8. La llegada

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La pequeña fogata que había preparado había avivado gracias a todo el aire que soplaba a su alrededor, había colocado muchas ramas secas y algo de hierba para que se mantuviera así, y cuando adquirió un buen color, despellejó aquel conejo que había cazado en la mañana, le arrancó las entrañas y lo limpió lo mejor que pudo para después atravesarlo con una rama y colocarlo sobre las llamas.

Se sentó sobre la mullida tierra y empezó a inspeccionar las armas que le había quitado a los Carroñeros. Además de las suyas, había conseguido un rifle de caza, un arco y muchas flechas, además de unos cuchillos y una 45 con dos cargadores, aparte de ello sus atacantes no le habían dejado mucho más que algunas provisiones de reserva que ya había consumido hacía tiempo. Apartó el pañuelo que llevaba sobre su rostro y se quedó con la mirada clavada en el fuego de la fogata, las llamas chisporroteaban y el conejo empezaba a oler bastante bien.

Observó a su alrededor, había logrado encontrar la ruta que lo llevaría a su destino, pero aún no había señales del famoso valle.

Llevaba algunas horas recorriendo los bosques y las cordilleras del lugar, aquellas amplias extensiones de roca y verde que se alzaban por kilómetros y kilómetros sin fin, suspiró, ya no estaba tan convencido de poder hallarlo.

Cuando el conejo se mostró bien cocinado y sus jugos desbordaban hacia el fuego haciéndolo crear ascuas, lo sacó y empezó a comer, tenía un sabor particular, pero no desagradable, acabó por consumir la mitad del agua que le restaba en una de sus botellas y fue cuando la preocupación llegó, no había ríos ni lagos más que descendiendo nuevamente hacía los bosques, y sí lo hacía perdería más tiempo, además también que oscurecería y mantenerse en terreno abierto era estar expuesto ante cualquier cosa.

Tampoco podía esperar a la lluvia, aunque si bien el cielo estaba gris y con altas probabilidades de lluvia, no podía confiarse y amainar el paso. Así que apagó el fuego, tomó sus cosas y siguió avanzando por el lugar un tiempo más.

La inmensidad de aquel ambiente era tan pacífica que incluso se sentía extraño, el único sonido a kilómetros era el viento que pasaba agitando su cabello, siguió caminando hasta que arribó a una colina de buen tamaño, justo para contemplar la grandiosidad del paisaje que se alzaba ante sus ojos.

Sonrió, mirando sin dudas un lejano paraje que se alzaba como el oasis en medio de un desierto.

—El valle... —dijo para sí mismo y apretó los labios, una lágrima rodó por su mejilla, rápido la limpió y suspiró—. Lo logramos, Steven, lo logramos...

El terreno estaba un tanto en picada, así que el bajar sería difícil, miró a sus espaldas con la intención de encontrar un camino mucho más seguro y fue cuando notó en la lejanía una mancha que se movía en lenta y pesada parsimonia, pero que le hizo helar la sangre igualmente.

Rápido abrió su valija y tomó el rifle, estaban a una distancia considerable, pero los logró identificar, una horda, filas y filas de entes putrefactos que marchaban en la misma dirección que él.

—Mierda... me han estado rastreando...

Un crudo escalofrío recorrió su espina, recordando su encuentro con ellos en el condado donde habían asesinado a Steven, ahora, no solo eran un grupo, de alguna manera habían conducido toda una horda tras él.

Regresó la mirada al valle y al poblado que se alzaba a la mitad del mismo, una hora al menos de recorrido y esas cosas lo alcanzarían al anochecer si bien le iba, así que guardó sus cosas y se puso a avanzar a toda prisa en dicha dirección.

Justo en la muralla principal de La Aldea, Rhane yacía recargada, mirando con aburrimiento los plantíos y el resto del valle, suspiró y apoyó su mano contra su mentón sin ocultar su rostro indiferente. Entonces escuchó como alguien subía al nivel superior, volteó intrigada, aún no era su cambio de guardia, se encontró entonces a Cole luego de que este se mostrara.

—Hey, ¿qué tal? —Saludó él con cortesía, Rhane sonrió.

—¿Qué haces aquí?

—Lizz dijo que todos debíamos ganarnos nuestro lugar en la comunidad, así que me mandó de guardia también.

—¿En serio? —Enfatizó con cierta incredulidad de su parte. El joven Explorador se encogió en hombros.

—¿Por qué no?

—Bien, pues oficialmente te doy la bienvenida al puesto más aburrido en toda la comunidad —extendió sus brazos hacia el verde exterior, Cole rió un poco y ella también.

Luego de eso ambos guardaron silencio y se dedicaron a mirar el paisaje que tenían en frente, Cole se apoyó contra la defensa de la muralla y mostró una pequeña sonrisa.

—Y bien... ¿me lo dirás o no?

—¿De qué hablas?

—La otra noche dijiste que tenías dos preguntas que te estaban matando por saber la respuesta. Te respondí la primera, así que... ¿qué hay de la segunda?

—Oh, es solo una tontería.

—Bueno, aún falta una media hora para el cambio de turno así que... —la chica se giró y lo observó detenidamente con sus ojos esmeraldas. Mostrándose confiada de lo que diría.

—¿Tienes novia, Explorador?

Aquello le tomó completamente por sorpresa, sonrió apenado y miró hacia el exterior.

—Ahora que lo dices... —comenzó a decir, pero se quedó mudo de repente, con ambos ojos abiertos y consternados. Rhane se alarmó.

—¿Oye, estás bien? —Dudó un tanto preocupada de verlo en semejante catatonía.

—Mira...

Ambos prestaron atención a una figura que se acercaba a toda prisa hacia el lugar. Rhane abrió sus ojos y avanzó hasta una campana ubicada en aquel mismo nivel. Entonces la tocó múltiples veces, la gente de La Aldea se aterrorizó al instante.

El resto del grupo, acompañado de Lizz y los Flechas Rojas salieron al centro de la comunidad, tomando sus armas y preparándose para lo peor.

—¡Connie, Maddy, lleven a los ancianos y a los niños al interior de la casa y quédense ahí con ellos, los demás, conmigo! —Ordenó Lizz y sus guerreros la acompañaron.

—¿Qué sucede? —Preguntó Luis con temor. Lizz se acercó a una mesa repleta de armas y tomó un rifle Mendoza de calibre 22 con camuflaje estilo militar, al igual que un machete.

Uno a uno los habitantes del lugar tomaban algún arma y se colocaban a la largo de la gran muralla principal y de la puerta.

—Es la alarma, algo se acerca —mencionó Lily mientras estiraba la cuerda de su arco y verificaba que tenía suficientes flechas.

—Maldición —exclamó y tomó una lanza.

—Rhane, ¿cuántos son? —Clamó Lizz de nueva cuenta, la vigía verificó mirando en todas direcciones por si se trataba de alguna especie de trampa pero regresó la mirada a la líder con consternación.

—Solo uno.

—Abran la puerta entonces.

—Pero, jefa...

—Tranquilo, Juan. —Dio la señal alzando la cabeza, y dos de los guardias abrieron las puertas del lugar. El polvo se levantó, todos apuntaron sus armas ante aquella misteriosa figura que se acercaba a los principios de los plantíos, Lizz avanzó hasta quedar a pocos metros de él—. Alto, no des un paso más —amenazó apuntando su rifle contra él—. ¿Quién eres, y qué quieres aquí?

Todos miraban atentos desde sus posiciones. El extraño suspiró y se quitó el pañuelo del rostro, dejándola atónita al instante.

—Solo venía a saludar —mencionó frío y sin mostrar ninguna expresión en su semblante.

Todos se quedaron mirando sin poder creerlo, ni siquiera Lizz quien lo tenía justo al frente.

Lily se abrió paso a prisa y se quedó paralizada al verlo, dejó caer su arco y se acercó lentamente a él.

—¿Enano, eres tú? —Su voz temblaba sin control, Adam soltó una solitaria risa y asintió muy lentamente.

—¿Qué hay? Lily —sonrió. Y fue entonces que la arquera se abalanzó contra él y lo abrazó con todas sus fuerzas.

—¡No puedo creerlo... ¿cómo?! —Su voz sonaba frágil como nunca antes, pero aliviada a su vez por tenerlo a su lado una vez más.

—Supongo que tengo algo de suerte. —Volvió a abrazarlo al instante. Adam miró a través de su hombro como sus amigos llegaban hasta él, lentos, precavidos, como deseando que aquello fuese real y no una especie de alucinación colectiva, pero no era el caso.

La arquera lo soltó, y fue cuando Luis y él se encontraron.

—Pensé que habías muerto... —confesó su incrédulo amigo.

—Yo podría decir lo mismo.

—Eres un cabrón. —Llegó hasta él y se abrazaron de igual forma—. Qué alegría verte.

—Igualmente, amigo. —Luis se apartó y sacudió su cabeza, después Christine lo abrazó—. Hola, Chris.

Cole, Beth y Blake arribaron también.

—Adam...

—Cole. —No pudo evitar sonreír al verlo a todos, aquellos dos se abrazaron de igual forma.

—Es bueno tenerte de vuelta, hermano.

—Gracias —apretaron simultáneamente sus manos y asintió. Blake se cruzó de brazos.

—Me impresionas, bastardo, me impresionas.

—También me alegra verte, Blake.

—Ja, seguro.

Clavó su mirada en la joven rubia que lo abrazó y lloró discretamente sobre su pecho.

—Hola —la rodeó con sus brazos y besó su frente.

—¿Quieres por favor dejar de darme sustos así? —Lloró y rió aliviada, Adam la mantuvo en sus brazos un tiempo hasta que se calmó.

Luego de compartir abrazos y saludos con sus amigos y seres queridos quedó nuevamente frente a Lizz. No se le notaba, pero estaba impactado de verla ahí, hacía años que no sabía de ella y de Lily y de un segundo al otro el destino los había reunido nuevamente, como parte de un plan mucho más grande del cual debían ser parte.

—Bienvenido, Adam.

—Gracias, Lizz —aquello sonó mucho menos emotivo que su reencuentro con los demás, pero aun así ambos se sentían felices de verse otra vez, aunque no lo demostraran.

—¿Cómo? ¿Cómo es que lograste regresar? —Dudó Lily, quien más consternada se mostraba.

—Seguimos las instrucciones de tu amigo, pero... no lo logró.

—Mierda, Malcom... —exclamó Rob, con pena de saber que otro de sus amigos no volvería. Adam bajó un poco la mirada, una lúgubre aura cubrió su cuerpo y todos pudieron notarlo, Cole se acercó y dejó una mano sobre su hombro.

—Adam, ¿acaso Steven...? —Tras pronunciar dichas palabras lo vio negar con toda la pena del mundo sobre sus hombros.

Christine cubrió su boca con ambas manos y negó también.

—No... no lo logró.

—Mierda... —dejó salir, cabizbajo y sin más palabras sobre su boca.

—Fueron los Carroñeros —declaró con fuerza, la gente de La Aldea empezaba a acercarse para ver qué sucedía, Adam lo vio entonces, aquella comunidad estaba demasiado desprotegida, y más ente lo que estaba por suceder—. Y vienen para acá.

Un barullo generado por las voces consternadas y aterradas se alzó por los aires.

—Alto, alto, alto, ¿de qué estás hablando? —Intervino Juan.

—Los vi, al igual que una horda que ellos dirigen en esta dirección. —La gente comenzó a preocuparse mucho más. Lizz se acercó a él.

—¿Estás seguro?

—Completamente. Decenas, tal vez cientos de muertos, y al paso que llevan llegarán al anochecer.

—Mierda, ¿y ahora qué haremos? —Dudó Rhane desde la distancia. Lizz meditó la situación, pero no tenía nada en mente que pudiera ayudarlos.

—Estamos expuestos, no tenemos armas ni mucho menos gente para luchar...

—Si lo que dice Adam es cierto entonces no tenemos más opción, deberemos pelear contra ellos aun así —aseveró Lily.

—Tiene razón —Adam se introdujo en la comunidad, para esas instancias nadie dijo nada—. Los muros son altos y resistentes, podemos fortificar las entradas y preparar una ofensiva, si no podemos escapar entonces hay que hacerles frente.

—Estás hablando de los Carroñeros —Intervino una angustiada mujer entre la gente—. Están dementes y solo quieren matarnos.

—Además, apenas somos un puñado de gente, no resistiremos a su ataque —mencionó Juan.

—¡Pues al menos debemos intentarlo! —Elevó la voz y todos lo miraron—. Esos infelices ya nos jodieron lo suficiente, ya estoy cansado de correr, ¡es momento de pelear! Conocemos a esta gente, sabemos qué esperar, ellos no, ellos esperan ver un rebaño de corderos asustados, se van a cagar encima cuando vean que hemos liberado a los Perros —al escuchar eso fue inevitable para Lizz no sentir un escalofrío. Adam asintió con firmeza, mirando con decisión a todo el mundo—. Nos han quitado seres queridos, amigos, familia. Es momento de contraatacar.

—Tiene razón —habló Lizz ante su gente—. Justo ahora no hay más opción, o los enfrentamos, o aceptamos nuestra muerte así sin más.

El silencio se instauró en aquella comunidad, no eran soldados, eran gente que se ocultaba, pero que a pesar de todo seguían vivos por una razón.

—Esos desgraciados mataron a mi hijo —enunció un hombre mayor entre las filas, apretó el mentón y lo apoyó sin dudar—. Yo pelearé.

—Yo también —se unió una mujer. Después, le siguieron más y más, hasta que todos aceptaron su destino elevando sus voces por encima del miedo. Adam sonrió.

—Bien entonces tenemos mucho trabajo por hacer —Lizz alzó la voz otra vez—. ¡Preparen las defensas a lo largo del perímetro de la comunidad, alisten las armas, oculten a quienes no puedan pelear y los que sí... tomen un arma y prepárense! ¡Andando, vamos!

Al cabo de un rato aquella comunidad se movilizó como nunca antes, todos trabajando juntos para asegurar no solo su hogar, sino también su supervivencia ante un enemigo que todos temían, pero que de igual forma debían hacerle frente.

Los pocos hombres y mujeres capaces de luchar colocaban estacas justo frente a las entrada del lugar y de los cultivos, inclusive cavaron algunas trincheras que reforzaron por igual con múltiples picas.

Las pocas armas del lugar fueron acumuladas en el centro, todas y cada una debían hacerse valer al máximo. Saliendo de la casa principal, Juan, Rob, Cole y Adam llevaban unas cuantas cajas repletas de alcohol destilado en la comunidad, y al igual que con las armas las colocaron como munición.

—Bien, estas serán nuestra última reserva por si la cosa se pone fea —ilustró él con una de las botellas de aquel incoloro pero fuerte licor.

—Más te vale estar en lo correcto, chico, o si no, nos va a cargar la chingada —declaró Juan y se apartó de ahí.

Adam alzó la mirada hacia el cielo, el sol comenzaba a pintar el cielo de tonos anaranjados y rosados a la vez, apretó los labios, esperando así la batalla que llegaría, justo al caer la noche.

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