4. La Aldea, la Viuda y los Extraños

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—¿Alicia y Adam, desaparecidos? ¿Cómo es posible? —Sus manos temblaban sin control y justo en su pecho sentía una angustia incomparable.

—Hace casi dos meses que buscamos a Alicia, pero no llegamos a encontrar rastro alguno, no... no sabemos qué fue de ella en realidad —respondió Cole, acariciando sus manos por detrás de su espalda en un claro gesto de nerviosismo.

Lizz suspiró con pesadez y llevó ambas manos hasta sus ojos, cubriéndose con aflicción.

—¿Y Adam... él...?

—Él y un par más se separaron del grupo... los Carroñeros nos perseguían, no pudimos hacer más que continuar —terminó diciendo la intrépida arquera, aunque se notaba en su palabra que el remordimiento de no haber podido actuar la carcomía por dentro—. Tengo planeado es regresar, lo buscaré, no estar tan lejos...

—No, Lily —aseveró ella—. A penas consiguieron regresar, sería demasiado peligroso volver —se puso de pie y analizó el mapa en su escritorio—, además, si lo que me cuentan es verdad, entonces los Carroñeros estarán más activos que nunca, estarán merodeando, no podemos bajar la guardia, no somos tantos como antes, debemos permanecer juntos y planificar qué haremos después.

Una gran carga se notaba en ella, todos podían sentirla. Juan carraspeó la garganta y buscó qué decir.

—Con todo respeto, jefa, pero no tenemos suficientes recursos, a penas y podemos sustentarnos nosotros, ahora que estos forasteros llegaron, es posible que enfrentemos una crisis de escases y todo se ponga feo.

—Está claro, pero tampoco podemos sacarlos, es inhumano, se pueden quedar lo que necesiten, pero no será simple caridad, necesito gente, son jóvenes, pueden ayudarnos y así podremos salir a delante, ¿les parece?

—Supongo que es lo justo —habló el joven Explorador.

—Bien, Lily, asigna algunas habitaciones para que puedan quedarse, ya veré en dónde los pondré a trabajar —se sentó y sujetó el tabique de su nariz sin abrir los ojos por la notoria frustración que sentía—. Por el momento relájense, coman algo y descansen, y por favor déjenme un momento a solas.

Juan asintió, Lily se mordió el labio y cerró sus puños, después salieron de la oficina, encontrando así al resto del grupo regado por toda en la estancia.

—Pueden quedarse —avisó Lily—. Pero deberán trabajar para ganarse su lugar.

—Fantástico —exclamó Blake, suspirando con pesadez.

—Síganme, les mostraré sus habitaciones.

La acompañaron entonces por los avejentados pasillos de aquella rústica y espaciosa casa. La iluminación del lugar era propiciada por múltiples antorchas y lámparas de aceite regadas por aquí y por allá, había suministros en algunas habitaciones que habían sido modificadas a modo de bodegas, y justo en el segundo piso encontraron las que acabaron siendo suyas.

—No es mucho y están algo desordenadas, pero servirán —mencionó Lily mientras les daba el paso a los extraños.

—¿Qué es este lugar? —Preguntó Beth, mientras miraba un candelabro elegante en el techo y múltiples pinturas en las paredes.

—Debió pertenecerle a alguien mucho antes de que los muertos se levantaran, supongo que no le valió de mucho sino seguiría aquí. —Sonaba y se veía exhausta, quién sabe cuánto tiempo llevaba afuera y también qué tanto había tenido que pasar.

Cole pasó por la habitación y llegó hasta el balcón, donde pudo contemplar el maravilloso horizonte rojizo que confería el valle, al igual que a los habitantes que poco a poco menguaban en sus actividades diurnas y se preparaban para una noche más en el lugar.

—Hoy es noche de parrillada, supongo que llegaron en buen momento, no causen problemas y no me molesten, buenas noches —dio media vuelta y buscó retirarse.

—Oye —volvió a hablar Cole y ella se giró con la esperanza de no demorar más. Alzó una ceja y miró al asiático Explorador frente a ella—. Gracias.

Lily asintió y sin más se retiró a su habitación, la cual resultó quedando en el mismo pasillo que la de ellos.

—Bien, ¿ahora qué? —Blake se tumbó sobre la cama más cercana y se retiró los zapatos, soltando un placentero gemido en el proceso.

—¿De qué hablas? —Dudó Beth.

—¿Cuál es el plan ahora? Porque tenemos un plan, ¿cierto?

—Ya oíste a la chica ruda, podemos quedarnos siempre y cuando no causemos problemas, y con "causemos" me refiero a que no eches esto a perder —le respondió Luis, sentándose en un modesto sillón.

—No sabemos quiénes son o qué planean.

—La mamá de nuestros amigos lidera el lugar, dudo mucho que nos quiera hacer daño —reviró Cole.

—Eso no lo sabes, y además, no creo ser el único que se le haga extraño que repentinamente aparecen familiares de Adam creciendo de entre los árboles, ¿que no deberían estar juntos o algo así? Digo, hasta unos días eran tan huérfanos como nosotros.

—¿A quién le importa? —Reclamó nuevamente y esta vez con más intensidad—. Estamos vivos, es lo que importa, debemos mantenernos a raya y ver qué haremos después para recuperar a nuestros amigos. Así que no lo arruines —le apuntó directamente y Blake alzó las manos.

—Bien, entiendo.

Cole suspiró y se rascó la nuca.

—No sé ustedes, pero ella dijo que habría parrillada y yo muero de hambre, veré qué consigo.

Salió de la habitación y abandonó la casa, llegando así al centro de la comunidad. En cierta medida era similar a su hogar, salvo que la mayoría de las casas parecían haber sido construidas por los propios habitantes, aunque también se podían ver muchas casas de acampar, chozas improvisadas y uno que otro camper instalado permanentemente como hogar.

Decidió entonces recorrer el lugar mientras la noche lo cubría todo por completo. Los muros eran suficientemente altos y resistentes para preservar el lugar de potenciales peligros en el exterior, pero además de eso habían múltiples guardias a lo largo del lugar, custodiando puntos estratégicos de la misma, algo curioso que notó fue que rara vez se topó con alguien con arma de fuego, en su mayoría la gente del lugar dependía de lanzas, estacas, hachas, arcos y demás herramientas un tanto más rústicas para defenderse, tal vez por ello y por el peligro que representaba no había encontrado muchos hombres por el lugar.

Acabó de recorrer la modesta Aldea tras unos minutos, llevándose consigo varias miradas curiosas y muchos susurros en su contra, ciertamente la situación del lugar estaba tensa, y más lo descubrió a la hora de arribar a la parrillada.

La gente estaba reunida frente a grandes hogueras, en las cuales habían puesto unos cerdos de buen tamaño para que todos pudieran comer, bebían además, se notaba que estaban pasando un buen rato, en su experiencia la mayoría de veces que alguien estaba así de confiado por lo regular la cosa no terminaba bien, esperaba equivocarse.

Caminó por el lugar, sintiendo las penetrantes miradas de la gente sobre su espalda, llegó frente a un hombre tras una barra, en otro tiempo aquello se hubiese considerado un bar, pero en dichas instancias tan solo era un atisbo de uno.

Cole vio los atractivos barriles de madera tras el hombre que atendía, al igual que los vasos repletos de lo que indudablemente era cerveza artesanal. Suspiró y se apoyó sobre la barra.

—¿Qué tengo que hacer para conseguir un trago? —Preguntó de la manera más amena que encontró, el hombre tras la barra lo miró con duda, pero antes de que pudiera recibir alguna respuesta, sintió un empujón, se giró y encontró a un hombre que llevaba encima una buena cantidad de alcohol por su fétido aroma a borracho.

—Yo sé —exclamó con voz arrastrada—. Es fácil, solo tienes que pedirla por favor —rió fuertemente y bebió con enjundia de aquel copioso vaso de madera.

—Bien, ¿me daría un trago? Por favor.

—Seguro... —acto seguido, aquel hombre derramó la cerveza sobre sus desgastadas botas y rió nuevamente, pero al contemplar el semblante frío de Cole se mostró a la defensiva—. Putos intrusos, solo vienen aquí a acabar con nuestra comida y aprovecharse de lo que tanto nos costó generar —al hablar escupía bastante, y eso y el aroma tan desagradable a cebada de su aliento hicieron que Cole comenzara a perder la paciencia.

—Escucha, hombre... no quiero problemas.

—Tal vez ya los tienes —le dio un empujón—. ¿Qué harás, eh? ¿Te crees muy valiente?

—Déjame en paz...

—Puto chino de mierda —pareció estar a nada de atacarlo, pero alguien se apresuró a intervenir.

—Muy bien, se acabó la diversión. —Aquella mujer de cabello a rapa apareció y empujó al hombre—. A tu casa, Tom, a menos de que quieras dormir junto a los cerdos esta noche.

—¿Qué mierda haces defendiendo a este chino?

—Ya vete —lo fulminó con la mirada y él pareció pensárselo dos veces—. No lo volveré a repetir.

El hombre escupió al suelo y se marchó torpemente del lugar, mientras insultaba a regañadientes. La chica suspiró.

—Lo siento por eso, supongo que desde que el fin del mundo llegó, también los idiotas aparecieron —se acomodó sobre la barra—. Dos cervezas, Will.

El cantinero los miró a ambos pero no dijo nada, acabó sirviendo dos vasos.

—Gracias, supongo —tomó el vaso y le dio un gran trago.

—No hay de que —bebió a la par. Cole la miró de reojo, analizándola con detenimiento, era caucásica y rubia, bastante atractiva sin duda, pero lo que más llamaba la atención además de su singular cabellera eran los múltiples tatuajes en todo su cuerpo—. Soy Rhane, por cierto.

—Cole —bebió otra vez.

—Y dime, Cole, ¿cómo llegaron a parar tú y tu grupo hasta acá?

—Es una historia muy larga y sangrienta —agitó el vaso y ella pareció sonreír.

—Creo que todas las historias hoy en día son así. —Volteó y contempló sus atractivos ojos verdes, desvió la mirada nuevamente y bebió una vez más de la cerveza.

—Bueno, ¿por dónde comienzo?

Ninguno de los dos se percató de cuánto tiempo transcurrió luego del tercer vaso, habían hablado sin parar desde entonces, narrando sus vivencias, sus historias de vida y de supervivencia en aquel mundo tan hostil en el que les había tocado vivir.

Resultó entonces que Rhane era una Flecha Roja, nombre designado a los protectores y exploradores de la comunidad, quienes desde niños habían sido entrenados por Lily para adquirir las habilidades suficientes para sobrevivir allá afuera.

—En Harmony también había algo parecido, salvo que nosotros no habíamos tenido la oportunidad de salir y probarnos en el mundo real —acabó con el quinto vaso—. Al menos hasta hace un mes.

—Tampoco es que salgamos seguido, los Carroñeros lo han estado haciendo difícil desde hace un tiempo —pareció reflexionar sobre ello luego de hablar.

—¿Qué pasó?

—Lo mismo que ustedes, de vez en cuando salíamos en búsqueda de provisiones o suministros, pero nos topamos con ellos y todo se fue a la mierda —acarició su mentón—. Mataron a varios amigos, y... nos han atacado un par de veces luego de ello, nos defendimos, pero con cada ataque nuestra gente disminuía más y más, ahora quedamos pocos guerreros, estamos indefensos, solo... esperando al siguiente ataque de esos malditos.

—De no haber sido por tu gente tal vez no estaríamos aquí, en realidad... creo que ni siquiera estaríamos vivos de no ser por ellos.

—¿Entonces qué harán? Dices que tienen algunos amigos desaparecidos, ¿crees que sigan vivos?

—Si te soy sincero... no lo sé con certeza, quiero creer que sí. Espero que sí.

—Creo que debería irme, es un poco tarde y me toca vigilar a primera hora —se apartó de la barra y tambaleó ligeramente, Cole se apresuró a sujetarla—. Estoy bien, estoy bien —se apartó un poco y sonrió con los ojos entrecerrados—. Hay un par de cosas que he querido preguntarte toda la noche y me está matando la incertidumbre de no saber la respuesta.

Sus mejillas estaban rojas y se notaba mucho más alegre a como la conoció por primera vez.

—¿Bueno y cuáles son?

—¿En verdad eres chino? —Sonrió juguetona y al cabo de unos instantes él soltó una carcajada.

—Coreano en realidad, al menos eso creo.

—Genial.

Empezó a avanzar.

—¿Qué era lo otro?

—Luego te lo diré.

Acabó desapareciendo de su vista, Cole suspiró y se fue también, avanzó por la comunidad hasta que entró a la casa y llegó a su habitación, donde los demás se preparaban para dormir, se tomó su tiempo para mirar al grupo, y durante breves instantes se sintió alegre de verlos con vida, al menos a la mayoría.

Curiosamente ninguno quiso dormir en la otra habitación, todos compartirían la misma para así protegerse mutuamente. Recostados en el suelo con algunas mantas y colchonetas estaban Luis y Blake, mientras que Beth y Christine se habían adueñado de la única cama de la habitación, Cole avanzó y se tumbó sobre un modesto sofá.

—¿Te encuentras bien? —Interrogó Beth mientras se preparaba para dormir.

—Sí, solo un poco cansado.

Luis apagó la lámpara de aceite que iluminaba la habitación, quedando en penumbras nuevamente, Cole se giró y miró el descascarado techo de enmohecido color blanco y suspiró.

—¿Creen... creen que Adam y Steven estén bien? —Preguntó la jovencita rubia con un esbozo de tristeza en su voz, se giró sobre la cama y miró al Explorador.

—Están bien, Beth, ese chico es especialista en evitar la muerte, tú tranquila.

—Eso espero, de verdad.

—Yo también, Beth, yo también. 

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