3- Primer día

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Studio Rondeau era tal cual me lo imaginé desde un principio: un gran almacén pulcro, altísimo y con unas lámparas colgantes metálicas que le daban un aspecto muy "Belle Arts" que amé apenas lo vi.

Una serie de dibujos a mano alzada y unas pinturas en acuarelas brillantes, se colaban entre las paredes, blancas, blanquísimas, a partir del momento de atravesar la puerta giratoria de acceso. Caminé un par de metros hasta arribar a un mostrador alto de vidrio, en el cual atendía una muchacha de mi edad, muy rubia y muy bonita. Incluso la secretaria podría ser modelo de pasarela si quisiese, pensé.

Intenté lucir profesional, pero no exagerada porque después de todo no conocía el ambiente al que me expondría y mucho menos, el vestuario del personal en general. Me propuse ir de compras esa semana, nutriendo mi guardarropas de prendas necesarias para asistir a mi nuevo trabajo.

"Diseñadora"...waw...me sorprendí al escucharme decirlo en voz alta.

Me acerqué tímidamente a la blonda de nombre "Erin", tal como decía en el cartelito blanco sobresaliente de su chaqueta de vestir negra. Me dispuse a presentarme. Era mi momento, el instante preciso en que mi vida empezaría a rodar como los engranajes de un mecanismo, para entrar en marcha.

— Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla señorita? —me dijo en un francés sumamente cerrado y veloz. Por fortuna, tenía el oído entrenado para que no me resultase extraño el cambio idiomático. Limpié mi garganta, lista para desplegar mis dotes profesionales.

— Buenos días, mi nombre es Lucero Wagner y tengo una entrevista con el Licenciado Felipe Grosvenoir a las 10 horas—respondí con autosuficiencia, sin balbucear e intentando mantener mis formas.

La muchacha chequeó en su computadora rápidamente.

— Perfecto, tome asiento por favor. En este instante se encuentra en una reunión, pero cuando esté listo, podrá ingresar— su sonrisa con mil dientes, fue cálida.

— Muchas gracias— repliqué gentil.

Unos sillones Barcelona, de cuero negro con patas en acero, aguardaban por mí. Delicadamente, crucé las piernas y me comporté como una chica con modales y refinada. No podía sentarme como un indiciento o con una pierna por debajo de la otra como cuando cenábamos en mi casa...no, no, no. Estaba en la meca de la moda. Sería pecado mortal mostrarme ordinaria.

Observé cada detalle de esa amplia recepción. No existían muros divisores hasta pasar los cinco metros de longitud. Tabiques bajos, de yeso y con muchos colores, se diseminaban por todo el espacio restante. Original y divertido, dudé por un instante si mi vestuario era el indicado. Un look muy hippie no daba el estirpe profesional del que deseaba presumir; pero tampoco podía ir con vestido largo de Dior.

Opté, después de revolver hasta el fondo de mi valija, por un pantalón negro de gabardina por sobre mis tobillos y una camisa de mangas largas blanca, de gasa, con un delicado trabajo de bordado en la parte de los hombros el cual descendía hasta la zona del pecho.

De mi antebrazo colgué una chaqueta haciendo juego, el otoño parisino comenzaba a castigar. Los zapatos eran un poco más altos de los que estaba acostumbrada; de taco fino, en punta y con una pulsera sujetándolos a mis tobillos con una linea de brillantes muy delicados.

Tenía una entrevista formal ese mismo día. Conocería el funcionamiento general de la empresa, algún que otro dato relevante y hablar sobre mis expectativas allí dentro.

Me miré las uñas...el esmalte rojo tal vez era un poco llamativo. Me lo quitaría al llegar a casa.

Erin no dejaba de hablar por el intercomunicador y el tic tic de las teclas de su computadora repiqueteaban frenéticamente. Parecía eficiente, sin dudas. O teatralizaba bien.

— Señorita Wagner....Señorita Wagner — dos veces tuvo que pronunciar mi apellido para que saliera de ese estado de trance al que me sometería por vagar en los bellos bocetos que colgaban de la pared, en las techumbres de chapa metálica y en el barullo tenue que provenía de los sectores contiguos a la zona de recepción— , el licenciado Grosvenoir autorizó su ingreso. Aguarde un momento más que Pauline la acompañará.

De la nada apreció una morena infartante que me llevaba casi dos cabezas de altura.

Atravesamos diferentes sitios de trabajo, algunos de los cuales tenían puertas y otros estaban vacíos en tanto que otros, poseían grandes mesas altas (como en Ciudad Universitaria) o bien, con grupos de tres a cuatro personas comiendo y hablando.

Lucía como un buen clima de trabajo.

Las pocas personas con las que establecería contacto visual casual no superaban los 25 años, casi como yo, pensé y de inmediato comprendí que sería condición de este experimento sociológico...aunque yo prefería llamarlo, caza de talentos.

Pauline avanzaba sin despegar su sonrisa enorme de su rostro, caminando cual gacela y a grandes pasos mientras que yo tuve que dar un leve trote al quedarme distraída ( muy fiel a mi estilo) observando algún que otro sector de la nave lateral de aquel imponente sitio.

Finalmente, continuando con la marcha, subí junto a la morena unas escalera metálicas de aspecto industrial, cuyos escalones se conformaban por un malla de acero galvanizado muy incómodo para mis zapatos. Rematando en una galería en forma de U que rodeaba la totalidad del almacén, éste parecía un bloque suspendido en el aire.

Las barandas de la escalera eran vidriadas con sujeciones metálicas disparadas hacia el techo a modo de manos que sujetaban un trozo de aire; modernas y de excelente gusto por la estética. No debería soprenderme, todo en París debería asociarse con el lujo, el high tech y la modernidad.

Wau otra vez.

Atravesamos la primera puerta para encontrar de frente a otro extenso pasillo, pero esta vez, más controlado en cuanto a su distribución.

— Esta es la sala de ideas —dijo simpáticamente, señalando una de las alas de ese bloque impoluto al que habríamos ingresado. Al instante supe el por qué de su nombre.

Era un paraíso que me transportaría a la sensación de un niño frente a su sueño, como sucedía en la película de "Charlie y la fábrica de chocolate": paneles blancos, pilas de hojas, lápices, acuarelas, instrumentos de dibujo por doquier y unas pizarras que colgaban de las paredes. Al fondo, divisé dos islas con cuatro enormes y delgadas computadoras cada una. Dos muchachos estaban de espaldas a mí mientras Pauline continuaba hablando.

— Detrás de esta sala está el taller de costura —en ese instante estaba la puerta cerrada pero se escuchaba (por muy poco) el golpeteo de los motores y el ruido de la costura de las máquinas— . En la última puerta se hallan las oficinas del Licenciado Frederick Rondeau, dueño de la compañía, del Licenciado Felipe Grosvenoir, socio y titular del área de marketing y publicidad, la Diseñadora Lilly Flaubert, quien será tu jefa directa y la del Licenciado Enzo Mathieu, quien esta a cargo del sector financiero.

Clara y expeditiva, Pauline me haría una breve introducción a la empresa.

— Bienvenida Lucero —sonreí amistosamente ante la calidez de sus palabras y lo extraño que sonaba mi nombre "Lucegró" dicho en francés y por una nativa.

Involuntariamente caí en la cuenta que aquí no sería Lula, ni Lucerito ni mucho menos Lu, como me decían en casa...sería Lucero. O señorita Wagner, como en el colegio.

— Aquí estamos frente a la oficina del Licenciado Grosvenoir, él ya la está esperando.

— Gracias— dije amablemente y ella se disolvió como el viento en el parque.

Mis piernas comenzaron a temblar más de la cuenta, pero tenía que dejar de lado mis barreras emocionales para ser quien era y demostrar que no había sido en vano la beca rentada que me ofrecían. Tendría que tirar toda la carne al asador.

Acomodé mi camisa asegurándome que mis botones estuvieran bien abrochados, alisé mi pelo suavemente y me aferré a la manija metálica de mi portafolios con rudeza. Resoplé dándome impulso.

"¡Profesional, profesional, profesional!" me tatué en el cerebro. Golpeé con mi nudillos.

— Adelante — respondían del otro lado de la puerta de madera perfectamente lustrada color ébano. Lo único que, además del piso, era de color distinto al blanco. Deberían de pagar fortuna al servicio de limpieza, imaginé enarcando mis cejas.

Tal como me permitían, entré a la oficina. Los rayos de luz provenientes de un enorme ventanal me encandilaron al ingresar porque se extendía de punta a punta y de piso al filo del techo, recorriendo ese espacio diáfano, impecable como el resto de la empresa. Me sorprendería en una primera impresión, el juego de contrastes: del aspecto moderno del almacén, con sus muretes de colores y pisos de alisado de hormigón en planta baja, a la pulcritud blanca y negra de este despacho.

Un amplio escritorio negro y elegante, que nacía desde una de las paredes y moría transformándose en una cajonera al otro lado, quebraba el espacio en dos. Por delante, una mesa ratona de cristal, con un juego de ajedrez en ella y dos sillones Barcelona idénticos a los de recepción. Sólo una puerta sobresalía de costado, quebrando la pared; supuse que era un baño privado. Frente a mí, además, se asomaba el perfil urbano de la ciudad parisina y una chaise longe que se infiltraba en ella.

Una biblioteca recostada sobre el lateral de la puerta oscura que aun no se develaba su origen, terminaba para dar comienzo al amplio cristal de "la oficina mirador".

Tanto el escritorio como la silla principal se ubicaban sobre una alfombra gris oscura. El piso era negro, brillante, perfecto.

No había nadie allí cuando ingresé, hasta que la puerta de lado, aquella que estaba casi cerrada y la deduje como acceso al baño, se abrió súbitamente. Di un respingo llevando la mano sobre mi pecho.

— Oh disculpa, no quise asustarte —parpadeé sin mirar el rostro del que provenía esa voz masculina, profunda y afrancesada que me asaltó los oídos.

— No fue nada — mentí, en español, para repetir en francés inmediatamente a continuación meneando la cabeza y recordando las lecciones de francés. Debía accionar el botón de cambio de lenguajes, o era mujer muerta.

Me aseguré de no caer sobre mis rodillas cuando vi a aquel hombre que me habría matado del susto caminar dándome la espalda, encarando hacia su silla. Habría jurado que creí que me entrevistaría un tipo de más de 60 años, elegante, pero lleno de arrugas. Sin embargo, su espalda ancha y su andar casual, me hacían replantear mis juicio previo.

— Toma asiento por favor —en perfecto castellano para mi sorpresa, pero con un tono español intenso, giró su cuerpo para indicarme con su mano que me ubicase en la silla frente a él.

Se me secó la garganta porque era un hombre tan impactante como bello. Deseando que mis pensamientos turbulentos no asomaran en mis mejillas, de inmediato debía interponer la imagen de un avión...unas nubes...de la nada misma si era necesario, con tal de no imaginarme a ese pedazo de tipejo en un boliche, con un par de copas de más y dándome un beso húmedo. Tragué nerviosa.

— Srta. Wagner, es un gusto tenerla entre vosotros— dijo y me derretí como chocolate en asfalto caliente. Era el mismo tono de Antonio Banderas en el Gato con botas,el amigo de Shrek.

Uff qué dificil resultaría esta entrevista si no me enfocaba realmente en mi labor profesional.

— Muchas gracias Licenciado Grosvenoir, el gusto es mío — respondí intentando mantener mi cordura a raya y replicando en francés.

"¡Qué ojazos, Dios santo! y su pelo...su cabello era liso, muy oscuro y brillante"

— Supongo que Pauline ya le ha mostrado los sectores principales de la empresa — jugueteó con un bolígrafo color plata — , como habrá podido observar, somos una compañía que lleva un par de años en el mercado, aunque deseamos expandirnos a una mayor escala prontamente —comentaba calmado— . ¿Agua? — abandonando la lapicera, me ofreció tomando un vaso de vidrio entre sus largos dedos. Con la mano opuesta agarraba una jarra de cristal por el asa, sirviéndome.

— Gracias —acepté el vaso y di un sorbo pequeño. Un poco de hidratación me vendría bien para compensar el agua perdida por el sudor que este hombre me provocaba. ¿Cuántos años tendría? ¿Unos 35 quizás? Unas pequeñas arrugas salían de sus ojos, de un celeste intenso. Sus rasgos eran severos, y su rictus, más aun.

— Ha venido desde Argentina—  confirmó, de modo agradable pero sin esbozar ninguna sonrisa.

— Sí, de Buenos Aires— asentí, recomponiéndome al impacto inicial.

— Bonito país, he visitado Bariloche año atrás y he quedado enamorado de aquel paisaje  —cambiando de postura, sus labios se curvaron emulando una media sonrisa.

— Nuestro territorio es hermoso, tenemos todos los climas, de hecho — dije orgullosa y fingiendo profesionalidad.

— Debe de haber sido una decisión difícil viajar tantos kilómetros para asentarse aquí — entrecruzó sus manos, expectante por mis respuestas. Me estudiaba, intimidándome sin dudas.

— Por supuesto. Pero estoy dispuesta a afrontar nuevos desafíos— ¡punto para mi! Era una buena respuesta.

— Me parece muy bien. Necesitamos sangre joven, con ideas brillantes que nos brinde el empujón que la compañía necesita para despegar definitivamente.

Asentí con la cabeza, sin recaer en la soberbia.

— Asumo que conoce de los alcances de esta oferta   —comenzó a decir abriendo una carpeta con papeles y renglones ocupados de cabo a rabo— . Permanecerá con nosotros por un lapso de 6 meses, en principio, con la posibilidad de una efectivización temporal por seis meses más. Una vez por semana, será evaluada por nosotros de acuerdo a sus avances y capacitada por la empresa para optimizar su potencial. En la Universidad, deberá dar cuenta de estas evaluaciones, llevando copia de estas fichas y certificando el cumplimiento de sus responsabilidades. ¿Entendido?

— Perfectamente— tragué en seco sin siquiera pestañear, absorbiendo cada palabra como bíblica.

— He visto su currículo y los bocetos que le hemos pedido para el concurso. En lo personal, he quedado...¡sorprendido!— enarcó su ceja derecha y me sonrojé por el cumplido— . Es muy joven para tener esa visión de la moda, ese concepto tan claro— movía las manos intentado justificarse. No aparté ni por un segundo mis ojos de sus labios filosos ni de sus ojos penetrantes y claros— . Yo mismo he sugerido la implementación de esta "selección de personal" —entrecomilló con el carácter de su voz y sus dedos— ,es bueno, a mi criterio, contar con muchas ideas provenientes de sitios tan distintos del mundo porque aportan variedad. Digamos, humildemente, que soy el padre de este proyecto — sonando un tanto pedante, dijo. Asentí convincentemente— . Además, veo que habla español, francés, inglés, italiano y algo de alemán—continuó detallando con precisión. Levantó la ceja— . Déjeme decirte que es un diamante en bruto, Lucero.

Me puse coloradísima, me halagaba y me sentí a gusto.

— Mi padre tiene ascendencia alemana. Entiendo más de lo que hablo, en realidad—mordí mi labio, sincerándome.

— Me parece muy bien, hoy en día los jóvenes no se preocupan por la distancia idomática como barrera; creen que por comprender las expresiones básicas, es suficiente — fruncía su ceño, sumando dureza a su frente. Durante un instante de distracción de su parte en torno a unos papeles, lo observé con mayor detenimiento. El saco oscuro, gris plomizo, le caía a la perfección sobre sus hombros, no llevaba corbata y tenía la camisa blanca desabrochada en su primer botón. Su cabello mojado hacia atrás y su piel tersa y rasurada, le daban un aspecto prolijo y cautivante.

Yo parecía una nena muda, sin emitir sonido. Pero él era tan claro tan preciso en su monólogo que interrumpirlo sería un insulto de mi parte.

— El horario a cumplir será de 10 a 17 y de lunes a viernes— comenzó nuevamente a hablar — , excepcionalmente, quizás se la necesite un sábado en el que tengamos alguna presentación importante que hacer.

— Está bien— aseguré en un suspiro, abrumada y nerviosa.

— En alguna que otra oportunidad, tal vez deba asistir a algún congreso o curso fuera de las locaciones de la oficina

— Correcto—afirmé cauta.

— ¿Alguna pregunta? —el clap de la carpeta me hizo pestañear con fuerza.

¿Alguna pregunta?...fuera de su situación amorosa, nada parecía importarme. Quise pegarme por esa conclusión estúpida, negándome a hacerlo finalmente. Parecía una bombacha floja. ¿Qué me pasaba? Era justo recordar que desde mi ruptura con Nicolás no había tenido relaciones sexuales, pero ¡mierda! ¡Que era mi jefe, caramba!

— No de momento...— escapé por la tangente con rapidez.

— Usted es una persona de pocas palabras, ¿verdad?— nada más lejos de eso quise decirle...pero en cambio, diría algo peor.

— No, me temo que usted es de muchas — ¡bang! me acababa de suicidar frente a uno de los socios mayoritarios y casi jefe de la compañía. Una real y soberana idiota.

Por un instante, me vi en la puerta de salida, diciendo muchas gracias y dando un gran adiós. Entraría al libro de récord Guiness por ser la empleada de menor duración de la historia de la industria textil del mundo y alrededores planetarios.

— Buen punto — sonrió sin decir nada más y lejos alterarse. Por el contrario, parecía divertido por mi observación asesina.

— Disculpe, no quise...— las palabras no me salían. Era una nena boba e impertinente.

— No hay nada que disculpar señorita...¿Lucero?

— Sí.

— ¿Por casualidad le dicen Lucerito? — retomó el idioma español, con una sonrisa arrebatadora.

Incliné la cabeza y esbocé una sonrisa un poco tonta, de costado.

— Sí, en mi seno familiar —dije recobrando mi buen léxico.

— Mi familia tiene tinte español   — confesó para mi sorpresa, quizás, viéndome nerviosa.

— Ahora entiendo por qué sabe hablar español.

— Mi madre es de Barcelona pero mi padre, francés. De esa mezcla, aquí estoy yo — se señaló y su tono resultó un tanto arrogante, pero bien sabría que tenía la materia prima suficiente para jactarse de ser un hombre único. Jamás alguien me habría provocado esa sensación de ahogo permanente.

A mi desfachatez cotidiana se superponía la Lucero tímida y poco habladora. Deseé haber dejado el tema de su verborragia en un rincón inhóspito.

— En esta empresa encontraráis un excelente clima laboral, respeto mutuo y flexibilidad, esto último en tanto y en cuanto nos retribuyas con responsabilidad y eficiencia. Somos conscientes que la mayor parte de los jóvenes creativos contratados temporariamente continúan estudiando o están perfeccionándose, por lo que comprendemos que en muchas oportunidades, necesitarán tomarse alguna que otra licencia. Sin ir más lejos, tu formarás parte de la Universidad de Bercot mientras estés aquí.

Afirmé con la cabeza, tomando noción de que ese hombre me hablaba mil palabras por segundo en un idioma que hasta hace un par de horas ni habría utilizado. No quería perder el hilo de la conversación, y mucho menos, perderme de sus gestos.

Ese dios debería de tener a las mujeres más impactantes de la ciudad. Con sutileza vi que no poseía alianza en su mano. Aunque eso no sería sinonimo de fidelidad, bien lo tenía sabido yo, que había salido con un tipo casado desconociéndolo en absoluto.

Porque Nicolás me habría dejado marca de por vida gracias a ese asuntito.

A ese sátrapa lo habría conocido en un Bar de Belgrano, tres años atrás,en el mes de diciembre, pleno verano argentino y cerca de las fiestas de fin de año. Al aproximarme a la barra de tragos, él estaría recostado en ella, con una botella de cerveza en su mano.

Rubio, de ojos bien oscuros, se me acercaría para entonces, buscando mi nombre. El que no le daría de inmediato, obviamente.

Lo miré sobre mis pestañas, era innegable que la pollera cortita de lentejuelas seguía surtiendo el mismo efecto que siempre conseguía. Mis piernas parecían kilométricas aun sin serlo, mi blusa color coral realzaba el blanco sin broncear de mis brazos.

Él era muy lindo y atrevido.

Esa noche bailaríamos con mis amigas Inés y Romina a más no poder, como unas locas, y eso, sin tener mucho nivel alcohólico en sangre. El rubio misterioso de ese entonces, no contento con mi negativa, se acercaría hasta que pude oler su perfume importado.

<<— ¡Sos hermosa!...decíme al menos como te llamás— hablando por sobre el nivel de la música, se acerco a mi oído — . Soy Nicolás.

Hola —dije secamente, ignorando el dato que me pedía con insistencia.

Se llama Lucero — gritó Inés, provocando mi sorpresa y mi malhumor.

¿Por qué le dijiste mi nombre? — grité a ella.

Para ahorrarles tiempo.

¿Te llamás Lucero?— repreguntó el rubio.

—revoleé los ojos, disconforme por dejar el misterio contra mi voluntad.

¿Sos de por acá?

Sí.

¿Tenés novio?

No.

¿Sabés responder otra cosa que no sean monosílabos?

Sí. >>

Su sonrisa plena, me habría conquistado. Era muy bonito, de modo de hablar suave y caminata peculiar, debido a sus muchos años de deporte. Practicaba canotaje en el Río Luján, en el Partido de Tigre. Incluso competiendo a nivel nacional.

En su día a día trabajaba como asistente financiero y de ventas en la agencia automotriz de su padre y contaba con varias sucursales dentro de la pronvincia de Buenos Aires y alrededores. Siendo ese el motivo por el cual solía viajar a menudo a distintas localidades se desenvolvía como asesor de ventas teniendo su celular las 24hs del día conectado su trabajo...entre otras cosas.

Muchas veces me encontraría que se mantenía apagado o fuera de servicio cuando yo lo llamaba, pero dado que la cobertura en ciertos lugares de Buenos Aires no era muy buena, no dudé de él.

Aparentando ser el hombre ideal, correcto, amable, de buena familia, adinerado...resultaba ser el candidato ideal para presentar en sociedad como novio. Sin embargo, Nico se rehusaba a presentarme a sus padres y debía agradecer al menos, conocer a alguno que otro de sus amigos. Sabía que tenía un hermano mucho más grande que vivía en Uruguay, pero nada más.

Tampoco deseaba conocer a mi familia, pero gracias a mi tesón e insistencia, finalmente lograría que en esos tres años, fuese a almorzar un sábado al mediodía con la amenaza latente de viajar a Rosario de forma inminente, por negocios.

El licenciado Grosvenior avanzaba en su relato y era agradable al hablar en sus comentarios. Me habría transmitido exactamente lo que deseaba yo: paz interior y sensación de regocijo. Me alegré por haber aceptado trabajar aquí.

— Estará a disposición de la diseñadora Lilianne Flaubert, ella se reincoporará la semana próxima por lo cual ha tenido la entrevista conmigo. Si bien fue una idea de mi autoría la de selección de nuevo personal, generalmente es ella quien entrevista y explica el funcionamiento del proceso de diseño. No sé mucho de ello yo, para serle franco— bebió un poco de agua, su nuez bajó despacio, lentamente, resultando hipnóticos cada uno de sus movimientos— . De momento cualquier duda o inconveniente, remítase a mí. Intentaré evacuar sus dudas, desde luego.

Todo en él era sexy pero algo en su forma de hablar o de mirarme, me decía que era tal su autocontrol, que parecía no tener magnitud real de lo seductor que resultaba ser.

— No pretendo apabullarte Lucero, así que iremos a conocer a algunas de las personas de la empresa —con un movimiento rápido se puso de pie, pasó al lado de su escritorio, para tenderme su mano e invitarme a reproducir su conducta.

— Me parece bien—  sonreí deseando no parecer una tonta nena de 13 años frente a un pote de dulce de leche.

Extendí la tela de mis pantalones y aun sin verlo, pude notar que sus ojos se clavaron en mis manos al hacer ese movimiento. Lo confirmé al subir mi cabeza. Pero no eran los ojos de un tipo libidinoso, por el contrario, eran dulces, como si mirara a una hermanita menor.

— ¿Lista Lucero?—preguntó en español.

— Por supuesto — respondí en el mismo idioma. En   idioma.

Tomé real dimensión de lo bello que sonaba mi nombre al escucharlo pronunciar cada una de sus letras por separadas y todas juntas.

— Ten cuidado de no enganchar tu tacón en la malla metálica, es un poco traicionera. A decir verdad, deberíamos haberte advertido que este es un trabajo de riesgo — siendo muy bello cuando reía, resultaba innegable el encanto y el porte que llevaba consigo.

Bajé con cuidado, contemplando su advertencia y previniendo futuros incidentes. Me preocupé en pensar que si quería sobrevivir, tendría que elegir otros zapatos. Avanzaríamos a paso firme, pero no presuroso, como con Paulien. El licenciado caminaba con sus manos en los bolsillos, saludando a todos por su nombre o apellido. A las más de 30 personas que interceptamos en ese interín. Me asombró su memoria privilegiada y perfecta. Aunque no debería. Todo allí era perfecto.

— Ellos serán tus compañeros —abordando a un grupo de 6 chicos, dos mujeres y cuatro hombres que estaban en una de las mesas altas de los cubículos abiertos, dijo— : Chicos, ella es Lucero, su nueva compañera de trabajo.

Todos saludaron con la cabeza, pero sólo algunos con una sonrisa más agradable.

— De izquierda a derecha, te presento a Paul —era el del piercing en su boca— , Katie — la morena altísima de pelo afroamericano— , Lucille— una jovencita rubia de anteojos de marco negro y grande que parecía la más tímida porque estaba atrás del macizo del grupo— , Pietro— un muchacho muy alto, imponente tanto como nuestro jefe — , Gerard— a priori el más mayor de todos— y Jordi —el de ojos vivaces y oscuros. Sería un desafío recordar cada uno de sus nombres..incluso, tal vez me iría de París sin siquiera saberlos.

Fruncí mis labios hacia adentro. Me juré estudiármelos por la noche, asociándolo con alguna característica particular, como lo acababa de mentalizar.

— Como te habrás dado cuenta, la diversidad cultural es muy importante. No queremos limitar las ideas y muchos menos adiestrarlos para una clase de concepto en particular. Queremos que se sientan libres de diseñar, de aportar ideas transgresoras, que den ese gran paso de calidad que necesitamos para ser vanguardistas. Confiamos en su gran capacidad...no nos defrauden.

Todos miraban al licenciado embelesados, absortos con sus palabras. Era inteligente en la elección de sus dichos, mordaz, paciente y agradable. Todos lo respetaban, sin recurrir al susto o a la amenaza. Era cordial y amable.

Durante los 30 minutos restantes continuamos abriendo puertas y saludando gente. Yo sonreía y cruzaba alguna que otra palabra. Generalemente era Felipe Grosvenoir quien llevaba la voz cantante.

— A Erin la has conocido en recepción al igual que a Pauline, por lo que nos queda solo la gente de recursos humanos que terminará de dar forma al papeleo y te dará instrucciones sobre la cuenta bancaria en la que se depositarán tus honorarios.

Respiré fuerte intentando asimilar todas aquellas cosas tan nuevas, tan deseadas y tan extrañas.

— ¿Aturdida?

— Un poco para ser sincera.

Extendió su mano. Dudé por un segundo hasta que comprendí que era porque se estaba despidiendo de mí.

— Cuando termines con todo este tema, puedes irte a casa. Tengo entendido que llegaste ayer por la tarde. Tómate lo que queda del día para organizarte mejor. Mañana a las 10 te esperamos por aquí, dispuestos a tenerte entre nuestras filas.

— Gracias Licenciado Grosvenoir,ha sido muy amable esta mañana —agradecí.

— Dime Felipe, Lucero...¡me haces sentir muy viejo!...y no lo soy.

— Está bien, será Felipe entonces — acepté decirle.

— Será hasta mañana Lucero—dijo en castellano, con un guiño cómplice.

— Hasta mañana—respondí en español.

Se alejó de mí rumbo a su oficina tan resplandeciente, a su guarida blanca y negra dejándome de pie frente a un escritorio con una chica que no dejaba de repetir mi nombre. Mis ojos no pudieron despegarse de su rastro.

— ¡Oh disculpa! — dije recobrando mi aliento ante "Andrea".

— Despreocúpate...a todas nos ha sucedido lo mismo alguna vez—la muchacha de cabello caoba me sonrió animada, mi reacción era obvia y descarada.

— No sé a qué te refieres — fingí desconocimiento de causa parpadeando compulsivamente.

— El licenciado Felipe suele causar ese efecto en todas nosotras —dijo confirmando lo dicho segundos atrás— . Ten Lucero—sonrió abiertamente— , firma esto — dispersándome de mi divague mental, tomé las hojas y comencé a leer.

Este habría sido un gran primer día de mi nueva vida.

----

*Esmalte: barniz de uñas

*Tirar la carne al asador: expresión utilizada para indicar que se utilizará "toda la artillería".

*Mesa ratona: mesa baja. Otomana.

*Alianza: anillo de matrimonio.

*Pollera: falda

*Tigre: Localidad de la zona norte de la provincia de Buenos Aires.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro