27 - "Cicatrices"

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Me tomó por asalto arrojándonos sobre la mullida cama, acusando un ligero rebote. Toda su humanidad sobre mi menudo e indefenso cuerpo. Quería golpearlo, cachetearlo por su estúpida actitud machista y dominante. Pero me era imposible porque independientemente de la evidente fuerza que ejercía sobre mí, yo deseaba su cuerpo. 

Desesperadamente.

Enojado era una fiera indomable y despertar ese lado salvaje y sexy, generaba en mí un morbo peligroso y desconocido hasta entonces. Lo provocaría insensatamente durante toda la noche. 

Donatello no me agradaba en absoluto; era muy atractivo pero arrogante, de gran sobre-estima y sin una pizca de sutileza para cortejar a una mujer.

Fui consciente sin embargo, que mi juego superaría al límite de lo tolerable por Felipe. Estaba enojada por lo dicho en la tarde y porque me había dejado sola llorando en el baño cuando en realidad quise que permaneciera de pie en la puerta cual granadero y no escapase como finalmente hizo.

También me comporté como una egoísta, era cierto. No le di la oportunidad de redimirse en lo que respectaba a su relato fatídico centrándome en mis inseguridades por Selene y en lo que yo significaba para él. 

Obnubilada quizá por la palabra cebo, la cual me resultaba repugnante, tampoco le di la chance de retractarse al sumergirme en un ataque de nervios histérico e infantil para salir corriendo a encerrarme y llorar en un baño sin parecer que tuviese 25 años.

"¡La puta madre!"

Ahora, él estaba enfurecido.

Durante toda la noche él sería testigo ocular del juego de seducción que ejercí sobre Donatello, el cual tendría como resultado nada más y nada menos que una tarjeta personal con su dirección y contacto. Esa sensación de poder me asustó: tracé un paralelismo con el dominio con el que Selene sometía a Felipe.

Me retorcí, pero no porque quisiese sacármelo de encima; por el contrario, deseaba tenerlo enterrado en mí dándome el placer al que estaba acostumbrada. Succionaba mi cuello, apresaba mis muñecas a lo alto de mi cabeza y olía mi perfume con deliberada sexualidad.

Me mordí el labio reprimiendo mis gemidos; quería demostrarle que estaba todavía enojada por sus palabras, pero no podía concentrarme en otra cosa que no fuese padecer su roce. Mi cuerpo traicionero se entregaba al suyo.

Su dureza se presionaba sobre mi abdomen, turgente, ansiosa por el contacto piel a piel...de solo pensar en la mañana, cuando lo hicimos sin protección de por medio, se activó el botón de alerta de mi entrepierna húmeda y quejumbrosa.

Presioné mis párpados con fuerza, puntitos de colores se dispersaban en mi mente, recreando imaginariamente sus dedos marcando mis muñecas, sus labios mojando mi piel...pero súbitamente, aquel peso pareció levitar. Abrí los ojos grandes con extraña sensación de abandono, buscando en la penumbra a su figura.

Estaba de pie, pasándose los dedos por el cabello.

Otra vez vacía, me hice un ovillo, sin comprender del todo qué era lo que estaba sucediendo. Confusa y a los tumbos, me puse de pie.

— ¡Discúlpame, por favor! — dijo agraviado, tal vez con un atisbo de culpa retumbando en sus pulmones— . ¡No he querido ser rudo! — instintivamente froté mi cuello ardiente por sus besos, pero no por el contacto sino por la falta del mismo.

— Ya pasó... —susurré casi con un hilo de voz. Algo agitada por el momento de adrenalina, permanecíamos sin mirarnos, deambulando como dos almas perdidas en una jaula de cristal.

— Yo...no soy así...me desquicié de solo imaginar que el italiano te pusiese una mano encima — confesó avergonzado; con el ambiente teñido en claros oscuros, podía ver sus mejillas sonrosadas y sus ojos vidriosos, conteniendo el dolor subyacente del descontrol.

— Perdonáme vos— retruqué dejando mi orgullo de lado — .Me porté como una idiota al querer darte celos...se me fue la mano — desanudé el lazo plateado, ya sin forma de moño.

— ¿Lo hiciste adrede? — por primera vez desde su asalto, se acercó lentamente salvando la distancia entre nosotros para tomar mi barbilla y delinearme con ternura—. No voltees la mirada, fee — levanté los ojos y me hundí en sus gemas turquesas— . Sabes que has jugado con fuego ¿verdad? — con tono amenazante pero no menos dulce, acarameló mis oídos.

— No me gustó lo que me dijiste hoy, ni cómo me trataste — hice puchero consciente que su pulso se aceleraría.

Pasó su dedo por mi labio inferior, arrastrando ligeramente la piel.

— Sálvame...sálvame mi valkiria— masculló besando con cariño mi boca.

Mis manos eligieron su nuca como destino para despeinar su cabello un poco desordenado por la contienda de minutos anteriores.

— Prométeme que no irás — me aparté por un instante de su rostro, intentando comprender a qué se refería. Recorrí sus rasgos, pero sólo me devolvían dolor.

— ¿De qué hablás? —mordisqueé su labio inferior encendiendo la chispa en sus pómulos firmes y altivos.

— Prométeme que no irás a ver a Donatello.

Bufé...¡otra vez en punto cero! Pensé que tendría en claro en este momento, que todo había una jugarreta sucia de mi parte y ya. Puse los ojos en blanco y abandoné su boca.

— ¿Quién te creés que soy? —saqué mis manos de su cuello para ponerlas en jarra, sobre mi cadera.

— Necesito saberlo...no me fío de quién soy yo siquiera— la tormenta que antecedía al huracán se aplomó en sus ojos, tristes y oscuros.

Fruncí la boca, tomé entre mis manos las suyas y caminamos hacia la cama, bajo mi tutela.

— Sentáte —ordené y lo hizo, acomodándose en el borde del colchón, completamente vestido.

Me puse de rodillas ante él, y poco a poco comencé con mi cortejo.

Desanudé con cuidado los cordones de sus zapatos lustrosos, elegantes, largos, de punta cuadrada. Me gustaba mucho ese modelo de calzado.

Él observaba expectante la danza de mis dedos en sus pies; al comienzo lucía tenso, luego relajado. Posó sus palmas sobre la cama, inclinando su torso levemente hacia atrás.

Avancé con mis rodillas un paso más hasta quedar casi encima de sus pies; pasé mis manos por detrás de sus talones, liberándolo de sus zapatos uno a uno. Ubiqué mis manos en sus rodillas abriendo un poco sus piernas, para colocarme entre ellas.

Respiró fuerte, exhaló lentamente, desinflándose como un globo.

Tironeé de su corbata azul oscuro, jugueteando envolviendo mi mano con ella, para luego soltarla. Acercaba su mentón...luego lo alejaba. Sonreía divertido y me agradaba ver su rostro aliviado. La desanudé de su cuello, dejándola finalmente en la alfombra.

Con los dedos tibios, desabroché uno a uno los botones brillosos de su camisa íntegramente blanca. Su pecho fuerte subía y bajaba al notar el contacto ínfimo de mis uñas castañeteando contra el plástico de ellos. Me relamí, humedeciendo mis labios.

Cuando tuve su pecho en primer plano, apoyé las palmas de mis manos de lleno en sus pectorales, duros como una piedra, trabajados. Perfectos.

— Contáme sobre esta — señalé una cicatriz ya explorada por mis dedos, la cual surcaba su torso por más de 20 centímetros sobre el costado izquierdo de su tórax.

— Fue con el cristal de la ventanilla— liberó, con algo de dificultad. Perseguí la línea nacarada con besos suaves, como caricias de un ángel; posé mis pulgares a poquísima distancia, focalizando mi boca en la irrupción causada en su piel dorada.

Contuvo la respiración cuando pasé a la altura de su bazo. Otra fina línea lo atravesaba.

— Más vidrios — resopló con un quejido, como si estuviese rememorando aquel terrible instante.

Acaricié con mi lengua ese sitio; mezclé besos y con un leve arrastre de mis labios descendí lentamente hasta su ombligo. Lo rodeé manteniendo mis manos en su muslos, inmovilizando la zona de sus ingles.

Incorporé mi torso y subí a la cama, clavando las rodillas en el suave acolchado de plumas. Pegada a su cuerpo, reptamos unos centímetros hacia atrás dispuesta a abrirme paso para ubicarme más cómodamente frente a él. Retomando el viejo camino de su abdomen, lo obligué a desplomarse sobre el colchón, pegando su espalda a la cama. Entrecruzó sus brazos detrás de su nuca.

Abrí por completo su camisa; las secuelas de su pasado se evidenciaban en numerosos sitios de su cuerpo, las había visto antes pero nunca me habría animado siquiera a preguntar. Algunas esquirlas ínfimas, casi imperceptibles, otras, como la de su lado izquierdo, más visibles, hacían de su pecho un mapa único.

Aun así, tenía un cuerpo endemoniadamente perfecto, el cual me arrancaba varios suspiros.

Perfilé su mandíbula con un dedo, hasta detenerme en un surco pequeño ubicado en la zona baja de su mentón, donde comenzaba la curva de su cuello.

— ¿Y ésta?

— Una de las tantas botellas de cervezas que había en el coche, creo — frunció el ceño con dolor, sin rememorar con exactitud.

Continué con la danza de las yemas de mis dedos hasta bajar a su clavícula sobresaliente.

— ¿Ésta?— acaricié suavemente la línea casi imperceptible que corría paralela a su hueso, de unos quince o veinte centímetros de extensión.

— Sufrí una fractura...la marca es de la intervención quirúrgica.

Pensar en él, lastimado, enyesado y extremadamente dolorido, me quebró el corazón y cada trozo de mi ser.

— ¿Dónde tenés más heridas?—pregunté rompiendo el silencio de unos segundos de mera contemplación física.

— En la cabeza...pero dentro de ella...— suspiró y supe exactamente a qué se refería.

Tomé la hebilla de su cinto y jalé para abrirla; hundió su estómago afectado por el roce y por lo que imaginaría, estaba hinchándose por debajo de la línea de su cintura.

Estiró el cuello hacia atrás, dejando expuesta su nuez a mi escrutinio. 

No, aun no era momento, pensé para mí.

 Quité su cinturón, dejándolo caer hacia un lado para sumarlo a nuestros zapatos, mi lazo y su corbata. La bragueta de su pantalón se abultaba excitada, la tirantez de la tela lo delataba.

Un sonido ronco y corto provocó el eco del botón de sus pantalones, mientras que la cremallera, sonaría de modo opuesto; agudo y extenso. Una de mis manos de posaba en su creciente erección para estirar la tela en tanto que la otra sujetaba la minúscula traba metálica, que descendía con premedita lentitud.

Felipe exhaló unos gemidos ahogados, sin que yo entendiera su significado. Frecuentemente mascullaba palabras inconexas.

Me deslicé por la cama para quedar nuevamente en cuclillas en el piso, y desde esta posición, quitarle su pantalón de traje, fino y sedoso; arqueó las caderas, para que resbalase hasta sus pies. Levantando sus tobillos, se lo quité, eliminándolo de la escena que tenía frente a mí.

Su ropa interior negra con su prominente bulto me desarmaba por completo; no pude evitar morder mi labio bruscamente, para cuando, de un solo movimiento, certificando involuntariamente que sus abdominales eran de acero, se incorporó hasta quedar sentado.

Pasó sus manos por detrás de mi espalda, mientras yo intentaba despojarlo de su saco y su camisa. En un juego de manos calientes en el que el control había sido la estrategia, yo saldría victoriosa; maldijo los pequeños botones que mantenían sujeto el vestido a mi cuello.

Cuando finalmente logró su cometido, la parte delantera de gasa negra cayó hacia adelante; no tenía corpiño, mis pezones calaban la tela más gruesa y opaca, rasgándola con desesperación.

Yo aún permanecía entre sus piernas; acuné su cara y lo besé, mucho, apoderándome del terciopelo de sus labios, del gusto de su boca.

— Mi pequeña...me tienes en un puño — admitió entre sonrisas, volcándome hacia adelante, sosteniéndome por detrás hasta quedar con las rodillas flexionadas con mis talones incrustados en mis glúteos y con mis muslos sobre los suyos. Era una extraña posición, pero me agarraba tan fuerte del culo, que sostenía todo el peso de ese modo.

Su potencia masculina me rozaba la tanga y cada caricia en esa sensible zona, causaba una oleada de intensa necesidad. Fuimos hasta el baño de ese modo, aquel testigo ocular de la mañana, para apoyarme sobre la fría mesada del lavabo. Exhalé un pequeño gemido por el contraste de temperaturas.

En ningún momento cortamos nuestro contacto; todo besos, todo pasión desmedida y brutal, también, porque tironeó con fuerza mi bombacha y la hizo desaparecer con algo de esfuerzo. Me separó las piernas dividiendo mi cuerpo en dos sectores independientes.

Lenguas, muchas; miradas, otras tantas, manos...todas las que queríamos.

Cuando quedé desprovista de la única porción de ropa interior, con el vestido a medio cubrirme y despojada de cualquier atisbo de cordura, me tomó una de las manos, obligándome a tocarlo por debajo de su bóxer negro.

— Mmm...se siente fabuloso —hundió su cabeza en el hueco de mi cuello. Le di la razón, se sentía tan suave, húmedo y muy grueso.

Lo masajeé, de abajo hacia arriba; disfrutándolo.

— Adoro que me toques — susurró.

— Adoro tocarte— musité.

Con su ayuda, liberé su pene listo y dispuesto para la acción. Me reacomodó sobre el mármol veteado y sin mayores preámbulos, me penetró tan fuerte que di un respingo sobre la mesada. Golpeé contra el espejo, y tuve que sostenerme de las canillas de cada lavabo, uno a cada lado, para sostener el ritmo vertiginoso al que me sometían sus bestiales embestidas.

¡Dios! ese hombre era potencia pura; una máquina explosiva, inestable, pero que daba un sexo que ¡madre mía! Manteniendo mis muslos adheridos a la dura superficie, entraba una y otra vez; por momentos salía lento, entraba fuerte, entraba lento y salía fuerte...era un cúmulo de sensaciones aglutinadas en mi cabeza.

Continuaba duro, durísimo, dándome y dándome; mis gemidos acrecentaban su intensidad en concordancia con cada estocada profunda. Él siseaba quejidos, maldiciones, mil cosas a la vez.

Mierda que era potente.

Mierda que me cogía como una fiera.

— ¡Más...por favor!—desde algún lugar de mi subconsciente lo alenté a proseguir con su faena.

— Dime que eres mía...me perteneces...solo mía — dijo atascando sus palabras en mi oído.

— ¡Sí!¡toda...tuya! — liberé gritando ásperamente, con el calor de la preparación orgásmica en mi garganta.

— Quiero tenerte para siempre a mi lado— agregó con furia, conteniendo la respiración y con su mandíbula apretada hasta quebrar sus molares.

Los golpes contra el espejo eran lo único que me preocupaba; mi consternación sería evidente, ya que sus manos pasaron de estar sobre mis piernas para sujetarme por los omóplatos. Arrastrándome hasta el borde, reclinó sus rodillas para reposicionarse y volver a entrar en mí; con ese ritmo abrasador que a esas alturas, era su marca registrada.

Temblando como un hoja, casi sin fuerzas, me amarré a su nuca, jadeando en su oído con su réplica en el mio; ahora, clavándome sus garras en mis nalgas, me poseía violentamente, la tela de mi vestido me raspaba la piel en la fricción con la suya. Me dolía la entrepierna de la excitación, estaba al borde, al borde la perdición.

Las lágrimas corrían indomables por mis mejillas, mi aliento se prendía fuego en el aire y mis manos se humedecían bajo el cuello transpirado de Felipe; como un animal, resoplaba, bufaba extenuado y fogueado como un racimo de maderas.

— ¿Estás lista?—preguntó quebrando el silencio alimentado de gemidos y respiraciones truncas.

No pude responder con palabras, mis espasmos involuntarios lo hicieron por mi boca. Una oleada caliente, como un océano de fuego, arrastraba la movilidad de cada una de mis terminaciones nerviosas. Era una montaña de hormonas desgarradas, de pensamientos evaporados y sensaciones divididas.

Mis dientes dejaron secuelas en su hombro musculoso, también signado por su pasado de dolor. Él continuaría por un segundo más, estallando fuera de mí, dejando en el vestido los rastros de su descompresión desesperada.

— ¡Joder! — exhaló con las manos mojadas y mi vestimenta completamente arruinada.

Eché una carcajada estruendosa, me abracé a él con todas mis fuerzas, sin importar seguir enchastrándolo más.

— Tendré que comprarte otro—soltó incómodo y agitado — . Una pena; te quedaba de maravillas.

— Es solo un vestido...

Besó la punta de mi nariz y fue hacia el lavabo, dispuesto a borrar de sus manos el incidente de su pasión desbordada. Se secó y se acercó a mi, que aun permanecía sentada en el extremo del mármol, contemplando su cuerpo desnudo ir y venir.

— ¡Ábrelas!— señaló mis piernas, para limpiar mis muslos ardientes, enrojecidos y manchados— . Ahora puedes bajarte —extendí mis brazos como una niña pequeña que quiere ser alzada. Moví mis dedos para capturar sus manos, que vinieron a mi rescate. Me colgué de él y bajé arrastrándome por sus piernas.

Ouch!¡cómo me dolían el culo y las rodillas!"

— Muy amable — le arrojé un beso al aire y fui hacia la habitación contorneando exageradamente mis caderas.

En el cuarto, bajé la cremallera de mi falda aun sujeta a mis caderas, para quedar completamente desnuda frente a la cama, iluminada con la penumbra de la noche.

Felipe aparecería por detrás y sus manos frías por el agua con la que se acababa de lavar, me provocaron un leve temblor. Me tomó por la cintura, pero no para atraparme para un futuro ataque sexual, sino para mecerse conmigo, lento, suave. Yo posé mis manos sobre las suyas, con la cabeza inclinada hacia atrás, encajando en el hueco entre su hombro y su cuello.

Bailamos una melodía imaginaria excepto por los extraños sonidos del interior de su garganta, canturreaba muy bajo, casi imperceptiblemente; yo solo me dejaba llevar por el movimiento cansino de nuestros cuerpos, de un lado hacia el otro, de izquierda a derecha.

Vestidos únicamente con el velo azul de la noche y la claridad de la luna atravesando los cristales de la habitación, nos sumergimos a una conexión más profunda e incluso más íntima que la penetración misma.

Unidos por el eco de nuestros pensamientos, él continuaba ensimismado con aquella melodía desconocida; era hermosa y él entonándola, también.

— Nunca he sido tan feliz en mi vida — abrazó mi alma tranquila y entusiasmada por sus palabras.

No respondí, quizás aliviada por sus dichos, o tal vez por no poder reaccionar adultamente ante semejante confesión. Corrió mi cabello de mi espalda, armando un gran mechón con él, dejándolo caer por delante, sobre mi pecho.

Besó mis estrellas; aquel pequeño dibujo.

— ¿Qué significan?—preguntó con su voz rozando mis cervicales, hundiendo su nariz en mi cabeza, oliendo mi reciente olor a sexo y esperanza.

— A los pocos días de cumplir 18 años, mi madrina me acompañó a lo de un alumno de sus clases de filosofía, dueño una casa de tatuajes — relaté sin perder mi estado de ensimismamiento— . Me encapriché con hacerme algo chiquito, pero con algún significado. Observé miles de diseños, ninguno me convencía hasta que recurrí a la simpleza y maravillosidad de una estrella.

— Porque las estrellas son como tú...tienen un brillo especial.

Sonreí por su piropo. Su galantería merecía ser denunciada por insana.

— En su momento sólo pensé que siempre debemos seguir nuestra propia estrella, nuestros propios sueños. Ese significado me convenció lo suficiente como para elegirlo.

— Esa estrella te ha dirigido hasta aquí...donde tus sueños continúan —parafraseó como un poeta.

— Y en donde se hacen realidad...en parte gracias a vos— incorporé mi cabeza lentamente, para no marearme y giré, no perdiéndome detalle de su hermoso y cincelado rostro. Podría quedarme horas mirándolo como una tonta, babeándome por él.

— Perdóname...—repitió evocando nuestro enojo matutino, vespertino y nocturno.

— Perdonáme vos a mí.

— Perdonémosnos— se encogió de hombros de modo divertido— , de ese modo estaremos a mano —rozó con su dedo la punta de mi nariz— . Ahora vamos a la cama, tenemos una historia aun sin final.

Acepté su mano, y nos recostamos sobre las suaves sábanas de satén.

Acurrucados como un ovillo y con él imitando la curvatura de mi cuerpo, pasó sus brazos sobre mi pecho, comprimiéndome contra él.

— Adam se estaba comportando como un idiota — retomando el punto de partida de aquella historia gris, susurraba a mi oído— ; bebió más de la cuenta, tomó pastillas y no sé que otras mierdas más— explicó sereno—  Todo eso resultaría ser un cóctel peligroso. Rondando las 3 de la mañana, él se confrontó con algunos invitados, jóvenes de nuestra edad, muchachas a las que le gritaba improperios...¡un verdadero dolor de pelotas! —se mofó de su término con una soplido irónico— , así que con la poca decencia y cordura que aun se albergaba en mi cabeza, lo saqué al parque a la fuerza. El muy hijo de puta estaba en llamas, me empujaba, gritaba, un espectáculo patético. Selene apareció de golpe, algo bebida pero bastante más consciente que Adam, haciéndolo callar. Era su hermano pequeño, siempre sintió debilidad por él, aunque se llevaran muy mal. Tras mucho discutir, finalmente subimos a mi coche, pero él no quiso tomar asiento del lado del acompañante, luchaba con el cinto de seguridad, gritaba, tironeaba del volante...¡un incordio mayúsculo!

— ¡Lo hubieras knockeado!—apunté diciendo presente en su extenso monólogo.

— Créeme que hubiera sido una solución, pero estando Selene presente y considerando que estábamos embebidos en alcohol, no quise arriesgarme.

Por un milisegundo él quedó en silencio, reformulando su relato.

— Insistiéndome mucho, jalando de mi ropa, finalmente accedí a darle el volante...nos separaban unos 20 minutos solamente de su casa de Marbella...nada malo podía suceder —su voz se oscureció de golpe e intuí que lo peor estaba por venir— .Hasta que terminó por suceder...

Su garganta gorgojó las últimas palabras, acumulando dolor quizás por tener que despejar fantasmas. Me reacomodé sobre él, aceptando su calor y tomando más fuerte sus manos en torno a mi tórax.

— A los 10 minutos de haber entrado a la carretera, un movimiento brusco provocado por Adam, le hizo perder el control cayendo en un oscuro barranco, no muy profundo; la alta velocidad y la falta de reacción por parte de él hizo que el accidente fuese peor de lo que tendría que haber sido.

Dejando mi postura, roté sobre mí misma; necesitaba mirarlo, atrapar sus ojos perdidos y decirle que todo estaba bien. Lo acaricié, mis pulgares deambularon en sus pómulos y mi sonrisa intentó aliviar su dolor.

— Salió despedido — tragó fuerte, mucho, tanto que el sonido pareció retumbar en las paredes del dormitorio— . No llevaba cinturón...Selene y yo nos salvamos porque se activó el airbag en mi caso y porque ambos estábamos protegidos por el cinto. Lo único que recuerdo son los gritos de Selene, el dolor de mi bazo, de mi clavícula...—en un acto reflejo se llevó la mano hacia su cicatriz, una de las tantas que profanaban su cuerpo— nunca podré olvidar el olor de la sangre, sus vista fría e inerte, ni los alaridos de su hermana gritándome cosas atroces.

— ¿Es por eso que te dejás dominar por ella? ¿Te sentís en falta?¿Culpable?—mascullé leyendo su mente.

Con el silencio de fondo, bajó la mirada por un segundo.

— Supongo que sí; si yo hubiera conducido esa noche las cosas podrían haber resultado distintas.

— No lo sabés...él de todos modos no se hubiera puesto cinto, estaba borracho, te molestaba al manejar...¡es imposible adivinarlo!

— Mil veces le he planteado mis inquietudes a mi psiquiatra y no hizo más que resumirlo todo como un gran accidente.

— En mi humilde opinión no profesional, lo es.

Acunó mis manos y se acarició con mis nudillos.

— Nunca conocí un alma tan noble como la tuya; sos gentil, buen compañero, amable, siempre deseás lo mejor para el otro. No tenés maldad —contorneé la pequeña marca que descansaba al final de su ceja izquierda— . ¿Otro vidrio?

— ¡Ese fue el idiota de Enrique con una piedra— rió tan fuerte que me contagió, y el colchón tembló bajo nosotros— . Debe ser la única cicatriz que no pertenece a aquella navidad —respiré aliviada. Su sonrisa era como el sol.

— Felipe, la vida tiene estos sinsabores inesperados, pero también tiene cosas lindas. No siempre todo es negativo.

— Durante muchos años no quise saber nada con la navidad, pensar en esa fecha me ahuecaba el pecho como una profunda fosa. No aceptaba que nadie preguntara por mí, no deseaba que mi familia viese lo miserable que era, lo culpable que me sentía. Tuve la posibilidad en mis propias manos de cambiar el destino y no pude.

— No pudiste porque ese era el verdadero destino que te esperaba, Felipe. Tu destino no era morir, como tampoco el de Selene. Tu destino era estar vivo, disfrutando de unos padres que te adoran, de seis hermanos que te quieren, de muchos sobrinos que te tienen de ídolo y de una becaria que te ama con locura— no pude resistirme más, sus ojos acababan por sacar lo mejor de mí sin contener un sollozo melancólico.

Me besó, con determinación pero no posesivamente. Su sonrisa era nerviosa, impactada, pero feliz.

— Tu destino era estar conmigo, acá, ahora.

— ¿Tu lo crees?— levantó una ceja, sarcástico.

¡Joder que sí, coño!—   dije con una clara tonada española.

...y él me regaló su alegría...esfumando de a uno esos tristes recuerdos.

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*Portar: comportarse

*Cordones: agujetas

*Canilla: grifo

*Piropo:cumplido

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