Capítulo 4. Lluvia (Bajo el paraguas)

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Hagi, 4 de junio

1

Hoy regreso a la escuela finalmente. Después de una semana lejos del alumnado y los inacabables libros de texto, se puede decir que extraño la rutina de la vida diaria de una estudiante común. Estoy en la Preparatoria de Hagi del Norte, en el tercer y último año de mi bachillerato.

Takahiro al parecer no piensa reincorporarse por ahora a las clases. Según me contó, iba en primer año en la Universidad de Tokio. Estudiaba en la Facultad de Medicina, y tuvo que pedir la baja para poder venir. A veces no puedo evitar pensar que fue algo tonta su decisión de mudarse a Hagi. ¡Dejar toda su vida atrás... solo por su extraño sentimiento de responsabilidad hacia mí! Antes de irme, no puedo evitar el darle a conocer mi opinión acerca de su actitud.

—Creo —le comento— que el aventurarte hasta acá fue una imprudencia de tu parte.

—¿Por qué piensas eso?

—Pues... porque dejaste toda tu vida allá en Tokio. Y no logro entender ese afecto que sentiste hacia mí sin siquiera conocerme.

—Yo tampoco lo entiendo. Es algo extraño, ¿sabes? Simplemente... no sé... Algo me decía que debía estar aquí.

—Si quieres te puedes ir. Ya ves que no necesito nada de ti. Eres libre de regresar y retomar tu vida... De seguir tus sueños.

—Yo pensaba hacer eso... Pero todo en mi mente cambió desde aquel día... El día en que llovió. Te vi por primera vez... Sí, puedo asegurar que fue allí cuando te vi por primera vez, cuando me dejaste ver cómo te sentías. Ya veo que el venir no fue inútil, y me alegro de que seas como yo te imaginé. No me importa perder la carrera que cursaba, de todos modos nunca me gustó mucho, tan solo seguí estudiando por ser alguien en la vida, pero ahora no sé qué hacer. Pero no te preocupes por mí, algo encontraré. Tú debes ir ahora a la escuela, ¿verdad? ¿Te puedo acompañar, Fuyumi-san?

—¿Acompañarme?... Esto... Claro que puedes. ¿Y ese extraño antojo?

—Nada, ¿acaso está mal que me interese por tu educación?

—No, pero recuerda que todavía no te he dado mucha confianza. Por ahora eres tan solo un compañero de casa.

—Ese "por ahora" es una buena señal. Quizás pronto seamos amigos. ¿Y está muy lejos la preparatoria? ¿Vas en coche o a pie? ¿Tienes amigos?

—No, voy caminando, y sí, tengo amigos —respondo en cortas oraciones sus interrogantes.

—Qué bien. Espero conocer nuevas personas —me dice intentado hacer una sonrisa.

Caminamos por unos treinta minutos. El camino a la escuela siempre ha sido uno de mis momentos favoritos del día. Temprano en la mañana puedo ver mi ciudad natal en plenitud, despertando del largo descanso de la noche. Se debe de bajar una colina, pues mi casa está situada en la parte alta de la ciudad. Como ya es junio, los árboles están más verdes y el reflejo de sus copas en el lago se hace más vívido que nunca. Las casas de todos los tamaños dispuestas de forma organizada a ambos lados del sendero, con sus paredes de madera y altos tejados, dan al paisaje un toque humano. Takahiro no habla mucho. Está admirando la hermosa vista, deslumbrado por los colores del verano.

—Ya llegamos —le digo, distrayéndolo de su observación del panorama.

—¿Conque aquí estudias? —me contesta, pasando su mirada por el edificio de tres pisos que es mi escuela, rodeado por un gran patio sembrado de melocotoneros y bancos de piedra pulida—. Es bastante grande.

—Y no lo ves todo. Detrás está el anfiteatro, el área deportiva, el huerto, la cocina y algunas habitaciones en desuso. Entremos.

—¿Puedo? —pregunta él, sorprendido por la invitación.

—Claro que puedes. Pero solo hasta que suene la campana, luego deberás irte a casa.

Takahiro pasa los muros que permiten la entrada a la escuela con algo de cohibición, pero rápidamente recupera su ánimo. Puedo notar cómo muchas miradas se posan en nosotros, y me hace sentir un escalofrío muy molesto. Escucho las voces de todos, como si murmuraran algo. A pesar de que no me gustan los comentarios, razono en que es lo normal. Yo soy bastante popular en la escuela, todo el mundo me conoce como "la hija del gran Fuyumi Arata". La verdad nunca me gustó la fama. Era como si todos me considerasen superior de algún modo. Y ahora, con la noticia de la muerte de mi padre, todo irá peor. Aun así, las miradas son más de curiosidad que de pena, y reparo en el hecho de que Takahiro va a mi lado. De seguro se deben preguntar quién será el chico que acompaña a Fuyumi Shizuka.

—¡Shizumi!

Escucho la voz exaltada de alguien por detrás, y al darme vuelta puedo ver a una chica de cabello rojo encendido acercarse a toda carrera. Es Elizabeth Clarke, una chica estadounidense cuyos padres habían venido a vivir a Japón hacía unos tres años. Extravagante, hiperactiva y demasiado honesta. Esa joven que destaca sobre el resto como el sol en medio de la Vía Láctea, es mi mejor amiga. Shizumi era el apodo que me había dado poco tiempo después de comenzar nuestra amistad.

—¿Lizzy? ¿Pasó algo? —pregunto algo sorprendida, pues ella está parada frente a mí con los grandes ojos verdes llenos de lágrimas.

—¡Discúlpame por no haber ido a verte! Estuve estos días fuera de Japón y no me enteré hasta esta mañana de lo de tu padre. ¡Lo siento muchísimo! ¿Pero por qué no me llamaste o escribiste? ¡Soy tu amiga por algo!

—Está bien, no te preocupes. Ya estoy mejor, de verdad... y disculpa por no haberte avisado. La verdad mi cabeza se hizo un desastre en estos días y no pude pensar en nada —le digo para que deje de llorar, aunque sus palabras tan repentinas me hacen entristecer por unos segundos al recordar la imagen de papá. Para despejar mi mente, intento cambiar de tema y me dirijo a Takahiro—. Ella es Elizabeth Clarke. Lizzy, él es Misaki Takahiro, es...

—¡¿Tu novio?! —interrumpe ella mirando a Takahiro de arriba abajo, dejando sus lágrimas atrás y provocando que tanto él como yo nos sonrojemos—. Es muy guapo, de verdad. ¡¿Por qué no me dijiste antes?! ¿Desde cuándo se conocen?

—Esto... No soy su novio...

—Ese acento... ¿No eres de aquí? —pregunta ella percatándose de la forma de hablar de Takahiro.

—No —intervengo yo—. Él es de Tokio, y no es mi novio. Es, esto... Es mi hermano. Es una larga historia, luego te la cuento, ¿sí? —le digo al notar el brillo curioso de sus ojos al escuchar cuál era nuestra relación, y por alguna razón Takahiro se sobresalta al escuchar mis palabras. ¿Le pasará algo?

Antes de lo esperado, el timbre da sus armoniosas campanadas. Takahiro se despide de ambas, pero me quedo con esa sensación de que algo en él ha cambiado repentinamente. Me quedo estática, mirándolo mientras se aleja entre la multitud de jóvenes. Elizabeth me toma del brazo y me hace entrar al edificio, interrogándome sobre el hecho de tener un nuevo hermano.

2

—Por lo que me has dicho, puedo comprender tu reacción inicial hacia él —me comenta Elizabeth a la hora del almuerzo—. Pero eso ya ha cambiado, por lo que pude ver.

—Sí, ya no le guardo rencor.

—Pero... ¿ustedes están viviendo bajo el mismo techo, no? ¿No te resulta incómodo? Él es un chico, y es realmente lindo... ¿No han tenido pequeños accidentes o inesperados encuentros en el baño? —pregunta ella con picardía en la mirada.

—¡Claro que no! —replico, intentando esconder el rojo de mi rostro—. En primer lugar, se sabe cuándo alguien está en el baño, y en segundo lugar... ¡Él es mi hermano! No soy una clase de pervertida o algo así... y aunque no fuésemos hermanos, ¡él no me atrae en lo más mínimo!

—Oye, cálmate, solo era una broma. Además, creo que él no es tu tipo. Lo digo por su forma de vestirse y eso... Sin embargo, a mí sí me agrada bastante...

—¿Él te gusta? —le pregunto al ver cómo sus mejillas llenas de pecas gradualmente se tornan color carmín.

—¡Yo no he dicho eso, Shizumi! Es tan solo... digamos... que él me atrae. ¡Pero sabes bien cómo soy yo! Un día me atrae un chico, y al otro ya ni lo miro...

—Sí, sí. Lo sé muy bien —aseguro con una risa ligera.

—Oye, por cierto, ¿ya le enseñaste la ciudad?

—Aún no. No he tenido mucho tiempo. ¿Por qué?

—Estaba pensando en salir juntos los tres el domingo, a un café o algo así. ¿Te parece bien?

—¿Salir los tres? Creo que estaría bien. Yo también necesito salir de casa, ¿sabes? Entonces, ¿el domingo a qué hora? Pienso que a las tres de la tarde estaría bien.

—Okey, entonces los esperaré a esa hora frente a la plaza Susa. Mira —dice de pronto señalando con la vista algo detrás de mí—, por ahí vienen Mikado Erika y Tanzawa Yusa, de la clase 3. Me pregunto qué querrán...

Me doy media vuelta y puedo ver a dos chicas acercándose a nuestra mesa. Una es bastante alta, con el cabello castaño, muy corto, y la otra debe medir lo mismo que yo, un metro cincuenta y siete aproximadamente, y su cabello de color negro como el mío le llega hasta la cintura. Nunca les he hablado, pero no me sorprendo de que Elizabeth sepa sus nombres. Ella debía de conocer a la escuela completa, pues tiene una memoria increíble y se lleva bien con todo el mundo.

—Fuyumi-san —me habla la más alta de las dos, haciendo una pequeña reverencia—. Yo soy Tanzawa Yusa, y ella es Mikado Erika. Venimos a darte nuestro pésame por lo de tu padre. En verdad lo sentimos mucho.

—Disculpa las molestias, Fuyumi-san. Ya nos retiramos —dice Mikado Erika, entregándome una pequeña tarjeta y yéndose junto a su amiga.

—¿Otra tarjeta de condolencias? —pregunta Elizabeth mientras yo leo las palabras en el pequeño pedazo de papel—. Me pregunto hasta cuándo seguirán... ¿Shizumi?

Elizabeth para de hablar al notar que mis ojos se nublan por un instante. Ya esta es la vigesimocuarta tarjeta que me dan en el día, y ya he perdido la cuenta de las veces en que me han intentado dar palabras de consuelo. Comprendo que lo hacen por amabilidad, pero no logran más que devolverme el recuerdo de mi padre, y la idea de que ya él no está conmigo.

3

La tarde pasa bastante a prisa. Un inesperado aguacero empezó a caer hace ya unas dos horas, y parece que no se irá a detener hasta la noche. Elizabeth se fue antes de la hora de salida a una reunión del Consejo Estudiantil, del cual es vicepresidenta. La esperé por veinte minutos hasta que regresó contándome, con cara de aburrimiento, los planes que se tenían para el presupuesto del mes. Hace ya una media hora que vino su chofer a buscarla, y aunque se ofreció a llevarme a casa, me negué. Realmente no me gusta molestar a los demás, ni siquiera a ella. Yo aún sigo aquí, parada en la puerta del edificio principal, esperando que vengan a recogerme. Debí haber obedecido a la abuela cuando dijo que llovería, pero vi el sol tan radiante en la mañana que me pareció imposible y dejé el paraguas en casa. No sé por qué lo hice, el otro día también me advirtió de la lluvia y sucedió.

—Fuyumi-san —me hablan de pronto, y al darme la vuelta veo a Asahina Kurota, el presidente del Consejo Estudiantil, inclinándose ante mí—. Mis condolencias. Lo siento mucho, de verdad. Espero que puedas estar bien.

—Sí —digo casi sin voz, y él sale abriendo su paraguas negro después de poner en mis manos una pequeña nota.

Aquellas palabras solo logran hacerme sentir peor. En este momento me siento más sola que nunca, y la imagen de mi padre no sale de mi cabeza. Creí que ya había logrado superarlo, pero al parecer tardará más de lo esperado. De imprevisto, un fuerte viento hace sacudir las copas de los árboles, y la pequeña tarjeta sale volando de mis manos. Intento alcanzarla, pero ha caído en el suelo y el agua ahora la arrastra hacia un lugar desconocido. Mis ojos siguen al pedazo húmedo de papel, y cuando me doy cuenta de que he quedado al descubierto, no puedo hacer más que agacharme abrazando mis rodillas, mientras la lluvia me moja por completo. Las lágrimas no tardan en acudir a mis ojos, y tan solo puedo pensar que soy demasiado patética.

De repente, la lluvia que cae sobre mí cesa, y al alzar la mirada para contemplar el cielo, me encuentro con una imagen que de alguna forma logra calmar mi corazón.

—¿Qué estás haciendo ahí? ¿Acaso quieres enfermarte? —me dice Takahiro, con una sonrisa cansada en el rostro, con la mano derecha sosteniendo un paraguas y la izquierda en gesto de ayudarme a levantar—. Anda, vámonos a casa.

Yo no digo una palabra. Tomo su mano y me pongo nuevamente en pie. Él me mira con ternura, y me extiende el paraguas como para que yo lo sujete. No le pregunto nada, tan solo lo tomo mientras él se quita el abrigo, lo pone sobre mis hombros y vuelve a tomar el paraguas.

—No llores —me susurra mientras su mano libre seca mis mejillas y de paso acariciaba mi cabeza—. Tonta, ¿acaso no te dije que te ves más bonita cuando sonríes?

—Yo...

—No digas nada. No tienes que hacerlo. Vámonos ya, tu mamá y la abuela deben de estar preocupadas. Debes secarte adecuadamente o pescarás un resfriado.

No hablo más. Sigo a Takahiro sin mirar adelante. Mis ojos están posados en el suelo mojado, y de vez en cuando hecho una mirada a su rostro. Algo dentro de mí me llena de un calor muy agradable, y por algún motivo me siento feliz de que haya sido él quien viniese a buscarme y no Minagawa-san en el auto. Me abrazo fuertemente al abrigo de Takahiro, y me sonrojo un poco al sentir el agradable aroma que lleva. Entonces, llega a mi mente su comportamiento de esta mañana, el sobresalto que tuvo al oírme hablar. Incapaz de detener mi curiosidad, le pregunto la razón de su actitud.

—Tan solo me sentí extraño, ¿sabes? Extraño y feliz al mismo tiempo. El escuchar tus palabras cuando me llamaste "hermano", eso me alegró mucho, Fuyumi-san. Fue como sentir que al fin me habías aceptado completamente, como la confirmación de que tus resentimientos habían quedado atrás. La verdad, es que todavía esa alegría está dentro de mí...

—Shizuka —lo interrumpo—. Por favor, llámame Shizuka. Creo que es momento de dejar atrás las formalidades.

—Claro, Shizuka. Mira, ya casi llegamos.

Alzo la mirada, y veo el inicio del camino que lleva a mi casa. Aún faltan varios metros para llegar a la cima, pero me siento animada. Miro atrás y puedo ver parte de la ciudad mojada por la lluvia. Takahiro continúa el paso y voy tras él, mientras miro las gotas caer y salpicar en el paraguas transparente y, más arriba, las nubes grises que se arremolinan en el cielo.

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