11- "El regalo"

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Se habría marchado.

Sin más.

Toqué mis labios temblorosos y ardiendo por sus besos; los besos más calientes y sabrosos que me habrían dado en toda mi vida.

Si antes sería difícil no sucumbir a su contacto, en ese instante, en el cual habíamos sobrepasado la cordura, resultaría casi imposible.

Mi jefe y yo. Peor, era derroche.

Desde la historia de la humanidad quizás, secretarias y jefes han tenido affaires; no era sorpresa ni sería la única sobre la faz de la tierra que se tiraba a su sexy jefecito. La diferencia radicaba en que yo no era una cualquiera ni lo hacía con fines laborales.

Felipe Grosvenoir me gustaba y mucho. Tal vez más que mucho y más que muchísimo, también. Y por mi naturaleza de carne y hueso, justificaría que su voz aterciopelada y oscura como la noche sumada al champagne que de un solo trago ingerí en el brindis de su cumpleaños, me arrastraron al límite de lo irracional.

Obtendría frente a mí la espectacular visión de su pecho ancho, la de esa mata suave de cabello sobre sus pectorales y la fina tira que lo unía con su estómago y partes bajas.

Al quitarse el sweater pensé que el cielo acababa de liberar a alguno de sus arcángeles y que vendría en mi búsqueda. Pero sería un error: ese cuerpo endiablado, caliente y desesperado que se frotaba contra mi busto, era el de mi jefe.

El tac, tac, tac de los sucesivos broches abriéndose en mi camisa me transportarían a las llamas del mismo infierno. Mi piel rozaba la suya y su vello me hacía cosquillas, excitándome demasiado pronto.

Engullendo nuestras bocas con desesperación, dejamos en claro que era eso exactamente lo que queríamos ambos...al menos fue lo que pensé hasta que se apartó de mí diciendo que no podríamos seguir adelante.

Lo primero que se me vino a la mente  y le vomité al instante, fue que yo era poca mujer para él.

Felipe estaría acostumbrado a frecuentar mujeres de un ambiente distinto al mío; con clase, glamour, imponentes: yo hasta tres meses atrás era una estudiante de diseño de indumentaria, haciendo sus prácticas como ayudante de docencia en la Universidad pública de Buenos Aires e incapaz de despertar la lívido de ningún hombre que no tuviese problemas o una doble vida, como Nicolás.

Yo no poseía estirpe propio, ni era famosa y mucho menos era sobrina de un ícono de la moda. Era simplemente Lucero para todos. Una chica con una familia sobreprotectora, un poco rebelde y nada más.

Mezlca de humillación, decepción, incertidumbre...muchas cosas usurparon mis pensamientos tras verlo salir espantado del dormitorio. Realizando cierto paralelismo con respecto a mi relación con Nicolás, lo único que podía sacar en claro era que los hombres también tenían sus recovecos indescifrables.

Manteniendo un noviazgo por casi por tres años, Nicolás y yo, no éramos la típica pareja que salía todos los fines de semana, por el contrario, siempre nos escondíamos o simplemente, él decidía en qué momento era mejor vernos.

Siempre sostenía una buena excusa ante sus desapariciones de sábados y domingos. Y yo le creía sin chistar siquiera. Confiaba en él. En su palabra de hombre ocupado, e hijo dedicado que respondía a un padre un tanto autoritario y déspota, que lo explotaba laboralmente.

Terrible hijo de puta resultaría ser Nicolás.

Hasta que una tarde, aquel velo que me cegaba, caería a mis pies. Aguardándolo en una cadena muy reconocida durante más de dos horas y sin contestar los llamados telefónicos, ni responder mensajes, Nicolás no daba señales de vida. Escudado en una vil excusa ( un viaje relámpago desde la ciudad de San Nicolás), yo mantenía la esperanza de un retraso involuntario.

Lo peor cruzó mi cabeza ante la insistencia de querer contactarlo y no encontrar respuesta de su parte; un accidente en la ruta, un inconveniente de último momento, un secuestro... cualquier cosa propia de una serie policial televisiva, formaron parte de esas extrañas conjeturas.

Nerviosa, observando mi teléfono a cada instante, tamborileaba los dedos sobre la mesa en la cual lo esperaba, cuando aparecería ante mí una muchacha de mi edad. Dudando, avanzó unos veinte pasos para, finalmente, hablarme.

— Hola— asomó tímida.

— Hola— respondí algo incómoda.

— ¿Sos...Lucero? —la morocha era bonita, de pelo muy largo y lacio, pero sus ojos eran tristes y estaban irritados, como si hubiese llorado por largo rato.

— Si...Sí — fue lo más inteligente que respondí. En definitiva no tenía la más remota idea de quién era— ¿Y vos...sos? — arrastré.

— Mi nombre es Camila...¿puedo? — alejó la silla de la mesa, pidiendo permiso y tomando asiento a la fuerza.

— De hecho estoy esperando a alguien— mis esperanzas por la aparición de Nicolás, eran plausibles.

— Ese alguien no va a venir.

Algo en su tono congeló todos los pensamientos sobre la ausencia de mi novio.

— ¿Perdón? — parpadeé sin comprender del todo a qué se refería.

— Nicolás no va a venir — enfatizó. Fruncí el ceño.

— ¿Lo conocés?

La morocha liberó un soplido por la nariz.

— ¿Qué si lo conozco? — se quitó la cartera que cruzaba delante de su pecho poniéndosela en la falda — . ¡Ese forro me estuvo metiendo los cuernos con vos!

Mi mente se desenchufaría poniéndose en blanco de golpe, como si me hubiese desmayado. No comprendía nada.

— N...no entiendo—tartamudeé, intentando entender lo que estaba más que claro.

— Yo soy la novia de Nicolás. Hace más de 10 años que estamos juntos...soy de San Nicolás.

Como en una máquina tragamonedas de un casino, las fichas cayeron de a una.

Tac Tac Tac Tac.

Durante esos últimos años, o sea, desde el comienzo de nuestra relación, yo siempre habría sido su amante. La segunda. O la tercera. O la cuarta porque a esas alturas me permitía dudar de todo.

Sus excusas sobre viajes repentinos, sus ausencias prolongadas, su desconexión total de los teléfonos...poco a poco todo cerraba en un perfecto e inmundo círculo.

— Creéme que no ha sido fácil venir a verte — movía impacientemente los dedos sobre la fórmica de la mesa, el líquido de mi taza de café con leche temblequeaba.

— ¿Sabe él que estás acá? — acusé deseando coordinar palabra.

— El mensaje de esta mañana, te lo envié yo. Yo fui quien te citó acá.

— ¿Qué?

— Estábamos durmiendo juntos... — la bilis me subió de golpe a la garganta cuando clavó sus oscuros y perturbados ojos en mí, enfatizando la palabra juntos— ...cuando escuché el sonido de un mensaje en su casilla de correo; con cuidado, tomé su celular y lo vi. Era tuyo. Durante muchos años sospeché que estaba con otra persona, pero cuando se lo planteaba, insistía en que yo veía fantasmas, que estaba loca de celos. Y le creí— una espesa lágrima rodó por su mejilla, surcando la capa de maquillaje de su cara— . Confié en él. Yo estoy enamorada de él...y cuando vi tu mensaje sentí que el teléfono me quemaba en las manos al mismo tiempo que quise saber si era cierto...si él realmente me engañaba con vos o con alguien más.

Empalidecí si era posible hacerlo más.

— Estamos comprometidos...o lo estábamos— se corrigió con un nudo en la garganta. Yo era incapaz de llorar mientras que a ella, la angustia le jugaba una pésima partida.

— ¡¿Comprometidos!? — pregunté con algo de capacidad de asombro para cuando abrió su bolso y sacó un sobre de 10 cm x 15 cm aproximadamente— . Aquí está es nuestra invitación de casamiento.

La tomé entre mis manos temblorosas. La saqué del sobre color marfil, con las iniciales "C y N" labradas en relieve nacarado. Dudé si querría hacerlo o retener una imagen menos humillante de mí misma.

"El día 28 de septiembre celebramos nuestros 10 años de amor invitándolos a nuestra boda....blablablablbablabla...Nicolás Lantieri y Camila Fernández".

El muy hijo de puta se iba a casar, de verdad y no conmigo precisamente.

Mil cuestiones brotaban de mi exasperado cerebro ¿acaso pretendía continuar la relación a distancia?¿cómo imaginaba manejar la situación de bigamia? El asco anidó en mi pecho, presionándolo combativamente.

Yo me había conformado a estar a su lado a pesar de su vida irregular.

Le devolví la tarjeta con la escasa dignidad que mi cuerpo albergaba a esas alturas.

— ¿Me creés ahora?— preguntó limpiando sus lágrimas.

— Sí...bueno...supongo que con esto queda más que claro.

— Lo conocí porque su hermano, el que vive en Uruguay, era amigo del mío. Empezamos a salir de chicos y cuando terminamos el secundario me mudé a San Nicolás, con mi mamá. En un principio acepté verlo sólo los fines de semana, él estudiaba en Buenos Aires y eran los únicos días en que podíamos estar juntos. Cuando el tiempo transcurrió y desaparecía a menudo, se excusaba diciendo que su padre le exigía viajar mucho por el trabajo; pero no pensé que estaba mintiendo.

— Era la misma excusa que usaba conmigo... — me desinflé resignada mientras ella permanecía cabizbaja.

— Me extrañaba que no me atendiese el teléfono o que cuando estábamos juntos lo apagaba. Resultaba raro que si estaba a disposición del padre permanentemente, de repente se desconectara de él. No quise seguir pensando en que me mentía. Hasta que una vez, encontré en uno de los bolsillos de su pantalón, una tarjeta con un teléfono. No era mi letra y tampoco me llamaba Agustina— sonrió forzadamente —  Esa noche discutimos y muy feo; me dijo que yo no era quién para revisar sus cosas en un actitud obvia para trasladar la culpa hacia mí...No nos vimos por unas semanas, hasta que lo llamé, le pedí disculpas de mil formas y volvimos a estar juntos.

— Es un maldito manipulador — liberé en voz alta y ella asintió sin dudarlo.

— Es por eso que necesitaba hablar con vos. No le dije que vendría para Capital porque borré el mensaje que te envié esta mañana. No quise caer de vuelta en su sarta de mentiras.

Nicolás en sí mismo era una mentira.

Un fiasco total.

Una vez en casa y tras la confesión de aquella chica, acordaría reunirme con Nicolás al día siguiente previo mensaje de disculpas de su parte; no obstante, yo ya tenía un discurso para decirle.

Un monólogo con 24 horas de proceso.

Lo que más me sorprendería fue no llorar. Desilusionada, humillada y reducida a cenizas, pero era valiente al reconocer que nunca lo había amado. Esa pequeña sutileza me diferenciaba de Camila. Y resultaría un gran hallazgo descubrir, paradójicamente, que habría sido lo mejor que pudo haberme pasado.

El 28 de septiembre, no sería ni más ni menos la fecha en que yo estaría en París por este viaje de estudios. Desconociendo exactamente cuáles serían sus planes ni cómo sostendría su infidelidad en el tiempo, mi ausencia en Buenos Aires, significaba una descompresión importante para él; podría cumplir con total libertad el rol de esposo cercano y novio lejano.

No pude creer mi inocencia, mi ceguera constante. Idiota, tonta y mil adjetivos más me supe decir. Menos inteligente, me sentí de todo. Caí en mis reproches, a pesar de que mi madre no se convencía que un chico con dinero y de buena familia fuese tan deshonesto.

Pero cuando nos reunimos ese domingo tal como Nicolás planificó, actué con total normalidad. Fui agradable, me preocupé por su viaje, mostrándome compungida por haber suspendido los planes del día anterior. Él me tocaba mucho las manos, era gentil y verborrágico como siempre; encantador...¡un verdadero embustero!

— Antes que me olvide—esbocé una sonrisa, poniendo en marcha el plan pergeñado con Camila— , nos invitaron a una boda  — miró extrañado porque a excepción de sus amigos y un puñado de chicas de la facultad, pocos conocían de nuestra relación.

—¿Se casa alguien en tu familia? —expectante por mis movimientos, quedó perplejo cuando le mostré el sobre con las iniciales caligráficamente repujadas en él.

Su propia invitación a su propia boda.

Su rostro mutó impactado, hubiera deseado filmarlo.

— ¿Qué mierda es esto?— preguntó irritado, pero sin perder la compostura.

— ¡Oh! ¡Qué casualidad! — ironicé — . Pensé que vos serías quien me lo aclararía— apoyé mi barbilla sobre mis puños, con los codos clavados en la mesa.

— ¿Cómo te llegó esto? — la vena de su frente se engrosaba, sus límites de tolerancia se agotaban.

— La novia tuvo la deferencia de hacerlo llegar a mis manos. Vino desde San Nicolás, personalmente. ¿No es un amor?—me puse de pie rápidamente arrojándole el agua helada que me acababan de servir— ¡Y agradecé que es agua fría! ¡Estuve así— hice el gesto con los dedos —  de pedirme un té hirviendo!

El resto, no serían más que un cúmulo de gritos, de insultos y un golpe fuerte a la puerta de la confitería desde la cual, nos miraban absortos por el espectáculo brindado. Agitada, molesta y enfurecida, subí a mi auto y sin dejar de presionar el acelerador bajo mi pie, pasé los 160 km/hora en plena Avenida Libertador.

Compenetrada en mis propias miserias, sin registrar mi entorno, fue entonces cuando la velocidad dejó de ser mi aliada: un mal cálculo, una distracción y un mal día en general, me estrellaron de lleno contra un colectivo de la línea 60.

Unos magullones, un par de golpes y una fractura de fémur, serían acaso el resultado más favorable de aquella tarde. Desde entonces, mi madre castigaría psicológicamente con mi falta de madurez.

Ahora, a lo lejos, comprendía su preocupación genuina aunque no su sobre protección desmedida y la poca confianza que aun mantenía en mí.

Para cuando la luz se filtró por mis párpados, restregué mis ojos para confirmar que eran pasadas las 8 de la mañana. Tendría que ducharme y bajar rápido a desayunar si no quería pasar por una cafetería. Siendo difícil a priori encarar el día; evitar a Felipe sería más que imposible. Por lo pronto, a la noche tendríamos concertada una reunión con los inversores del nuevo local. Desconociendo bastante de qué iba la cuestión, no dudé en que ya se encargarían de explicármelo.

Una puntada clavó bandera en mi pecho cuando recordé que hoy era su cumpleaños. Felipe no sólo se encontraba lejos de su tierra sino también de su familia. Algo de pena cruzó por mi mente a pesar de lo mal que habíamos culminado la madrugada.

De no haber sido por el mozo que entregó en nombre del restaurante esa magnífica botella de champagne, no hubiese sabido tal vez, que era un día tan especial.

Lo que prosiguió a ese momento fue tan íntimo y tan único, que colmó mis expectativas para con él. Las mariposas se habrían agolpado en mi estómago.

Aquellas jamás conocidas, jamás sentidas,dijeron presente en ese instante.

Tras brindar y gracias al coraje de haber bebido alcohol, lo invité a bailar esa hermosa melodía que un joven de cabello largo sujeto en una cola tocaba desde la sala, en el piano. Recostada en su pecho fuerte y amplio, inspiré el aroma de su piel; ese perfume tan delicadamente varonil que desprendía desde su cuello.

Tomándome de la mano delicadamente, me guiaba en pequeños pasos...de un lado hacia el otro. Parecimos estar suspendidos en una nube liviana de algodón, flotando.

Me angustié por contrarrestar aquella secuencia de imágenes con lo que sucedería después; su indecisión, su marcha atrás, su miedo...su no se qué.

Y mi propio no sé qué.

Sumergirme en una aventura sexual no era buena idea. Presupuse en un gran error caer en ese juego histérico, en el que yo tendría más por perder a pesar de adorar ese ¿inocente? contrapunto de palabras, frases sinsentido o bromas que parecíamos solo entender nosotros, como hablar en español sin que Kenny tuviese idea; a modo de propio código interno ...

Estuvimos al borde del abismo y eso no era admisible.

Se confrontaban en mi pecho la contradicción de saber que hacíamos lo correcto al separarnos, con el deseo latente de hacer exactamente lo opuesto.

Hojeando el diario, las noticias matutinas no me atraían en absoluto; no entendía sobre la realidad canadiense, por lo que me entretuve mirando el horóscopo. ¡Vaya diversión!

— ¡Buenos días roomate!— la voz de Kenny me sobresaltó, por lo que llevé la mano al pecho.

— ¡Me asustaste! — cuando se acercó a darme un beso, golpeé su bíceps. En Studio Rondeau debían de hacer una selección de hombres musculosos y guapos para sus puestos jerárquicos.

— No ha sido mi intención...¿Qué leías? — se untó unos rulos manteca y jalea en unas tostadas crujientes y humeantes que acababa de servirse en un plato.

— El horóscopo.

— ¿Crees en esas cosas?

— No, pero no me agradaba leer sobre policiales, índices de valores de bolsa ni farándula canadiense que no conozco— sonreí cerrando las hojas agudizando mi francés matutino.

— ¿De qué signo zodiacal eres?

— De acuario. ¿Y vos?

— ¡Ni idea! — reconoció encogiéndose de hombros.

— ¿Cuándo naciste?

— El 8 de agosto.

— Entonces...mmm...de Leo...— confirmé — . Sos de personalidad fuerte, aguerrida — dije apretando mi puño y mi boca, gesto que lo hizo casi escupir su tostada.

— Me hace gracia que seas tan chistosa...y muy bonita. Recién te has levantado y luces radiante.

— Gracias Kenny, te daré la receta más tarde si me cuentas qué tal te fue con la rubia de anoche — guiñé mi ojo exageradamente hundiéndome en el enorme tazón de café con leche de mis manos. Debía agradecer que Kenny me dijese linda, porque realmente esa mañana parecía una indigente con una remera un tanto holgada y unos vaqueros no tan vistosos. Mi peinado, merecía un comentario aparte.

— Trato hecho — extendió su mano, estrechándola con la mía — . ¡Ha sido un completo desastre!— sentenció.

— ¿Por qué? —no supe si realmente deseaba ahondar en la vida íntima de Kenny, él era agradable y desinhibido, pero no dejaba de ser un superior dentro de la empresa.

¡Basta de preocuparte con anticipación y que me cuente lo que quisiese!

— No hablaba, no decía qué le gustaba...no...nada.. ¡ni se movía!

— ¿Era como una planta?— pregunté desatando la carcajada de mi compañero de mesa.

— ¡ Tú sí que das en la tecla, mujer!

— Tendrás que buscarte otra...—sugerí levantando un hombro y mis cejas al unísono.

— Al menos hasta que tú me digas que sí...creo que ese será el plan.

— Kenny, Kenny—meneé la cabeza, era divertida su insistencia.

— Nunca me daré por vencido aunque el gran jefe te quiera para él solito— pestañeó fuerte, como si acabase de hacer una travesura.

— ¿De qué hablas? — la visión de Kenny sobre nosotros me intrigaba, después de todo era el único capaz de echar a correr un rumor en la oficina, dando comienzo a una gran bola de nieve.

— ¿No te das cuenta?

— ¿De qué?— fingí desentenderme; si pretendía que largase información, era la mejor estrategia.

— Por ser inteligente para ciertas cosas, me sorprende que no lo seas también para estas—bufó — , Felipe te trajo a Montreal porque hay algo en tí que lo cautiva.

— Lo debe hacer con cualquiera de las becarias ...debe ver algo en nosotros llamado ¿potencial?— inicié un juego de palabras distractivo, a efectos que me dijese todo lo que sospechaba.

— Él no viaja al exterior con becarias, Lucero, y menos si tan solo llevan en la compañía 2 meses de práctica. No hace mucho comenzamos con la idea de las becas universitarias y de formación en el Studio. Nadie ha quedado como personal permanente, de hecho. Pero contigo es algo especial. Lo veo en sus ojos...hemos viajado numerosas veces juntos, niña. Y créeme que jamás pero jamás, lo vi tan enceguecido con alguien— afirmó con seriedad— . No pretendo que suene descortés de mi parte porque reconozco tu talento, pero a mi criterio fue muy apresurado haberte contactado con Studio Berlin para que colabores con ellos y que hoy en día estemos aquí, charlando sobre ello.

— Yo también consideré que se arriesgaba demasiado al hacer esto— dije reacomodándome en la silla, nerviosa y rehusándome a reconocer mi verdadero esfuerzo.

— Más a mi favor.  Felipe es un depredador como empresario; es socio de Studio Rondeau, Lucero y como tal pretende ganar dinero. Profesionalmente es intachable.

— Y...¿personalmente?— curioseé preguntando sobre mis pestañas, ocultando mi rostro en la enorme taza de café, ya tibio.

— No habla de su vida privada. Conozco a su familia por mi amistad con Enrique. Es muy reservado con su intimidad, aunque todos sabemos que ha tenido muchas mujeres en su haber. Aún así, siempre regresa a los brazos de la misma—engulló el último trozo de tostada.

— Los de Selene Rondeau... — emití con un suspiro resignado.

—¿Conoces la historia con ella?

— Sólo los rumores de pasillo.

— Selene es la sobrina del Gran Rondeau; por lo que sé ellos se conocen desde niños, Felipe era el mejor amigo de Adam, hermano de Selene. Adam falleció varios años atrás en un terrible accidente y fue para entonces cuando Felipe ingresó en Studio Rondeau y comenzó a escalar en la compañía — hizo un alto para beber algo de café mientras yo me recomponía tras escuchar lo lamentable de aquel pasado atroz — . Felipe es brillante, se lo ha sabido ganar, pero fue innegable que echaran a rodar el chisme que todo aquello que consiguió fue por ser "amigo de" y "novio de".

Por un segundo comprendí que el miedo de corromperme, el temor por no traspasar esa línea prohibida  se relacionaba con su propia historia. Él mismo habría sido señalado con el dedo, no por su talento, si no por sus contactos.

Éramos el fiel reflejo de una misma preocupación.

Y además, él conocía el valor de la pérdida en primera persona.

— ¿Qué planes tienes para hoy? — descomprimió el tema preguntando por otra cosa completamente distinta.

— ¿Compras? ¿Museo? ¿Cenar esta noche con un grupo de gente acaudalada? —sonreí— . ¿Y usted Erikssen?

— Buscar buena compañía, hoy estará todo un poco aburrido. A excepción que tú... ya sabes— sus ojos desprendieron malicia que capté al instante.

— ¡Kenny! ¡Decoro por favor! — le arrojé una servilleta en la mitad de la cara.

Por fortuna el día estaba muy agradable, el sol se asomaba por lo alto, a pesar del pesado viento que cada tanto nos azotaba. Teniendo en mente qué me pondría por la noche, me sumergí, sin embargo, en una caminata sin tregua con el propósito de comprar un regalo de cumpleaños.

Las palabras de Kenny me habían alterado; desconocía ese pasado triste y doloroso por el que había atravesado mi jefe, comprendiendo que tal vez  ese manto sombrío que por momento cubría sus ojos, no era más que la cicatriz de aquel viejo drama.

En ese mismo punto me detuve: en el punto de quiebre que había transitado mi vida apenas tuve ese accidente que casi me cuesta la vida a manos de mi imprudencia.

Presioné mis sienes con la incordiosa voz de mi madre reprochona, el olor a hospital y las sesiones de kinesiología que provocaron mi retardo en mi graduación universitaria.

¿Cómo habría sido el momento del accidente para Felipe?¿Él había sido parte él?¿Él habría desafiado la muerte como yo?

Avanzando en línea recta, dispuesta a alejar por un instante mis incongruencias mentales, me encontraba ante el dilema de pensar qué comprarle a un hombre que lo tiene todo, de todas las marcas y de todos los precios posible. No lo conocía lo suficiente como para adivinar qué le haría falta (si eso era posible) ni tampoco consultarle a Kenny era una buena idea, presuponiendo un mar de preguntas que no estaba dispuesta a evacuar.

Antes de desayunar, la idea de consultar a mi tía Deby  me pareció acertada, cayendo en la misma conclusión de ahora: ninguna. ¿Qué escogerle a un hombre del que no sabía mucho, pero que a través de sus ojos, podía notar cierta fragilidad interna?

Una verdadera ambigüedad.

Un hombre que era dueño de semipiso en París, un rolex en su muñeca y trajes de Armani y Zegna en su vestidor, ¿qué necesitaría? Revolví por el fondo de mi psiquis devanándome lo sesos para averiguarlo.

Lo cierto es que más allá de tener la extensión de la tarjeta de crédito de mi tía en mi poder, no podía gastar fortunas en un regalo que no sabía siquiera si iba a ser el indicado.

¿Un vino? No tenía ni idea cuál le gustaba más.

¿Ropa? sería una perdida de tiempo, era dueño de mil camisas y 40 trajes, como mínimo.

¿Zapatos? Demasiado personal.

¿Perfume? El de su piel era la competencia más poderosa de cualquier imperio.

Deseaba que sea algo original, algo que mirase y recordara que había sido un obsequio de mi parte...

Caminé mucho, no supe cuanto, por St. Catherine O, lugar recomendado por la gente del hotel, donde a priori  se hallaban las mejores tiendas y centros comerciales. Promenade Cathedral sería paradisíaco, no sólo porque en Dollarama tendría millones de opciones por bajo precio, haciéndome de un par de chucherías para llevar a Buenos Aires al momento de mi regreso; sino porque hallaría la tienda Tristan Style  y la quise comprar entera.

Ropa formal, con diferentes estampas, todo era atractivo...pero no era el objetivo. No renegué sin embargo por haberme probado un par de twinsets y vestidos, pero no era correcto distraerme de la meta principal. Que no era yo.

Esa adrenalina, esa experimentación de mujer independiente, era inigualable. Y estaba dispuesta a experimentarla al regresar a Buenos Aires. Lo tenía decidido.

Deteniéndome solamente para comer algo rápido ( a más tardar a las 17hs tendría que estar de vuelta para prepararme para nuestra cena), pensé en la cercanía a la que nos expondríamos por la noche.

Me mordí el labio temerosamente al pensar en cómo actuar frente a él; mortificándome de antemano.

Lo mejor era seguir adelante. Como con el paseo de compras, con el que rápidamente me frustré; todo aquello que vi era impersonal: desde electrodomésticos pequeños, paraguas, elementos de curioso uso...por lo cual, continué con mi obsesiva búsqueda.

Fue inevitable sin embargo, entrar en La Senza, una tienda de lencería fina y elegante que me dejó boquiabierta; no solo por los precios (como Dollarama) sino porque cualquier prenda que tocase estaba envuelta en sensualidad.

Wau wau wau...cada babydoll se superaba en belleza con respecto al otro; imaginé los mil y un escenarios en los cuales podría sacarles el jugo y en la compañía sino de mi sensual jefe. Pensar en ello me dejo la boca seca y varias de mis partes sensibles, húmedas.

Sus besos, sus manos, su furia al romper los límites de mi camisa...se había sentido tan excitante...tan bien...y tan lejano.

Una de las muchachas de la tienda, muy bonita y de cabellera extremadamente rubia, se acercó para asesorarme, supongo que animada por mi cara de felicidad al tocar cada trocito de lujuria. Salí con bolsas, como era de esperar; haciéndome de una buena cantidad de conjuntos y camisolines que invitaban al pecado. Si terminaban en el fondo de un cajón, no lo sabía, pero me propuse usarlos, al menos, en la soledad de mis pensamientos.

Quizás mudarme sola, era un buen punto para esta nueva vida adulta y madura que me proponía enfrentar, aunque me costase gritos y enojos de mi madre.

Emprendiendo regreso hacia el hotel, cuando festejaba más por el dinero gastado en mí que por haber cumplido el cometido del día, me detuve al encontrar una pequeña y poco atractiva tienda de elementos de cuero.

El lugar estaba atiborrado de cosas; unos muebles de madera lustrada y añosa se apoderaban de casi todo el sitio con olor a cítrico. Observé todo al mi alrededor con la somera esperanza de encontrar algo que me llamase suficiente la atención como para ser el obsequio de mi jefe. Una mujer sesentona se aproximó, agradablemente, pero con un francés tan cerrado que me costó entender.

En un pequeño armario con puertas de vidrio, encontré para mi sorpresa, una numerosa cantidad de plumas de platino y empuñadura labradas de Mont Blanc escandalosamente bellas y delicadas. Y el precio...ufff estaban muy saladas...pero era mi jefe, mi mentor, la persona que me servía en bandeja las mejores posibilidades de mi vida. Se merecía eso. Y tal vez mucho más.

El tono de mis mejillas subió de pálido a colorado en un milisegundo al pensar en todo aquello que querría darle y no era posible; le sonreí a la señora de cabello banco y esponjoso que me miraba expectante por mi elección.

Señalé con el dedo con la emoción copando mi rostro.

— ¿Puedo grabar algo especial en ella? —pregunté con inocencia.

— Por supuesto—respondió gentil — , pero podríamos tenerla lista recién en 48 horas— fruncí mi boca, a las 8 de la mañana del día 2 de diciembre estaría volando rumbo a París.

— Me temo que no será posible...vuelo a Francia un poco antes.

— Quizás podríamos hacer una excepción, querida...tal vez para mañana a última hora— con una mueca graciosa en su boca, la predisposición primó por sobre mi súplica.

— ¡Sería estupendo! — repiqueteé mis manos agitando mis bolsas.

— ¿Qué deseas grabar?

— Déjeme pensarlo...tiene que ser algo muy personal...— llevé mis manos a la barbilla, pensativamente.

"Originalidad...¡Ven a mi!"

...Y vino.

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*Forro: modo vulgar de decir malnacido.

*Mozo: camarero

*Chucherías: cosas de bajo costo

*Saladas: esta expresión es utilizada para indicar que el costo es elevado

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