Capítulo 37.

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Está mal que esto lo diga yo, pero este capítulo me encaaaaaanta. Os adelanto que este es el último capítulo que comienza con un fragmento de las cartas de Leah y Sirius... quizás también porque aquí comienza verdaderamente la historia de Draco y Hermione.


Capítulo 37

37- «Te quiero y pronto estaremos juntos...»

-De Sirius para Leah, 9 Noviembre de 1980.

Ginny se encontraba tumbada sobre la cama de su hermano Ron en la Madriguera. Con su varita en la mano dibujaba un pequeño puntito de luz que controlaba, moviéndolo por todas partes de la habitación y llevándolo de una esquina a otra de esta.

Sentado a su lado, en el suelo, Harry permanecía en silencio, con los brazos apoyados sobre sus rodillas. A apenas un par de metros de ellos, Ron ojeaba una revista deportiva sentado frente a su escritorio, aunque en realidad parecía pasar las páginas sin siquiera fijarse en ellas. Fue él quien, nervioso, cerró de golpe la revista y se giró a hacia ellos.

—Casi son las doce de la noche. Merlín, ¡es tarde! ¿Dónde se ha metido?

La pequeña bolita de luz quedó suspendida en el aire cuando su hermana se giró hacia él y reparó en su ceño fruncido.

—Puede que se vaya a quedar a dormir en la casa de sus padres, Ron. Quizás quiere pasar una última noche con ellos antes de regresar a Hogwarts.

—¿Y no nos lo ha dicho? Hermione no toma decisiones a la ligera, Ginny. No está con sus padres, nos habría avisado...

—¿Y entonces qué sugieres, Ron? —preguntó Harry, levantando la mirada por primera vez.

El pelirrojo se encogió de hombros ante la voz tremendamente seria de su mejor amigo.

—No lo sé, Harry. No tengo la menor idea. ¿Salimos a buscarla? ¿Nos quedamos aquí? Podría estar en peligro.

Ginny volvió a intervenir a favor de su amiga.

—Hermione está bien, tiene dieciocho años y no es ninguna tonta precisamente. Seguramente se ha olvidado de avisarnos de que no regresaría de la casa de sus padres y...

Ron la interrumpió, dando un golpe en la mesa.

—Merlín, Ginny. ¡Deja de decir que está con sus padres! Sabemos perfectamente que no lo está, que nos ha mentido esta mañana y nos ha mentido ya varias veces más. Está rara desde hace meses, como si su mente estuviera en otra parte.

—Como si su mente estuviera con Leah y Sirius... pero sabemos que eso no es posible —intervino Harry.

Ginny suspiró, dándose por vencida. Estaba cansada de defender a Hermione cuando su amiga ya no le contaba nada. Había pasado las vacaciones de navidad yendo y viniendo de la mansión Black y ahora que apenas quedaban dos días para regresar a Hogwarts y que por fin estaban en la Madriguera, lo había hecho de nuevo. No quería preocuparse, pero era complicado.

—¿Qué hacemos entonces? ¿Vamos a buscarla?

Harry negó con la cabeza al cabo de unos segundos, sabiendo que de un modo u otro, la decisión radicaba en él. Él era quien tenía la última palabra y eso le aterraba. El sentido común le decía que Hermione podía estar en peligro en ese momento, que en mitad de la guerra, ser la mejor amiga de Harry Potter no era beneficioso para ella en absoluto. Pero a la vez confiaba en Hermione con los ojos cerrados, sabía que no se pondría en peligro de forma consciente.

—Esperaremos dos horas más. ¿De acuerdo? Si a las dos de la mañana no ha regresado, vamos a la casa de sus padres para cerciorarnos de que...

—No está allí —interrumpió Ron con un gruñido.

—Ya lo sé, Ron, ¡maldita sea! Pero tenemos que darle un voto de confianza... creo que los tres tenemos una idea bastante definida de con quién está Hermione ahora mismo y no quiero decirlo en voz alta, porque joder, me niego a creerlo. Pero sé que estamos pensando en la misma persona, ¿verdad?

Tanto Ron como Ginny asintieron ante sus palabras. Ginny se incorporó en la cama, notando un escalofrío de repente. No lo había hablado ni con su hermano ni con Harry, pero reconocía que no imaginaba que ellos también hubieran comenzado a atar cabos de esa manera.

—Ojalá nunca hubiera encontrado esas cartas —musitó Ginny en un suspiro—, todo se ha convertido en un lío.

Ninguno de los dos jóvenes dijo nada en los siguientes segundos hasta que Harry, con sus ojos verdes brillando con determinación, pronunció unas últimas palabras.

—Dos horas y si no ha vuelto, saldremos a por ella.

***

Cuando las dos figuras se aparecieron de nuevo en uno de los pasillos de Malfoy Manor, Hermione sintió un pequeño tirón en la boca del estómago al reconocer el lugar como algo familiar. Como si se estuviera acostumbrando a Malfoy Manor y llegar allí le provocara tranquilidad. Era una idea estúpida, dudaba de que ni siquiera el propio Draco se sintiera cómodo en esa mansión vacía.

Draco abrió la puerta de su cuarto y dejó que Hermione pasara delante de él, después cerró la puerta a su espalda. Había sido un día de lo más extraño: había pasado prácticamente todo el día con la Gryffindor y ya era medianoche. Sin duda, era el día más raro de toda su vida... pero se moría por no dejar que se acabase.

—¿Te importa si me llevo todas las cartas? —preguntó Hermione de pronto—, tanto las de Leah como las de Sirius. Ya las hemos leído todas así que... me gustaría dejarlas en la mansión de los Black; donde las encontré.

Draco asintió con la cabeza, dirigiéndose a la ventana de su cuarto. Las enormes cristaleras brindaban una visión extensa del firmamento en la noche. El cielo estaba claro y miles de puntitos lucían, adornándolo.

—Son tuyas, puedes hacer con ellas lo que quieras.

—No, no son mías —contestó Hermione—, son de Leah y Sirius. Pero parece que ninguno de los dos va a venir aquí a reclamárnoslas, ¿no?

También ella llegó hasta el inmenso ventanal. Una vez más maravillándose de esa enorme habitación en la que imaginaba que Draco había crecido. Por Merlín, si solo en esa estancia entraba fácilmente la mitad de su casa en Londres.

El joven rubio interrumpió sus pensamientos con unas palabras que Hermione no se esperaba.

—Me... me resulta extraño pensar que fuimos familia.

—¿Cómo? —Hermione enarcó una ceja, confundida y sin saber qué rumbo tomaban los pensamientos de Malfoy.

—Sirius y yo. Éramos familia y estoy convencido de que nuestra educación fue muy parecida: sangre pura, magia oscura, esta estúpida guerra... me pregunto qué fue lo que hizo que Sirius Black acabara en Gryffindor, convertido en un valiente y bondadoso mago.

Una pequeña sonrisa se le escapó a Hermione.

—No creo que «bondadoso» sea una palabra que a Sirius le gustaría escuchar para describirlo.

Los ojos de Draco se desviaron desde la ventana hasta posarse en la mirada castaña de Hermione. Las pecas de su piel atrajeron su atención, así como el cabello alborotado que ella había recogido en una cola de caballo a su espalda. Era curioso, pues después de tantos meses viéndola preocupada y triste, por fin parecía ilusionada... y justo tenía que ser ahí, junto a él.

—Sabes lo que quiero decir. Él era... Sirius Black, un mago rebelde al que no le importó desafiar las normas de su casa y a toda su familia. Se enamoró de una muggle, alguien que su familia odiaría, luchó en la guerra por el bando en el que creía... era una auténtica leyenda: la estrella más brillante.

Sonrió de medio lado al pronunciar las últimas palabras y alzó su dedo, señalando hacia ese cielo en el que inequívocamente brillaba la estrella Sirio que le había dado nombre al merodeador. Hermione la miró y su corazón se encogió un poquito, entendiendo lo que Malfoy quería decirle.

—Él era tan valiente que intentaba salvarlos a todos. Yo no lo he sido ni siquiera para poder salvarme a mí mismo y lo único que quiero es mantenerme alejado de todo. Y ahora aquí estoy, convertido en algo que no quiero ser.

La mano de Hermione se alzó y se posó sobre su brazo izquierdo. Draco llevaba una camisa negra, pero sintió el roce de su piel cálida a través de la tela, tocándolo justo donde estaba la Marca Tenebrosa. Y ella lo sabía, pero aun así no se apartó.

—No todos estamos hechos para ser la estrella más brillante, Draco...

—¿Y entonces qué soy yo? ¿La estrella más oscura?

Hermione suspiró y dirigió su mirada hacia el exterior, donde Sirio los miraba y parecía refulgir más que nunca, resaltando sobre el resto de estrellas del firmamento.

—Puede que lo seas...

Que ella lo afirmara solo agrandó sus miedos. ¿Quién querría aceptar a alguien como él? Era como asumir que no había una pizca de bondad en él, que jamás brillaría ni aunque fuera un poquito.

Quiso apartarse de ella, pero su mano seguía en su brazo y su calor se colaba por todos sus sentidos. No entendía aún qué demonios era eso que vibraba en su interior cada vez que Hermione Granger lo tocaba, pero no podía controlarlo, se descontrolaba cada vez más y era consciente de que, a pesar de ser un mortífago, ella le daba muchísimo más miedo que él a ella.

—Es tarde —susurró Hermione.

Draco asintió con la cabeza.

—Debería irme.

—Sí.

Ninguno de los dos se movió un milímetro. Y cuando Draco bajó la mirada hacia ella una vez más, se percató de que Granger tenía la mirada perdida en sus labios. El fuego de su interior se intensificó aún más y antes de pensar en controlarlo, se agachó unos centímetros y la besó tal y como había hecho esa mañana.

Si Hermione había pensado que ese beso había sido un error o una confusión unas horas antes, se daba cuenta de que no lo era, de ningún modo, pues estaba pasando de nuevo. No lo habían hablado durante el resto del día, pero no había hecho falta, ya que ninguno de los dos se lo había podido quitar de la cabeza.

La bruja correspondió al beso sin pensarlo, casi como por instinto. Nunca se habría imaginado que su boca encajaría tan bien con la de Draco Malfoy. Era consciente de que un año antes, jamás se habría planteado si quiera la remota posibilidad de besarlo, pero en esos momentos lo estaba haciendo y lo último que quería era parar.

Posó sus manos en el pecho del joven y antes de siquiera percatarse, Draco comenzó a desabrocharse la camisa. Hermione jadeó bajo sus labios cuando él se deshizo de ella y se dirigió a su cabello para soltar la melena de la muchacha, que quedó esparcida y salvaje por sus hombros y su espalda.

Hermione acarició suavemente su pecho, completamente blanco e inmaculado. Sus dedos se dirigieron sin remedio hacia el brazo izquierdo del joven y entonces Draco dejó de besarla un instante. En su rostro se instauró una mueca de incomodidad a medida que los suaves dedos de Hermione se acercaban a la Marca Tenebrosa.

—¿Te duele? —preguntó ella.

—No, no me duele... pero es una sensación rara. ¿Por qué quieres tocarla sabiendo lo que representa?

La muchacha se mordió el labio inferior de forma sensual, sin pretenderlo y Draco supo que su entrepierna comenzaba a descontrolarse en esa situación.

—Porque sé que a ti tampoco te gusta. Me gustaría poder borrarla.

Y a él. Cuánto le habría gustado hacerlo, acabar con esa marca negra que lo perseguiría por el resto de sus días y por culpa de la cual, probablemente, no serían muchos.

Volvió a besarla una vez más y pocos segundos más tarde, también el jersey y la camiseta de Hermione cayeron al suelo. Ambos se dirigieron a la cama, sin dejar de besarse ni un segundo. Fue Draco quien cayó sobre el colchón de espaldas, con Hermione subida a horcajadas sobre su cuerpo. Draco enredó sus manos en la espalda de la muchacha, palpó su sujetador sin atreverse a desabrocharlo y la suave piel de ella le hizo llegar un ligero olor a canela.

Hermione sentía su erección bajo sus caderas y se apretó contra ella mientras lo besaba. Las manos de Draco la recorrían por completo y cuando sus labios se posaron en su cuello y comenzaron a besarla allí, ella gimió. Se sentía cada vez más húmeda y esa parte de él, cada vez más dura, demandaba su atención.

Hermione dejó que su cabello cayera sobre el colchón como una pequeña cortina que los alejaba del mundo y buscó sus labios una vez más. Se sentía más llena de lo que se había sentido en meses, quería que Draco la estrechara contra sus brazos con fuerza, quería apoyar la cabeza en su pecho y dejarse llevar... Una lágrima resbaló por su mejilla y tuvo que alejarse de Draco Malfoy para que éste no lo notara.

La imagen de Fred besándola y acariciándola como Draco había hecho unos segundos antes se acababa de instaurar en su mente, como un recuerdo creado para torturarla. No había vuelto a besar a nadie después de Fred, hasta que esa mañana todo había sucedido.

La realidad era triste y aterradora: la última vez que Hermione había sentido algo por alguien, esa persona había acabado asesinada sin piedad en el Callejón Diagón. Y para ser justa consigo misma y observando esa Marca Tenebrosa tan llamativa en el antebrazo de Draco Malfoy, era fácil que ese joven acabara de un modo similar. No era una buena idea, de hecho lo más prudente era mantenerse alejada de él porque no se le ocurría nadie que corriera más peligro que ese joven Slytherin.

Hermione se levantó de la cama cuando sus ojos se llenaron de lágrimas y supo que no podía controlarlas más. Draco no se movió al principio, confuso, pero terminó llevándose las manos al rostro y suspirando cuando comenzó a oírla llorar. Perfecto, una muestra más de que todos ahí estaban igual de jodidos. Ya no podía ni follar.

Se incorporó al cabo de un par de minutos, cuando ella ya se había vuelto a vestir por completo y recogía las cartas de Leah y Sirius que reposaban sobre su hermoso escritorio. No sabía qué decirle, él mismo también sentía un repentino nudo en la garganta y había un peso en su estómago que no había estado allí antes.

—Lo siento mucho —se disculpó ella con voz afectada tras haber recogido todas las cartas. Las introdujo en su pequeño bolso y él solo pudo contemplarla desde ahí—. Será mejor que ahora sí me vaya.

—Como quieras —murmuró él con voz ronca.

Hermione bajó la vista y acto seguido simplemente agarró su bolso y se desapareció, evitando mirarle una última vez. Draco se dejó caer sobre la cama de nuevo, tratando de tomar aire.

No sabía qué demonios había sucedido, ni lo que se le había pasado por la cabeza. ¿De verdad había estado a punto de acostarse con Hermione Granger? Se preguntó por qué ella le había rechazado y un millón de respuestas se le vinieron a la mente, a cada cual más dolorosa: por las veces que él se había mofado de la muerte de Fred Weasley, por las peleas, por los insultos, por ser un maldito mortífago... Lo mejor era no engañarse más: pasar un día con ella comportándose «bien» no era suficiente, ni tampoco lo había sido el tiempo que habían compartido descubriendo la historia de Leah y Sirius. Porque al final de cuentas eso no cambiaba lo que él era: un mortífago, la puta estrella más oscura, o como quisiera llamarlo.

Tomó su varita de dentro de su pantalón y se puso en pie, con el corazón latiendo a mil por hora de repente. Sin siquiera pensarlo agitó su varita hacia uno de los espejos de su cuarto y este estalló en mil pedazos. Gritó al hacerlo y comenzó a soltar una retahíla de improperios. Quería romper más cosas, quería romperlo todo y quedarse allí durante horas, simplemente sintiéndose otro elemento más roto en pedazos de su habitación.

La única razón por la que no lo hizo fue porque, sin esperarlo, el sonido de unos pasos en ese mismo piso de la casa captó su atención. Su primer pensamiento fue obvio: Hermione había regresado. Quizás se había arrepentido, quizás se sentía mal y no había sabido qué hacer. No la culpaba: él nunca sabía qué hacer.

Se acercó a la puerta y la abrió de golpe, esperando ver a esa joven de cabello castaño y piel pecosa con los labios fruncidos y portando su pequeño bolso con ella. Esperaba ver a Hermione con tanto ímpetu que la verdadera visión le golpeó con fuerza, como si alguien le hubiera lanzado una maldición directamente al pecho.

Al final del pasillo resonaban las botas de Bellatrix Lestrange y la figura oscura y tétrica de su tía era aún más aterradora en esa oscuridad. Su vestido oscuro contrastaba con su piel, cada vez más pálida y ojerosa. Su risa le puso la piel de gallina a Draco.

—Sobrino, ¿te he asustado? —Se mofó—, veo que no te ha dado tiempo ni a vestirte.

Se acordó en ese momento de que no se había vuelto a poner la camisa, pero había perdido la capacidad de sentir frío después de haberla visto allí. Solamente pudo pedirle a todas las estrellas que su tía acabara de llegar, que no hubiera escuchado nada y, desde luego, que no hubiera visto a Hermione Granger allí. Pero nunca se sabía, con su tía cualquier cosa podría pasar.

Bellatrix se coló en su cuarto sin pedirle permiso y se quedó mirando los cristales del espejo roto, pasando por encima de ellos y pisándolos sin el menor apuro.

—Has estado redecorando —comentó con sorna.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él mientras se colocaba de nuevo la camisa negra, después suavizó su tono de voz—. Es tarde.

—No parecía que tuvieras planes de dormirte tan pronto.

En sus ojos contempló el brillo de la locura. «Lo sabe», pensó. Pero no estaba seguro. Draco se aclaró la garganta antes de hablar para formular la misma pregunta de nuevo:

—¿Qué haces aquí?

La respuesta de su tía le heló la sangre.

—El momento ha llegado. El Lord Tenebroso tiene una misión para ti.


Mil gracias por leerme y por estar aquí esperando a mis actualizaciones, ¡¡sois gente muy muy mágica!!
¿Qué os ha parecido este capítulo? ¿Os gusta la historia? Dejádmelo saber con un comentario (o varios jaja) y aquí abajo os dejo mis redes sociales.
Mil besos y nos leemos pronto <3

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