31 - "Visitas inesperadas"

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De regreso al hotel, su cara adolescente expresaba gratitud, sorpresa, emoción. Su sonrisa no dejaba de fluir por su piel, estaba encantado. Me abrazaba, besaba mis sienes, avanzábamos de la mano esquivando personas...era pura felicidad.

Como yo.

¿Pero sería un sueño?¿Tendría esto fecha de vencimiento?

El dilema comenzó a hacer mella en mi cabeza. ¿me quedaría en París apostando a la posibilidad de que me contratasen por un período de tiempo más extenso? ¿Seguiríamos incursionando en esta nueva aventura romántica que me proponía Felipe?

Hasta hacía una semanas atrás todo parecería definido...hoy en día nada estaba claro.

Sin duda tendríamos que definir ciertos puntos y comprender que como todas las elecciones de la vida tenían sus pros y sus contras, era parte del proceso de maduración que tendría que atravesar.

Decir que acababa de conocer amor de mi vida sin buscarlo no era para nada exagerado; se había incrustado en mi piel, hecho piel de mi piel. No me imaginaba que fuese posible un futuro sin él a mi lado; sin su sonrisa, sin sus ojos iluminándome en mis días de oscuridad.

La propuesta de Lily era una posibilidad latente, deslizándola en Berlín; aun asi dependíamos de la decisión definitiva por parte del jerarca de Studio Rondeau y de la poca o mucha influencia que su sobrina Selene tendría en él.

Y yo, claramente, no era de su agrado.

Correteando por el pasillo del hotel, en la habitación entramos dos para fundirnos en uno solo.

Sentada en su regazo, él me abrazaba con fuerza, en un agradecimiento mudo. Desnudos completamente, mecía mis caderas de arriba hacia abajo, poseyéndome, diciéndome que era mío y yo, suya. Besaba mi pecho, lamía mi cuerpo nutriéndose de su savia, de su perfume.

Depositando un beso rasposo por mi cuello, gemía en mi oído, envolviéndolo de una loca pasión y fuego. Nos perteneciamos, el uno al otro.

Mis pechos comprimidos contra su torso rozaban la suave mata de vello que lo cubría; encendiendo aun más la chispa entre nosotros.

Sus largos dedos se adueñaban de las hebras de mi pelo, enredádose en ellos, tironeándome hacia abajo en virtud de acceder a mi garganta caliente. Rebotábamos en el colchón dando pequeños saltitos; me cogía duro, haciendo polvo cada hueso de mi cuerpo. Mis muslos chocaban contra los suyos, emulando un chasqueo delicioso, haciendo de mis piernas dos cuerdas colgantes.

— ¿Estás...cansada?—exhaló agotado, sin abandonar mis ojos.

— Un...poco...— asumí robándole un beso.

Diligentemente dejó de moverse, para tomar mis pies, levantarlos y enredar mis piernas en su cintura; clavé mis talones en su culo rígido. Giramos en una vuelta coreografiada y sin perder contacto, seguimos nuestra contienda en la cama, con el encima de mí, embistiéndome como hace cuatro meses venía haciendo. Conocía mi cuerpo mejor que yo; la intimidad de su contacto era terreno minado, estallaba con solo soplarlo.

Éramos una madeja de lana; él empujaba aminorando su ritmo, degustando cada entrada y salida tortuosamente disfrutando ver cómo perdía mi cabeza. Mis uñas marcaban territorio en sus omoplátos, nadie más que yo tendría acceso a su piel ni a cada centimetro de él. Nos lo juré en silencio.

Con el gemido de un aluvión extrasensorial recorriendo la parte alta de mi vientre y a punto de salir de mis cuerdas vocales, fue ejecutor de un último empujón asesino. Bordeó mi oido con su lengua extrañamente quieta esta noche.

Estallé acariciando la gloria segundos después, cuando exorcizó sus miedos dentro mío, volcando su recompensa tras aquel movimiento de contacto profundo.

Mi grito sagrado y contenido encontró rápida salida, escurriéndose a través de las paredes de su boca, que me besaba en una rápida captura.

— Lucero...te amo—susurró tímidamente, pero sin vacilaciones.

— Yo también te amo...yo también.

_____

De la mano, frente a la prensa.

Besándonos delicadamente, ante propios y extraños.

Murmurándonos palabras de amor, confrontando al mundo.

Nuestro viaje a Milán no sería más que un cuento de hadas hecho realidad.

Jamás dí crédito a las mariposas en el estómago. Tendría que confesarle a mi madrina que tenía razón.

El amor tenía rostro. Y era el de Felipe.

El amor tenía cuerpo. Y era el de Felipe.

Mi corazón tenía dueño. Y ese era Felipe.

Sintiéndome indefensa y vulnerable, lloré la última noche que permanecimos dentro de nuestro mágico mundo de sábanas italianas. No quería irme por miedo a despertar de este sueño tan intenso y adorable.

Dormimos acurrucados, sin que un ápice de aire se colara entre nuestros cuerpos.

El temor al desapego era una bomba de tiempo en mi cabeza; no sabría como seguir respirando sin escuchar el latido de su corazón, no sabría andar, sin verlo caminar a mi lado.

Bajamos del avión fundiendo nuestros dedos en una sola mano, atravesando gente, murmullos, diferentes idiomas, y quién sino Richard estaría a nuestra disposición esa tarde de comienzos de marzo.

— ¡Hola Richard! —lo saludé con una beso en la mejilla, tal como era mi costumbre— . ¿Cómo se encuentra tu familia?

Felipe, con su valija a punto de introducirla en el baúl del Mercedes observaba extrañado pero divertido por la intimidad de mi pregunta.

— Muy bien, gracias— esbozó un sonrisa medida.

— ¿Te has tomado vacaciones? —continué con mi interrogatorio, que visiblemente, incomodaba al chófer.

— No, señorita Lucero. He aprovechado cada instante de mi vida para estar con mi familia—agregó mirando por el espejo.

Noble, fiel y ladero, lógicamente Richard intentaría disfrutar de su esposa e hija ante el acapare constante de su empleador, que lo llamaba en cualquier momento. Y no solo eso; últimamente, también era mi chofer designado.

Durante nuestro viaje a mi casa, hablar con Richard (ciertamente era más un monólogo que un diálogo entre partes) me haría olvidar lo cerca que estábamos de la despedida. Aunque en casi 14 horas volveríamos a vernos, estar lejos de él, me ponía enferma.

— ¿Qué sucede, meine fee? — de pie, frente a la puerta de mi departamento, Felipe levantaba mi barbilla. Hice puchero, mi mandíbula temblaba tanto o igual que mis rodillas.

Escabullí mis dedos en los botones de su camisa, siempre blanca e impecable. ¿Cómo hacía ese hombre para no arrugarse la ropa siquiera?

— No pasa nada — mentí. Y muy mal por cierto.

— ¡Vamos!...Hemos hablado de sinceridad por largo rato...¿lo recuerdas?

— ¡Ufa!...tenés razón— rezongué bajando la mirada nuevamente— , es que...no quiero que te vayas— una lágrima díscola dio comienzo a una docena de ellas en menos de dos segundos.

— No llores mi bella Isolda—me atrajo hacia su cuerpo; mi mejilla rodaba contra su pecho, humedeciéndolo— . Mañana nos veremos en la oficina— acariciaba mi pelo, daría un mundo por perpetrar ese momento en la eternidad.

— Pero...no...es...lo...mismo — balbuceé con dificultad, con un nudo de angustia estrechándose en mi garganta.

— Lo sé....pero debo regresar a mi casa, hablar con Frederick de lo que ha sucedido en Milán. Obviamente, no de toooodo lo que ha sucedido. Supongo que los detalles quedarán para nosotros.

Sonreí de mala gana; pero aun asi lo hice.

— Mañana, después del horario de trabajo, vienes a casa. ¿De acuerdo?

No respondí al instante, pero debía reconocer que era un buen negociante.

— Bueno...— respondí en un suspiro apesadumbrado.

— No tienes idea cuánto deseo subir y amanecer contigo. Pero debo trabajar y mucho, hechicera. No he hecho nada durante nuestra "luna de miel" —entrecomilló exagerándolo con sus dedos.

Esta vez, sonrei como una tonta. Una tonta enamorada.

— Cena algo liviano, ve a dormir pensando en mí y cuando abras los ojos, haz de cuenta que estoy allí, observándote como un loco.

— Creo que no se me da bien lo de imaginarte...me gustás más de carne y hueso.

— Menos mal, sino estaría en serios problemas —sin dudas él estaba de mejor ánimo que yo o sabía fingirlo muy bien— .Cariño...debo irme...

— Está bien...si no queda otra.

Me entregó un beso intenso,paladeando el sabor de mi aliento, pero sin dar espectáculos en la vía pública.

— Será hasta mañana.

— Hasta mañana —me despedí, mientras disolvía mis esperanzas de dormir con él esta noche.

Perseguí su figura encaminarse hacia su auto.

Abrió la puerta trasera del coche, pero para mi asombro, no entró. Posó la mano en el techo del Mercedes y ladeó su cabeza curvando sus labios de costado.

Inspiró y exhaló pesadamente.

Caminó dos pasos hacia la puerta del acompañante.

Volví a llorar como una Magdalena, llevando mis manos a mi boca, desbordada por lo que estaba viendo.

Él se dirigía rumbo al asiento vecino del de Richard, que sonrió medidamente, notando la evolución de Felipe a partir de ese movimiento sencillo pero de gran simbolismo emocional. No lo haría obligado ni por una situación absurda como la de Montreal, ni tras un ruego como el de Milán.

Quise abrazarlo, decirle que era fantástico que de a poco se animase a recuperar algo de vida; que se animase a sentir cada minuto de esta nueva etapa...

Agité mi mano cuando Richard tocó bocina, en tanto que la mano de Felipe sobresalió de su ventanilla, regalándome su saludo.

Los 23 escalones que me separaban hasta el primer piso y los 4 metros que distaban hasta la puerta de mi departamento, resultarían eternos. Me sentía sola, aun sabiendo que con solo buscar su número en mi agenda de contactos y presionar el botón de "llamar" tendría su voz dispuesta del otro lado.

Pero debía (debíamos) darnos aire.

Él tenía trabajo pendiente, y yo, muchas cosas en la que pensar.

Desempaqué consciente de que probablemente en 15 días haría el proceso inverso. Poco más de dos semanas me separaban de Buenos Aires. O me alejaba. Probablemente, todo estaría en mis manos.

La propuesta de Studio Rondeau París era una cuestión de tiempo. Teniendo digerido esto, parte del asunto estaría resuelto. Observé con atención mi celular, recostado entre los almohadones de la cama en la cual separé mi ropa limpia de la que tendría que llevar a la lavandería mañana antes de ir a trabajar.

Quería llamarlo.

Quería decirle que lo amaba.

Quería que estuviese a mi lado para siempre.

Refregué mis sienes, debía comportarme como una adulta, no como una adolescente tardía.

Entrelacé mis dedos, mordí mi labio hasta sentir que parte de él me quedaba en los dientes y comencé a caminar por dentro de la habitación, decidiendo qué hacer.

Eran casi las 11 de la noche, de seguro Felipe estaba trabajando como un poseso; no era justo que lo llamara y dispersase, bastante nos habríamos entretenido en Milán. Una sonrisa pícara afloró en mi cara. Aun a la distancia, lograba sonrojarme.

Llamó "Luna de Miel" a nuestra estadía en Milán. 

Sonaba delicado...contraponiéndose con el hecho de que cabía decir que cogimos salvajemente en cuanta superficie pudimos. A mi favor, agregaría que también saldríamos a pasear, comer, a hacer negocios...incluso nos peleamos apenas llegamos...y también nos reconciliamos por no poder estar apartados ni por un segundo.

El punto máximo sería andar en la Lamborghini. Nunca, pero nunca, podría olvidar la expresión de horror sofocante cuando Felipe hubo de subirse a mi lado ni su rostro excitado cuando dejó de conducirlo.

La noche y el día en su mirar, con pocas horas de diferencia entre ambas.

Me abracé a mí misma, deteniendo mis manos inquietas.

Llamé.

El teléfono sonaba.

Mi tía Débora estaba del otro lado. Hablar con ella sería la mejor opción en este caso, porque si bien nos manteníamos en contacto gracias la tecnología de avanzada, escuchar su voz sería el bálsamo que necesitaba para bajar mis niveles de ansiedad.

— ¡Lucerito! ¡Cariño!...¿estás de vuelta en París?

— Sí, llegamos hace un par de horas. Estaba ordenando la ropa, por cierto

— ¿Y cómo les fue?

— Muy bien, tuvimos muchas reuniones, concretamos algunos tratos importantes, asistimos a un evento de gala...¡es fantástico pertenecer a esta industria!

— Me imagino. ¿Mucha gente famosa?

— ¡Pufff! ¡Un montón!

Mi madrina hizo un breve silencio. Extrañamente, proviniendo de ella, por lo que presentí que tendría consecuencias inmediatas.

— No sé por qué me parece que no me llamás para decirme que Milán es muy lindo ni que la gente es amable y esas cosas...

No respondí, pero mi silencio fue suficiente.

— ¿Seguís enredada con tu jefe?

— Si...demasiado — admití.

— ¿Y te da bola?

— ¡Mucha...!— agradecí que Deby no estuviera viendo mi cara, estaba roja como un tomate.

— Mmm solo bola...o...

— Tía, no voy a entrar en detalles...digamos que estamos en una etapa de...¿mutuo conocimiento?

— ¿Mutuo conocimiento? —dio una gran carcajada — , ¡parece que hablaras de un contrato, nena!

— Bueno ¿Y cómo querés que te diga?

— Que están saliendo...simple como eso.

- Bueno, estamos saliendo - revoleé los ojos, dispuesta a darle la razón.

Era solo una cuestión de semántica.

— Pero también intuyo que tampoco es para confirmarme que salís con tu jefe que me estás llamando...¿hay algo en esa cabecita que quiera decirme?¿qué pasa, Lucero?

— Tengo miedo —me desinflé como un globo. Mi tono ya era débil.

— ¿De qué?

— De sufrir.

— Ni más ni menos que el temor que tenemos todos, cariño cuando transitamos una relación —replicó sabiamente. Sí alguien tenia una especialización en sufrimiento, esa era mi tía, que pasaría años buscando el amor y éste, malvadamente, le sería esquivo— . Nunca dejes que eso te paralice.

— Ya lo sé.

— Más precisamente ¿qué es lo que da miedo?

— ¿Tenés tiempo?

— Para mi única sobrina y ahijada preferida, siempre.

Por eso la habría llamado, porque Deby...era Deby...

— Tiene un pasado un tanto plagado de...mujeres

— Una suerte de Casanova. Lo noté al verlo, querida. Tiene...potencial — juré ver cómo levantaba las cejas.

— Algo así...y a pesar de eso, siempre mantuvo un romance con una sola persona.

— No entiendo— yo en su lugar, hubiera dicho lo mismo.

— Durante muchos años tuvo una relación abierta con una sola mujer. Pero mientras no estaban juntos físicamente, aceptaban acostarse con otras personas.

— ¡Reemplacemos Casanova por libertino, entonces! —por algo era psicóloga.

— Llamálo como quieras...pero lo cierto es que conocí a esa mujer. A esa única mujer.

— Oh...¿y qué paso?

— Ella es Selene Rondeau. La sobrina y única heredera del imperio para el cual trabajo, tía.

Un suspiro surcó el teléfono.

— En uno de los eventos a los que asistimos, ella increpó a Felipe. No le gustó mi presencia allí, con él. Felipe no fue muy detallista con respecto a lo que le respondió, pero no conforme con decírselo en la fiesta, ella le envió unos mensajes por la noche diciéndole que no sería feliz conmigo. Que siempre volvería a su lado.

— ¡Una forra!

— Una manipuladora...—recordé las humillaciones a las que sometería, consentidamente, a Felipe y la bilis ahogó mi garganta.

— Entonces...¿cuál es tu miedo?¿Qué en algún momento quiera volver con Selene?

— Creo que sí— afirmé, resignada, desplomándome de lleno en la cama, mirando al techo, buscando respuestas.

— Los hombres son más sencillos de lo que creemos, cariño. Son...básicos ¿Él cómo se comportó después de leerte los mensajes?

— Al principio me los ocultó. Me fastidié mucho, lloriqueé otro tanto—tapé mis ojos cruzando mi brazo sobre mi cabeza, deseando no recordar ese momento mientras lo relataba. Mi voz se quebraba—  ; después fue considerado de su parte. Me habló de amor...me dijo que me ama...me presentó como su novia ante un amigo...

— ¡Eso es muy dulce, Lu! Por lo que hablás con repecto a él, es un hombre pasional pero no suele involucrarse...paradójicamente, lo hace dentro de una extraña libertad condicionada. Y sin embargo, asume ese sentimiento para con vos. No creo que sea gratuito.

— Es raro, lo sé, y me duele que no sea un hombre mas fácil—asumí.

— Ninguna persona es fácil, la vida misma no lo es— recordé de inmediato su joven viudez. Yo apenas había conocido al tío Esteban.

— Si, lo sé.

— Vivír el hoy es lo mejor. Sé feliz siempre que puedas. Disfrutá. Amá. Dejáte amar. El resto...es resto cae por su propio peso.

A estas alturas era un mar de lágrimas, desconociendo que mi cuerpo podría tener tantos litros de agua dentro. Tendría que cruzar la calle y beber todo el agua del Sena para hidratarme nuevamente.

— He amado a tu tío como no he hecho jamás. Y lo sé aunque haya pasado sólo 6 cortos años a su lado. El amor no conoce de plazos. Te enamoras y ya. Evidentemente, yo estaba destinada a sólo conocer su inconmensurable amor.

— Gracias tía...es muy hermoso lo que decís.

— Te extrañamos mucho

— Yo también — otra vez el llanto arrasó mi voluntad por no flaquear.

— Shhh, todo estará bien...en poquito tiempo te estaremos viendo de vuelta, ¿no?

Suspiré en silencio.

— ¿No?— repreguntó con firmeza.

— Estoy en un dilema— reconocí.

— Creo saber a qué te referís. Estás en la línea de fuego,dirimiendo si volver o no.

Estallé en un llanto agudo, su historia de amor me había debilitado y la distancia con mis afectos, me golpeaba.

— Los extraño...pero...

— Pero hay alguien que quedaría de aquel lado de la línea ¿cierto? Supongo que será Felipe, ¿no?

—Sí.

— Escucha a tu corazón, pequeña. Si dejás escurrir la arena entre tus manos, nunca volverás a sostenerla.

Sabias palabras de un sabia y profesional mujer como mi madrina, que harían eco en mi cabeza durante toda la noche.

Con los ojos entreabiertos, contemplé el vacío a mi lado. Lo extrañaba. Pero si lograba dormirme rápido, podría acortar el tiempo de espera hasta verlo.

¿Cómo lo saludaría? ¿Cómo se dirigiría hacia mi? ¿Nos mostraríamos en público?

Con un persistente nudo en el estómago, me fui de casa rumbo a la oficina sin siquiera desayunar. Estar allí calmaría mis ansias.

Ingresé a Studio Rondeau expectante, dejando que las cosas decantasen, tal como me recomendaría mi madrina. Saludé con cordialidad a los jefes que me observaban un tanto escépticos, mientras que a mi grupo los abrazaría con gran efusividad. Habíamos logrado formar un nuevo y consistente equipo de trabajo, sobre todo después de la partida de Gerard.

Inquietos, todos preguntaban por la Fashion Week, por los famosos y por el trabajo. Respuestas de compromiso, más o menos extensas, pero lo suficiente para convencer a todos que había sido una experiencia genial e inolvidable.

Sin embargo, Katie me miraba divertida sumergiéndose en su tazón de café. Creí que porque en el fondo intuía algo más que el resto, o simplemente, disimulaban con gran categoría. Tras la puesta al día de rigor, me apartaría hacia la cocina, con una excusa tonta que supe, era mentira.

— ¡A mí no me puedes engañar! —escrutó con sus ojos oscuros — . Han llegado fotografías—susurró en mi oído, mientras yo me servia un café en un vaso de tergopol.

— ¿Fotos? ¿de qué?—miré hacia un costado, fingiendo desconocimiento del tema.

— ¡No te hagas la boba!...la mayoría ya te vio de la manito con el jefe. Así que cuéntame todo ya mismo —como una nena, dejó su infusión sobre la mesa, para saltar hacia mi y pedirme detalles.

— Por favor — supliqué juntando sus manos a modo de rezo—¡juráme que no vas a contarle a nadie!

— ¡Si todo el mundo sabe todo! —vociferó desconcertada.

— ¡Nadie sabe nada! Son fotos y ya. No hemos decidido si nos expondremos o Felipe tendrá algún plan brillante.

— Uy...bueno...de ser así...—hizo puchero, como si le hubiese contado el final de la película antes de entrar al cine.

— Sí Katie, esto es ...como mucho...—dije poniéndome seria— . Lo que pasé con Felipe fue— respiré hondo—¡mágico! Pero no sé cómo sigue. Aparentemente...bien...pero yo en 15 días tal vez me vaya de acá para siempre   — una sombra de tristeza nubló mi mirada. Katie observaba compasiva.

— ¡No puedes irte!

— Si no me extienden el contrato, regreso a Buenos Aires — pensar nuevamente en ello era como un incendio hormonal— . No tengo otra opción.

— Debe haber alguna forma de que permanezcas aquí...

— No puedo quedarme si no consigo trabajo. La vida aquí es un poco costosa. Mis padres bastante me ayudaron estos meses. No es justo para ellos.

— ¡Ah, por fin!...¡estás aquí...!— la voz de Lily rompería con nuestra conversación— . ¡Estaba buscándote Lucero! Necesito hablar contigo. Ven a mi oficina por favor.

— Ya voy Lily.

Arrastré las gotitas de incipiente llanto de mis lagrimales y alcé las cejas ante mi amiga, para finalmente, seguir los pasos de mi jefa en dirección a su simpático despacho. A diferencia del de Felipe, éste era una estridente mezcla de colores; una pared pintada de color magenta, otra gris, otra plagada de cuadros y bocetos a mano mientras que el último cierre perimetral del cubículo era la piel de vidrio que cosía toda la fachada trasera del edificio.

— Toma asiento, por favor — dijo señalándome su hermosa silla Jacobsen negra de visita — . Supongo que adivinas para qué estas aquí.

Deseaba ahorrarle tiempo y decirle que algo sospechaba por palabras de Felipe, pero aun no lo había visto como para preguntarle qué habría hablado con ella.

¿Habría llegado ya a Studio Rondeau? de seguro que sí...¿o se habría quedado trabajando en su casa hasta tarde?

— No precisamente —mis palmas sostenían la rodilla inquieta de mi pierna cruzada sobre la otra y me encogí de hombros.

— Felipe me ha contado lo bien que les ha ido en la Fashion Week. No deja de sorprenderme el buen equipo que conforman.

"Si supieras Lily lo amalgamado que estamos..."

Por su sonrisa nerviosa y el meneo de su cabeza, intuí que lo decía con una doble intención.

— Al margen de eso, debes ser consciente de que has sabido ganarte un lugar en Studio Rondeau. Tu crecimiento fue impecable y prometedor, hemos sido parte de un proceso de diseño que nos ha arrojado buenos resultados, y sin dudas, tu capacidad profesional es destacable—tantos elogios me ruborizaban—  Quiero que sepas que he hablado con Frederick y está dispuesto a que te contratemos como personal estable en la empresa.

Me tapé la boca con las manos, conteniendo, en vano, la alegria desbordante de mi rostro.

Mi sueño seguiria un tiempo más. Salté de la silla, abrazando a Lily que aguardaba por mí de brazos abiertos.

— Eres muy talentosa y nos haces falta. Pero debo darte un consejo, si me lo permites—tomando distancia, regresé a mi silla. Inspiré profundo algo intrigada por lo que estaría por decir— . Me perturba, por decirlo de algún modo, la relación...estrecha...que mantienes con Felipe.

Lily sabía que sucedía algo más.

¡Estúpidos paparazzis!

— Las fotografías hablaron por sí solas. Frederick estaba un poco fastidiado con Felipe, por ser la cabeza visible del Studio. Pero he podido disuadirlo que tu labor profesional es mucho más importante que el romance que puedas tener con él.

— Lily...yo—avergonzada, no sabía de qué modo replicarle que siempre me comportaría como una mujer madura.

— Shhh Lucero —detuvo mis palabras posando su mano sobre la mía, en el escritorio— . Sabes cuánto te estimo y lo mucho que te respeto. Y no pretendo de ningún modo decirte cómo manejar tu vida privada. Eres una muchacha adulta, inteligente. Pero te recomiendo ser cauta.

— ¿Cauta? No entiendo por qué.

— Felipe es un amor de persona. Ya hemos hablado del tema pero no quiero que te lastime. Todos sabemos que mantiene una relación o un affaire con Selene. Eso es vox populi.

— No está más con ella— repliqué sin reconocer lo mucho que me molestaba que siguiesen creyendo aquello. ¡Felipe me habría dicho que me amaba!¡A mí!

— Perfecto Lucero, mientras tú lo tengas en claro, todo irá sobre rieles. No deseo que tu vínculo profesional dentro de la empresa se vea perjudicado con tu relación amorosa.

— Agradezco tu preocupación, la entiendo y es comprensible.

— ¿Me prometes entonces que pensarás más tranquilamente la propuesta que te hice? Sé que estás feliz, pero debes meditarlo bien. Tu familia está fuera, lejos. Tu vida pertenece a otro sitio lejos de aquí.

"Mi vida pertenece a Felipe, y adónde él esté".

— Prometo meditarlo con mi almohada —respondí bromeando, aflojando la incómoda situación a la que me arrastraba involuntariamente.

— Apenas tengas una respuesta, pónme en aviso. Necesito informarlo al área de personal. Ahora vete, tienes mucho por chismotear — pícara, me dio libertad para salir.

La puerta del despacho de Felipe estaba a menos de ocho metros de distancia; quería ir corriendo a decirle que Lily finalmente había convencido al magnate de Studio Rondeau para mi incorporación definitiva, y que era más que probable que mi respuesta de permanecer un tiempo más en París, fuese un sí. Pleno y seguro.

Nadie se encontraba en el pasillo. Podría entrar directamente a la oficina de mi ¿novio? 

Sí. Él ya me había dado ese mote en la gala benéfica, ¿porqué no hacer uso y abuso tan sólo un instante?¿Ya estaría en su cubículo inmaculado? Esta última duda no me habría sido allanada.

Arreglé mis jeans, estiré mi pelo con los dedos acomodándolo de un lado al otro, imaginando cómo le gustaría más; liberé la tensión de mis codos sacudiéndolos ligeramente y abrí la puerta sin golpear, corroborando que no habría llave.

Estupefacta. Congelada. Sin habla...mis ojos no daban crédito a lo que tenían frente a ellos.

— ¡Mierda— grité con furia....y me quise morir.


*Ufa: expresión de quejido o enojo.


*Rezongar: quejar


*Dar bola: corresponder amorosamente.

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