"4 - Centro de mi atención"

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No podría conciliar sueño alguno.

Ni contando todas las ovejas del mundo, lo lograría.

Otra noche más atrapado por el insomnio.

Previo al viaje de Selene habíamos discutido; ella y su maldita obsesión de que lo nuestro no saliese a la luz. En la compañía no era un secreto que existía cierta simpatía entre nosotros ya que en las reuniones sociales que se organizaban a fin de año solíamos coquetearnos deliberadamente.

Pero yo deseaba más.

Dudé, por milésima vez, si ella era la persona indicada para concretar ese plus que mi cuerpo y mi corazon necesitaban.

Cómo si fuera poco la mañana estaba espantosa; llovía intensamente, la gente deambulaba con grandes paraguas encimándose unos sobre otros para cruzar las avenidas y los autos se multiplicaban en un gran nudo de tráfico.

Richard me esperaba como todas las mañanas a las 8 en punto en la puerta de mi apartamento. La congestión vehicular era caótica porque para colmo de males, un accidente en Pont de Grenelle lo demoraba todo. Me maldije por no prever que tendría que haber salido con mayor antelación de mi piso en Avenue Mozart, del que estaba pocos minutos de Studio Rondeau.

Sin acostumbrarme del todo al horario de Lily porque yo generalmente llegaba a las 12 (siendo uno de los últimos en abandonar la oficina) últimamente me encontraba tachando los días en la pared como un preso hasta que ella llegase de sus vacaciones en Las Bahamas.

Presioné el puente de mi nariz; la cabeza me estallaba. Tomaría un analgésico al arribar a la oficina. Eran pasadas las 9 y estábamos a algunas calles de Rue Letellier y Rue de la Croix Nivert, mi destino diario.

Miré con atención mi Rolex de platino, ¡mierda que estaba muy demorado!

— Erin, buenos días, estoy bastante retrasado. Hubo un accidente más temprano que complicó todo al cruzar el puente. Arribaré en 5 minutos si la suerte está de mi lado. ¿Alguna novedad para reportar de momento?

— No licenciado, nada de relevancia.

— Perfecto, mejor así, muchas gracias— dije y colgué guardando el móvil en el bolsillo interno de mi saco.

Maldije los minutos siguientes hasta el momento en que Richard aproximó el automóvil sobre la parcela de acceso al viejo edificio restaurado, actualmente sede del Studio Rondeau.

— Más luego te llamaré para confirmar la hora de salida. Llegar tarde tendrá sus consecuencias—palmeé el hombro de Richard, mi chófer desde hacía más de siete años y tomé coraje para salir del auto y mojarme lo menos posible.

Desde dentro, con la mano en la palanca de apertura de la puerta vi llegar a Lucero, la nueva becaria, empapada, esquivando las gotas de lluvia y con su portafolios en la cabeza. Salí disparado poniéndome a la par suya; unos 15 metros nos separaban de la puerta giratoria de acceso. Era de esperar que se asustara por mi culpa. 

Otra vez.

Mojada de pies a cabeza, su cabellera era agua pura.

— ¡Hoy no has venido con los tacones! — le dije en referencia a sus finos zapatos negros, sobresaltándola como la primera vez en mi oficina.

— ¡Oh...Licenciado Felipe!— sonrió y fue como si el sol surcara las nubes de tormenta. Mi corazón bombeó extrañado por el encanto de su voz. Era de terciopelo — .No son impermeables ni tampoco se ajustaban a mi look el día de hoy— rápidamente di un vistazo a su vestimenta sin que pareciese evidente.

Llevaba una cazadora negra de grandes botones, unas botas altas también negras a mitad de pierna y panties oscuras. Solo eso...bueno, al menos era lo que dejaba verse en ese instante.

Tragué fuerte al imaginar qué pasaría si no tuviese nada más por debajo. El hámster interior de mi cabeza, comenzó a rodar en su trampa.

Abrí la puerta del edificio caballerosamente, sin importar mojarme un poco más.

Agradeció con la cabeza y secamos nuestras suelas en la alfombra de ingreso.

— ¡Uff, llueve a baldes!— dijo sacudiéndose sutilmente sin abandonar el español argentinizado.

— Demasiado, ¡quítate la chaqueta! — extendí los brazos para ayudarla a despojarse de la prenda mojada sin reparar en que aquello sonaba más como un pedido sexy que como un ofrecimiento de ayuda. Tranquilamente, podía ser tomado con doble sentido. Lucero se sonrojó de inmediato— . Disculpa, no deseaba que suene como una proposición indecente — intenté reparar mi error sintáctico.

— No te pareces en nada a Robert Redford tampoco— desdramatizó para mi sorpresa dejando el formalismo de tratarme de "usted". En su lugar otra mujer tal vez solo se limitaría a sonrojarse y aceptar mi pedido de disculpas; ella, por el contrario, apelaba al sentido del humor.

Comencé a pensar que el día no sería tan malo después de todo.

Finalmente, tomé su chaqueta para colgarla del perchero de la recepción en la que se encontraba Erin, hablando por teléfono. Hice lo mismo con mi cobertor. Por suerte no estaba tan mojado y la camisa lila que llevaba debajo se mantenía impecable.

Lucero sin embargo parecía ofuscada. Su blusa estaba mojada, no tanto como su chaqueta, pero sí como para que se adhiriese a su cuerpo un tanto indecororsamente. Me sentí un pervertido al ver sus curvas. Tenía bellos y pequeños pechos.

Para su beneficio, el color azul era muy oscuro y no transparentaba en lo más mínimo. Aun así, lo que vi fue suficiente para no poder decir ni una sola palabra mientras realizaba mi escrutinio disimulado.

Sacudí mi cabeza simulando que debía secar mi cabello mojado y le indiqué el sector de aseos, para que fuese a arreglarse. Como un tonto adolescente que asiste a un boliche bailable, la espere fuera de los sanitarios para brindarle un nuevo circuito turístico por la empresa, ubicándola en el sitio donde desempeñaría sus tareas.

— Vamos — dije después de 5 minutos aguardando por ella— ,tengo que mostrarte en dónde trabajarás.

Estuve tentado en tomarla de la mano o colocar la mía en la base de su cintura para guiarla; pero era un contacto muy íntimo que no estaba dispuesto a experimentar. No de momento.

— Siendo que ya conociste los sanitarios, debes saber que contamos con una pequeña cocina donde puedes calentar tu comida o hacerte un café, si así lo gustas.

— ¿Hay sitios cercanos para comprar comida?

— ¡Oh, sí muchos!...puedo recomendarte un par si quieres, incluso van a domicilio.

— Perfecto, gracias— suspiró con algo de alivio.

— Como te decía — abrí la puerta de la cocina y el aroma a café recién hecho me provocó ganas de hacerme uno— ,aquí tienes todo lo necesario para despertarte— sonreí al mismo tiempo en que tomé mi tazón de la alacena— . Todos traen su tazón, verás que tenemos una colección muy particular de ellos —señalé la combinación ecléctica de diseños y colores— . A veces, uno desea sentirse como en casa— deslicé notando cierta nostalgia en sus ojos claros.

— Desde luego.

Lucero representaba un enigma en sí misma: minutos atrás me demostraría su rapidez para responder afablemente a una situación incómoda y ahora, estaba prácticamente muda.

Avanzamos hacia el sector de diseño propiamente dicho, porque mientras la sala de ideas era el lugar de post producción, ese gran taller con altas mesas e instrumentos de dibujo era sin dudas el motor de la compañía.

— Ayer te he presentado a los muchachos—los seis compañeros estaban cuchicheando en la mesa — , lógicamente harán buenas migas a medida que el tiempo pase. De momento, puedes escoger el sitio que quieras, los utensilios que necesites y desde ya los ordenadores de tu izquierda están a disposición de lo que necesiten— señalé ante su rostro asombrado y reconfortado— . Te dejo tan sólo por un segundo para que socialices — dije, y al instante subí mi tono de voz—En 30 minutos los espero a todos en la sala de ideas, aún tenemos que darle la bienvenida formal a Lucero — volteé la cabeza y allí encontré sus ojos. Expectantes y luminosos.

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Exactamente media hora más tarde, nos encontrábamos aplaudiendo a Lucero, dándole la cálida bienvenida y viendo el rubor esparcírsele por las mejillas, por ser el centro de atención.

Su cabello estaba bastante más seco que al momento de entrar a trabajar y su blusa ya no lucía mojada ni se adhería pecaminosamente como al comienzo del día. Aquieté el flujo de testosterona en sangre, afortunadamente.

Presenté entonces, unos vídeos introductorios de rigor, para que de a poco todos se pusiesen a tono con la compañía; no eran más que unas diapositivas con estadísticas, números y nombres de empresas, países y dos mercados que estábamos dispuestos a abrir: Montreal, con un nuevo local exclusivo y Berlín, donde ya teníamos una sede en funcionamiento con una colección en marcha.

Hablé por muchos minutos de corrido, bebí agua e incluso arremangué mi camisa. Estaba tan entusiasmado por transmitir todo aquello que deseaba que comprendieran, que mi temperatura se elevó.

Todos me observaban con extraña devoción. Yo no quería causar eso en nadie. Anhelaba el reconocimiento laboral, pero no que me tuvieran miedo como un jefe que tomaba represalias.

Solo aquellos que conocían mi mal genio, el que estallaba en contados casos, eran capaces de mirarme tranquilos y expectantes por conocer mis planes; permanecían sentados por detrás del grupo de jóvenes recién llegado y los empleados más nuevos de la empresa. Los 49, a excepción de Lily y Frederick, participaban de esta charla.

Los varones permanecían absortos, mientras que Katie y Lucille peinaban su cabello cada 5 minutos; supuse que por nervios. Distinto era el caso de Lucero, era la única del grupo de los siete becarios que tomaba nota de ciertas cosas; escribía oraciones largas, hacia trazos cortos en lo que interpreté como bocetos imaginarios de la nada misma y repasaba con su dedo lo que escribía, dándole sentido o intentando asimilar las palabras que acaba de anotar.

Por un momento, seguí su mirada inmersa en la escritura, a su mano acomodar su cabello húmedo hacia atrás y a sus dientes morder el bolígrafo en una actitud infantil pero no por eso desprovista de erotismo. Tuve que respirar profundo y quitar mi vista de ella si tenía intenciones de seguir siendo claro en mi charla introductoria.

Retomando el objetivo de mi discurso, expuse las fortalezas y debilidades de un proyecto y apunté hacia lo que buscaba en ellos como equipo de trabajo enfocándolo desde mi lado publicitario y de mercadeo, teniendo en cuenta el impacto que una buena compañía debe provocar en la gente y su consecuente éxito en las ventas.

Las pautas principales estaban sobre la mesa, expuestas. Pero nadie habría hecho ninguna consulta, como solía suceder.

— Lilianne Flaubert se incorpora el jueves entrante, con ella delinearán los temas relacionados específicamente con el diseño. Por lo pronto, saben que cuentan conmigo — refregué mis manos, excitado por la adrenalina— . Confiamos plenamente en que llevarán a cabo un buen trabajo.

Todo culminó con un aplauso fuerte, sin poder evitar sentirme avergonzado. Esas demostraciones de afecto siempre serían importantes para mí y sobre todo, si no provenían de mi familia poco objetiva por cierto.

Todos los presentes se pusieron de pie encaramándose hacia sus tareas, mientras que Lucero cerraba su cuadernillo con anotaciones. Impulsado por una fuerza magnética, me acerqué sutilmente a su posición. Olí su perfume dulce, a rosas y me embriagué con él por un instante.

— ¿He sido muy aburrido? —pregunté desde una extraña cercanía que la tomó por sorpresa pero sin intimidarla.

— Mi punto fuerte no es lo publicitario ni los números — reconoció diciendo en castellano— pero es interesante que salgamos de nuestro mundillo interior de diseñadores para estar al tanto de que existen distintos eslabones de la cadena empresarial—  su repuesta era bastante más comprometida de lo que esperaba. Me entusiasmé por el descubrimiento.

— Agradezco tu franqueza, las críticas siempre son bienvenidas.

— Supongo que a vos te sucede lo mismo. Sabés que si no hay un diseño o una idea que respalde su teoría de la inserción de un producto en el mercado, todo se va al demonio — una sonrisa plena inundó mi corazón. Esa muchacha era inteligente y no sólo un bello rostro angelical.

— Bien leído Lucero, bien leído — le guiñé un ojo en señal de aprobación, tomé mi chaqueta ya seca del respaldo de una de las sillas y me dirigí a mi despacho masticando aquel "voceo" recurrente en su forma de hablar.

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La tarde continuaba ofreciéndonos un concierto de truenos y lluvia, mientras que los relámpagos latigueaban su luz contra los vidrios de las naves laterales y el paño acristalado de mi despacho.

Desde mi gran mirador-oficina podía contemplar el río Sena; la bruma había hecho sobre él una capa densa, espesa, en tanto que la gente continuaba con pasos acelerados tomando taxis o cuanto medio de trasporte pudieran, escapando del agua.

La imagen de la frágil Lucero bajo la lluvia de esta mañana me conmovería, viéndose como un polluelo mojado buscando a su mamá gallina.

Su cabello ligeramente dorado oscuro se pegaba a los ángulos de su rostro como un velo sagrado, sus ojos verdes parecían aclararse con el gris de las nubes que se reflejaban en ellos, y su voz era el canto hipnótico de una sirena.

Me maldije por comenzar a verla como alguien interesante por fuera de lo meramente profesional. Nunca me había involucrado con una muchacha que tuviera mucha menor edad que la mía. Siempre me acostaría con mujeres mayores o que me equipararan, incluso, hasta superarme en 15 años.

Las elegía por su experiencia, por aquellos conocimientos que podrían transmitirme en materia sexual: además, una mujer mayor no requería de compromisos maritales ni del tipo sentimental. Al pasar los 40 las ansias por tener hijos decaían y como yo no estaba dispuesto a sumergirme en esa clase de proyectos con alguien que no fuese Selene, esa elección conformaba un círculo que cerraba a la perfección.

Lucero tenía 25 años, 9 menos que yo.

Intuyendo que tendría poco trajín sexual, la asemejé a una muchacha remilgada y sumisa sin una vida signada por la alocada lujuria. Inesperadamente, las ganas por hacerla transitar por los caminos de la perversión se agolparon en mi cabeza como los vagones de un tren descarrilado.

No era ético involucrarme con ella; lo tenía bien en claro. Y mucho menos, valdría la pena poner en riego una empresa en la que tanto esfuerzo y sacrificio habría invertido por un polvo sin trascendencia.

Nueve días de carta blanca estaban a mi disposición gracias al ausentismo de Selene.

Y estaba necesitado sexualmente.

Refregué mis ojos. Más que caer en una aventura, necesitaba dormir una buena cantidad de horas; no serviría de mucho si seguía adelante con ese ritmo.

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Eran pasadas las 17 hs y la cabeza me estallaba. Ni el café ni las dos aspirinas habrían mermado el dolor. Lo mejor sería regresar a casa. Mañana recuperaría el tiempo perdido porque con esa jaqueca no avanzaría nada.

Saludé a Enzo, quien discutía por el móvil con su esposa y me coloqué la chaqueta al avanzar por el corredor. Bajé por las escaleras, caminé a través de la nave central y el pasillo conector de los cubículos coloridos y los talleres. Pocos empleados quedaban. Lucero tampoco estaba; bajé la mirada un poco apesadumbrado.

"Dios, no pude afectarme no ver a una joven que llevo menos de 48 horas de conocerla".

Me despedí de Pauline que cumplía horario hasta las 19 y abrí la puerta de salida del edificio, para encontrame con un ángel sin alas.

Lucero estaba de pie en el escalón de acceso, guareciéndose de la lluvia que no daba tregua. Abrazada a sí misma, aunaba coraje para caminar.

— ¿Hacia dónde vas? — susurré a su oído. Podría hablarle así en todos los idiomas que me pidiese, ¡olía tan bien, tan exquisitamente aniñada! que mis rodillas se doblaron al inspirar su cabello.

— A mi casa...—respondió al verme aparecer por detrás, sobresaltándola por tercera vez en un puñado de horas— .Aguardo a que la lluvia merme— frotó sus brazos y un leve vapor salió de su boca.

— ¿Vives muy lejos de aquí?— le dije poniéndome a su lado. Richard hacía largo rato que mantenía estacionado el auto dispuesto a recogerme, tal como telefonearía minutos atrás. Aun así, preferí continuar el cuestionario a mi empleada.

— Sobre 57 Commerce — respondió con naturalidad.

— Bastante cerca—me asombré. Eran tres calles.

— Sí y además es una zona bonita — agregó. La palabra bonita sonaría tan dulce en su paladar que me estrujó el corazón. La definición de bonita también encajaría en ella, con ese cabello húmedo, con esos ojos parpadeantes en color verde azulado y esa blanca palidez contrastante con sus sonrojadas mejillas.

— Te acerco — le dije sin más, tomándome atribuciones que tal vez no correspondían.

— No podría aceptarlo — sumergió su mirada en el horizonte nebuloso.

— ¿Aunque llueva por más de 10 horas te quedarás aquí?— era tozuda.

— No importa...esperaré toda la noche de ser necesario. En el peor de los casos, mañana seré la primera en llegar — sagaz, respondía y esa mezcla de inteligencia y belleza me desafiaba más de lo que hubiese deseado.

— No quiero que te resfríes. Has estado mojada durante todo el día y son pocas calles...¡Vamos!—avancé un paso dispuesto a que me siguiera.

Meneó la cabeza, dudosa.

Solía pasarme que las mujeres se arrojaban a mis brazos y de responder a este caso, ya estaríamos en viaje. Sin embargo, ella se negaba. Mantenía a raya sus modales y era estricta en su conducta. Más me impactó; más me intrigó.

— Lucero, de verdad, mi chófer esta esperándome justo allí —señalé con el dedo — , ¿lo ves? —ella agachó su cabeza, frunció el ceño y confirmó que yo no mentía— . No te mojes más por favor y menos aun por obstinación —algo en mi rostro debe de haberle causado pena, porque me miró una vez más, asintiendo, algo disgustada por mi insistencia.

— Está bien.

Inesperadamente para ambos, la tomé de la mano y liberó una carcajada divertida al correr los 10 metros que nos separaban hasta el auto de Richard. Abrí la puerta trasera con velocidad, esperé que se acomodase y di la vuelta para ubicarme a su lado. Estaba sacudiéndose un poco y saludando amablemente al conductor para ese entonces.

— Richard, ella es Lucero, una de mis empleadas—dije.

— Mucho gusto señorita.

— Lo mismo digo Richard— respondió en un francés seguro.

— ¿Adónde nos dirigimos señor?

Miré a Lucero para que nos guiase.

— Vivo sobre 57 Commerce y Rue des Entrepreneurs. Hay un local de ropa femenina a su lado.

— Perfecto — asintió el moreno.

Lucero no dejaba de mirarse las manos y tocar compulsivamente la hebilla dorada de su portafolios negro, aquel que la cubriría del diluvio por la mañana. Levantó la vista hacia un costado y me sorprendió mirándola como un tonto inexperto.

— Bonito maletín— dije cuando descubrió mi intromisión a sus movimientos.

Sonrió, pero tímidamente. Cómo si la hubiese pillado hacindo algo muy privado.

Continuaba siendo un misterio, era vergonzosa por momentos más allá de ciertos pasajes de cruda sinceridad, demostrándome que podía pasar de hacerme una broma hasta el mutismo extremo. Aquello me resultaba desconcertante y quería descubrirla por una caprichosa razón...sin saber cuál demonios era.

Durante ese día, en las pocas veces que me permití salir de mi burbuja, me encontraría apoyado en la baranda del corredor superior a modo de balcón observándolo todo desde las alturas, para encontrarla interactuando con sus compañero, descubriendo que lo hacía con un gran aplomo; ellos reían fuerte en tanto que ella seguía hablando y gesticulaba mucho. Sin abandonar el lápiz de su mano dibujaba en las hojas blancas, bocetando líneas inconexas.

— Fue un obsequio de mi abuela Agnes, cuando comencé a estudiar en la Universidad —su voz acaramelada quebró mis pensamientos del día.

— ¿Es a ella a quien le debes el hecho de hablar alemán?

— Algo así...de pequeña solía ir con mi papá a su casa, enorme por cierto— abrió los ojos iluminando la oscuridad del auto— . Se juntaba con sus hermanas a jugar a la canasta, hablaban todas al mismo tiempo y en un alemán tan cerrado que no entendíamos nada. De a poco me interesé por saber qué decían. Tanto ella como las tías de mi papá me explicaban palabras sueltas, hasta que a medida que crecí y les insistí, me enseñaron más cosas. Esa curiosidad despertó en mí la necesidad de asistir a una serie de cursos de idiomas en la Universidad para reforzarlo...pero admito que es un idioma muy difícil. ¡Además no tenía con quién practicarlo! — reconoció alegre devolviendo la mirada a su obsequio— . En oportunidades, cuando mi abuela venía a casa dialogábamos un poco en alemán y ella se ponía muy feliz diciendo que era hora que alguien vivo portador de semejante apellido, supiese hablarlo, ya que mi papá y mi tío Hans, poco sabían.

Conversaba pausada, calma, pero su anécdota estaba teñida de cierto sentimentalismo que me dispuse a descubrir.

— Tu abuela debe sentirse orgullosa de ti— le dije e inmediatamente tragó con dificultad. Mis sospechas se confirmaron; de seguro su abuelita ya no estaría en este mundo.

— Supongo que sí...la abuela ha sido una gran persona,este fue su último regalo. Al poco tiempo de cumplir mis 18 años, ella falleció...

— Lo siento mucho— me apené confirmando mis sospechas.

Su mandíbula temblaba conteniendo un llanto inminente. Miró hacia el techo del auto perdiendo su mirada, deseando que las lágrimas no rodaran por su rostro.

— Son lágrimas de alegría — replicó cuando cayeron sin más. Nerviosa, con el dorso de su mano, las limpió.

Quise cobijarla entre mis brazos. Era sensible, pero no exagerada en su dolor; era inteligente pero sin caer en la pedantería.

Como cuando entramos al auto, sucumbí ante la necesidad de rozar su piel. Apoyé, sin embargo mi mano en la suya; levantó su vista, confusa.

— Todo aquí saldrá bien, Lucero. No lo olvides— repliqué sosteniendo el español.

Necesitaba que confiara en mí, aunque mis bajos instintos deseaban follarla en el asiento de mi Mercedes en ese mismo instante. Sutilmente, apartó su mano de la mía para indicarle a Richard donde debía detenerse.

— Allí —dijo y se alistó— Muchas gracias Richard. Muchas gracias Felipe — saludándome con un leve agite de mano, salió del coche corriendo, como en la mañana...

...Deseé que a partir de entonces, todos los días fuesen como ese.


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*Canasta: juego de cartas para el que se necesitan 108 naipes.


*Voceo: reiteración del vos.

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