Capítulo 20: Saboreando la supervivencia

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—¡Oigan!, ¡¿hasta cuándo piensan dormir?! ¿me están ignorando?, ¿sí? ¡No, no me ignoren! ¡Levántense ya! 

 La voz gruñona y medio aguda de Amatori sacó a Ainelen de su descanso. La chica abrió los ojos e intentó levantarse, pero su frente chocó con una de las varillas que sostenían la tienda. 

 Soltó un gemido de dolor. 

 Luego de sobarse la zona afectada, con sus ojos aun llenos de lagañas, se percató de que Danika estaba durmiendo al revés. Su cabeza estaba fuera de la carpa, mientras que sus pies yacían sobre la almohada. Ainelen soltó una risa nasal. 

 —Danika, vamos. Es hora de partir. 

 —...vamos. Te seguiré... juro que... las ovejas no son rizadas. 

 «¿Sigue con eso? Supremo Uolaris. De verdad le afectó». 

 Como no veía intención de que la rizada fuera a salir de su letargo, Ainelen decidió darle un suave pinchón en las costillas. Danika se rio un poco, entonces abrió los ojos como platos y a velocidad de un relámpago, se levantó hasta quedar sentada, media de lado. 

 —¿Qué fue eso? —dijo muy consternada. 

 —Nada, creo. 

 Ainelen se hizo la desentendida y salió rauda de la tienda. Ella había sido la segunda en estar lúcida, ya que Holam y Vartor continuaban durmiendo. 

 —Me alegro de verte, jovencita. Pero... —Amatori deshizo su expresión de risa forzada, con las comisuras de sus labios más contraídas, entonces se dirigió hacia donde estaban los últimos durmientes—. ¡Hey!, ¡¿ustedes hasta cuándo?!, ¡Estoy harto, pedazos de imbéciles!, ¡Por su culpa se nos hará tarde! 

 A través de la abertura de la tienda, Ainelen vio a Holam dormir con rostro sereno, entonces este abrió sus ojos y se levantó con gracia. Él no era igual de torpe que ella, eso le daba un poco de envidia. Vartor, por su parte, pegó un manotazo que su compañero alcanzó a bloquear. 

 Más tarde, estaban todos a punto de marchar. 

 El estómago de cada integrante protestó con un gruñido. 

 —A ver si pillamos una deliciosa rana, o tal vez un conejo. 

 —¿Tori come conejos y ranas? Qué repugnancia —se quejó Vartor. 

 —No es tiempo de ponernos exquisitos, flacucho. No creo que aquí en la planicie nos caiga un emparedado del cielo. 

 Ainelen encontró gracioso que el chico boca de gato dijera eso, pero cuando reflexionaba, sus ojos que miraban hacia arriba detectaron algo. 

 Espera. Algo sí que estaba cayendo del cielo. 

 Y no era comida. 

 —Oigan, ¿qué es eso? —les avisó a sus compañeros. 

 —Parecen, nubes negras —dijo Danika. 

 —¡Ah, y creo que caerán aquí! —añadió Vartor con una expresión hipnótica. 

 Amatori y Holam fruncieron el ceño, entonces ambos desenfundaron sus espadas al unísono. 

 —¡No se queden ahí, tontos!, ¡Estos son...! —Amatori retrocedió, entonces hubo un estruendo delante del grupo. 

 Una de esas estelas negras había golpeado sobre el terreno abierto, levantando una nube de polvo que se expandió rápidamente. Los chicos dieron pasos hacia atrás, aterrorizados. 

 Desde el cielo, exactamente, desde donde debería cruzar la grieta, descendieron nuevas estelas oscuras. Una, dos, cinco, siete, ¡¿diez?! Golpearon el suelo cerca del grupo. 

 —¿Qué son estas cosas? —preguntó Ainelen, alistando su bastón delante de ella. Los demás ya estaban en posición con sus propias armas. 

 —No lo sé, no había escuchado de nada parecido —respondió Amatori. 

 Luego de que la mezcla de polvo negro y marrón se dispersara, seres de aspecto humeante emergieron desde la tierra. Tenían forma humanoide, de una altura de dos a tres metros, con un cuerpo negruzco que era cubierto en ciertas partes por tierra y rocas. Sus rostros tenían facciones superficialmente definidas, lo que les otorgaba un aire terrorífico. 

 —¡Curandera, al fondo! —ordenó Amatori, poniéndose delante—. ¡Bastión, ven conmigo!, ¡Ustedes, espadachines, uno que cubra a Ainelen y otro a nosotros! 

 ¿Desde cuándo él daba órdenes en el equipo? En todo caso, para Ainelen no fue un disgusto, sino más bien una novedad. Pero bueno, alguien tenía que hacerlo. Suponía que era así más o menos como lo hacían los exploradores. 

 Una vez estuvieron formados, esperaron a la defensiva. Las criaturas avanzaron flotando encima del pasto y de las zonas despojadas de hierba luego de los impactos. Cerraron la distancia deslizándose a una velocidad intermedia. 

 Danika descolgó el broquel que portaba en su espalda y presionó al primer enemigo con un empuje violento. A continuación, con su mano derecha dejó caer un potente corte vertical. Su espada bastarda fue un poco lenta, pero así mismo, el impacto llevaba tanta fuerza que el ser negruzco estalló en humo y escombros cuando fue alcanzado. 

 La rizada tosió y retrocedió cubriéndose. Entonces gritó triunfal: 

 —¡Chúpate esa, fantasma debilucho! 

 ¿Fantasma? Sí, era un término adecuado para esas criaturas. 

 Amatori cargó contra el siguiente de ellos, deslizándose por debajo del agarre de una mano y clavando la punta de su hoja espinada en el abdomen. Su movimiento fue muy veloz, tanto que Ainelen creyó que su diamantina no pesaba nada. Cierto, el bastón tampoco pesaba mucho, así que era de esperarse. 

 Tal vez fue un descuido del joven, porque lo que no hizo bien fue retroceder a tiempo. El ser estalló antes de que Amatori saliera del rango de peligro. 

 —¡Oye!, ¡¿estás bien?! —gritó Ainelen preocupada.

 De la estela de humo salió una figura humanoide a trompicones, entonces se derrumbó y rodó hasta cerca de ella. Amatori se había cubierto la cara y no parecía especialmente herido. Aunque tosió y gruñó adolorido, logró ponerse de pie y respirar un poco. 

 —Maldita sea, qué fácil es esto. Pero esa explosión no me da buena espina. Si tan solo hubiese un arquero. 

 Antes las palabras de su compañero, Ainelen recordó que ella había querido ser una. Ese era su plan original, manejar un arco y pararse a distancia de los enemigos, para no ser alcanzada. Era una cobarde, lo reconocía. 

 Mientras cuatro de los miembros del equipo se mantenían en espera, Danika blandió su espada contra el tercer fantasma. Repitió el proceso: cargó con su escudo, apartó de un empujón y lo reventó con un golpe abanicado de su espada bastarda. Qué bien lo hacía. 

 —¡Hey, maldita, no me quites la diversión! —Amatori salió corriendo y buscó el costado del cuarto enemigo. Pero ahí fue cuando otro fantasma se deslizó por un costado y lo agarró de su brazo izquierdo. 

 Holam fue en su ayuda y sin la prolijidad necesaria, deslizó un torpe corte diagonal que, de todas maneras, logró cercenar el miembro del fantasma. Se preparó para cubrirse, pero tanto él como Amatori, que había caído al suelo y yacía hecho un ovillo, no recibieron nada. 

 «Solo explotan cuando les atacan el cuerpo principal», dedujo Ainelen. 

 —¡Vartor, se suponía que tenías que ayudar tú! —gruñó Amatori—. Ni modo. Holam, no la cagues. Ve por el otro costado. 

 Los dos muchachos atacaron al mismo enemigo, ahora rodeándolo antes de que fuera socorrido. Entonces el chico pelo ondulado le asestó un corte bajo la axila, dando la señal inmediata de retirada. El fantasma explotó, pero Holam y Amatori ya se habían distanciado lo suficiente. Quedaban seis. 

 —Cambia con Vartor —ordenó Amatori, señalando a Holam. 

 El chico boca de gato y el flacucho atacaron a un nuevo oponente. Estos últimos no eran muy veloces, de hecho, la sensación de peligro cada vez era más tenue. 

 Holam se puso al lado de Ainelen, resguardando su seguridad, como lo había sido en el plan inicial. 

 —¿Cómo funciona la diamantina? —preguntó. 

 La muchacha agachó la cabeza, avergonzada. 

 —No lo sé —«Soy la única que no está haciendo nada», pensó.

En cuanto a la pelea, Danika había liquidado a otro fantasma, y luego a otro. Restaban cuatro aún. Amatori y Vartor rodearon a uno, pero cuando planeaban cortarlo, Vartor tropezó y recibió un golpe en un costado. Su armadura pareció humear, o más bien, quemarse.

 —No seas bruto, hombre —fue regañado por su compañero, quien evadió un agarre y le abrió al fantasma un tajo que bajó desde el hombro izquierdo a su cadera derecha. La criatura dejó salir un alarido y estalló en humo negro. 

 Los tres enemigos faltantes fueron exterminados rápidamente. Danika se llevó dos, mientras que el último cayó a manos de Amatori. 

 —¡Fueron seis! —la rizada se arrodilló para descansar. Estaba hecha un desastre, sudando y con la respiración desordenada—. ¡Seis! 

 —No presumas, mujer —Amatori chasqueó la lengua, luego escupió hacia un costado. Su cara se había contorsionado del enojo—. A la próxima te ganaré. 

 —¿Ah sí? Estaré esperando ansiosa. 

 El equipo dejó un momento para reponer energías. No haber comido desde anteayer estaba jugándoles una mala pasada. 

 En cuanto a los seres a los que habían vencido, no quedó ni el más mínimo rastro. Las zonas de impacto habían recuperado la coloración natural de la tierra, con alguna que otra roca dispersa. 

 —Eran bien raros, ¿eh? Me pregunto si hay más de ellos por aquí —dijo Vartor al cabo de un tiempo. 

 Amatori se irguió. 

 —Juraría que sí. 

 —Suena bien para mi —Danika sonrió frunciendo el ceño. 

 El resto del día lo dedicaron a buscar comida. Avanzaron hacia el oeste y luego un poco más hacia el norte. En algún bosque pequeño debían hallar alguno que otro animal que pudieran despellejar, o, en el peor de los casos, avanzarían directo hasta el río Lanai y pescarían. Aunque eso último, era una idea poco práctica según las circunstancias. 

 De acuerdo al mapa, la trayectoria hacia la fortaleza Elartor concordaba con la ruta que en ese momento llevaban. Inevitablemente, para lograr su cometido, tendrían que cruzar el río sin ningún puente de por medio. Dado el ancho que tenía el caudal, sonaba a un reto difícil. 

 Al caer la tarde, se encontraron siguiendo a un ciervo que paseaba casualmente en los alrededores. El grupo dejó su equipaje pesado oculto y se dividió en dos bandos: el primero estaba integrado por Ainelen, Holam y Vartor, mientras que el segundo por Amatori y Danika. 

 Rodearon al animal a pasos silenciosos, sin que este sospechara del macabro plan que se tejía a sus espaldas. El ciervo masticó unas hojas secas y pasó sobre la gruesa raíz de un árbol. 

 Ainelen tragó saliva. No deseaba quitarle la vida a ese ser, se rehusaba a dañar a los animales, pero entendía la necesidad por la que atravesaban. Vamos, no tenía que estar nerviosa, si hasta había despellejado algunos. 

 «Despellejar y matar son dos cosas distintas», pensó. 

 Amatori indicó con su dedo índice desde el otro lado. 

 Preparada. 

 Luego levantó el pulgar. 

 Ahora. 

 Los chicos saltaron al ataque con rostros asesinos, rodeando al animal. Este levantó la cabeza y se movió evadiendo primero a Amatori, luego a Vartor, quien al intentar seguirlo se tropezó con una rama, y, por último, a Danika, quien fue demasiado lenta y su espada quedó atorada en un árbol. 

 —¡Carajos! —rezongó mientras intentaba liberar su hoja. Al parecer el impacto había sido brutal, pues no logró sacarla de inmediato. 

 Holam fue el más veloz y corrió tras la presa. 

 —¡Vamos, que no escape nuestra cena! —gritó Amatori, pasando a Ainelen, quien intentaba hacer lo mismo a duras penas. 

 La muchacha se las arregló para no caer, pues el terreno irregular, sumado a las hojas secas acumuladas, hacían del bosque un lugar poco amistoso para una carrera. 

 En el camino una rama le cortó la rodilla, luego otra la mano y otra más la frente. Se descubrió descendiendo una cuesta, con sus dos camaradas moviéndose lejos del ciervo. 

 «Ya está. Se ha escapado». 

Ainelen se descuidó, tropezó violentamente con una roca y soltó el bastón-hoz. El mundo dio vueltas. Su cuerpo estaba girando, entonces sintió un estrepitoso golpe en las costillas y rebotó hacia otro lugar. Se había detenido tras chocar con un árbol. 

 Tosió, luego gimió con dolor. 

 —¡¿Oye?!, ¡¿estás bien?! —escuchó la voz de Amatori y después pasos aproximándose. 

 —¡Nelen! —cerca de ella, Holam fue el primero en llegar. 

 Ainelen yacía medio adormecida, con los ojos perdidos. No percibía tan bien lo que sucedía, aunque tal vez estaba convulsionando. ¿Lloraba? 

 —Cuidado, no la vayas a mover —dijo Holam. No obstante, Amatori creyó lo contrario:

 —Hay que ponerla de lado, así es como dicen que funciona. 

 —No. Tiene que quedarse quieta unos momentos. Hay muchos casos en los que dicen que mover a una persona le hace más daño. 

 «Mis costillas. Duelen mucho». La joven apretó su puño aguantando el dolor. Tal vez iba a morir. 

 Más tarde, estaban todos reunidos cerca de ella. Al parecer, habían decidido no intervenir, como Holam había querido. 

 Danika se acercó y la ayudó gentilmente a recostarse contra la dura cáscara del árbol más cercano. 

 —Te pasó por descuidada. Tonta —había una expresión compasiva en su rostro.

 Luego de un tiempo, Ainelen seguía adolorida. Observó más allá de sus compañeros, hacia el lugar donde había estado el ciervo. 

 —Lo siento, por mi culpa... 

 —Ah, déjalo —Amatori comenzó a jugar con una mecha de su pelo. 

 Esa noche levantaron las tiendas cerca de ahí. Durante la misma, Ainelen tuvo que lidiar con la culpa de haber echado a perder los planes a sus compañeros, así como también con sus heridas. A penas podía moverse. Sufría con cada pequeño movimiento que hacía por acomodarse. 

 En fin, había sido un día muy caótico.

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