Capítulo 21: Lo que está guardado dentro de nosotros

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El segundo día en las Planicies Maravillosas comenzó bastante mal para Ainelen. Cuando abrió los ojos, el dolor vino hacia ella como el agua de una cascada vertiéndose sobre el río.

 Levantó con cuidado la ropa. 

 Rayos. En todo el costado derecho, un moretón de complejo aspecto se extendía sobre su piel.

 Cuando el grupo se reunió para moverse, fue el instante en que comenzó el debate. Ainelen apenas caminaba, levantando las sospechas de sus compañeros a nada de haber partido. 

 —Debemos parar, chicos. Ainelen Nelen no se ve bien —dijo Vartor, repitiendo extrañamente su nombre y apodo. Debió haber aprendido de Holam. 

 —¿Qué? No creo que sea para tanto. Es cierto que se cayó fuerte, pero vamos, a mi eso no me...

 —Amatori idiota —espetó Danika—. Estamos hablando de ella, no de ti. Si tú reaccionas de esa manera cuando te jodes, muy bien. Me importa menos que un ganso. 

 El muchacho arrugó la cara y clavó sus ojos castaños en la joven convaleciente. Había cierta ira en él. 

 Ainelen sintió empatía de todas maneras. Por culpa de ella no habían comido y, ahora, también por su culpa, tendrían que retrasarse. Debía impedirlo. 

 —Descuiden, aun puedo caminar. Será por poco tiempo, ya estaré mejor. 

 Los demás se encogieron de hombros y le dieron la razón. Así que partieron con el sol alumbrando débilmente tras las nubes abundantes. 

 El bosque acabó y salieron a campo abierto, luego aparecieron montes verduzcos que sobresalían a lo largo de la inmensa llanura. Se vieron obligados a ascender, siendo ese, el punto en que Ainelen no resistió más. Cayó de rodillas. 

 —Lo siento, chicos —dijo casi sin aliento. 

 —Hey, llévense mi equipaje —Danika se sacó la mochila y su broquel, indicando a los otros para que se las arreglaran con ellos. A continuación, se puso en cuclillas e hizo un gesto a Ainelen para que subiera a su espalda. 

 —Será difícil para ti, Danika. No creo que debas.

 —¿Prefieres que el tonto de Tori se sigua quejando? 

 —¡Oye, yo no soy ningún tonto!, ¡la única tonta aquí eres tú! 

 —¡Silencio, imbécil miserable! —la expresión de la rizada hizo un notable cambio del enfado a la serenidad cuando se giró hacia Ainelen—. Entonces, ¿vamos? 

 No le quedó más opción. Era imposible rechazar la ayuda tan noble de su compañera. Así que Ainelen dejó su propio equipaje y se posicionó con cuidado a espaldas de la joven de piel morena. 

 —Muy bien —dijo esta última, parándose con un gruñido—. Hace mucho que no hago una rutina de entrenamiento. 

 —Ya veo, imaginaba que lo hacías. 

 Danika bajó la voz y la observó a través del rabillo del ojo. 

 —No he olvidado que una vez me miraste donde no debías, eh —dijo en susurro. Ainelen desvió la mirada un poco avergonzada. 

 Se las arreglaron entre Amatori, Vartor y Holam para balancear la carga, que, a propósito, no era para nada liviana. Por su parte, las chicas avanzaron a la retaguardia, con Danika levantando como a una pluma a la chica curandera. 

 Ainelen observaba el paisaje colorido, mientras temía que su compañera perdiera el equilibrio al subir la cuesta. Pero la subestimó: Danika nivelaba su centro de gravedad adecuadamente, con movimientos sutiles y precisos. 

 Se descubrió inclinada muy cerca de su cuello; ella tenía un aroma como el de la menta. ¿Qué era?, ¿un perfume? Para Ainelen resultó muy agradable. Danika tal vez era una chica bastante preocupada de su feminidad, más allá de lo que aparentaba ante los demás. 

 —Ah, huelo horrible. No hallo la hora de que encontremos un riachuelo y quitarme luego esta suciedad. 

 —No, no te preocupes. De hecho... —«de hecho estaba oliéndote y tu aroma es delicioso», iba a decir, pero se detuvo. 

 —¿Hmm? 

 —No es nada. 

 Danika la observó un momento y luego se enfocó en lo que tenía por delante. 

 Sin tener clara la posición del sol, se mantuvieron caminando y haciendo esporádicas pausas. Si hubiera que afirmar que el grupo avanzó mucho, eso sería una inocente mentira. La verdad fue que el viaje se hizo menos eficiente de lo que esperaban, siendo Ainelen el foco de la causa.

 Los chicos se vieron en la obligación de reducir el paso, ajustándose a Danika, al tiempo que iban extenuados por el abundante equipaje extra. La situación no pintaba bien, pues los rostros eran cada vez más el fiel reflejo de lo que pasaba cuando no comías, no dormías bien e ibas colapsado físicamente. 

 Todo desembocó en que hicieron una pausa definitiva al pasar una colina. Se instalaron bajo una arboleda, de cara a un campo plagado de flores rosa que se mecían dulcemente. También observaron a una bandada de brocamantas que surcaban el aire yendo hacia el sur. 

 Ainelen pudo reemplazar durante un tiempo su malestar contemplando la geografía. No había sol, así que el calor brillaba por su ausencia. El clima predominante era templado, ideal para un descanso antes del atardecer. 

 Los ánimos dentro del equipo estaban por el suelo. Cada uno de ellos; Holam, Danika, Vartor y Amatori, yacían sentados sobre las tiendas sin armar, con rostros marcados por las ojeras y la palidez. Todavía restaba para la noche, pero ya no existía motivación para continuar. Bebieron parte del agua que preservaban cuidadosamente, ignorando que sus cuerpos también necesitaban masticar algo. 

 La herida de Ainelen protestó de nuevo. No sabía si se trataba solo de algo a la piel o si sus huesos también habían salido dañados. Era difícil de precisar con tanto dolor. 

 «Necesito aprender cuanto antes a usar esta cosa», pensó mientras ladeaba su bastón-hoz de un lado a otro. 

 Después de quizá cuanto rato, Amatori se levantó de un salto y abrió los ojos en posición ridícula, con las piernas abiertas mientras flectaba los brazos. Si lo vieras, dirías que estaba imitando a una gallina. 

 —Estoy cansado de esto. Me voy. 

 —¿Sí? —Danika cerró un ojo y enarcó la ceja del otro—. Me alegraría si lo hicieras. 

 —Me voy, pero volveré. Volveré con comida, ya verás —y entonces el muchacho se fue caminando hasta perderse tras la maleza. No, aun se veía. Estaba parado y, ¿orinaba? Ainelen ignoró eso de inmediato. 

 Vartor suspiró cabizbajo. 

 —Tengo tanta hambre que ya no siento hambre. Eso no puede ser bueno, ¿no creen? 

 —Claro —Ainelen asintió en acuerdo. 

 Con un movimiento perezoso, Danika se puso de pie. Se frotó el trasero, limpiando su pantalón del pasto que se le había pegado y fue en la dirección que había seguido el anterior chico. 

 —Temo que si no voy ese idiota no logrará nada útil. ¿Alguien más quiere ir de caza? Solo uno eh. Otro debe quedarse con Ainelen. 

 Vartor estaba levantando su mano para, probablemente, unirse a la aventura. Sin embargo, un veloz Holam se puso de pie al instante y fue con Danika. 

 —Bueno, por lo menos descansarás —dijo Ainelen con una sonrisa a Vartor. 

 Así fue como ambos se quedaron a la espera. Si tenían suerte, tal vez esa tarde cenarían. Solo quedaba confiar en los buenos camaradas. 

 La joven esperaba que el flacucho dijera algo, pero se mantuvo callado. Eso la hizo sentir un poco incómoda, así que Ainelen comenzó a silbar. Era una canción al azar, una que había oído en los festivales de la bruja. 

 Era curioso que, de los cuatro que se realizaban al año, tres fueran dedicados a la Rosa Maldita, mientras que solo uno para el-la rey-reina creador-creadora de la naturaleza y de las criaturas. 

 «Es porque le temen demasiado. Ni siquiera se puede hablar de ella. La gente se pone histérica apenas oyen la palabra "bruja"», pensó, con los ojos clavados en las ramas carentes de hojas.

 Recordó con cariño que siempre solía aprovechar las festividades para irse a jugar a la pelota con los niños, a esos que tanto odiaba Erica. Ainelen se rio. Solían entretenerse todo el día jugando en las dos modalidades: "al que se le cae, paga" y "corre que te vuelo la cabeza".

 «Ahora que lo pienso, fui muy cruel. Les volé la cabeza a muchos. Era normal que yo hiciera de perseguidora. Me gustaba, definitivamente». En cambio, su desempeño lanzando el balón desde un lado a otro de la zanja era terrible. Una vez, incluso le destrozó la ventana a una vecina. 

 «Eso es porque soy buena usando las manos, no los pies». 

 La joven se quedó con la mente en blanco, hasta que, en determinado momento, oyó una hermosa melodía que provenía desde muy cerca de ella. Era como el viento, como una brisa que de repente hubiera adquirido elegancia y color.

 Vartor. 

 ¿En qué momento se había puesto a tocar música? O más bien, ¿qué era ese instrumento que soplaba con su boca y que, con sus dedos, tapaba agujeros con una gracia sin igual? 

 Ainelen estaba boquiabierta. Se quedó en postura relajada, dejándose sorprender. 

 Lo que el muchacho tocaba no era algo aleatorio. Los sonidos emitidos por ese desconocido instrumento tenían una estructura, una forma. Había patrones; un verso, un pre-estribillo y un estribillo, repitiéndolos hasta que aparecía un puente, quebrando el orden y, reanudándolo con un último estribillo más largo. 

 Eran canciones que ella nunca había escuchado, por lo que bien podrían haber sido una improvisación. Aunque, costaba creer eso, ya que Vartor daba la impresión que sabía perfectamente cual nota tocaría a continuación. 

 Los sonidos se sentían melancólicos, con una cuota de tristeza envolvente, y al mismo tiempo, transmitían una rara positividad. Era como si transportaran a Ainelen a un día negro, uno en el cual después los rayos del sol abrían el cielo y devolvían la esperanza. 

 Se detuvo. 

 —¿Eh? ¿por qué paraste? Eres muy bueno, Vartor. Tocas muy bien el... la... 

 —Flauta. 

 —¿Flauta? 

 —Sí. Es un instrumento importado desde Minarius. Es raro, ¿verdad? 

 Ainelen ladeó la cabeza. Entrecerró los ojos, intentando escudriñar esa cosa. 

 —Por cierto, muchas gracias —prosiguió diciendo Vartor, con expresión serena, ¿o seria? Se sentía fuera de lugar en él. 

 —De nada. Pero es la verdad. No había oído a nadie cercano tocar algún instrumento. La gente en los festivales siempre repite las mismas canciones, y estas eran nuevas para mí. Será que, ¿las creas tú mismo? 

 Vartor soltó una risa tímida y cerró sus ojos. 

 —Sí. 

 —¡Impresionante! 

 Hubo una brisa de viento que le revolvió el pelo a Ainelen. Gruñó un tanto molesta y se arregló el flequillo. 

 Hasta cuando estaban sentados, era ridícula la diferencia de altura entre los dos jóvenes. Vartor debía medir un metro ochenta o más, siendo por lejos más alto que Holam, el segundo de más tamaño. 

 —No todos los días me dicen que soy bueno en algo. ¿Sabes? 

 —¿Por qué te dirían eso? 

 —Bueno, ya lo has visto. Me lo dicen mucho en broma, la mayor parte de las veces. Y es cierto que soy muy torpe, y despistado, y deficiente.

 —Yo también lo soy. 

 —No. Te he visto, y eres una chica cordial, amable. Sabes elegir bien tus palabras. Eres buena en general. Yo, en cambio, tocar flauta es lo único que me sale. 

 Ainelen inhaló profundamente. ¿Qué le decía? Vamos, la habían elogiado por saber elegir buenas palabras. 

 Su silencio tuvo como consecuencia que Vartor siguiera hablando. 

 —Sé diferenciar cuando me lo dicen en serio o de broma. Pero de tanto oírlo, a veces pierdo el foco y mi mente lo asume como cierto. Es penoso, ¿no crees? A esta altura debería ser capaz de actuar con madurez. 

 —No, no creo que lo seas —Ainelen negó con su cabeza—. Creo que a todos nos afecta. Somos todavía muy jóvenes, Vartor. 

 —¿Aunque Alcardia intente hacernos creer lo contrario? —Vartor la miró directo a los ojos, dibujándose una sonrisa enigmática en su rostro. Ainelen no se dio cuenta hasta entonces, de que en su mejilla izquierda había un casi imperceptible rastro de una cicatriz. 

 Supremo Uolaris. Él también tenía esta faceta. 

 Hasta ahora, lo había encontrado un muchacho frívolo, despreocupado de los problemas y que siempre salía a flote con su buen ánimo. Pero, por dentro, ¿estaría así de bien? Quizá por qué tipo de situaciones había atravesado. 

 Ainelen cometía el error de ser prejuiciosa con las personas, casi sin darse cuenta. Trataba constantemente de no hacerlo de la forma negativa, de no generarse opiniones malas en base a una primera impresión. Eso la había nublado, dejando de lado aquellas buenas suposiciones.

 Había idealizado el estado mental de Vartor. 

 El muchacho volvió a tocar una melodía, ahora de tonalidad más monótona. Se detuvo cuando al rato después, asomaron desde el bosque tres jóvenes. Uno de ellos, la muchacha, cargaba con el cadáver de un ciervo pequeño. No era raro que ella pudiera hacer eso por sí sola. 

 —No se vayan a creer algo equivocado. Lo maté yo, que quede claro —dijo Amatori, cruzado de brazos, muy confiado. 

 Danika puso los ojos en blanco y junto a Holam se reunieron con Ainelen y Vartor. 

 Esa noche la cena no escaparía. No de nuevo.

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