12 - "Fantasía"

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Los minutos que nos separaban de Chez Laveque resultarían eternos. Kenny habría escogido, ¡cuándo no!, ubicarse en el asiento trasero junto a Lucero. Escuchando sus susurros tímidos al fondo me enloquecía pensar en Kenneth haciéndola partícipe de sus relatos sobre sus proezas sexuales; él adoraba verme incómodo cuando estábamos en público.

Pero eso no era lo peor: contra mi voluntad debí ubicarme al lado del chofer. Tragué con fuerza por mi malestar. ¿Con qué excusa me negaba a subir? Tomarme otro carro simplemente por mi reticencia a ocupar ese sitio, era de niño. Además, ¿cómo explicar los motivos de mi desagrado?

Tomando un pañuelo, sequé modestamente la transpiración agolpada en mi frente. Mis compañeros estaban tan entretenidos en su cotilleo que ni se inmutaban por mis ganas de vomitar y la punzada latente en mi estómago.

Decidí entonces divagar mis ojos en el el exterior; de seguro en horas más, nevaría. La gente caminaba muy abrigada, mientras que yo simplemente lucía una camisa desabrochada y una chaqueta de sastre. Mi sangre hervía.

Sin importar morir de pulmonía, por un instante deseé que ese fuese mi fin. Desaparecer y transportarme hacia el mes de abril sin más. Para ese entonces mi hada ya no viviría en Paris, ni cerca de mí. Yo regresaría a mi vida y fin de la cuestión.

¿O el problema sería precisamente ese, el de regresar a mi vida sin haberme aventurado a cruzar el límite?

Como fuese, la oportunidad de caer al vacío se habría mantenido latente. Y hablar en pasado era lo mejor ya que Lucero no me concedería una segunda chance. Ni me la habría ganado ni había luchado por ella.

Chez Leveque era un sitio de aspecto sencillo y divertido, sin el lujo al que estábamos acostumbrados pero con la ventaja de saber que esta era una reunión más informal. Bajamos los tres del coche, Kenny se apresuró a pasar por delante del automóvil ayudando a nuestra compañera a descender y allí permanecimos de pie, como los Tres Mosqueteros listos para ingresar con soltura al ecléctico sitio de comidas.

Sin mucha gente, sentí una calidez similar a la de estar en casa. No la de París, sino la de Barcelona, donde vivían mis padres, donde cada domingo se juntaban mis hermanos y sus familias a almorzar. 

Echaba de menos ese ámbito, pocas veces habría podido disfrutarlo. Porque en lugar de aprovechar mi tiempo con ellos, solo refunfuñaba por lo mucho que hablaba Elizabeth o la capacidad reproductiva de mi hermana Carolina, que tenía 8 años más que yo y cinco niños por cuidar. Protestaba por Victoria y su afán de contarnos sobre la farándula, cosa que no me interesaba en absoluto; en tanto que Sofía era la más reservada, recién casada. Por último, Magdalena, no dejaba de darnos su consejos de yoga y vida sana.

Capítulo aparte merecían las aventuras amorosas de Enrique, que tal como su amigo Kenneth no dejaba nada librado a la imaginación. Nunca faltaba una anédocta fuera de lugar durante la hora del almuerzo; mamá solía gritarle escandalizada mientras que Carolina, Victoria, Elizabeth y Magdalena se repartían en cuerpo y manos para tapar los pares de pequeños oídos que se sentaban junto a nosotros.

Jules, su hijo y su socio nos esperaban, los tres con similar vestimenta que la mía, informales pero no menos elegantes.

Estrechamos nuestras manos al ubicarnos en su mesa; tanto Kenny como yo habríamos establecido previamente contacto con ellos. Sin embargo, el centro de atención no sería nuestro convenio comercial ni los diseños que se expondrían en la tienda nueva, tema a desarrollar el día de mañana en la sala de reuniones que reservamos en el Hotel. Hoy, las miradas no dejaban de recorrer la figura femenina que nos acompañaba.

El hijo de Jules la perseguía con descaro, ayudándola a quitarse el abrigo para dejarlo al cuidado del sector de guardarropas. Lucero parecía incómoda, esas actitudes le molestaban y leer su cuerpo a la perfección, me reconfortaba.

Me tomaría un breve momento verla enfundada en un precioso vestido azul de doble capa; una de satén por debajo y otra labrada por arriba. Unas flores caladas con algunos brillos en la tela  hacían de ella una figura celestial. Como "Die Feen", la hermosa composición musical propiedad de Richard Wagner, el contrasentido nuevamente me dijo hola.

Corto, por arriba de las rodillas y con sus mangas hasta la línea de sus codos, los cinco hombres de la mesa coincidiríamos en silencio que ese vestido no podía tener mejor modelo para lucirlo.

— Les presento a la diseñadora Lucero Wagner —ellos besaron sus nudillos cortésmente y el rubor alborotó la piel de la muchacha; no estaba acostumbrada a que tantos ojos estuvieran comiéndola con la mirada.

— ¿Así que ella es la nueva joya de Studio Rondeau?— preguntó Jules con sus ojos verdes chisporroteantes.

— Algo así — asentí pero sabiendo que él no solo se limitaba hablar de sus aptitudes profesionales.

Afortunadamente, la conversación fluiría con naturalidad, aunque creí que en el fondo les importaba un bledo lo que yo tenía para decir; estaban más entretenidos en conocer los logros académicos de nuestra chica maravilla que en el negocio que estábamos por encarar en Montreal. Una sensación desagradable surgió en mi cabeza al pesar en ella como una ventaja financiera, tanto, que se me formó un nudo en la garganta.

Lucero se mostraba alegre, amable, medida en sus palabras y no se comprometía a fondo con los aspectos personales aunque sí con los profesionales. Muy astuto de su parte. La pasión que mostraba al hablar de sus responsabilidades, de los conceptos de diseño y del trabajo que llevaba a cabo en Studio Rondeau, era tangible.

La mirada libidinosa de Walter me sacaba de contexto a menudo; intentando concentrarme en la cena o en las preguntas tontas del socio de Jules, me encontraría perdido durante toda la gala. Ella se hallaba exactamente frente a él, en una extremo de la mesa, mientras que Kenny estaba en el medio y yo en la otra punta. Me desvivía por imaginar los movimientos del rostro de Lucero, por ver si sus ojos chispeaban del mismo modo que cuando hablaba conmigo o si sus sonrisas era tan frecuentes como cuando hicimos guerra de cojines en su habitación de hotel.

Parecía tan lejana aquella felicidad desbodante e inocente, que ya la echaba de menos. ¿En qué momento la eternidad se habría interpuesto entre nosotros para que todo pareciese más lento?

— ¿Cuándo finaliza la beca?—Jules surcó la mesa con esa pregunta en dirección a mi valkiria.

— A mediados del mes de marzo — respondió la única fémina de la mesa con suficiencia.

— Eso si Studio Rondeau no pretende ofrecerte un nuevo contrato, ¿verdad Felipe?— Kenny me codeó bruscamente y tuve que hacer un esfuerzo por recapitular las preguntas y comprender que era mi turno de responder.

— Si, por supuesto. Pero no depende solo de mí, cabe aclarar— bebí vino para salir del brete.

— Desde ya...— Jules guiñó el ojo asquerosamente a Lucero. Sentí náuseas y supuse que ella también, porque acto seguido pidió disculpas amablemente para retirarse hacia el tocador. Recorrí su andar cuando se puso de pie, con toda la intención de seguirle el paso, pero Walter fue más rápido y menos dubitativo que yo. Kenny debió de haber percibido mi incomodidad, porque me miró sutilmente para preguntarme si estaba bien.

— Sí, estoy un poco cansado. Hice mucho ejercicio hoy. Si me perdonan un momento...— dejé la servilleta que descansaba sobre mi regazo en la mesa y distraídamente me dirigí hacia los aseos cuando vi que Walter arrinconaba a Lucero, hablándole muy cerca de su oído. Ella lo observaba, riendo por cortesía y con el malestar usurpando los músculos de sus manos entrecruzadas.

— Lucero ¿te encuentras bien? —dije entrometiéndome en la conversación (o monólogo) de Walter.

— Perfecto, gracias Felipe, ya regreso a la mesa.

— Le pregunté si su estadía en Canadá es prolongada— espetó el menor de los Jefferson.

— Solo tendré un día más aquí— respondió ella, resignada.

— Un día repleto de trabajo — completé con posesividad — , mañana ya nos veremos en el salón de reuniones del hotel, ¿lo recuerdas Walter? —enfaticé el recuerdas al pendejo idiota que estaba a punto de heredar una fortuna.

— No hablaba por la reunión de mañana, claro está Felipe —agregó sarcásticamente sin dejar de mirar como un león a punto de atacar a Lucero, quien se retorcía de ganas por huir. Estábamos los tres arrumbados en un pequeño rincón, obstaculizando las puerta del acceso a los sanitarios. Agradecí que no hubiese muchos comensales en el restaurante urgidos por hacer sus necesidades.

— Disculpen entonces, no estaba al tanto que tratabas de concertar una cita con ella — levanté las palmas, fingiendo que no me importaba lo que sucedía allí. Pero nada más lejos: me desgarraba pensar en la sola idea de que ella saliese con Walter. Aunque fuera solo a comer un helado.

Walter estaba de pie con las manos en sus bolsillos, mientras que Lucero puso los brazos cruzados sobre su pecho perdiendo la su vista en sus zapatos. Inspiró profundo, como si necesitase tomar coraje.

— Mejor regresemos a la mesa. Aun falta pedir el postre—sonrió a ambos y se retiró por delante de nuestras narices, dejándonos envueltos en un velo de celos compartido.

Comer el postre no calmaría mi necesidad por secuestrarla un rato y tenerla solo para mí; por el contrario, prolongaba la agonía de compartir espacio en el taxi, aunque estuviésemos con Kenny.

— Mañana a las 11 en la sala Hiver del Omni, ¿correcto? — Jules nos dio una palmadita en el hombro a Kenneth y a mí, en tanto que Walter estaba por detrás nuestro susurrándole cosas a Lucero.

¡Dios santo, qué tipo pesado!

— Sí, Jules. Agradecemos por la cena; ha sido un bonito lugar para presentarles a Lucero.

— Me temo que a ella no sólo le ha gustado el sitio...— con una extraña y estúpida mueca en sus ojos, hizo referencia a la íntima cercanía con su hijo. Quise abofetearlo, pero no sería un buen comienzo para nuestro negocio.

— Será hasta mañana— hábilmente y quizás también algo molesto por el comentario, Kenny se despidió para dirigirse rumbo al coche y volver al hotel— ¡Lucero!— me sonreí ante el grito exagerado de mi compañero, quien parecía su hermano protector.

— Adiós Señor Jefferson —dijo Lucero entregándole dos besos rápidos— . Nos veremos mañana— pasó por delante, para ir rumbo al auto.

Encaminados hacia el Omni, parecía como si el tiempo se hubiese detenido arrojando el mismo escenario de horas atrás: la misma ubicación en el coche (por desgracia), gente caminando muy abrigada y un frío voraz que calaba los huesos.

— ¿Has quedado nuevamente con la planta esta noche?— preguntó Lucero ante mi asombro en clara dirección hacia Kenny. Yo me limité a escucharla desde el asiento del acompañante intentado evadir mi disgusto por estar adelante.  Ver las luces de los coches venir frente a nosotros, era demoledor.

— ¡No, por supuesto que no!— replicó Kenny con tono de espanto, dejándome afuera del tema de conversación— . Hoy dormiré tranquilo y en soledad. Para mañana debo estar lúcido y bien despierto para hablar de números. Imagínate qué desastre puede pasar si informo mal los márgenes de ganancia y de pérdida. ¡Sería sumamente catastrófico! ¿Verdad Felipe?— Kenny se volcó hacia adelante, integrándome a la charla de la que fingí escuchar poco respondiendo solo con un movimiento de cabeza— . ¿Y tú? ¿Cómo terminarás tu cumpleaños, amigo?— palmeó mi hombro virando el foco de atención.

— Durmiendo, tal como lo empecé — mentí descaradamente porque lo había comenzado de un modo fabuloso, bailando bajo el "Claro de Luna" de Debussy, bebiendo champagne con una hermosa mujer y descubriendo los pechos más bonitos del mundo.

— Pffff, ¡qué aburrido! — hizo un berrido con los labios, como niño— ¿Cuándo regresa Selene de viaje? — dio la estocada. Mordí los labios, él no lo hacía de mala fe.

— Está en París— respondí a desgano.

— Oh....ya veo — Kenny dejó de lado sus preguntas, intuyendo que no deseaba hablar de ello en el vehículo y menos con Lucero presente.

____

— Buenas noches chicos — Kenny agitó su mano, metiéndose presurosamente en su habitación, dejándonos a Lucero y a mí solos en la ambarada oscuridad del corredor del Hotel.

— Adiós Kenny, que descanses — saludo ella sonriendo, tomando el picaporte de su puerta, dispuesta a ingresar a su cuarto— . Buenas noches para vos también Felipe, será hasta mañana— anunciando sobre sus pestañas, giró sin abrir porque con un rápido movimiento, la tomé por el antebrazo. Elevó su hombro intentando desprenderse de mi mano, forcejeando ante el contacto.

— Aguarda un instante Lucero, no te vayas aun por favor—como una quimera, solté.

— Dije adiós Felipe...— yo estaba tras ella, a pocos centímetros, inspirando el aroma dulce de su nuca. Una diminuta estrella estaba tatuadas allí; era la primera vez que la veía—¿Qué querés? — preguntó con ese tono autoritario y dominante claramente argentino.

— Quiero decirte que fui un estúpido. Qué yo no suelo comportarme de ese modo. No soy así — murmuré y vi su piel estremecerse con mis palabras.

— Tengo muy en claro que no sos así — asumió roncamente — .De otro modo no hubieras tenido tanto éxito con las mujeres — la ponzoña coloreó su frase.

— Suelo ser un cobarde cuando las cosas me abruman. El sexo fácil no me hace más hombre, Lucero. Cualquiera folla con mujeres distintas todas las noches.

— Me alegro por vos, pero ahorráme los detalles. No los necesito. Dejáme ir a dormir. Tenemos una jornada desgastante el día de mañana.— volvió a tironear, inútilmente.

— Lo que me sucede contigo me desborda — confesé abriendo mi corazón, desgarrándome en el pasillo del hotel.

— Cuando estés seguro de lo que querés, nos sentaremos a hablar. No quiero que digas pavadas esta noche arengado por tomar whisky desde las 7 de la tarde y por haber visto en Walter, una amenaza. No se trata de seguir siendo un macho alfa, Felipe, se trata de algo más.

Como una bofetada en la mitad de mi quijada, Lucero demostraba que los recientes 10 años de edad que nos separaban no eran más que un pretexto de mi parte para justificar mi falta de valentía y determinación para reconocer lo que me ocurría y actuar en consecuencia.

— Hasta mañana— replicó nuevamente con mayor vehemencia.

Mis dedos, finalmente, la dejaban ir.

--

A la hora del desayuno tampoco se encontraban  Kenny ni Lucero, pero sí lo estarían para las 10.55 a.m. en la magnífica y acogedora sala de conferencias que reservé para la reunión del día de la fecha.

La amplia mesa de madera desbordaba de bocadillos, servilletas, posavasos y copas de vidrio, botellas de agua y unos hermosos jarrones de cristal con rosas rojas. De lado, bajo la ventana, una barra angosta con jarras de jugos frutales y algún vino de cosecha cuya etiqueta no alcancé a leer a primera vista. Colocándome las gafas y dejando la coquetería de lado, corroboré que se trataba de un ejemplar del año 2000.

Jules Jefferson, el socio y su hijo aun no eran de la partida; no obstante, habrían avisado que en 15 minutos estarían por aquí. No era el caso Robin Schoder, Pat Dickinson y Jean Pierre Derreaux, miembros de la empresa Jefferson Group, quienes ya cotilleaban con ánimo.

Kenny no perdía el tiempo: platicaba con una camarera de largas piernas y larga coleta color caoba desde hacía más de 10 minutos; sonreí de lado y le di una advertencia desde mi lejanía, pasando sutilmente mi dedo por el cuello.

"Eres hombre muerto" mascullé apenas audible. Él leyó mis labios, exhibiendo disimuladamente su dedo medio elevado por sobre los otros.

Era un niño con cuerpo y actitudes de depredador.

— ¡Buenos días! —giré la cabeza en dirección a la voz suave de Lucero, quien asomaba por la puerta, causando idéntico impacto en los presentes. Tenía ese don; el de ser el centro de atención sin desearlo.

La luz que se colaba por la ventana iluminaba su cabello almendrado con tintes particularmente dorados embelleciéndolo como un manto sagrado; sus ojos...ya no eran ese verde grisáceo opaco de la noche, lucían más claros, más vivaces, con un brillo muy especial.

Llevaba gafas, de montura gruesa, como las mías pero en versión femenina. Pensé que mi copa se rompería en mi mano al apretarla tan fuerte. Me contuve, como así también a las ganas locas de besar ese cuello blanquísimo que asomaba de su sencillo sweater de hilo gris oscuro coronado por un lazo negro de raso que se unía en un moño. Unos vaqueros azul claro adheridos a sus muslos y unas bailarinas negras con pequeñas incrustaciones color plata, convertían a Lucero en una joven sencilla y adorable.

Ella no pujaba por ser despampanante ni fingir que lo era; por el contrario, era de esas jóvenes que adquiría la ropa que le agradaba y si le gustaba como la lucía, ¡listo! No vivía pendiente de su imagen o de su maquillaje, tan sólo le daba la importancia justa y necesaria.

Me apresuré por ir hacia ella para presentarle a la gente de Jefferson Group antes que los miembros del directorio llegasen y Walter acaparase su atención.

— Buenos días, Lucero— di un beso tierno cerca de su oreja, no me equivocaba con su perfume. Me emborracharía de él otra vez— . Estás muy bonita esta mañana—las palabras brotaron de mi boca, obteniendo una de esas sonrisas a las que me había acostumbrado desgraciadamente.

Patrick Dickinson se acercó interesado en la estrella de nuestro equipo.

— Pat, Robin, Jean Pierre— invité a acercarse a los dos últimos— : ella es Lucero Wagner, nuestra nueva diseñadora— los tres hombres de mediana edad fueron galantes, la saludaron gentilmente y el hambre de sus miradas no era ni más ni menos que las que todo aquel que la conocía.

"¿Yo habría mostrado mi misma necesidad de comerla con los ojos cuando la vi por primera vez?"

Con la duda latente, sólo supe que ya me habría hechizado, convirtiéndose en la protagonista de mis sueños húmedos y pasionales y la dueña de mis jaquecas más intensas. Tras la finalización de las presentaciones , siguieron los saludos de rigor y varios segundos vacíos, que darían tiempo a la llegada Jules, Walter y Steve DeReux y por lo tanto, determinar el comienzo de la reunión.

--

Kenny hablaba de números y cifras que yo conocía de memoria, curvas de inversión, coeficientes de riesgos y balances económicos que ya habíamos estudiado en profundidad mil veces. Lucero se situaba en la silla inmediatamente delante de la mía; tomaba notas, fiel a su estilo, además de esbozar algunas líneas sin rumbo y figurines humanoides. Sobre su regazo sostenía la carpeta con los modelos que debíamos presentar y en los que habríamos estado trabajando la temporada anterior, cuando ella aun no era parte del equipo.

Hacía dos meses que irrumpiría en mi vida y yo ya sentía que su presencia era como un veneno desparramándose a lo largo de mis venas. Un veneno del que no me interesaba conocer el antídoto.

Tenía un primer plano de su espalda y con ella, la perversión de haber contado cada una de las milimétricas lentejuelas que se entrelazaban en su sweater armando un patrón extraño. Anhelé besarlas una por una.

Finalmente llegaría su turno; se puso de pie en el momento preciso en que debía entrar en acción. Buscando la tecla de encendido de mi cabeza, me reacomodé en mi silla para observar su presentación y focalizarme, por una puñetera vez en lo verdaderamente importante: el negocio.

Tal como ocurriría con Studio Rondeau Berlin, su desempeño calificaba de formidable. Sin vacilar al hablar, sus palabras eran firmes; todo lo que decía parecía convencer a la gente de Jefferson. Lucero movía sus manos, exageradamente, pero era parte de su estilo y parte de su encanto.

Señalaba las imágenes con gran soltura y determinación, las cuales decían presente en el plasma de la pared; gesticulaba haciendo mención a los géneros textiles a utilizar en el proyecto, características del diseño y detalles del concepto que Studio Rondeau París quería imprimir a la exclusiva colección patrocinada por Jefferson Group.

Estaba orgulloso de mi pequeña hada, mi "fee", esa muñequita bella y frágil que me seducía segundo a segundo como una hiedra que se aferraba a mis músculos. Kenny permanecía a su lado, asintiendo con rostro compenetrado, agregando palabras a su impecable exposición, respondiendo preguntas que nunca pude oír por estar ensismismado observando a Lucero.

Nuestras miradas se encontraron por un instante; la miré fijo, felicitándola en silencio. Sus pómulos se sonrojaron, dijo "gracias" con la mímica de sus labios y ese momento de conexión privada se esfumó cuando prosiguió respondiendo cosas que Patrick Dickinson consultó.

--

— ¡Has estado estupenda, pequeña! —Kenny  abrazó amistosamente a Lucero, cuando todos se fueron de la sala y solo quedamos nosotros tres en ella.

— ¡Gracias Kenny! Estaba muy nerviosa para serte franca—recogió el muestrario de telas presionándola contra su pecho.

— Y con esas gafas de chica sabihonda...mmmm...¡has conquistado a todos! — la codeó con desparpajo.

— ¡Basta Kenny por favor!—chilló como una adolescente de instituto.

Kenny y ella lograban construir a base de sonrisas una complicidad envidiable, una relación que acaricié con las manos hasta que ocurrió horas noches atrás. Me enojé conmigo mismo por haber cedido mi espacio en manos del tiburón Erikssen.

Quizás ese sería el mayor mérito de mi colega: aguardar por el error de su contrincante, una estrategia loable y efectiva a juzgar por lo que pasaba esta mañana.

— Ha sido una exposición sin fisuras Lucero, eres una gran profesional— tomé sus manos pero ella luchaba por sostener los recortes de tela contra su torso.

— Te lo agradezco a vos también Felipe, desde luego no lo hubiera logrado sin ustedes dos— replicó en francés, incluyéndolo a Kenny.

Detesté el plural. Quería que se refiriese solo a mí y no a ambos. Yo quería ser todo y lo único para ella.

— ¿Almorzamos juntos?¡Muero de hambre!— Kenneth y su intromisión me arrebataron de ese instante.

— Pediré algo a la habitación, gracias—dijo Lucero —   ¡estoy exhausta! Esto ha sido...¡agotador!—se abanicó con la carpeta, haciendo una mueca de exagerado cansancio.

— ¿No harás nada por la tarde? — pregunté deseando ser parte de sus planes.

— No tengo nada en mente, descansaré en mi cuarto...tengo algunos escritos de la Universidad por terminar y más tarde, saldré por un momento a por unas cosas pendientes del día de ayer.

— Comprendo— dije desilusionado, bajando los ojos.

— ¿Deseas que te acompañe? —Kenny y su insistencia. Siempre parecía llevarme la delantera.

— Gracias, pero fue demasiada testosterona circundante por estos dos días; necesito soledad, hablar conmigo misma, esas cosas que hacemos las chicas.

— ¿Hablar solas es cosa de chicas? — juntó la cejas Kenny, intrigado.

— Por supuesto, somos nuestras mejores terapeutas— avanzando hacia la salida nos arrojó un beso que recaló en mi pecho, estrujándolo como un bollo de papel.

— Nunca te vi así, amigo— Kenny pasó por mi lado diciéndolo poco disimuladamente.

— ¿Así cómo? — pretendí simular mi cara de tonto.

— ¿Así cómo? ¡Como un idiota!

— Ves cualquier cosa...estás fabulando.

— Sí, seguro... ¡tanto como decirte que no me la quiero follar hasta el amanecer!

— ¡Kenny! No seas grosero—mascullé corroborando la ausencia de gente a nuestro alrededor. Resultó desagradable aceptar que tanto mi cara de bobo como sus ganas por llevarla a su cama, eran ciertas.

— Y tú no seas tan necio. ¿Qué te sucede? ¿Por qué no avanzas con ella y te dejas de circos?

— Porque soy su jefe, porque soy mucho mayor, porque es impropio, porque estoy con Selene—enumeré.

— Que seas su jefe sólo lo hace un poco mal visto; ¿que seas mayor? Tienes 35 y ella 25, a estas alturas 10 años no significan nada. ¿Impropio? ¿de qué coños hablas? y lo de Selene...pues en ese puto rollo no me meto. Las bases sobre las que está construído su vínculo es algo que no me concierne —Kenny abría los brazos   y todo lo que decía no hacía más que dar justicia a sus edad, su ex matrimonio y la amplia experiencia con el género femenino.

— Suenas como un cabrón que no dice más que verdades...— bufé desde la confianza.

— No soy solo ver culos y tetas amigo...pero piénsalo. Esta chica es una joya. No seas obtuso de no verlo...y ya que hablamos de Selene —dudó escogiendo las palabras — , ¿Cómo es que ella está en París y tú aquí? ¿No sabías de su regreso?

— Me lo avisó cuando las reservas de Vancouver estaban hechas.

— ¿ Y por qué no le has dicho de venir? No es la primera vez que andan de incógnito...

— Porque no deseo verla, Kenny — lo miré y él analizó mi postura de inmediato.

— ¿Porque ya no te interesa estar con ella? ¿O porque la pequeña que acaba de irse delante de nosotros te quita el sueño?

— Creo que por ambas cuestiones— admití exhibiendo mis dilemas.

— Siempre me pregunté cómo hacías para mantener una relación con Selene sin salir lastimado. Tú bien sabes, yo estuve casado y conozco de sobra la diferencia entre follar con alguien como deporte y hacerlo porque sientes algo más. Nunca noté que entre ustedes hubiese esa cosa especial— frotó sus dedos — . Los he visto en reuniones coquetearse y esas cosas, pero nada más. Cuando te importa alguien no pretendes ocultarte como un criminal — el maldito Kenny continuaba con la razón de su lado. No era solo un tipo interesado en números, tetas y culos después de todo. Le di el punto ante su propia apreciación de sí mismo.

— Gracias Kenenth— palmeé su hombro, agradecido.

— ¿Adónde vas? ¿No iremos a mirar culos y tetas juntos?

Sonreí de lado disfrutando la desilusión exagerada de mi coequiper.

— No Kenny...hoy no.

--

Los acordes del piano resonaban bajo la tutela de Debussy, tal como la noche de mi cumpleaños. Con otro escocés en la mano, disipaba mi vista entre la gente del bar; últimamente se me daba bien esto de mirar la nada misma y bloquear mis pensamientos. Al menos, no eran pensamientos de autodestrucción como a los que me arrastraba Selene durante su ausencia.

Repensando las palabras de Kenny, debía darle la derecha. Acababa de asumir frente a él que no deseaba ver a la sobrina de Rondeau y eso significaba toda una revelación incluso para mí mismo. Todo gracias a mi bella valkiria.

"Rêverie" resonaba en el piano, esa exquisita pieza que no hacía más que reflejar mi sentimiento para ese entonces.

"Fantasía". Nunca mejor dicho.

Bebí el ultimo sorbo de whisky de un tirón; absorbiendo el sabor del alcohol, con el deseo ardiente de quemar mi garganta hasta que muriese vertido en mi torrente sanguíneo.

— Pasás más tiempo con el vaso de escocés que con tus compañeros de viaje— Lucero aparecía entre mis pensamientos y en mis oídos.

Ella era mi "Rêverie".

Con un par de bolsas colgando de sus manos que dispuso en el suelo al llegar, acomodó intempestivamente la banqueta, se quitó su abrigo y se acomodó finalmente a mi lado.

— Un vaso de agua con hielo, por favor— pidió al camarero—. Escuchar a Debussy cuando entré al hotel me guió hasta acá — giró sobre sí misma para ponerse de espaldas a la barra, tal como estaba yo.

Jovial, con la misma vestimenta que por la mañana, lucía el cabello desordenado.

— ¿Fuiste de compras? — pregunté lo obvio, pero con tal de continuar hablando, no me importaba quedar como tonto.

— Te he dicho que tenía cosas pendientes — recordó—. ¡Ah! — inquieta, levantó una de las bolsas del suelo. Revolvió en su interior y resuelta, sacó un paquete, alargado y angosto con un envoltorio dorado y un moño color plata cruzándolo de lado a lado— . ¡Feliz cumpleaños jefecito!

Extendió su mano entregándome el estuche. Parpadeé sorprendido.

— ¡Dale, abrílo! — chocaba sus palmas como aplaudiendo en silencio, estaba ansiosa por descubrir mi reacción al abrir el obsequio.

— ¿Por qué te has molestado en comprarme algo? — repliqué con timidez sin perderme detalle del envoltorio y su festejo.

— ¡Shhh, calláte y abrilo de una vez! — apresuró.

— ¿Siempre tan dictadora? —dije desanudando el moño, divertido.

— ¿Y vos siempre tan cuestionador?

Festejé su sonrisa aniñada dejando el papel dorado sobre la barra al mismo tiempo que el camarero le entregó el vaso de agua que ignoraría por completo.

— Es...— mis ojos quedaron fuera de sí cuando observé lo que tenía entre mis manos— .¿Es una Mont Blanc? ¡Es...fabulosa!¡Me encanta! — la expresión de alegría sería indescriptible. Le habría costado una fortuna sin dudas, pero parecía importarle no escatimar en gastos. Aquel era un ejemplar delicioso con plumín retráctil y de llenado por émbolo, de resina negra y platino— . Gracias...es ...¡demasiado!

— Nada es demasiado comparado con todo lo que estás haciendo por mí, Felipe. Tu confianza no tiene precio...esto es solo un pequeño presente de mi parte y mirá...¡hay más! — en una perturbadora cercanía desde la que deseé besarla, mis ojos quedaron fijos en sus labios mientras se movían al hablarme — . Tiene tus iniciales y el nombre de la ciudad donde te la he comprado...para que no te olvides de su procedencia   — efectivamente, FG estaban labradas en la punta de la pluma y el nombre Vancouver también. Un detalle conmovedor de extremada delicadeza. Además, ¿cómo olvidar que aquí había conocido su piel de porcelana?

— No tengo palabras de agradecimiento...¡adoro las plumas! —dije sin dejar de asombrarme.

— Ya lo sé, tenés una colección en tu escritorio y solés guardar una o dos en la solapa interior de tu saco— agregó con acierto.

Waw...nadie jamás habría reparado en que llevaba dos bolígrafos en mi chaqueta, a excepción de Lucero Wagner, que estaba en todos los detalles.

— ¡Pero esto no es todo! Si bien este obsequio es el más costoso y sofisticado, hay algo un tanto rudimentario que debo darte  —sus ojos giraron al decir rudimentario y por un momento la intriga se apoderó de mi ser   — . Tomá.

También con envoltorio dorado, pero sin moño, cogí el regalo entre mis manos. Era de tamaño rectangular, no muy pesado ni muy ancho

— ¿Qué es? — lo agité contra mi oído como si aquello me diese una clave.

— Si te lo dijera perdería el encanto ¡genio! —se burló descaradamente, sin importarme en absoluto que lo hiciera. Por el contrario, adoraba regresar de a poco a ese grado de confraternización que supimos forjar días previos al incidente de la habitación.

— Chica lista.

— Chico lento— llevó sus manos rápidamente a su boca, reconociendo su osadía.

Continuaba deliberadamente mofándose de mí, esperando por mis dedos ansiosos.

— ¡Le has puesto mucho pegamento!— tironeé del papel que no quería salir.

— ¡Porque te dije que era rudimentario!— me ayudó a abrirlo; rozando sus dedos con los míos percibió la electricidad que recorrió mi cuerpo al tocarla— Mejor sacálo vos— tomó distancia visiblemente consternada por apreciar lo mismo que yo.

Finalmente, tras mucho esfuerzo, abrí el regalo número dos y comencé a reir como un loco.

— ¿Qué es? —señalé el bloque de hojas de colores, unido por un rulo de plástico interminable.

— Leé lo que dice el primer papel.

"Diccionario personalizado Argentino - español"—   indicaba en letras festoneadas y bien caligrafiada— , ¿Edición especial Lucero Copyright?

— Por supuesto, esto puede ser plagiado y pretendo resguardar mis derechos de autor.

— Eres ¡grandiosa! —era más que eso, no habría palabra en el mundo que describiera lo que me sucedía cuando estaba con ella. Su sonrisa, su alegría en este preciso momento me invadió por completo.

— Prometéme que lo vas a leer, no quiero haber invertido tiempo en vano—dijo bebiendo el agua por primera vez desde que estaba presente junto a ella.

— Hoy mismo empiezo — lo miré con simpatía — . Es más...—lo tomé entre las manos y pasé (forzosamente) las hojas pegoteadas una a una. Aclaré mi garganta— . Aquí va una. Che: muletilla que expresa confianza...— leí en voz alta.

— Suele juntarse con el boludo.

— ¿Che boludo?—repetí de un tirón.

— Claro, es como decir ¡Oye, niño!— escucharla pronunciar aquello exagerando el seseo español, me divirtió sobremanera— . Pero seguí un par más, aunque es necesario advertirte que no todas son palabritas inocentes — parpadeó, sonrojándose. Intuí a qué se refería.

"Coger"...¿sinónimo de follar..? Eso en España significa otra cosa— mencioné en un susurro, había gente alrededor que podría escuchar a pesar de la diferencia idiomática.

— Exacto. Te sugiero que si vas a Argentina y le decís a alguien "permíteme cogerte de la mano" no sonará muy bien que digamos— locuaz, sonrió.

Perra, yegua, potra; sinónimos de atractiva— proseguí con la lectura.

— ¡Negáme que no estoy haciendo un aporte a tu ego! Conociendo estos términos tenés mayor variedad de palabras al momento de conquistar a alguien.

— No suena...¿despectivo?

— En absoluto, todo está en la actitud. Sí yo te digo —se acercó mucho, la seguí con la mirada pero ella solo se limitó a poner su mejilla cerca de mi boca y observar a una de las mujeres que estaba sentada en la sala, a pocos metros de nosotros— . Es como si yo te dijera : che...¡mirá qué buena está esa perra! — lo hizo con tono grueso, imitando la voz de un hombre. Me fascinaba el histrionismo que desplegaba al hablar, al moverse...era especial— . Todo en esa frase es sexy. Lo estoy diciendo con un tono sensual...pervertido. No suena violento. ¿Se entiende el concepto?

— Un verdadero hallazgo— asentí tardíamente, tras enfriar mis neuronas.

— Es como tratar a un hombre de potro. Significa que está muy bien dotado.

— Comprendo...— continué mirando por encima. Repasé un par en silencio hasta llegar a una que me llamaría la atención— . ¿Escupir el asado?

— Quiere decir que alguien está echándole el ojo a tu conquista; que te gana de antemano.

— Digamos que sería como lo que hace Kenny—ella abrió los ojos, acababa de abrir el juego nuevamente sin saber si era bueno o no.

— ¿Y qué hace Kenny? 

— Kenny pretende escupirme el asado, contigo.

Ella sonrió y bebió agua, la había puesto nerviosa.

— Mejor seguí leyendo, galán —evadió mi conclusión, al menos no estaba furiosa. Volví a sentirme cómodo en su presencia, ¿en qué demonios pensaba cuando deseaba alejarme de ella?

— Copado, con onda, pegar onda, pibe, hacer la cabeza ¿franeleo? — enumeré.

— Sí, significa acariciar,pegotearse, ¡franelear!— dio por sentado con insultante resolución.

Podría haber estado dos horas más con Lucero riéndome del absurdo, ridículo y gracioso diccionario improvisado. Nunca habrían hecho tanto por mí. Jamás había recibido un regalo tan personal entre mis manos.

Con ella me sentía único.

Mi familia jamás me habría hecho faltar nada, pero con 6 hermanos y siendo yo el último de la tropilla, nunca tenía las cosas más nuevas del mundo; por lo general heredaba la ropa de mi hermano Enrique, los libro del instituto de mis hermanas mayores, la bicicleta rosa de Sofía que se transformaría en plateada después de todo un verano intentando despintarla; y ni hablar de Selene...era su quinta primera opción, a quien regresaba cuando se aburría de otro o de sí misma.

Sin embargo, la mujer que tenía frente a mí lograba desnudar sentimientos ocultos y reprimidos, incluso algunos de los que desconocía su existencia. Despertaba emociones intrínsecas, las ganas irrefrenables por tomarla de la mano y salir a caminar por la nieve parisina; tanto, que me imaginé disfrutando de las hojas doradas del parque durante el próximo otoño...

——

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro