33 - "El rescate final"

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Acá dentro.

Esparcido como una plaga en mi cuerpo.

Eso...exactamente así se sentía mi dolor. 

Esa terrible y devastadora sensación de vacío comía cada célula de mi ser como un Pacman famélico.

Volví en el primer vuelo que salió de París sin importar que lo abandonaba todo; desde la posibilidad de seguir adelante con mis sueños como profesional hasta dejar mi corazón en esa ciudad, anclado, para siempre.

En el pecho, en el estómago, en mis tendones. Tanto dolor por dentro y por fuera, que no imaginé que mi cuerpo pequeño pudiese contenerlo. Cada poro de él se impregnaba de la espantosa muerte a causa del engaño.

Porque Felipe me habría estafado, emocional y físicamente.

Había confiado en él y un puto segundo en París nuevamente había bastado para encontrarlo  en los brazos de Selene.

¿Con qué necesidad me ilusionaba?¿Por qué mentir y hablar de amor? Fui una idiota.

Durante semanas quise convencerme de las desventajas de enamorarme de un hombre así, como él. Pero no porque tuviese un pasado turbio y enmarañado; sino por su espíritu libertino y poco comprometido hacia el amor.

La muy hija de puta de Selene tendría razón: él volvería a ella tarde o temprano. Lo conocía mejor que nadie; y yo no me di cuenta de aquello.

Aquellos dos segundos en los que estuve de pie, en su oficina, viendo cómo sus manos agarraban las muñecas de Selene, presenciando el torso desnudo y la mirada triunfalista de ella, me revolvió el estómago, sentí nauseas. Muchas.

Bajé a los tumbos por las escaleras sin saber donde estaba la salida; buscando huir como fuese. Irme lejos de él y de sus palabras emotivas a medida que recogía las esquirlas de mi corazón roto.

Abriéndome paso entre los chicos, no respondería a una sola de sus preguntas ante mi cara inerte y desencajada después de lo que se suponía, era una buena noticia. Katie fue la única que siguió mi rastro hasta mi casa quedándose hasta las 10 de la noche,preparándome caldos y consolándome. Forjaríamos una gran amistad.

Lily llamó al rato que Katie se retiró de mi departamento, preguntándome por mi estado y si estaba dispuesta a regresar a Studio Rondeau a pesar de todo...

Dije que no. Tuve que hacerlo. ¿Cómo podría permanecer en un sitio en el que me cruzaría con el causante de esta puñalada traicionera?

Estafada. Atormentada y decidida a irme, agradeciendo por la maravillosa oportunidad que me brindaba mi jefa.

"Siempre tendrás las puertas abiertas de Studio Rondeau, has dejado tu huella, pequeña".

Huella...como la que Felipe dejaría en mí. Porque  gracias a él conocería el cielo, pero también el infierno.

Sus mensajes y llamadas perdidas se alojaban en mi casilla de mensajes una tras otra, sin mayor destino que el de ser eliminados. No deseaba escuchar su voz; temí sucumbir ante la posibilidad de aceptar sus disculpas.

No habría nada que me garantizase su reincidencia al engaño. Sin respuestas al millar de preguntas que se agolpaba en mi cabeza, metí mi ropa nuevamente en mi valija, junto a mis esperanzas.

Esto seguía doliendo. Parecía no tener fin.

Mis padres estuvieron en Ezeiza  recibiéndome, incondicionales. Me hundí en los brazos de mi madre desconsoladamente. Ella me abrazaba fuerte, acariciaba mi cabello, aquietaba mi llanto.

Ricardo guardaba un visible enojo para sí, pero se contenía para no seguir amargándome y porque habría recibido las directivas de mi madre y su melliza en cuanto a ser reservado en los comentarios.

Por más de una semana, yo sería una sombra.

Sólo animada por alguna salida con mi madrina, con mis amigas Fernanda y Sol, quienes evitaban dejarme caer en la horrible depresión que me asediaba; caminaba por la enorme casa como un espectro. No quería comer. Quería que el tiempo pase y vuele como por arte de magia, para olvidarme de él.

— Dale Lu, no podés estar encerrada acá dentro todo el día— mi tía Débora entró a mi habitación un miércoles por la mañana, casi 10 días después de mi regreso de Milán. ¿Quién lo diría: Milan/Paris/Buenos Aires en menos de una semana? Toda una sumatoria de millas.

— No tengo un plan mucho mejor— corrí las sabanas, poniéndome de pie. Hacía calor en Buenos Aires. De seguro, me resfriaría por repentino cambio de clima.

— Sí que lo tenés y es salir. Tengo que ir al Unicenter a cambiar el regalo de cumpleaños de tu madre. Iré con ella. Acompañános—no tenía ganas de ir de compras y mucho menos caminar entre la gente...aun así, acepté. Debía salir de mi capullo de gusano de seda. Se lo debía a mi familia.

— Me perdí su cumpleaños...—la miré nostálgica.

— Podemos hacer una torta esta noche. Ella estará encantada de soplar las velas nuevamente —se rió dando un golpecito a mis pies desnudos, sobre el colchón.

— No sé si a mamá le agradará sumar más años de los que tiene...y además, vos tendrías que soplar también.

— Yo hace rato que no cumplo años querida...solo lo hace mi hermana — guiñó su ojo robándome una sonrisa.

Más tarde, vacié la valija. O algo de ella.

Desde mi arribo desde París el martes por la noche, no había ni siquiera sacado mi equipaje de su sitio. Tuve suerte de haber llevado algo de ropa a lavar al volver de Milán y que esa misma tarde la tuviesen lista para ser guardada.

Buscando algo que ponerme para ir de compras con mi madre y tía, me adentré a los confines de mi armario, todavía vacío. Había empacado la mayoría de mis pertenencias cuando volé en busca de un destino impensado, distinto. Alentador.

Colgué mis vestidos, y con ellos cada uno de los recuerdos de las noches en las cuales participaron activamente. Cada centímetro de tela parecía dispuesta a recordar su aroma; a tener tatuadas las yemas de sus dedos.

Así como no sabía lo que eran las mariposas en el estómago y la maravillosa sensación de estar enamorada perdidamente hasta que lo conocí a Felipe, tampoco sabía lo que era semejante dolor...hasta que lo conocí a Felipe.

Como una úlcera, quemando en mi interior, mi cuerpo se abría en dos partes. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que mis manos quisiesen tocar a alguien más?

Puse mis palmas sobre mi corazón. ¿Sería posible que algún día dejase de latir por él?

Tomé mi cabeza. ¿Podría olvidarlo?

Cuando regresamos a casa después del raid de compras, estaba agotada. Mi tía y su hermana hablaban compulsivamente, aullaban felices por las ofertas obtenidas y me insistieron en ir al cine.

Me quitarían una sonrisa; efectivamente, eran las únicas capaces de hacerlo.

Unos suaves brazos me rodearon por detrás. Mi padrastro me cobijaba con su calor.

Me aferré a sus manos y rompí en llanto, silencioso. Duro.

— Duele mucho...¿no?

— Demasiado...no sé ni cómo camino.

— ¿Por inercia quizás?

— Exacto— liberé aire por mi nariz. Nunca tan acertado.

— Perdonálo.

Pestañeé aun estando de espaldas a él.

— ¿Qué?—mi voz sonó aguda— . ¿Hasta hace una semana atrás querías decapitarlo y ahora me decís que lo perdone? Tendrías que pedirle a la tía que te derive a alguno de sus colegas.

— ¿Le diste la posibilidad de escucharlo?

— ¿Con qué propósito? Con lo que vi me fue suficiente. ¿Pretendés que recomponga tooooda la escena? ¿Con las partes sin editar? ¿Las que no vi? ¡No gracias!—me alejé de él bruscamente, sentándome en una de las sillas de la sala. Mi papá siguió mis pasos, ubicándose a mi lado.

— Creo que te precipitaste al venir hasta aquí sin saber realmente lo que sucedió —¿Ricardo estaba bajo los efectos de alguna droga? ¿Qué cuernos estaba diciendo?

— Pá — visiblemente irritada, me mantuve firme en mi discurso — : cuando abrí la puerta de su despacho estaba su ex medio desnuda, besándolo. Él la apretaba contra la pared y con los labios en llamas. Dos minutos más tarde y los encontraba cogiendo en su escritorio como dos conejos....¿hace falta que sea más explícita?— todo aquello salió impulsado de mis pulmones aliviando mi pecho. Era una conclusión reprimida que no había podido liberar y ahora la vomitaba ante mi propio padrastro— . Confié en él. Le di todo. Luché para que exorcizara sus fantasmas...y ¿cómo me pago? ¡Volviendo con la idiota de su ex!

— ¿Te estás escuchando?¿Qué lograría con seducirte, enamorarte y engañarte? Pensálo. Vos misma me dijiste que Selene era una harpía, que le había enviado mensajes y no dejaba de acecharlo. ¿No crees que pudo ser todo un ardid tejido por ella?

— No quiero pensarlo. No ahora y quizás nunca más. Me duele la cabeza— me puse de pie como un resorte, yendo rumbo a mi habitación dando un portazo fuerte y seco.

Desplomándome en el colchón, embebiendo la funda de mi almohada en lágrimas de resignación, un llanto agudo brotaba de mí.

¿Cuándo finalizaría esto?

No recordaba día de esos últimos 10 en los que no hubiera llorado, en los que no hubiese insultado a mi alma enamoradiza y a mi cuerpo traicionero, que se estremecía con solo tener su aliento cerca. Me abracé a mi misma, apretándome fuerte, como si el dolor de aquella presión resultase ser más fuerte que el de mi cuerpo.

No supe cuándo, no supe cómo, me sumergí en un sueño profundo, intenso...del que no quise despertar jamás...luchaba para no enfrentar el mañana. Un mañana hueco, hostil, sin sentido. Sin ninguna meta, desesperanzado.

Obsesionada con olvidar, no hacía mas que provocar el efecto contrario, afianzando el recuerdo de su imagen viva en mí.

Cada anochecer, deseaba olvidar sus manos al acariciarme, su cuerpo al penetrarme ni siquiera su mirada gélida y triste lo hostigué para conducir el Lamborghini. Las lágrimas recorrieron el mismo camino durante 10 interminables días y 10 interminables noches. Mis pensamientos vagaban en el mismo bosque de dudas, despertando durante el amanecer con las manos desnudas, sin haber recogido ni una sola respuesta.

El viernes y el sábado siguiente no fueron mucho mejores. Abrí los ojos...llovía y mucho. Las gotas repiqueteaban en los vidrios, dejando el rastro de su caída libre. Se asemejaba a una réplica cinematográfica extraída de mi machacado corazón.

Casi como una foto de mi alma.

Sin noción de la hora, me puse de pie algo mareada. Tenía la misma ropa que hacía mil horas atrás.

Fui al baño de mi habitación. El espejo no me devolvería una imagen precisamente decente.

El pelo revuelto, enredado, mi piel sin color, rozando la transparencia; mis ojos insípidos, opacos, de un extraño color sin vida y bordeados de ojeras espantosas. Era un trapo de piso. Y usado. Peor imposible.

Ya no solo me dolía el cuerpo por amarlo tanto y no poder hacer nada más al respecto, sino que estaba físicamente débil. Llevaba horas sin comer, mal dormida. Los pantalones de jean me sentaban flojos, bolsudos.

Habría perdido peso en estos días...y algo de memoria también; porque ni siquiera recordaba en qué momento iría al baño a cumplir con mis necesidades fisiológicas.

Junté ropa limpia de mi armario, la coloqué sobre la tapa del inodoro y abrí la ducha, poniendo fin a esta etapa harapienta y olorosa.

El vapor rápidamente envolvió las paredes de ese ambiente, empañándolo por completo. Me desnudé, templé el agua, y dejé que el chorro de agua barriese el daño que se acumulaba en cada pedacito de mi cuerpo.

En estado de relajación, los músculos se aflojaban, entregándome al jabón líquido de lavanda y a la sensación de perderme en un simple aroma que no me recordase el de Felipe. Recorrí con la esponja mi figura espigada y adormecida con mis manos. Echaba de menos su tacto, tan sutil, tan perfecto, me tocaría como nadie jamás lo había hecho...

Tampoco nadie me habría devastado como Felipe.

Otra vez "él" aparecía profanando mi memoria. Asaltando mis pensamientos.

Sequé mi pelo con serenidad. Sin dejar de observarme en el espejo, cada movimiento parecía raletinzado, mecánico y absurdo. De igual modo proseguí con mis jeans (confirmando que efectivamente, me quedaban más holgados) y una remera azul francia con unas letras en blanco que sugerían dramáticamente "dreams always come true".

No supe si reírme de la paradoja o tomarlo como una inocente coincidencia.

Un toque ligero en la puerta echaría por tierra suposiciones tontas.

Abrí, cotejando que mi madrina quería verme y se abalanzaba sobre mis piernas; incliné mi torso y nos fundimos en un sentido abrazo.

— ¡Por fin te despertás!— gritó contenta — ...tenía miedo que estuvieses como la bella durmiente, esperando que tu príncipe azul te besara y te sacara del encantamiento— con la ternura de sufrir por mi estado, ella daba su sentencia. Nos sentamos en mi cama y unimos nuestras manos.

— ¿Así que soy la bella durmiente?

— Si, pero sin vestido largo — festejé su ocurrencia acertada con una amplia sonrisa.

— Porque soy una bella durmiente moderna; que usa jeans y zapatillas —le mostré mis recientemente puestas converse negras.

— ¿Vas a comer con nosotros hoy?

— Sí,hoy y también mañana.

— ¿Y después de mañana también?

— Todos los días después de mañana— aseguré. Mi madre estaría devastada y sin fuerzas siquiera para venir a abrazarme. Estos diez días habrían sido un calvario para mis padres también.

Nos pusimos de pie a la par, Deby salió del cuarto dos pasos por delante de mi, marcando el ritmo y la dirección, cuidando de no sumergirme en otro coma de sueño. Se detuvo de golpe en el pasillo de la planta en la que se encontraban los dormitorios, llamando mi atención.

— ¡Prometéme algo! — su rostro expresivo hacía una mueca extraña, achinando su ojos y levantando un dedo, acusador. Venía de regaño la cuestión.

— Soy todo oídos — crucé mis brazos sobre mi pecho, exagerando el gesto.

— Que no vas a estar así de triste nunca más.

Mis labios esbozaron una "o" chiquita, quise llorar .Contuve finalmente mis lágrimas comprendiendo que nadie más que ella entendía el dolor del amor.

— Te lo prometo.

— Y otra cosa más...

— ¿Otra cosa más?¿No te parece mucho ya?

— No, ...no te estoy pidiendo mucho — revoleó sus ojos exageradamente reconociendo en él, mi frecuente gesto. Me eché a reír por reconocer el parentesco—. Vino alguien a verte, un muchacho muy bello con la voz de Antonio Banderas.

Creo haberme puesto pálida.  Solo existía UN chico con aquella tonada capaz de venirse hasta aquí.

Mi corazón repiqueteó desenfrenado. Sería un error.

— ¿Estás loca?—grité.

— ¡No querida! — me hizo un gesto balanceando sus manos— . Vino y está abajo hablando con tus padres...

"No, no  y no".

El suicidio masivo de mis hormonas acababa de perpetrarse. Escuché unos pasos pesados en los escalones, confirmando mis sospechas.

Felipe estaba de pie en el extremo del pasillo, donde terminaba la escalera. Lucía igual o más demacrado que yo.

— Hola Lucero — avanzó con lentitud estudiando mi reacción—. Es un gusto volver a verte.

— Los dejo chicos...ya he hecho suficiente por hoy —la misión de mi tía Deby había salido perfecta: sacarme de mi habitación para enfrentarme con la realidad.

Continué de pie, muda, incapaz de reaccionar coherentemente.

Felipe extendió sus manos, las acepté, sintiendo su contacto después de ¿cuánto? ¿12 días? Ya habría perdido la cuenta. De frente a él, mordí mi labio conteniendo las ganas de llorar, de preguntarle por qué me había traicionado de esa forma vil.

Titubeando acercó sus dedos a mi rostro, acariciando tiernamente mis pómulos pálidos. No pude negarme a su contacto, no tenía fuerzas para alejarme de su magnetismo.

— ¡Te he echado tanto de menos! — dijo al rozar mi piel con voz ronca, abrumadora.

— No creo que más que yo — tragué fuerte intentando mostrarme firme a pesar de todo.

— No he podido comer, no he podido dormir, pensando qué hacer para recuperarte.

— Y no tuviste mejor idea que volar más de once mil kilómetros en vano.

— Poder verte no ha sido esfuerzo en vano, Lucero.

Ahí estaba. Desarmándome con sus frases de amor.

— Ya me viste...me tocaste...podés volverte a París ya mismo—con desaliento, tragué.

— No digas eso, meine fee, no quiero ir a Paris...no quiero ir a ningún sitio si no es contigo.

— Chamuyo — largué bajando la mirada.

— No quiero vivir ni un minuto más de mi estúpida vida sin tí a mi lado.

— Te aburriste de mí una vez, podrías hacerlo dos...tres inclusive.

— Nunca me aburriría de ti, no seas tonta —acarició la punta de mi nariz con su dedo y mis defensas caían como un castillo de naipes— , lo que ha sucedido en mi oficina fue algo sacado de contexto.

— Sonás como los famosos de la tele que nunca dicen las cosas en serio y acusan a los periodistas de "sacar de contexto" los comentarios publicando falsedades.

— Selene estaba en mi despacho cuando llegué a primera hora del lunes. Se me tiró encima. La rechacé diciéndole que era una frígida...— su voz era un susurro, parpadeé asimilando lo que decía: él enfrentándose a Selene y diciendo cosas horribles. Era casi fantasioso—. Le aseguré que jamás me habría hecho feliz. Ella estaba molesta porque la rechacé, como lo hice durante la gala de Milán.Siguió adelante quitándose su sudadera y me atacó.

— ¡Pobrecito de vos!¿no? — disparé con sorna rehusándome a creerle.

— No quería resultar violento y empujarla de un golpe. ¡Aunque tenía ganas de arrojarla por la ventana! — ignoró mi sarcasmo anterior focalizándose en su propio relato, repleto de ira e indignación— . Lucero,ella ya no es parte de mi vida. No me interesa estar más con Selene.

— ¿Cómo hago para creerte?

— Ojalá tuviera la fórmula. Yo solo puedo intentar que te enamores de mí nuevamente. Que me conozcas, que cures mis heridas, que bromees conmigo, que sepas que quiero ser un hombre renovado y con ganas de permanecer a tu lado eternamente─enumeró─ . Meine fee—buscó mi mirada, escabulléndose entre mi mandíbula— : he compartido cosas y momentos que nunca había hecho con nadie. Te he presentado a mis padres, conoces a toda mi familia. Luché para convencer a tu madre de volar a Paris para tu cumpleaños, me he sentado del lado del acompañante en mi propio automóvil...¡piloteé un carro después de muchísimos años de dudas y sufrimientos! E incluso hasta le he aumentado el salario a Richard.

Quise reprimir una carcajada, pero no pude.

— Me he enamorado de ti, ciegamente. Volé hasta aquí sabiendo que apenas atravesase la puerta de tu casa tu padrastro estaría con el cuchillo dispuesto a hacerme picadillo, tu madrina con una cuchara para quitarme los ojos y tu madre con el tenedor, lista para comerme a trocitos.

— Sí, lo imagino. Son muy amables con las visitas— sumé sarcásticamente, confiando en que su amor por mí era sincero.

Todo aquello que dijo era cierto. Y sabía por su propia boca ( y la de Kenny y Lily inclusive) que siempre habría apostado por mí, nadie en su sano juicio y sin conocerme de verdad lo hubiera hecho;  él, sin embargo, nunca dejaría de hacerlo. Como profesional y como persona.

— Te amo Lucero. Estos días fueron un infierno. De puro padecimiento.

— No te afeitaste...—pasé el dorso de mi mano sobre su mentón áspero.

— No he tenido voluntad para hacerlo. Kenny me ha dicho que parezco Tom Hanks en el náufrago. ¿Puedes creer su desconsideración? Yo diciéndolo que moría de amor por ti y él haciendo comparaciones absurdas...

Reí ante el comentario acertado de Kenny y la mirada triunfante que se dibujaba nuevamente en la cara de Felipe.

— He telefoneado dos días atrás y he mantenido una conversación bastante...como decir...¿ríspida? con Ricardo— rascó su nuca al mencionarlo. De seguro decir ríspido, sería una ironía—  . Él me ha ayudado a definir detalles de mi viaje hasta aquí. Confieso que estuve bastante asustado.

Recordé la charla previa a mi ostracismo en mi cuarto; cuando mi papá intentó presuadirme que lo perdonara a Felipe. Para ese entonces, habrían hablado a mis espaldas.

— Quería pedirte perdón por no ser tan abierto, por haberte hecho sufrir, por cada lágrima que derramaste por mi culpa. Mi amor quiero sentirte, quiero ser tu dueño, tu amanecer, tu ocaso...quiero que seas mía, de todas las formas. Quiero ser tu Tristán eternamente...

— Shhhh calláte parlanchín...—estampé un beso en sus labios, me colgué de su nuca con la necesidad implícita de no separarme nunca más de él.

Tuve los pies colgando, me tomó fuerte por la espalda y en volandas ,dimos trompos en el pasillo.  Envueltos en un mar de besos, volvimos a darnos una segunda oportunidad...

_______

— Nunca me cansaré mi observar la nieve.

—¿Qué tiene de distinta esta nieve con la de Paris? —dije pasándole la taza de café humeante, recién servida.

— ¡Que esta es de Bariloche!

— ¡Qué acertado!¡No me había dado cuenta! — reí estruendosamente.

Dejando la taza en la medita de luz, Felipe se abalanzó sobre mi, pegándome al colchón, enredándonos en las sábanas de la cabaña con vista panorámica al lago Nahuel Huapi. Recorría mi cuerpo con un reguero de besos, provocándome cosquillas y ganas de reír.

Tras nuestra reconciliación, impulsados por la necesidad de ser felices y empezar de cero, compramos aquella cabaña de estilo suizo, cálida, con muchas habitaciones para que nuestras familias viniesen a quedarse por un par de días (Felipe amenazaría a sus hermanas para que no cayesen en malón) con vistas a establecernos en Bariloche, en la provincia de Rio Negro, Patagonia Argentina. Un lugar con el cual Felipe habría soñado muchas veces.

Abandonando Paris, vendiendo sus acciones de Studio Rondeau y dejando a Richard una buena suma de dinero para que emprendiese su propia agencia de traslados empresariales, Felipe pateó el tablero para vivir el hoy conmigo, pensando en el mañana pero sin retroceder sobre el ayer.

Haciéndome cosquillas, finalmente acunó mi rostro entre sus manos.

— No habrá minuto de mi vida en que no agradezca que hayas tejido las redes de mi destino al rescatarme, mi valkiria.

— Ni yo minuto en que me arrepienta de haberlo hecho, mi guerrero.


FIN




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