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Sie Kensou es el tipo de amigo que no sabe si verte.

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La pregunta que se hacía ahora era: ¿entrar o no entrar?

¿Cómo poder verla sin pensar en el Orochi?

No sabría cómo verla ahora, si bien se negó a creerlo todo señalaba aquello, en especial lo que Athena dijo, que vio todas las muestras de que (...) es parte del Orochi.

Pero... ¿Cómo?

Conoce a la muchacha desde la escuela, la conoce como la palma de su mano.

Introvertida, apasionada, buena cocinera, buena en los trabajos manuales y amante de las películas de terror y de ciencia ficción; habían muchas otras cosas más pero demorará tanto en mencionarlas.

Ah, no olviden su fascinación con Charles Lee Ray.

Momento, ¿Acaso eso era una muestra de que tenia alma de asesina?

No, no podía, esas eran cosas que a cualquiera le gustarían, su amiga no podía ser así a pesar de que la vio regresar con sangre encima.

Sangre que no le pertenecía a ella.

Aun así, hubiera sido el primero en ir hacia ella de no ser por su maestro y Athena, lo tuvieron que retener en lo que Iori Yagami y Leona Heider le daban un certero golpe a la altura de la nuca para que cayese inconciente luego de un contundente ataque previo.

No se podía sacar sus gritos de la cabeza.

Y no le importaba el que el torneo se detuviera hasta mañana, parecía que ni al patrocinador, ya que aquel incidente solo había llamado más la atención de medio mundo.

Lo que le importaba ahora era ver si se atrevía o no a abrir esa puerta.

Y, justo cuando reunió sus fuerzas mentales para afrontar la realidad, alguien más abrió la puerta.

Era un hombre, alto, muy alto, que se venía abrochando los botones de su camisa de color negro.

Estaba con la boca abierta de la impresión de haber visto a un hombre tan desgarbado como ese salir del cuarto de hospital de su amiga.

Solo empeoró la cosa cuando escucho el sonido de la cremallera del pantalón de mezclilla azul ser cerrada.

-¡Tu! ¡¿Quién?! ¡¿Quién rayos eres?! -ni siquiera se tomó la molestia de seguir hablando en japones, todas esas palabras salieron rápidas y en chino, sin contar su rostro rojo, sin saber si era por la ira o la vergüenza.

El tipo le sonrió y, diablos, esa fue una sonrisa de modelo.

Se fue totalmente libre de culpa y dejándolo sin saber qué pensar.

Una vez lo perdió de vista entro rápido al cuarto de su amiga.

Y dio el grito de su vida al encontrarla con la bata y las sabanas desacomodadas.

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-¡Kensou! ¡respira tranquilo! -por más que quisiera no podía, seguía respirando cómo un asmático con esa bolsa de papel.

Si bien era muy reconfortante tener a su amada Athena darle caricias en la espalda no se podía arrancar de su cabeza la disparatada idea que involucraba a su amiga, un tipo con fachada de modelo y un cuarto de hospital.

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¿Cómo era que esas cosas le pasaban a él?

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