7- "Buenas impresiones"

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

¡Tonta tonta tonta! quise golpearme la cabeza.

 ¿Cómo habría sido capaz de hablarle de un posible enamoramiento de mi secuestrador? Era una idiota de proporciones épicas y para colmo, me había chocado la rodilla en la mesa.

Recurriendo al yoga, me había concentrado en no morir de dolor. Sin embargo, me molestaría más parecer una regalada, una mujer en celo y una adolescente inestable. Por suerte, Felipe era un caballero y me habría hecho zafar de la incómoda situación. No hacía más que papelones con él, era un desastre personificado.

Tendría que inyectarme una dosis de autocontrol si pretendia ser una persona razonable, adulta y profesional durante nuestro viaje.

— Lucero —con una extraña pronunciación de la letra "r", Kenny aparecía tras de mí, de pie en la puerta de acceso al edificio de oficinas, ya fuera— ¿Así que irás con nosotros a Montreal? —preguntó con una sonrisa generosa en su guapo rostro.

— Sí, acabo de confirmarlo con Felipe.

— Me alegro de que así sea...has causado muy buena impresión en la reunión con los de Berlín— dijo mientras se colocaba unos guantes de piel y cuero; a juzgar por ellos y por el casco de motocicleta colgando de su antebrazo, excepto que fuera a una fiesta de disfraces, no quedaban muchas opciones en cuanto su vehículo de locomoción.

— Gracias...creo que no ha sido para tanto. Aquí son todos exagerados — me resté mérito.

— Creéme que no. Felipe estaba muy emocionado y se ha encargado de que nos quedase bien en claro a todos lo impresionante de tu presentación.

El viento en aquella esquina era fuerte, me arreglé el pelo que volaría hacia un costado unas mil veces, mientras observé con algo más de detenimiento a mi futuro compañero de viaje.

Kenneth era alto como Felipe y su contextura física, sin dudas, fuerte. Sus hombros anchos, sus piernas enfundadas en un pantalon chupín bordó oscuro hacían de él un hombre sumamente atractivo. Era de cabello oscuro y ojos penetrantes,un ejemplar apetecible para cualquier mujer que no estuviese sumamente obsesionada con su jefe. Tal como era mi caso. Los rumores hablaban que Kenny no dejaba "títere" con cabeza, era un depredador a pesar de sus modales suaves y delicados al momento de hablar. Era cauto, no avasallaba a las chicas de la oficina cuando les hablaba, ni mucho menos. Evidentemente, su encanto al momento de la conquista pasaría por otro lado.

— ¿Hacia dónde vas? — me dijo interrumpiendo mi monólogo mental.

— A casa — me coloqué, en vano, un mechón de pelo tras la oreja.

— Te llevo — sin pedir permiso ni preguntar, impuso.

— No, vivo a tres cuadras, gracias de todas formas.

— ¿Tan cerca? ¡qué bueno! Yo vivo del otro lado del Sena, próximo a La Muette — fruncí la boca— ¿...la estación de metro? — sumó, sin éxito.

Meneé la cabeza, no estaba del todo ubicada geográficamente.

— No es muy lejos de aquí — comprendió que no tenía ni idea del sitio del que me hablaba— . De todos modos, te llevo.

— Kenny, gracias, pero prefiero caminar, tengo que pasar por el mercado aún — mentí simplemente porque no deseaba subirme a la moto con él.

— ¿Tienes miedo? Digo, a esto andar en motocicleta — se colocó el casco, arreglando el cuello de su cazadora oscura.

— No, de hecho mi padrastro tiene una Harley. ¡Me ha llevado a pasear muchas veces en ella! — dije sin divulgar mucho de mi vida.

— ¿Sí? ¡Qué bueno! La mía es una Ducati y no suelo llevar a pasear a nadie. Pero contigo puedo hacer una excepción —su propuesta me intimidó un poco; seguramente, provocando mi evidente sonrojo.

— Otro día aceptaré de buen gusto, Kenny. Hoy tengo cosas que hacer antes de llegar a casa.

— Te tomo la palabra entonces— levantó su dedo y guiñó su ojo.

— Desde luego —dije ante su insistencia.

Lo vi avanzar un par de metros más hasta el sitio donde se estacionaban varias motocicletas. Subió a la suya, no sin antes agitar su mano, adivinando que lo miraba. Bajé la vista, me había descubierto.

Me abracé a mi misma por el frío, giré y de golpe choqué con un muro de piedra. Pero no era una pared, por cierto.

Era mi jefe.

— Felipe, ¡perdón!¡no te he visto!

— Era de esperar, excepto que tengas espejos retrovisores sobre tus hombros es imposible que supieras que estaba detrás de ti — ocurrente, gracioso, despegaba una sonrisa de mi cara.

— Perdón — repetí. Inspiré su perfume embriagándome de él. Si me hiciesen un test de alcoholemia estaría por las nubes.

— ¿Ibas para tu casa? Puedo llevarte — ¿qué les pasaba hoy que todos querían ser mis choferes?

— Gracias Felipe. Lo mismo que le dije a Kenny te digo a vos. Tengo que ir a otro sitio antes de llegar a casa.

— ¿Kenny se ofreció a llevarte? — me miró extrañado, parpadeando en un sinfín de veces.

— Sí...— deslicé sin comprender su asombro.

— Él no suele llevar a nadie. Tiene una estúpida teoría parecida a la de los barcos.

— ¿Algo así como que es de mala suerte subir a una mujer?

— Exacto— reí por su despropósito.

— Algo dijo sobre hacer excepciones— confesé sonrojándome. ¿Estaba deseando darle celos?

— Kenny es un tipo extraordinario, pero bastante mujeriego...ten cuidado con él — recomendó. Pero para mi desilusión, no lo decía con tono celoso ni posesivo.

— Tranquilo, jefe...por eso te llevo de viaje a Canadá. Serás como mi guardaespaldas— respondí pícara, guiñé mi ojo y me fui frente a sus narices.

Debía escapar antes de seguir diciendo estupideces. Era mi jefe y estaba queriendo ser divertida para él...¿con qué propósito?¿qué me había comido?¿un payaso?

No era mi amigo, ni mi novio...

¡Era mi jefeeeeeeeeeeeee!

Jefe, superior, casi dueño, socio principal, accionista...mil denominaciones con un sinónimo en común: imposible

Ese hombre tenía la capacidad de trabar mi lengua y dominar mi cerebro, me convertía en una idiota. Mis bromas carecían de sentido, mis palabras eran incoherentes.

¡Estaba perdida si continuaba siendo tan infantil!

--

El fin de semana hibernaría como un oso polar, mirando la TV, poniéndome al día con mi tía Deby que me pedía detalles sobre mi jefe y mi intención de tirarme a él, y con mis padres, ávidos de fotografías y novedades.

Por un instante quise decirle que iba a viajar a un país desconocido, con mi jefe y un asesor. Pero decidí que no. Mi madre n perdería la oportunidad de tildarme de impulsiva.

Ignorando consciente e inconscientemente si quería hablar del tema, lo oculté, haciéndole jurar a mi tía Débora que me iría de viaje. Reprendiéndome, pero respetando mi decisión sería mi cómplice. Otra vez.

Adelantaría entonces, trabajo de la Universidad, me costaba mucho comprender las cosas porque todo significaba un doble trabajo: primero, desgrabar las charlas, (me habrían permitido hacerlo por ser extranjera y recién llegada, un privilegio que creo tener que atribuírselo al comedido de mi jefe) en segundo lugar, traspasarlas; luego, comprenderlas en castellano (idioma en el que funcionaba mi cerebro) y luego, hacer resúmenes en francés.

Todo presumía un desgaste que no pense sería semejante. Sin embargo no podía quejarme de nada, de absolutamente nada. Estaba en un muy buen trabajo con amplias posibilidad de progreso y en una Universidad muy importante. Aprovechando este guiño de la vida.

El lunes arremetió cruelmente contra mi voluntad de despertarme, con la luz asesinando mis párpados. Deseaba un día más de descanso....unas horas...unos minutos más.

De mala gana me di una ducha deseando quitarme el agotamiento mental del fin de semana. ¿en qué estaría pensando mi jefe cuando preguntó qué hacía los fines de semana?

De seguro se imaginaba que tendría una vida social más amplia, nutrida de nuevas amistades y experimentando nuevos lugares de diversión....pero nunca estaría más equivocado. Con fortuna, apenas sí conocía un par de buenos lugares para pedir comida, o comprar ropa no tan costosa. Nada más que eso.

No podía confesarle que ya no era una adolescente alocadada que solía robarle el auto a su padre y volver a cualquier hora a su casa. Ahora debía demostrarle que era una muchacha adulta, profesional y con gran futuro.

Tenía que ser infalible ante sus ojos. Ante los ojos de todos, incluso, de los míos.

Sequé mi pelo, lo acomodé con las manos hacia atrás y me coloqué unas hebillas para que no me cayera en la cara. Recurrí a un vestido a mitad de piernas color gris oscuro, tejido, con cuello en V cruzado sobre mis pechos y de mangas hasta los codos. Medias gruesas y botas altas. Un gran conjunto para el el frío comienzo de semana.

Me miré al espejo. Sin dudas era un look bastante descontracturado pero algo aburrido para lo que estaba acostumbrada. De inmediato pensé en que una diseñadora de indumentaria siempre tendría que poseer un detalle que la distinguiese.

¡Un collar! Colocándome uno plateado y muy extenso, di varias vueltas hasta mitad de mi torso imprimiéndole un toque más de sofisticación. Me saqué fotos para enviárselas a mi madre, con la esperanza que me felicitara por mi buen gusto al momento de vestirme.

Este atuendo era parte de mi nuevo vestuario adquirido el sábado por la mañana durante un largo trayecto a pie ( que sufrirían y mucho) junto a otros cuatro conjuntos más y ropa diaria. Tendría que hacer las valijas en breve, ya que el vuelo del miércoles salía a las 7 en punto.

Con mi sobretodo a cuestas, caminé como todas las mañanas cargando mi tazón térmico con café con leche. Era bastante distinto al café que solía tomar en Buenos Aires; el gusto del agua, la leche... Aun así, me acostumbraría a la fuerza.

Eso no sería todo, en mi nuevo bolso (gigante por cierto) llevaba unas rodajas de budín de limón de mi autoría que tanto le gustaban a papá, una especialidad (tal vez la única culinaria) que poseía.

— ¡Qué frío! — saludé a Katie y a Pietro con un beso, los únicos dos presentes en la mesa del taller. Dejé mi café a medio terminar para sacarme la pashmina del cuello y apoyé en una de las bancas mi sobretodo de paño. Me froté los brazos dándome calor con las manos.

— De seguro en unas horas más, nevará — dijo Pietro, bebiendo su té matutino. Festejé.

— ¿Gustan? —saqué de entre mis cosas, el recipiente— . Son rebanadas de budín de limón— pronuncié en mi idioma natal para repetir en francés — .Sé que París además de buena moda tiene gran gastronomía, pero no pretendo hacerle competencia a nadie —dije mirando el momento en que ambos agarraban una porción con timidez.

— Mmm ¡está muy bueno! — Pietro daba su aprobación abriendo sus ojos verdes y subiendo sus cejas.

— ¡Está excelente! —agregó Katie y me engrosé de orgullo.

— ¡No puedo permitir que todos prueben menos yo!— la voz ronca y divertida de Felipe se filtraba por entre los grititos de mis compañeros de equipo que se quedaron inmóviles.

— ¡Por supuesto, es el jefe! — le dije acercando el recipiente. Tomó uno con ánimo. Jamás me habría imaginado que comiera otra cosa que no fueran croissants recien horneadas, jugo exprimido y un café oscuro sin rebajarse a comer un pedazo de budín casero e imperfecto.

— ¡Me asombras para bien Lucero!...¡está realmente bueno!...Creo que me llevaré uno para el camino — puso la palma de su mano hacia arriba para servirse otro trozo— . A las 12 te espero en mi despacho para ultimar detalles de lo de Canadá.

— Sí, Felipe, desde ya— repliqué.

Volteé hacia mis compañeros que parecían dos soldados, de pie, inmóviles y expectantes.

— ¿Canadá?— repitió Katie una vez que nuestro jefe se evaporó— , dijo...¿Canadá?

— ¡Sí!— acentuó Paul revoleando los ojos.

— Montreal, más precisamente— agregué.

— ¿Qué tienes tú que ver con Canadá?— Paul se mostraba intrigado mientras comía su último bocado.

— Ayer me propuso viajar con él y con Kenneth, el joven de finanzas, a cerrar el trato con un cliente.

Los dos abrieron la boca como un aro de basquet.

— ¿Y qué les dijiste?

— ¡Que sí, tonta!— agregó Paul— , ¿cómo puede negarse? ¡Viajar en plan de negocios es emocionante!

— Bueno...sí, supongo— hice una mueca extrañada, para cualquier mortal era una oportunidad sin desperdicios, para mí, un completo mar de vacilaciones.

— ¡Es genial, amiga! — Katie me abrazó muy fuerte— . Es impresionante el vuelco que tomó tu carrera en un par de días — agradecí su felicidad para conmigo cuando Gerard se acercó a nosotros.

— ¿Por qué tanta algarabía? — quitándose el abrigo, sentenció exasperado.

— ¡Porque la pequeña Lucero se va de viaje esta semana con el segundo de finanzas y con nuestro jefecito Grosvenoir! — Paul golpeteaba sus palmas con emoción.

Gerard alteró su semblante. Yo odiaba cuando fruncía su cara como si algo lo asqueara. Y en ese momento, lo hacía.

— ¡Oh qué buena suerte! ¿Se te dan bien los tríos?— disparó con sus fríos ojos azules que quise arrancar con mis propias manos. Tuvo suerte de que no tuviese una cuchara cerca, sino les haría palanca con ella.

— ¡Sos un desubicado! — en español, sin reparar en diferencias idiomáticas, escupí furiosa.

— ¡Sudaca! —dijo, también en castellano hiriéndome no por lo que me decía en particular, sino porque lo hacía sin razón alguna.

— ¡Idiota!—agregué nuevamente apelando al español — ¿O hace falta que te lo traduzca? —completé en francés.

— ¡Eres un tonto Gerard! — dijo Paul en mi defensa. Pero no me importó, el daño estaba hecho.

— Seguramente lo decís de envidia —aun me quedaba la garganta repleta de ira, hirviendo por responder — , porque tu mujer ni siquiera te elegiría para un menage a trois—disparé sin reparar en lo que vendría.

— ¡Wagner!

Oh Oh....

Las cosas se popian desagradables. Felipe estaba por detrás. Tomé aire y giré para verlo con el ceño fruncido y el semblante helado. Habría presenciado la peor parte de la charla poco amable. Presioné mis párpados con fuerza.

—¡¡Ven a mi oficina!! ¡ya mismo!— dijo y yo solo pude ser capaz de asentir. Estaba en problemas y feos. Katie miró anodada, Gerard, sin embargo, emitía una sonrisa estúpida que deseaba borrar de un golpe.

Seguí a mi jefe como si fuera en dirección a mi propio via crucis. El no declinaría en su accionar ni un solo momento; finalmente abrió la puerta de su despacho, me permitió ingresar primero, cerró y correctamente, me invitó a tomar asiento. Algo muy rutinario pero no menos cordial.

— Explícame qué acaba de pasar —su tono era duro— . Bajé por un segundo en busca de otra porción de bizcocho y me encuentro con una grosería semejante de tu parte, frente a todos. Esto es un trabajo, Lucero. No un estadio de fútbol— entrecruzó sus dedos. Me regañaba, con justa razón porque me habría desbordado como si estuviese en el colegio primario, tal como apuntaba mi mamá los domingos por la tarde, cuando frente a la TV, me enfurecía al ver un partido de Huracán de Parque Patricios.

— Pido disculpas por mis improperios. No volverá a pasar— bajé la mirada, aturdida y avergonzada.

— Cuéntame exactamente qué fue lo que sucedió—cedió en su rigidez.

— Gerard fue grosero conmigo.

— ¿Qué te dijo?

— No vale la pena— mi vista permanecía vagando en el piso. Por un momento, enumeré cuántos rulos tenía la alfombra debajo de su escritorio.

— Soy tu jefe. Deja ya de rodeos y cuéntame de una buena vez. Lo exijo.

Dudé por un segundo. Parecía estar frente al director del Instituto.

— Ni soy el director de un colegio ni pretendo que dejes en evidencia a alguien — leyó mi mente descaradamente— . Solo busco saber por qué reaccionaste así. No está en tu esencia esa clase de respuestas. Eres agradable, sensible...no forma parte de tu conducta— acababa de dar un resumen de lo que pensaba de mí. Sin saber que en casa me llamaban "cachito".

Leyéndome la mente, dejándome desnuda, me advirtió sin perder la armonía en sus palabras.

— Ha hecho un comentario desagradable con respecto a nuestro viaje a Canadá. Pero creo que le he puesto los límites. No de la forma correcta, claro está — jugueteé con uno de mis anillos. Más precisamente el de oro con las iniciales de mi nombre.

— ¿Qué ha dicho Lucero? No me exasperes. No volveré a preguntártelo — visiblemente más nervioso, lo mejor sería hablar; ese hombre enojado no parecía ser recomendable.

— Estaba contándole a los chicos sobre la propuesta que me has hecho de viajar a Montreal, cuando apareció Gerard y quiso saber de qué se trataba nuestra charla. Fue para entonces cuando comenté que tanto vos como Kenny serían mis acompañantes.

— ¿Y?— movió su mano arengando a que continúe el relato. Tomé aire y finalmente, desenfundé.

— Me preguntó si era buena para los tríos.

Detallar el rostro de Felipe resultaría imposible.

Mordió sus labios conteniendo una ira irrefrenable, sus nudillos estaban blancos de la autopresión ejercida sobre ellos mismos; sus ojos no dejaban de latir.

Las aletas de su nariz, se abrieron cargándose de aire.

— Conque eso te dijo — afirmó masticando malestar.

— Sí. Eso y que era una sudaca— repetí sospechando que sabría el significado — . Lo que escuchaste de mí, fue lo que le sucedió a sus palabras.

Finalmente, bajando la vista, meneó su cabeza sutilmente. Una sonrisa nerviosa escapó de sus labios finos, la cual me contagió.

— No tienes pelos en la lengua, joder...— agregó mi jefe liberando la presión de mi columna rígida y controlada.

— No. Y menos cuando me agreden sin merecerlo.

— Nadie merece ser agredido — replicó sereno— . Aun así, no se trata a una mujer de ese modo Lucero, bajo ninguna circunstancia. Por lo pronto — se puso de pie yendo en dirección al amplio ventanal que reflejaba un perfil exquisito de la ciudad — vuelve a tu sitio e ignóralo.

— ¿Qué va a pasar conmigo entonces?— había dicho una grosería extrema, comportándome como una pendenciera y mereciendo una sanción ejemplificadora.

— ¿Perdón?¿Qué quieres decir?— volteó la cabeza y su cuerpo, sin liberar sus manos de los bolsillos de su pantalón impecablemente negro y planchado.

— No fue profesional de mi parte dirigirme a él de ese modo. Supongo que tengo ganada una suspensión o algo parecido.

— ¿¡Estás loca!? —me dijo y abrí los ojos como dos soles—  Hace largo rato que Gerard me estorba, no fue una buena elección darle esta oportunidad. Sin embargo, esta fue una excusa perfecta para deshacerme de él.

— Es...¿para tanto?— pregunté con sorpresa en la voz.

— No solo no responde como queremos, sino que además, es un pésimo compañero de trabajo, maleducado, soberbio...no me interesa tenerlo aquí.

— ¿Lo van a despedir?¿Por mi culpa? — mi boca dibujó una marcada O.

— No es un despido ni es por tu culpa. Simplemente se rescindirá la beca. Ustedes pueden irse cuando gusten, no los atamos a estar aquí —dijo con una sonrisa— . Por el contrario, si nosotros consideramos que no cumplen con las expectativas propuestas, se suspende el trato y ya. Pero despreocúpate, sucederá cuando ninguno de nosotros esté aquí. Quiero evitarte la incomodidad de su descargo al momento de irse.

— Supongo que no puedo decírselo a nadie entonces.

— Confidencialidad absoluta, Lucero.

— Está bien— aunque sentía que no lo estaba.

— No te sientas culpable. No apruebo tu conducta, pero te defendías.. Yo le hubiera dado un puñetazo y probablemente le hubieran tenido que operar le la mandíbula para quitarle mi mano de ella.

Largué una risotada fuerte, y rápidamente llevé mis manos a mi boca.

— Me gusta verte sonreir, eres muy fresca...como una brisa de verano—mi jefe era un seductor, sabía decir las palabras juntas en el momento apropiado. ¿Cómo no enamorarme de un hombre así?

"¿Habría pensado en la palabra enamorarme?" Lo mío rozaba lo preocupante.

— Bueno, si no me necesitás más...—exhalé poniéndome de pie antes de comenzar con mi cúmulo de pavadas.

— Regresa al taller. Recuerda que en dos horas te espero aquí nuevamente para ultimar detalles con Kenny.

— Perfecto...hasta luego Felipe y gracias nuevamente por tu consideración.

--

Las horas de la tarde me encontrarían dispersa, concentrada en tonteras y cosas vagas. La discusión con Gerard me habría quitado energías y suprimido el ánimo. Katie me friccionaba la espalda y decía al oído cosas como "es un tonto, déjalo ya", mientras yo pensaba con disgusto que en pocos días más, ya no estaría compartiendo espacio con él.

La reunión con mi jefe y Kenny transcurrió amenamente. Tomaríamos café, engullimos las pocas porciones de budín que aun tenía en mi recipiente y reimos de alguna que otra anécdota universitaria de Kenny y Felipe.

El clima era agradable, distendido, como si mi encontronazo con Gerard fuera parte de un pasado lejano y no producto de unas horas atrás.

— El objetivo es simple — Felipe mordió una rebanada y me pregunté dónde es que acumularía esas calorías. Ese hombre no poseía un gramo de grasa fuera de sitio— , debemos convencer a Jefferson que esta colección se venderá muy bien. Es para entonces, cuando haces tu aparición triunfal—señaló a Kenny, sentado cómodamente en una de las sillas de visita, a mi lado— mientras que tú, niña mala — dijo en pleno castellano y con malicia en la mirada— tratarás de convencerlos desde el punto de vista del diseño, explicando el por qué se venderá como pan caliente.

— O sea que tendré que armar una estrategia de venta — repasé intentando comprender mi función.

— Algo así. Kenny te apoyará en cuanto a los números específicos y yo desde mi punto de vista del marketing y publicidad gráfica. Esto es a lo que apuntamos —me hizo entrega de una carpeta con más de 50 páginas— . Estúdialo para el miércoles. Es una breve reseña de los objetivos del diseño y esos divagues a los que recurren los diseñadores para venderte cualquier cosa — fue sarcástico y en conjunto con su fiel ladero, lanzaron un risa descarada.

— Muy gracioso jefe....ja ja— los miré a ambos y por un instante consideré la idea de un trío...

Mmm la idea de Gerard no era del todo mala. 

Moví mi cabeza sutilmente alejando esos pensamientos idiotas y fuera de lugar, para concentrarme en lo que seguía diciendo mi jefe. ¡Dios! Necesitaba una ducha fría.

¿Pero desde cuando a la mojigata Lucero le interesaban tanto los hombres?

Desde siempre, me respondí. La cuestión, es que siempre había sido reprimida.

— Kenny, tú ya tienes experiencia en redondear números y maquillar cifras así que esto tiene que ser pan comido...o bizcocho comido en caso que Lucero sea quien cocine—guiñó el ojo hacia mi ubicación, aniquilando el último gramo de cordura que se albergaba en mi cabeza— . Miércoles, cinco de la mañana, en el aeropuerto—recalcó — . Cualquier duda, nos reunimos nuevamente — como un general de ejército, obedecimos tras su choque de palmas.

Kenny se puso de pie para irse, no sin antes dirigirse hacia mí.

— Voy a almorzar fuera ¿te gustaría acompañarme?— acercándose peligrosamente, susurró a escasos centímetros de mi zona de confort...o sea, menos de un metro. La hora había volado y mi estómago pedía algo sustancioso.

— Te agradezco, prefiero comer más tarde. El budín me ha satisfecho bastante—evadí estoicamente.

— Como lo de la motocicleta, supongo que lo dejaremos para más adelante entonces —seductoramente me desnudó con sus ojos penetrantes y se fue.

Pestañeé dificultosamente, algo impactada; Kenny me intimidaba pero no para bien, sino rayando lo incómodo. Felipe sin embargo, me observaría de reojo; fingía estar ordenando unos papeles (que ya estaban prolijamente ubicados en una gran pila sobre su escritorio).

— Me retiro Felipe — anuncié mi salida.

— Está bien...y procura comportarte bien esta vez— me miró por sobre sus anteojos de montura gruesa y negra. Suspiré. Ese consejo ya me lo habrían dado antes.

— Lo prometo guardaespaldas.

— No creo parecerme a Kevin Costner tampoco, pero al menos es un poco más joven que Redford.

Salí con una sonrisa de oreja a oreja.

Acaba de confirmar mis peores pesadillas.

Estaba oficialmente en problemas por lo mucho que me atraía mi jefe.


*Regalada: muchacha fácil.

*Pantalones chupín: pantalones ajustados a las piernas.

*Hebillas: sujetadores para el cabello.

*Tejido: lanilla

*Sudaca: Abreviación despectiva de sudamericano.

*Pendenciera: buscapleitos


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro