Desespero

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Para Aaron, Dryadalis ya no era la misma. En unas pocas horas, aquel lugar había adoptado otro ambiente, otro color y otro significado para él.

Si no hubiera sido por Tolhet, él no habría sabido qué hacer, más que echarse en el suelo y esperar a que la muerte viniera por él también. Tolhet los apremió, tanto a él, como a los niños y también a Az, para que se apresuraran y tomaran su parte delante de la reina, de forma que pudieran notificarle todo lo que había ocurrido.

Aaron aún seguía ensimismado por lo que había ocurrido en Lógverting, pero al menos ahora, comprendía que hablar con la reina de los elfos era una sabia y sensata acción; lo que sí no había sido sabio de su parte, fue traer a Dryadalis a esos tres niños, puesto que, ¿cómo se suponía que iba a cuidarlos él? Quién ni siquiera podía cuidarse a sí mismo, quién ni siquiera pudo cuidar de su hermano, tal y como le había prometido a la reina; ¿en qué estaba pensando al traer a esos niños? Ya nada de eso importaba, porque el daño y los errores ya estaban hechos, y no había forma de dar marcha atrás; solamente podía, enfrentar las consecuencias de sus actos, con valentía, tal y como su hermano lo había hecho en Lógverting.

¿Por qué lo había hecho James? ¿Por qué se había colado y los había perseguido hasta el reino? ¿Fue aquello acaso una obra llevada a cabo por su inmenso orgullo? ¿Era aquella la forma de demostrar su terquedad? Aquellas preguntas rondaban en la mente de Aaron mientras esperaban frente al palacio, a que la reina les diera el permiso de entrar. Pero, a pesar de todo, lo que James había hecho, no parecía exactamente una muestra de orgullo o de capricho; sino que, más bien, fue una muestra de amor, valentía y de profunda nobleza.

James los había salvado, pero, ¿por qué? Aaron no lograba entender cuál era el propósito de su hermano, pero sí sabía, que, si Bella lo quería muerto, en estos momentos su hermano ya había dejado de existir.

Y, aunque aquel momento de espera le servía a él para poder pensar y reflexionar sobre todo lo que estaba ocurriendo, le parecía molesto y cansador el tener que estar esperando tanto tiempo.

—¿En qué momento se dignará a atendernos la reina? —le preguntó a Tolhet, que acababa de salir del palacio y había bajado la escalinata para reunirse con ellos.

—En breve — contestó el elfo — la reina Elin se está tomando su tiempo, debido a que tiene una reunión con su consejo militar personal.

—Esto es absurdo —murmuró Aaron.

Tenía todo el tiempo del mundo para reunirse con su consejo militar, lo que ellos querían comunicarle necesitaba su atención urgente, pero al parecer, a ella le importaba poco o nada los asuntos de Lógverting.

—Esto no tiene sentido — añadió enfadado y avanzó con decisión subiendo la escalinata con rapidez.

Aaron entró tan rápido al palacio que los guardias no lograron detenerlo.

—¡Reina Elin! — gritó desde la entrada del gran salón, mientras veía al otro extremo a la reina de los elfos, sentada en su majestuoso y extravagante trono, observándolo con suspicacia a medida que avanzaba hacia ella.

—¿No le han dicho que estoy en medio de una reunión de consejo militar? — preguntó ella, para hacer notar aún más el error de Aaron.

—Su consejo puede esperar —contestó él con enfado.

—¿Cómo te atreves a hablarle a la reina de esa forma? — reaccionó molesto el general de los elfos.

—Ella no es mi reina —dijo Aaron entre dientes, arrastrando esas palabras, a pesar de saber lo que podía costarle— y puedo tomarme la libertad de hablarle como una igual, porque es como mi cuñada ahora — sabía que no debía seguir hablando de esa forma y debía cuidar cada palabra que dijera, pero la rabia, el dolor y la amargura lo estaban obligando a perder toda pizca de cordura y sabiduría — o, ¿no es cierto, "reina Elin" —dijo con sarcasmo— que usted es la mujer de mi hermano ahora?

Un silencio absoluto inundó aquel salón, y luego, los murmullos comenzaron a fluir.

La noticia de que la reina, tan pura y enaltecida de santidad, había faltado a sus votos sagrados de castidad, era una noticia aberrante que no podían creer. Elin se había empeñado para que nadie se enterase de aquella falta a la moral que había cometido, pero Aaron la descubrió, y lo hizo ante todos sus siervos, sus soldados, sus guardias y jefes militares; y, lo que era aún más doloroso para ella, lo hizo ante su propio hermano.

"Si yo no te respeto, nadie lo hará". Esas habían sido las palabras de James al despedirse de ella, y las miradas acusatorias de todos los que estaban en aquel salón corroboraban lo que le había dicho.

Sin embargo, todos, incluso los elfos conocían la ley que se aplicaba para los gobernantes de los reinos en el mundo de Lozart.

"Hay dos formas de gobernar un reino:

con amor y rectitud, o dureza e intolerancia."

Cuando fallaba la primera y los súbditos se olvidaban del respeto que debían proferirle a su gobernante, el rey o la reina debían ejercer el segundo, para así recordarles a todos quién daba las órdenes en aquel lugar, castigando al rebelde y reprimiendo al desobediente.

Así lo hizo Elin.

Se levantó y avanzó hasta Aaron, lo obligó con magia a que se arrodillase frente a ella, y la observara en silencio mientras ella hablaba.

—Estás aquí, CON VIDA, por mi gracia y voluntad; deberías ser más agradecido con eso —le recordó, con soberbia, mientras en los ojos de ella brillaba una tenue llama de rencor.

Aaron intentó hablar, pero no pudo proferir palabra alguna.

—Oh, ¿quieres hablar? —se burló ella— bien, repite conmigo, "gracias, reina mía, por ser tan benevolente conmigo, y mostrarme piedad cuando estuve al borde de la muerte".

Aarón lo repitió, pero debido a la magia que lo dominaba, puesto que, de no ser así, no lo habría hecho. El color rojo de la vergüenza y la humillación se teñía en su rostro de una forma notoria.

—Desde que llegaste aquí no has hecho más que faltarme el respeto y comportarte como un rey, cuando la realidad es, que, si no hubiera sido por mí, y por mi buen acto de voluntad, en estos momentos no quedaría nada ni de ti, ni de tu pueblo, NI DE TU LEGADO —comentó despectiva— ¿qué son los humanos para que yo les tenga piedad? En cambio, mírate, eres la prueba clara de ello; ¿y aun así vienes aquí a exigir y te enseñoreas como si tuvieras algo por lo que creerte? Entiende príncipe Aaron, jamás llegaste a ser rey, así que no tienes el derecho de dirigirte de esa forma ante alguien que sí lo es.

Aquellas palabras calaron hondo en el corazón de Aaron, quien entendió, alejando todo enojo y tristeza tanto de su mente y corazón, que había fallado gravemente, contra la única aliada que en estos momentos le quedaba.

Aaron asintió, totalmente apenado, y se inclinó aún más, buscando el perdón de la reina de los elfos.

—Bien —asintió Elin— parece que lo has entendido y estás apenado por tu comportamiento —añadió — cuídate, de que esto no se vuelva a repetir, o juro por los dioses que la próxima vez no te guardare piedad.

La magia que sostenía a Aaron lo soltó, y éste pudo hablar, así como, ponerse de pie, más Aaron decidió permanecer de rodillas, tanto porque se sentía apenado por su comportamiento, como porque el cansancio que llevaba encima ya no le devolvía las fuerzas para erguirse y caminar.

—Me imagino que si has entrado con tanta prisa a interrumpir mi reunión no ha sido solo para insultarme frente a toda mi corte ¿cierto? —comentó Elin, mientras avanzaba nuevamente a su trono— ¿tienes noticias de Lógverting? ¿qué ha pasado y por qué traen todas esas caras? —inquirió al ver entrar a Tolhet y a Az, acompañados con tres niños — Y lo que más me intriga es, ¿quiénes son ellos y porqué están en mi palacio? — preguntó señalándolos.

—Son huérfanos, su majestad — contestó Aaron - los hemos traído a Dryadalis por la horrible situación del reino de Lógverting, y esperábamos que usted pudiera ayudarlos — añadió.

—¿Y por qué debería a mí importarme los asuntos de los humanos? — espetó Elin mirando a los niños.

—Por que mi hermano es un preso de Bella ahora, — respondió Aaron— James ha sido capturado por los demonios y Bella lo ha llevado a sus mazmorras.

—El se entregó, mi reina —añadió Tolhet desde atrás — nos siguió sin que pudiéramos darnos cuenta, y se entregó a Bella y sus demonios.

Esa noticia definitivamente no era lo que Elin esperaba. Su rostro cambió de expresión, intentó seguir pareciendo dura, mas no podía, porque sus ojos se humedecieron en pequeñas lágrimas que logró reprimir.

—Nos salvó — corrigió el príncipe— se entregó para que no nos apresaran a nosotros.

Aaron lo entendió, pero de igual forma, pronunciar la captura de su hermano le provocaba dolor; mas comentarle a la reina, delante de toda la corte sobre la valentía de su hermano le enorgullecía, ya que había salvado a un príncipe y a dos elfos -uno de los cuales era miembro de la corte- de la mismísima diosa de la muerte.

—Una... — a Elin se le cortaba la voz— noble acción — finalizó.

—Sálvelo, su majestad —suplicó Aaron.

—¿Quién me asegura que no está muerto ya?— preguntó la reina, recobrando la templanza, y mostrándose firme — O lo que sería peor, ¿quién me asegura que James ya no es una bestia más de Bella? — todos hicieron un gesto grotesco al oír eso —No... no puedo arriesgar a mi gente y a mi reino, por un solo príncipe.

—¡Mi hermano es más que sólo un príncipe! —reaccionó Aaron con desesperación, pero Elin le dirigió una mirada de advertencia, y se relajó.

—No se hable más del asunto — sentenció ella — y respecto a esos tres — señaló a los niños — ¿quieres ayudarlos? Bien, se quedarán contigo, son tu responsabilidad ahora.—Luego hizo una señal con su mano para que se marcharan y se dirigió a su consejo militar — Caballeros... me disculparán— añadió y se levantó, marchándose a sus aposentos, seguido de su elfina de confianza.

Aaron entonces, se llevó a los tres niños, sucios, hambrientos y cansados, y marcharon todos a su pequeña casa.

***

En Lógverting, las bestias armaban gran revuelo.

Entre los aldeanos y los esclavos se sentía la tensión y el miedo. Uno de sus monarcas había sido capturado, en realidad, se había entregado, ¿significaba esto que ya no quedaba esperanza? Por muchísimo tiempo habían albergado la esperanza de que los hijos del rey Daniel limpiaran la sangre del trono y la muerte sea reducida a cenizas, pero ahora, con uno de ellos en manos de la reina negra, todo parecía cambiar.

Luego de ser apresado, dos de los vampiros llevaron a James a las mazmorras del castillo, que se encontraban en la parte más baja del sitio.

Las mazmorras eran húmedas, frías y llenas de moho; puesto que, al castillo le rodeaba un lago grande, con aguas de un aspecto turbio y sospechoso, y estas celdas se encontraban debajo de ellas.

Los vampiros arrastraron a James hasta unos grilletes en la pared, dejándolo colgado de manos, ajustando lo más que podían, disfrutando la cara de dolor que James les obsequiaba a cada segundo de tortura.

—Dicen que la sangre de un noble es como beber una gota del cielo — comentó uno de los vampiros a su compañero.

—Solo podremos saberlo si probamos... — dijo el otro, sonriendo con malicia.

—Sí... — asintió el primero — solo una mordida... nuestra ama jamás se enterará —rieron desquiciadamente, mientras el primero le hincaba los dientes en el cuello, sacándole a James un fuerte y desgarrador grito, mientras succionaba su sangre lentamente.

El príncipe sentía que, más que la sangre, le estaban succionando cada gota de vida que tenía en el cuerpo. Sus ojos se iban cerrando poco a poco, ya no le dolía, solo sentía ardor, luego picazón y por último placer; un placer que lo invitaba a dejarse vencer, a dejarse llevar, y finalizar sus problemas siendo el alimento de bestias chupasangres.

Sintió como su cuerpo quedaba liviano, como si la sangre que perdía le quitaba peso. Sintió como quedaba colgando de los grilletes y su cabeza dejaba de sostenerse, inerte, colgando como todo su cuerpo.

Aquellos vampiros estaban por acabar con su vida, drenándole la energía vital que poseía. James estaba cayendo en la inconsciencia a tal modo, que ni siquiera vio cuando Bella llegó a las mazmorras y con magia, drenó la sangre de ambos vampiros hasta dejarlos secos, siendo solamente dos costales vivos, pero inmovibles de hueso y piel.

La Diosa se acercó a James y observó ambas mordidas, que ahora, debido al veneno de vampiros, estaba dejando la piel del príncipe de color negro; Bella movió una mano sobre las heridas, y el veneno comenzó a salir, entrando nuevamente a sus venas en un humo negro que aumentó su poder. Las mordidas del cuello de James comenzaron a cerrar, y su piel tomó un mejor aspecto.

—Por... por qué no me dejas morir —preguntó el príncipe, hablando con la poca energía que iba recuperando.

—Sé que no lo entiendes James —contestó Bella— pero no quiero matarte, no AÚN— recalcó — te necesito con vida, hasta que pueda reunirlos a todos, hasta que pueda... — hizo una dramática pausa — hacer el sacrificio.

Aquella última palabra no le gustó para nada a James, él creía que la diosa quería matarlo, y así era, pero se estaba tomando su tiempo, porque había, según dijo ella, un sacrificio que hacer.

—¿A qué sacrificio te refieres...? —preguntó intentando conocer más de aquel plan que jamás se hubiera imaginado.

—¿Enserio nunca han tenido acceso a los más grandes conocimientos? —se rio con descaro — Y lo tenían en su propia biblioteca — volvió a reír— pobres humanos tontos, me imagino que la oscuridad, muchas veces también puede hacer brillar a la luz —añadió — bien, te contaré. Existe una sección de libros llamada "DIVINOS" ¿habías escuchar hablar de ella? —preguntó nuevamente Bella con un tono burlón.

James asintió débilmente.

—Solo el sacerdote de Is tenía acceso a ese lugar, ni siquiera el mismo rey podía consultar los conocimientos que los dioses nos habían obsequiado — respondió James, recuperando cada vez más, un poco de su energía.

—Siempre me pareció patético entregar a los humanos conocimientos tan majestuosos — comentó Bella — pues resulta, joven príncipe, que hay un libro muy poderoso, elaborado para escribir el hechizo que solucione o satisfaga aquello que más anhela tu corazón - le dedicó una sonrisa de lado, con un aspecto macabro.

—¿Qué podría anhelar una diosa que no tiene corazón? — preguntó el príncipe, sabiendo que aquella actitud podría costarle caro.

—Exactamente eso —pronunció — un cuerpo terrenal inmortal, con mis poderes y mi facultad de dominar el mundo de las sombras a mi voluntad — confesó — quiero reinar la luz y la sombra, y dominar a cada criatura que viva, tanto sobre la tierra, como por debajo de ella.

—¿Y en qué podríamos ayudarte mis hermanos y yo a lograrlo?

—Ustedes son la vida — contestó la diosa— el hechizo que el libro me brindó, demanda un sacrificio del espíritu divino, la extracción total del poder de la vida, de sus frágiles almas —miró a los dos vampiros disecados tirados en el suelo— comprenderás por qué no puedo matarte ahora, y no puedo permitir que a tus hermanos les suceda algo grave — sonrió — al menos no, hasta que el sacrificio pueda darse.

—Podrás tenernos a Aaron y a mí —pronunció James en un quejido— pero a mi hermana nunca la tendrás — añadió entre dientes.

—Eso es lo que tú crees — contestó ella, tocándole un punto en el cuello donde antes había estado la mordida, y la carne volvió a dolerle — me los entregarás para el final de mes James — sentenció — si sabes lo que te conviene, lo harás.

Él levantó la vista para observarle el rostro, no parecía una diosa de la muerte, que pasó eones en un abismo putrefacto y sin ver la luz; no, Bella era hermosa, con el cabello negro como la oscuridad aterrante misma, y sus ojos verdes, del color de la esmeralda; toda su apariencia profesaba admiración, profesaba autoridad, profesaba... miedo.

Pero James sabía la verdad, sabía que, bajo toda esa belleza, se encontraba un ser sin forma, lleno de maldad, que anhelaba con todo su ser dominar el mundo entero y recibir la gloria máxima que jamás mereció tener. No iba a dejar que esa belleza falsa se colara en su mente y lo desconcentraran de lo que realmente era aquel monstruo: la asesina de sus padres.

—Yo mismo me entregué a ti — dijo James desafiándola — ¿crees que me importa si me torturas? Primero muerto, antes que entregarte a mi familia.

—Ya veremos —se burló Bella —ya veremos. Me dirás donde están tarde o temprano, eso te lo aseguro— afirmó enojada, luego dio media vuelta y se marchó caminando por las escaleras.

Antes de salir por completo de la mazmorra, Bella hizo un movimiento de manos que provocó una niebla densa de color verde, que se coló por las fosas nasales del príncipe y comenzó a quitarle el aire desde dentro, ahogándolo; y, a medida que este luchaba por sobrevivir, pequeños cortes un tanto profundos se iban produciendo en su cuerpo, derramando sangre por el suelo y manchando las paredes.

—¡Te lo aseguro! — se escuchó su voz corriendo por las paredes en un susurro audible y atormentador.

Bella lo dejó ahí, colgando de las cadenas, con los grilletes demasiado ajustados en sus manos, con el cuerpo colgando, inconsciente, casi sin vida...

James quedó desmayado por la falta de aire y el veneno en su cuerpo.

***

—¡Corre! — gritaba él, desesperado por el final que les esperaba.

—Ya no puedo más — gimoteaba una mujer en el suelo —este es el fin Mateus... déjame aquí y sálvate,— suplicaba, mientras se arrastraba con dificultad por el lodoso camino.

Él se inclinó a su lado, y la tomó de las manos.

—No Ilena — negaba — no te dejaré jamás, así te juré amor ante la diosa, y así cumpliré mi promesa — Mateus le besó la frente — a tu lado pereceré.

Un rugido se escuchó detrás de ellos, y luego, las sombras de ambos fueron engullidas por una sombra aún mayor, descomunal, de una persona con el rostro, las garras y apariencia... de una bestia.

La bestia soltó un último rugido esta vez más aterrador que el anterior, seguido de una profunda risa malévola, y luego...

James despertó.

Le costó tiempo diferenciar el sueño de la realidad, pero luego de la siguiente cubeta de agua completamente helada que cayó sobre su cuerpo, sus ojos comenzaron a abrirse, y la tenue luz de la antorcha que flameaba frente a él, le provocaba dolor.

Aún escuchaba la risa malévola de aquella bestia, y su aterrador grito infernal, pero todo eso había sido parte de un sueño. ¿Quiénes eran esas dos personas que aparecían en sus sueños? ¿Quién era la bestia que los perseguía? Y, ¿por qué había soñado con ellos?

Cerró los ojos tratando de recordar los rostros de aquellas personas, pero solo eran una mancha borrosa en su cabeza, hizo un esfuerzo por recordar los nombres que se habían mencionado en aquel sueño, pero el intento le martillaba el cráneo, así que lo dejó e intentó despejar aquel sueño de su mente, después de todo, solo había sido eso, un sueño.

—¡Anda! Despierta ya —escuchó decir a una voz familiar, mientras sentía nuevamente que las frías aguas de una cubeta habían sido derramadas encima suyo, helándole la sangre, y despertando nuevamente el dolor de las heridas.

James gruñó suavemente, en una muestra de quejido.

—Mi ama quiere hablar contigo —habló nuevamente aquella criatura — agradece que te necesita, o estarías muerto en un segundo si por mí dependiera —añadió mirando a James con desprecio.

Mientras la criatura hablaba, los gritos de auxilio de algunas personas resonaban lejanas en la mente de James; esas personas tenían miedo, sentían dolor y desesperación, como si las llamas abrazadoras del fuego estuvieran consumiéndoles la piel poco a poco.

—Ray... Ray... —sonó una voz en las sombras de la mazmorra — no amenaces a mi invitado — dijo Bella saliendo a la luz de la antorcha, y mostrando su rostro pálido y terso, pero intimidante y atroz.

Bella observó a James con detenimiento por unos largos segundos, inspeccionando de lejos sus ojos, su rostro, ladeando la cabeza para observarlo mejor, y luego, hizo un chasquido con su lengua en señal de reproche.

—Estás sufriendo ¿no es así? —preguntó, pero no necesitaba la respuesta — me pregunto... ¿culpa quizás? O no, no, ¿arrepentimiento? — rio levemente — ¿los escuchas verdad? —preguntó nuevamente, pero esta vez ya no se estaba riendo— Me pregunto, ¿cómo?

James no entendía a qué se refería, y ella pareció notar su desentendimiento.

—No tienes ni idea lo que te está pasando ¿cierto? —se acercó más a él y tomó su barbilla entre sus manos — No tienes ni idea del poder que posees... eres más peligroso de lo que yo creía, James —confesó— eres más poderoso de lo que tú mismo crees —sonrió de lado — los dioses creyeron que merecías un don, mi querido príncipe, pero no sabes la maldición a la que te han condenado... — se rio en una estridente carcajada — cuando te des cuenta de la tortura a la que estás condenado, suplicarás que te mate — rio con más fuerza.

James no hablaba. Los gritos en su mente y aquel sueño seguían perturbando sus pensamientos.

—Sabes por qué estoy aquí James — habló Bella nuevamente —quiero que me digas dónde están tus hermanos.

El príncipe permaneció en silencio.

—Ese orgullo tuyo y sentimiento de lealtad, es adorable, pero patético, —la Diosa comenzaba a perder la paciencia — ¡Dime o te arrepentirás!

—Tus amenazas... ya-ya no —hablaba con dificultad — no me intimidan — confesó —mátame si quieres, sería me-mejor que ver tu fracasado rostro.

Aquello enfadó a Bella, e hizo que se marchara hecha una furia.

Ray, el vampiro que lo había despertado, le quitó las cadenas de las manos y James cayó al suelo con brusquedad. La criatura, acerrojó uno de los grilletes a su tobillo derecho y le propinó una patada en las costillas antes de dejarlo tirado en el suelo.

El príncipe escuchaba como algo se arrastraba con dificultad hacia él, pronunciando leves quejidos, y soltando un jadeo inestable y muy bajo. Trató de ver que era aquello que se acercaba a él, pero no logró abrir bien los ojos, ya que el dolor y el cansancio estaban ganándole.

El extraño sonido cobró sentido, cuando la silueta deforme de un hombre se arrastraba por el suelo para llegar hasta él. El hombre, que tenía la apariencia de un anciano muy lastimado, se acercó a James y trató de ayudarlo.

—No se duerma, príncipe James — pronunció el anciano, con una voz que James conocía, más no comprendía como podía ser él.

—¿I-Imhotep? —preguntó James abriendo los ojos a pesar que su cuerpo hacía esfuerzo por cerrarlos.

Logró verlo. El antiguo sacerdote de Is, aquel que había servido a su padre y había salvado a su hermana, estaba ahora frente a él; con graves cortadas en el rostro, uno de sus tobillos estaba en una posición muy extraña, y parecía más que todo un muy deforme costal humano de huesos y piel.

—Tiene que ser fuerte, mi príncipe — lo animaba el sacerdote, aunque su voz se entrecortaba en un tono parecido al del llanto — sé que lograrán vencerla.

—¿Co-cómo es que estás vivo? — había muchas preguntas que comenzaron a brotar en su mente al verlo — te hacía muerto...

—Gracias a los dioses, mi señor — respondió Imhotep— yo... yo traté majestad — gimoteaba en pequeños llantos —pe-pero ella... es un ser oscuro y malvado— enterró la cara entre sus manos intentando apartar algún recuerdo de su mente— perdóneme, mi príncipe, por favor, su-suplico su perdón —lloró.

—No te preocupes Imhotep —dijo James, en un intento de tranquilizarlo, aunque la verdad no entendía muy bien que era lo que le sucedía, — solo dime algo, ¿mi hermana está bien?

—Oh — exclamó el sacerdote ante aquella pregunta — la pequeña Eleanor... — susurró, y luego se quedó callado con una leve sonrisa y una mirada perdida.

—Imhotep... —repitió James — mi hermana, ¿está bien?

—Sí, sí, mi señor — asintió con rapidez.

Al parecer recordarle sobre su última misión en el reino le había dotado de una extraña energía, la cual, no había demostrado momentos antes.

Imhotep se acercó a rastras a una charca pequeña de agua que se encontraba en el suelo, la cual parecía haberse formado por una grieta en la pared, de la cual se filtraban las aguas del lago. El sacerdote se inclinó un poco más, bajó la cabeza hasta el suelo, y comenzó a beber de la charca; luego de que, el agua mohosa pareciera calmarle la sed, volvió a dirigirse a James.

—La princesa... sí, ella esta bien —tenía los ojos desorbitados cuando hablaba, y una sonrisa un tanto extraña para la ocasión en la que se encontraban — la envié a un mundo muy lejos de aquí, allí no hay magia, no... no magia como la nuestra, ellos tienen fragmentos de los poderes de estas tierras.

Aquello causó gran curiosidad en James, y a pesar de que aún le dolían los golpes y se sentía sumamente débil, concentró todos sus esfuerzos en escuchar a Imhotep.

—¿Cómo es eso posible? — preguntó.

—Desterrados, voluntarios, y hasta nacidos allí - respondió el sacerdote — la guerra ancestral ¿conoce sobre ella?

James asintió.

—La alianza de humanos, elfos e Isis para derrotar a los dragones —comentó el príncipe.

—Así es —el sacerdote estaba entusiasmado, hasta lanzó una risa agitada que a la luz de la antorcha le dio una expresión desquiciada —pero no todos estaban del lado bueno mi señor, no... había una fuerza poderosa que ayudaba a los dragones, algo que los hacía más fuertes cada vez, una llama púrpura en forma humana que vencía a las líneas del reino sin matarlos —su expresión entonces, se ensombreció —mi padre era un niño entonces, se ocultó en la carroza de mi abuelo, y vio como la llama transformaba a los humanos en bestias horrorosas, humanos con forma de lobos, con ojos rojos o amarillos, garras largas y espantosas, y el cuerpo lleno de pelos.

Aquello hizo que James recordase la bestia de sus sueños, ¿serían las mismas?

—A otros dotaba de poderes mágicos similares a la de los dioses —el sacerdote se estremeció — pero otros... simplemente absorbieron la magia, y desaparecieron.

En algún lugar del castillo, fuera de la mazmorra, se escuchó una explosión y un revuelo de demonios.

—Esa llama púrpura... ¿era Bella? — preguntó James, pero Imhotep negó con la cabeza.

—No, no, mi señor. El poder de la diosa se tiñe de un color verde en su forma humana, mas es de negro como la obsidiana si Seytan pudiera disponer de todo su poder —respondió, y aquello causó un escalofrío en James, que recorrió todo su cuerpo.

—¿Quieres decir que no está usando todo su poder? — inquirió.

—No puede, —contestó el sacerdote— necesita el sacrificio — asintió pensativo— sacrificio de monarcas, en el trono... sí, eso es, necesita juntar los poderes —Imhotep confesaba todo eso, pero parecía que en realidad estuviera contándoselo a él mismo.

Aquello no tenía sentido, Imhotep estaba diciendo lo mismo que la diosa le había confesado a James, pero había algo que Bella no había dicho; Imhotep mencionó algo de juntar los poderes, y por lo que James había entendido, Bella necesitaba los poderes de la vida que se habían fraccionado en el interior de los herederos de Lógverting, sin embargo, el sacerdote parecía referirse a algo más.

—Imhotep... —James dudó si realmente quería saber la respuesta a la pregunta que haría — ¿hay más fuerzas poderosas en Lozart, aparte de la vida y la muerte?

—Sííí — asintió desenfrenado el sacerdote— quien domina la llama púrpura desapareció cuando la muerte ascendió al mundo de los vivos, pero volverá, yo lo sé— comentó tocando su pecho, allí donde debería estar su corazón — Is ha sido guardián de la llama desde la guerra ancestral, todos creen que es una bendición de los dioses, pero solo los Isis conocemos su verdadero poder —suspiró profundo y luego comenzó a toser, James se intentó levantar para ayudarlo, pero aún seguía muy golpeado — no se preocupe majestad— dijo Imhotep recobrándose— otro poder... — pensó — el de la diosa de los elfos.

—Elin no mencionaba mucho sobre la diosa de los elfos —comentó James con pesar, debido a que, le dolía recordar a la reina elfo que había dejado atrás, y que en realidad amaba con gran intensidad.

—Ah... la diosa Elinae — suspiró levemente Imhotep, sonriendo ante algún recuerdo que había llegado a su mente — se hacía llamar ante los humanos como Elin, pero los miembros de su corte sabíamos cuál era realmente su verdadero nombre.

—¿Diosa Elinae? — preguntó James con total confusión — Creo que estás confundiéndote Imhotep, es la reina Elin.

El anciano negó levemente, mientras reía y observaba las heridas de James.

—Los elfos son realmente hijos de la diosa Elinae, quien hizo un pacto  con los dioses Anak y Arazi, líderes de los dioses, ; en cambio, Anak le concedió Dryadalis para ejercer su territorio y crear su reino, por eso es que los elfos son criaturas inmortales, a menos que falten a los votos que hagan o se los asesine en batalla — tocó la costilla de James y dijo una leve oración, del costado del príncipe salió una voluta negra que se elevó al techo y desapareció.

Entonces, el dolor comenzó a cesar, y a pesar de que seguía herido, era más fácil aguantarlo.

—Siempre hay una forma de aplazar la muerte — susurró Imhotep viendo todavía al techo, —sí, joven príncipe — continuó como si nunca hubiera hecho nada —Elinae es la diosa del sol y la luna, creadora de los elfos diurnos y de los elfos nocturnos; gobernaba a ambos, tanto el día como la noche, en total equidad, hasta que un día, la versión del sol venció a la luna, y Elinae adoptó su puesto como reina de los elfos diurnos, encerrando a su otra mitad en alguna parte de Dryadalis, dejando a los elfos nocturnos sin magia, sin energía y casi sin vida. ¿Sabes cómo se les llama a las almas que no son realmente corpóreas? —preguntó indagando en la mente de James.

—Aparecidos — respondió él, totalmente desconcertado por la historia que le había contado el sacerdote — pero... ¿por qué querría la reina Elin... o, es decir, la diosa Elinae, destruir a su lado oscuro?

—Por que toda oscuridad siempre domina a la luz si no hay quien la guíe — respondió Imhotep — en la creación del vasto universo, príncipe James, los dioses juraron ante el altar sagrado de Lurkdrassil que cumplirían con un voto en particular; vertieron su icor en las urnas sagradas, y con la misma sangre de los dioses fueron creados los libros de la divinidad, ¿recuerdas cuáles son?

Sí que se acordaba, Imhotep los había puesto a estudiar los nombres de los libros divinos desde que habían cumplido 5 años, para aquel entrenamiento que debían tener a la hora de que uno de los dos fuera ascendido al trono.

—Libro ancestral — comenzó a citar James — libro de las profecías, libro de O'lik, libro de Zïvot, el gran libro de Varázslat y Teba: el bestiario ancestral — finalizó, asintiendo orgulloso por acordarse de todos.

Ambos escucharon el sonido de la puerta de la mazmorra abrirse, e Imhotep comenzó a temblar de miedo al ver que entre las sombras que creaban las llamas, una figura femenina se abría paso con elegancia y autoridad, seguida de media docena de criaturas espantosas.

—Veo que el viejo sacerdote ya te ha dotado de sus vastos conocimientos — se burló Bella, apareciendo ante la luz de la antorcha.

Entonces tres de las bestias se acercaron al sacerdote, le colocaron grilletes en las manos y le taparon la boca. Pero Imhotep logró decir algo más antes de que le colocaran la mordaza.

—¡EN LOS LIBROS! — gritó— allí encontrarán lo que necesitan, y solo un verdadero líder logrará ver el conocimiento más allá de la oscuridad... —terminó su frase en un susurro, antes de desmayarse.

Las bestias se lo llevaron a rastras fuera de la mazmorra.

—¡Esperen! —gritó James levantándose con esfuerzo —¿A dónde lo llevas? — le preguntó a Bella con rabia.

Ella hizo un ademán sin importancia con su mano.

—Lo atenderán — sonrió con malicia— créeme James, no pretendo matarlo, aunque debo de admitir que era una verdadera molestia —hizo un mohín — tengo que agradecerte en realidad, sin ti creo que ese costal de huesos no habría abierto la boca, ahora simplemente debo motivarlo a que me diga lo que quiero escuchar — se recostó con la pared contraria a la que James estaba recostado, y lo miró desde las sombras.

—Imhotep jamás te será fiel, jamás dirá nada, el comprende a quién le debe lealtad —afirmó James—el sacerdote estaría dispuesto a morir, antes que entregarte el reino.

—¿Eso crees? —preguntó ella con diversión —Dime, príncipe insolente, ¿quién crees que me ayudó a encontrar los libros divinos? ¿Quién crees que me reveló el significado del sacrificio? ¿Cómo crees que logré conocer más sobre el secreto que los dioses me privaron al encerrarme en el averno por eones?

—Tienes razón — asintió James —dudo mucho que sea por tus propios medios, porque no creo que tu hueco cerebro te dé para fraguar sola tantos actos inteligentes— la desafió, aunque sabía que aquello podría acarrear consecuencias graves.

Las bestias que acompañaban a Bella comenzaron a gruñir en descontento.

—Sé lo que quieres James, pero no voy a concedértelo, no vas a provocarme, — sonrió la diosa.

—Entonces dime, ¿qué es lo que quieres? —preguntó él, sintiendo como el cansancio y el dolor regresaban en su cuerpo poco a poco, obligándole a sentarse nuevamente contra la pared, sujetando su costilla.

—Quiero que hablemos — afirmó ella —sobre los elfos — hizo una pausa breve— y tu hermano.

Aquello hizo que un temblor helado recorriera todo el cuerpo de James, y su mente quedó en blanco.

Lo sabía... Bella lo sabía, sabía donde estaba Aaron, y ni su hermano, ni su amada estaban a salvo.

***

Nota de autora:

¡AAAAAAAAAAAAA! Volví mis bellos y amados elfos lectores...

Hoy escribo esta nota, más que solo para pedirles que voten y comenten en cada párrafo que erizó sus bellas almas; sino que, también, a decirles que tengo uy buenas noticias, han pasado cosas grandiosas y el 80% de todo lo que me está pasando, es gracias a ustedes.

Se merecen lo mejor, porque aunque no los conozca en persona, ustedes hacen de mi vida un paraíso, y se ganaron la mayor parte de mi corazón.

Adicional a eso, sé que me tardé mucho en traer este capítulo, pero me tomó dos semanas enteras escribirlo jaja, es que necesitaba tramar muy, muy bien las historias, tanto de Imhotep, como de Elin y crear los libros divinos jaja. Ya van a ver que les tengo una sorpresa mucho más adelante.

Bueno mis elfos lectores, les dejo este capítulo un tanto extenso, pero lleno de historia y drama jaja. Espero que consideren el tiempo que me llevó estructurar todo y me regalen sus votitos y me dejen muchos comentarios.

Gracias <3

Besos élficos <3

-Abi.G-

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