar que un hijo suyo heredaría el Imperio y empezaría a tramar en mi contra, o incluso en contra del Príncipe Heredero.

—¡Sería terrible, mi Emperador! —exclamó Hoseok.

—¿Amas a mi hijo, Hoseok?

—Con todo mi corazón —admitió el muchacho, pues eso era lo que se esperaba de él—. Lo amo a él y usted, mi Emperador —añadió, tímido.

Incluso si era mentira, no podía decirlo en voz alta. Ahora era parte del palacio, por lo mismo, le debía fidelidad y amor a la familia imperial.

—Eres un chico encantador —dijo el Emperador—. ¿Has terminado? Me gustaría que fuéramos a pasear al jardín del pabellón.

Hoseok asintió y el hombre se puso de pie, ofreciéndole el brazo. El chico no dudó en agarrárselo, cruzándolo y siendo llevado por el Emperador fuera del salón.

El resto del día lo pasaron en el precioso jardín del ala imperial, que al igual que el resto del palacio, sólo la familia imperial y los sirvientes correspondientes podían entrar.

Era un precioso y amplio lugar, donde crecían las flores y árboles más hermosos que Hoseok alguna vez hubiera visto. Poseía una fuente artificial el doble de grande que el jardín que estaba cerca del concubinato, donde se podían observar peces y ranas, con nenúfares flotando en el agua. Había árboles de cerezos, abedules, arces y olmos a lo amplio y largo del jardín, provocando que el lugar se mantuviera siempre fresco. En cuanto a las flores, Hoseok reconoció varias: rosas, camelias, melocotones, crisantemos y, cerca del pabellón exterior, donde iban a comer, crecían flores mugunghwa.

—¿Te gustan las flores, Hoseok?

—Me encantan, mi Emperador —confesó el muchacho, observando la planta con fascinación.

El Emperador sabía mantener una buena conversación y ponía completa atención a lo que Hoseok hablara, comentando siempre sobre cualquier tema. No parecía incomodarle el hecho de que el chico hablara sobre su dura infancia o que, de vez en cuando, usara un lenguaje no tan apropiado. En realidad, parecía entretenerse mucho con eso.

Además, Hoseok le sacó mucho provecho a la conversación también, enterándose de la vida en el palacio, a las personas que rodeaban al Emperador e incluso de sus propios hijos. Supo lo que esperaba el hombre de Yoongi, cómo fue criado y lo mucho que confiaba su padre en él. Además, también de lo ansioso que estaba por saber cuándo se casaría. Yoongi tenía diecinueve, casi veinte años, y el Emperador quería ser abuelo.

—¿Tiene a una favorita? —preguntó Hoseok, tratando de no lucir ansioso.

El Emperador soltó unas risas.

—¿Quieres que te nombre a ti, Hoseok? —le dijo, sacudiendo su cabeza. El muchacho sólo sonrió—. ¿Quieres que te sea honesto? Joohyun, su prima, es una excelente candidata, y tú lo sabes, no eres un chico tonto.

—Por supuesto que no —admitió Hoseok, ya en más confianza con el hombre—. El poder se mantiene en la familia.

—Y eso es muy importante —señaló el Emperador—. Para mantener un Imperio en pie, es importante que el poder no se fragmente ni se divida, y por eso muchos de mis ancestros decidieron casarse entre familia —el hombre lució pensativo un instante—. Pero no sé si Joohyun es lo que necesita mi hijo, si te soy honesto.

—¿Cómo así, mi Emperador?

—Joohyun es encantadora, pero también muy influenciada por su padre, mi medio hermano —suspiró el mayor, con el rostro cubierto de seriedad—. Y Yoongi, si bien tiene muchas cualidades, de corazón es muy blando. No lo aparenta, pero puede ser muy inseguro de sí mismo. Necesita una Emperatriz que le aconseje y le acompañe.

Hoseok permaneció un instante callado, pensando también ante esas palabras. Hasta el momento, Yoongi siempre se mostró seguro y confiado en él, pero ahora supo que debía lucir de esa forma ante el resto del mundo.

Para su propia fortuna, el Emperador cambió de tema y Hoseok dejó esos pensamientos para sí mismo.

Cuando comenzó a oscurecerse, el mayor le dijo que ya era momento de ir a cenar. Entraron juntos al corredor, sin embargo, en ese instante apareció Seokjin.

—Mi Emperador —dijo el soldado, inclinándose—, disculpe que lo moleste, pero el Príncipe Yoongi quiere ver a su Cortesano.

—¿Y desde cuándo la autoridad del príncipe está por sobre la mía? —bufó el Emperador.

Hoseok se sobresaltó ante el tono del hombre, sorprendido por notar lo duro de sus palabras. No lo pensó un poco, pero decidió intervenir.

—Mi Emperador —dijo, llamando la atención de su Señor—, agradezco mucho la invitación recibida y los regalos que me entregó. Me divertí mucho con usted —añadió, sonriendo con dulzura—, pero pienso que es mejor que vaya con el Príncipe. Soy parte de su concubinato, después de todo.

—¿Tú también, Hoseok? —suspiró el Emperador, pero la dureza desapareció en su voz—. Ve, entonces. Otro día continuaremos con nuestras conversaciones.

Hoseok no dejó la sonrisa amable, inclinándose para despedirse antes de seguir a Seokjin por los pasillos.

Sin embargo, cuando quedaron a solas, la sonrisa desapareció y tragó saliva. No le alivió que el soldado se mantuviera en silencio los primeros minutos, y caminaron de esa forma, sin hablar, hasta que Hoseok no lo aguantó.

—¿Está muy enfadado? —preguntó, y su voz fue como un graznido.

—Demasiado —respondió Jin, seco—. Fue a cazar en la mañana, por lo que no se enteró de esto hasta que fue la hora de almuerzo y quiso invitarte a comer. Cuando le contaron que estabas con el Emperador, casi fue a buscarte para sacarte a rastras de allí.

—No puede ser —gimoteó Hoseok.

Jin no dijo algo más, y a los pocos minutos llegaron a la habitación de Yoongi, custodiada por otros dos guardias. Hoseok nunca sintió tanto pánico en su vida, con las manos temblando por lo que pudiera ocurrir. ¿Y si Yoongi estaba tan enfurecido que lo golpeaba? ¿Qué iba a hacer él? ¿O peor, si... si...?

Espantó esos pensamientos. No, Yoongi no lo haría. El Príncipe no era así, a pesar de que ellos hubieran empezado con el pie izquierdo.

Las puertas se abrieron y Jin le hizo un gesto para que entrara. A Hoseok no le quedó más que obedecer, sintiendo como la madera se cerraba detrás de él, y sus ojos se dirigieron hacia Yoongi, sentado en uno de los sillones. En su mano, sostenía una pipa.

—Mi Señor —dijo, haciendo una inclinación con rapidez.

—Ven aquí —dijo Yoongi, antes de soltar un chasquido—. No, espera, ese hanbok es demasiado exquisito para ser de un concubino.

A Hoseok le hirió un poco que le llamara así, pero no le iba a replicar. Además, decidió que mentir no sería lo mejor en ese momento.

—No, me lo ha regalado el Emperador —contestó, bajando la vista.

—Quítatelo —ordenó Yoongi, y la voz le temblaba por la furia—. No quiero verte llevando eso frente a mí nunca más, ¿me has entendido?

—Sí, mi Señor —respondió, y sus manos comenzaron a quitarse con cuidado la ropa. A pesar de todo, no quería arruinar el precioso hanbok.

Pasaron los minutos en tenso silencio. Pronto, Hoseok quedó vistiendo sólo un camisón que llegaba a sus rodillas, además de las joyas.

—¿El collar también ha sido regalo de mi padre? —preguntó Yoongi, cuando vio que Hoseok se lo quitó.

—Sí, Príncipe —dijo, tratando de mantener la calma.

El mayor no dijo algo Hoseok se lo quitaba también.

—Ahora, aquí —Yoongi fumó de su pipa—. ¿Te acostaste con él?

La pregunta lo desconcertó por completo, dejándolo atónito y sorprendido. Y, pasados unos segundos, sintió su rostro caliente, pero no sabía si era por la vergüenza o la humillación.

—Claro que no, mi Príncipe —dijo Hoseok, honesto—. Sólo me invitó a comer y conversar, nada más. Se lo juro.

—Comer y conversar —bufó Yoongi, y en su tono se oía la burla—. ¿Se la chupaste bajo la mesa?

Hoseok ni siquiera pudo pensarlo bien, porque lo abofeteó en el rostro. El chasquido resonó en el cuarto, por lo que hubo un silencio estático en el que ninguno se movió más allá de eso.

—No soy una prostituta —espetó Hoseok, con la mano tiritando por la ira—, ni una puta, ni una zorra, ni una perra. Si me llamaste para ofenderme, Príncipe, entonces puede irse a la mierda.

El chico retrocedió un paso, pero antes de poder girarse, Yoongi se puso de pie y lo agarró de la mano. Su mejilla estaba roja por el golpe.

—Golpeando a tu Príncipe —gruñó el mayor, ahora tomándolo de la cintura—, y no sólo eso, ofendiéndolo... Mereces un castigo por tu insolencia.

—¿Un castigo? —Hoseok se removió en sus brazos, pero Yoongi no lo soltó—. ¡Pues tú también mereces un castigo, por ofenderme cuando no he hecho nada malo!

—¿Nada malo? —repitió Yoongi—. ¿Y mirar a mi padre, hacerle ojitos, coquetearle, no es nada malo?

—¿Estás celoso? —exclamó Hoseok, y sonrió con mofa al notar la ira en los ojos del príncipe—. ¿Es eso, mi Señor? ¿Estás celoso?

—No me provoques —espetó Yoongi.

Hoseok dejó de luchar y agarró a Yoongi por la barbilla, haciendo que lo mirara a los ojos.

—Oh, Yoongi —le dijo, sin importarle si usaba su nombre—, no deberías estarlo.

El príncipe le contempló, sin moverse, con la respiración agitada. Hoseok le sostuvo ahora de las mejillas.

—Me has embrujado —acusó Yoongi.

—¿Embrujado? —se rió Hoseok—. Si pudiera hacerlo, hace mucho habrías sido mío —le acarició la piel con suavidad—. ¿Por qué estarías celoso tú, cuando soy yo el que debe compartirte con otras mujeres?

Otro momento de silencio. Yoongi se veía mucho más calmado ahora, pero todavía persistía el resquemor en su mirada.

Como si estuviera conversándolo otra vez frente al Emperador, recordó lo que le dijo.

—No seas inseguro —añadió, ahora más serio y dulce—, no dudes de ti mismo, Yoongi. Mi corazón te ha pertenecido desde que me dirigiste una mirada, aunque no haya sido en las mejores circunstancias.

—Hoseok...

—Soy tuyo para siempre, Yoongi —le aseguró—, pero si vuelves a ofenderme como acabas de hacer, no dudaré en arrancarte los ojos.

El príncipe enterró su rostro en el cuello de Hoseok y el chico gimió al sentir la caliente boca en ese lugar.

—¿Me estás amenazando? —gruñó Yoongi.

—Claro que no —replicó Hoseok—. Ahora, ¿te pusiste celoso, mi Señor?

—Yo no siento celos —murmuró el mayor, pero no le soltó.

—Por supuesto que los sientes —dijo Hoseok, empujándolo al sofá. Yoongi se sentó, pero el chico no tardó en acomodarse sobre él, con las piernas abiertas—. Tan celosito, Yoongi, de que otro hombre toque lo que te pertenece...

Antes de que el príncipe pudiera replicar, Hoseok lo besó en la boca, con la adrenalina corriendo por sus venas. No sabía de dónde sacó esa valentía, pero tal vez se debía a todo lo que conversó con el Emperador. Tal vez se debía al notar el pavor en la mirada de Yoongi.

Yoongi le devolvió el beso, gruñendo y jadeando, llevando una mano hacia el culo del chico. Hoseok gimió al sentir el duro apretón, con su polla reaccionando ante el toque y pudiendo palpar el duro pene de Yoongi a través de la ropa. La excitación pareció llenar el aire a su alrededor, y sólo podía pensar en la boca de Yoongi sobre la suya, en su lengua entre sus labios, en la forma en que recibía el beso.

—Admítelo —gimió Hoseok una vez se alejó, con la saliva humedeciendo su barbilla. Yoongi tenía los ojos brillantes por la lujuria—, admítelo, Yoongi. Estás celoso de que alguien más me toque y pueda alejarme de ti...

—Por los dioses —exclamó Yoongi, lascivo—, estoy malditamente celoso de que mires a otro lado. Quiero tus ojos en mí, Hoseok, en nadie más.

El menor soltó unas risas, encantado de la confesión, y gimiendo cuando las manos de Yoongi fueron ahora más abajo, metiéndose por debajo del camisón y acariciándole los muslos.

—Quiero follarte —masculló Yoongi.

—No, todavía no —Hoseok jadeó al sentir los dedos en su trasero—, todavía no, Yoongi.

—Pero Hobi...

—Shhhh —el chico lo volvió a besar—. ¿Te puso celoso que pudiera chupársela a otra persona? —le susurró—. Te la chuparé sólo a ti, mi Príncipe, mi hermoso Príncipe...

Yoongi soltó un suave gemido cuando Hoseok se inclinó y le besó el cuello, con sus manos comenzando a desabrocharle el hanbok, sin dejar de estimularlo con su boca. Cuando la ropa aflojó, se deslizó más abajo, arrodillándose en la suave alfombra y acomodándose entre las piernas del mayor.

Pudo sentir la polla de Yoongi, y no tardó en sacarla por debajo de la ropa interior. Ya se encontraba completamente duro, con el presemen humedeciendo el pene. Era pesado en su mano, con las bolas hinchadas, y Hoseok ni siquiera lo pensó un poco: sacó su lengua y lamió toda la longitud. El sabor salado explotó en su boca, completamente desconocido, pero no dudó en cerrar sus labios alrededor del glande. Levantó sus ojos y escuchó el gemido ronco del príncipe.

—Mierda, Hope... —jadeó Yoongi, echando su cabeza hacia atrás—, mierda, bebé, que bueno eres...

El halago le hizo sentir orgulloso, y su mano se cerró alrededor de la base antes de comenzar a moverla de arriba hacia abajo, con su boca siguiendo el movimiento. La polla de Yoongi se abría en su boca, entrando en su garganta, y se forzó a no apresurarse, pues no quería vomitar. Eso si sería un desastre.

Escuchó los gemidos de Yoongi, alentándolo a seguir, y pudo sentir la mano del príncipe sobre sus cabellos. Sus ojos se pusieron lagrimosos por el empuje en su garganta, sin embargo, le causaba cierto placer sentir su carne siendo abierta de esa forma.

Luego de unos minutos, entre los murmullos de Yoongi, sintió cómo se tensaba bajo él y el caliente semen inundó su garganta. Se atragantó y alejó, pero el esperma se derramó en su mejilla, nariz y barbilla, manchando también su mano.

—Oh, cariño, cariño... —jadeó Yoongi—, quiero arruinarte tanto, Hoseok, Hobi...

El muchacho hizo un leve puchero y lamió el semen derramado en su mano, chupando cada dedo con un obsceno gesto.

—Todavía no —le dijo Hoseok, coqueto y sucio, sin dejar de lamer sus dedos.

—Podría obligarte —amenazó Yoongi, pero no había verdadera intención en su voz.

—Sí —aceptó Hoseok—, sin embargo, ¿cuál es lo divertido de eso? —agarró otra vez la polla de Yoongi, comenzando a limpiarlo con sus dedos—. Cuando me ames, cuando seas mío, dejaré que me arruines tanto como quieras.

Yoongi soltó una risa ronca y Hoseok se puso de pie, dándole un nuevo beso.

Hoseok empezó a jugar todas sus cartas en ese momento.

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