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Cuando Ava y Pedro llegaron a urgencias esperaron bastante antes de que los atendieran. Le dieron dos puntos, que al curarse, se convertirían en una pequeña cicatriz en la ceja.

Luego de eso, y otro sermón por parte de Pedro, la dejó cerca de su apartamento para que se diera una ducha y se tomase ese día libre si quería. Aunque los dos sabían que ella acudiría a la universidad igualmente.

—Hasta luego. —Suspiró Ava, saliendo del Mercedes negro que olía a cuero—.

—Eh. —La llamó Pedro, bajando la ventanilla—. Otra gilipollez como esta y te implanto el localizador en el cuello.

Ava hizo una mueca y se dio la vuelta, dirigiéndose al edificio. 

Aún llevaba los vaqueros negros y la camiseta negra de la cafetería, con el nombre y el emblema de la universidad bordados en blanco. Ella no participaba en la protesta, simplemente llegó al trabajo al terminar la visita al museo. 

Pero cuando escuchó eso de "your body, my choice" estuvo tentada a reírse o quemar la pancarta que sostenía ese hombre. Y optó por lo segundo.

Esperó en la entrada para escuchar el coche de Pedro alejándose, y gemir de dolor. Cojeaba de la pierna derecha. Tenía una lesión en el menisco por una fractura mal curada, y después de tantos empujones y carreras estaba inflamado y palpitante, avisándola de que no podía más.

Cuando llegó frente a su puerta fue como ver el cielo. Abrió el armario donde guardaba el arsenal de pastillas y bebió dos antiinflamatorios con el agua del grifo. 

Lo único que hizo fue quitarse los zapatos y tirarse a la cama, gimiendo. Se tomó diez minutos para regular su respiración, tarde o temprano pasaría, siempre pasaba.

¿Sabes por qué lo hemos hecho? Porque no quieres estarte quieta.

Abrió los ojos, exhalando un suspiro pesado, y miró las leds apagadas del techo. Recogió el móvil de la mesita de noche, que había estado todo ese tiempo conectado al cargador.

📞 LLAMADAS
Pedrito:) - 21 llamadas perdidas, 1 mensaje en contestador
Dhelia - 4 llamadas perdidas
Eddie - 9 llamadas perdidas
Profesor West - 1 llamada perdida
Mamá - 1 llamada perdida

Estaba segura de que el mensaje que le había dejado Pedro era una amenaza.

WHATSAPP · Eddie (19)
...
Por que me ignoraaaaas
Espero que estés follando con alguien o al menos tener excusa mejor que esa para no contestarme
Contéstameee
Joder ya he visto el hilo de twitter
Voy a coger a Galileo y le daré de comer
Cuando llegues avísame
Ya he hablado con Pedro

Le contestó a los mensajes, pero Eddie no contestó ni se puso en línea. A las ocho de la mañana ya estaría en clase o abriendo su librería-cafetería.

WHATSAPP · Profesor West (6)
¿Cuándo podemos volver al museo?
Al contrario que tú yo sí me he acordado de que había cámaras
Que descanses, Ava
Acabo de ver las noticias
Llámame cuando puedas
Pero llámame

Suspiró al leer sus mensajes, tensandose cuando una rampa de dolor se apoderó de ella. 

Ava V.
Solo me han arrestado toda la noche
Iré a la universidad esta tarde

Dejó el móvil otra vez en la mesita de noche. Se cubrió los ojos con una mano e intentó quedarse dormida. 

No supo cuánto tiempo había pasado así, en el limbo que separaba el sueño profundo de la consciencia, pero volvió a despertarse cuando escuchó la vibración de su móvil. Pensó que desistiría a los dos tonos, pero casi se cayó del mueble.

—¿Si? —Contestó, cerrando los ojos otra vez—.

—¿Estás bien?

Era la voz de Jonathan, y eso la hizo suspirar de mala gana.

—Sí. ¿Por qué lo preguntas? Ya te lo he dicho.

—Porque te he visto por las noticias. —Respondió él desde el otro lado de la línea, apoyado en la pared del pasillo. Se había disculpado con los demás profesores de la reunión, y salió un momento para llamarla, porque sabía que ella no lo haría—. ¿Cómo tienes la herida de la ceja?

Suspiró por la nariz, frotándose un ojo con cansancio.

—Gracias por preguntar. —Relajó su tono—. Me han puesto dos puntos. Y también me han recetado un colirio, ese gas ardía.

—¿Estás bien?

Ava cerró los ojos, cansada.

—Sí, no me lo preguntes otra vez. —Frunció el ceño—. A mucha gente le dan puntos, y muchas mujeres de la protesta han terminado con heridas peores. Estoy bien, no me hables como si fuera de cristal.

—¿Qué? —Se escuchó su sonrisa—. No te trato como si fueras de cristal.

—Sí. Claro que lo haces. Todos lo hacen conmigo.

—No, Ava, no lo hago porque seas tú. Soy así. No puedes pedirme que no me preocupe por tí.

—Pero te preocupas porque ya sabes lo que me pasó. Eso no me gusta. ¿Sabes los años que llevo yendo a terapia para poder ser normal? Y todos lo hacéis igualmente, sentís que necesito protección, parece que soy una niña pequeña y después del accidente siempre lo seré.

—¿Eso te molesta? —Dijo, cediendo un pequeño silencio—. ¿No quieres ser mi niña también?

—No. —Exclamó con el ceño fruncido, apoyando la otra mano en el colchón para incorporarse—. No, quiero ser una mujer. Tengo veinte años, quiero tener independencia, quiero ser normal, no quiero que me cuiden, ¡quiero poder salir una noche y no causar un infarto a mi padre porque no sabe dónde estoy, joder!

Jadeaba, y le faltaba el aire mientras lo decía, incluso sin saber porqué sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Ava. —La llamó—.

—¿Sabes cuánto tiempo hacía que no me sentía viva? —Dijo, con la voz agitada—. Vivo a base de pastillas, de horarios, de exámenes, de notas... Parece que estoy anestesiada. Siento que soy una puta marioneta en una función, y no me gusta. No quiero morir sintiendo que nunca he vivido.

Su corazón empezó a golpearle el pecho cada vez más rápido, y jadeaba para poder tomar aire. Se le erizó la piel.

—Ava. —Volvió a llamarla—. Estás teniendo un ataque de ansiedad.

—Sí, sí, seguramente esté teniendo uno. —Hiperventiló—.

Intentó respirar, pero se atragantó. Intentó tomar aire, y le ardió como inhalar el gas que echaron en la protesta. Era una emoción efervescente que se apoderaba de ella en segundos, y surgía de ningún lado.

—Perdona.

—No, lo siento yo. —Le dijo Ava—. Me suele pasar, no es culpa tuya, no puedo controlarlo.

—Lo sé. —La consoló—.

—No quería gritarte.

Se frotó el pecho, intentando calmar así la presión que sentía en el tórax. Intentando aclararse la garganta.

—Lo sé. —Repitió, paciente—. Ha sido un día muy intenso, ¿por qué no duermes un rato?

—Porque son las ocho de la mañana...

—¿Te has tomado las pastillas? —Le preguntó, sin ánimos de ofenderla—. ¿Cuánto tiempo hacía que no tenías sueño sin ellas?

—Hablas como si tú también las tomaras.

—Solo dime si estás bien, Ava. —Le pidió—.

—Sí. —Volvió a responder más tranquila—. Estoy... ¡Bien! ¡Joder!

Cerró los ojos con fuerza, y su mano tembló por el dolor cuando intentó palparse la rodilla. Se quitó el móvil de la oreja y lo apretó contra su pecho. Ni siquiera pudo rozar la rodilla con sus yemas.

—Eso no suena muy bien. ¿Qué te pasa?

—Me empujaron en la protesta y caí de rodillas. No es nada. Tuve una lesión, por eso me duele.

—¿En la rodilla? ¿En el menisco?

—Sí. —Tragó saliva con sufrimiento—.

—Ja. —Ahogó una risa—. Yo también tengo una lesión en el menisco.

—Pues ya sabes que duele...

—Envíame tu ubicación.

—No-.

—Si no estuvieses sola no me habrías gritado. —La interrumpió—. Vamos, no te voy a hacer daño.

—Mentiroso.

Se quitó el móvil del oído, y colgó la llamada. Pero no pasaron ni dos minutos hasta que recibió otro mensaje.

Profesor West
Envíame tu ubicación

Ava rió entre su dolor al leerlo. Tecleó su respuesta.

Ava V.
No puedo

Profesor West
Sí que puedes
Pero no quieres

Ava V.
Pues tienes razón
No quiero

Profesor West
Si el dolor va a peor no podrás levantarte y no tienes a nadie que te ayude

Ava rio al leer su mensaje, colocándose una almohada en la espalda para acomodarse. ¿Qué intentaba? ¿Controlarla disfrazándolo de preocupación?

Ava V.
Si te interesa saberlo me he tomado dos pastillas
El dolor remite, no es para tanto

Profesor West
Eso no es suficiente
Llevo desde los nueve años lidiando con una fractura en la rodilla, ¿por qué piensas que puedes engañarme?

Ava intentó teclear su respuesta, pero no se le ocurrió nada para deshacerse de él.

Profesor West
Déjame ayudarte

Ava V.

Va a venir mi padre

Profesor West
Entonces date prisa

Ava V.
¿No te parece innecesario?

Profesor West
¿No te parece innecesario sufrir por no aceptar ayuda?

Ava resopló. Pero en una pequeña parte, tenía razón. El dolor no retrocedía, y estaba completamente tensa. 

Cedió, sin decirle nada más, solo enviándole su ubicación.

Mientras lo esperaba le resultó una tortura lenta y metódica. A cada minuto parecía dolerle más, atormentándola. Cuando escuchó que llamaban a su puerta fue como si escuchase el cielo.

—Está abierto.

Jonathan abrió la puerta, y en la otra mano tenía una bolsa de la farmacia.

—Te he dicho que no podrías levantarte.

—Ya lo veo, no hace falta que me lo repitas. —Dijo, levantando la mirada al techo—.

Jonathan observó su estudio, todo era una sala, y muy limpia. Aunque el escritorio estaba lleno de papeles, archivadores abiertos y post-it por todos sitios. Dejó su abrigo en el perchero que había al lado de la puerta, donde también estaba el abrigo castaño de Ava.

—Me imaginaba que vivías en un sitio así. —Comentó con una sonrisa antes de volver a mirarla—.

—¿Pequeño?

—Con apuntes por todos sitios.

Había recortes de periódico, fotografías tomadas por el telescopio Hubble, varias fórmulas para no olvidarlas y apuntes cortos pegados a la pared. Jonathan se acercó a Ava, y se sentó a su lado al filo de la cama. Llegó a ella una ola suave de su colonia.

—Es muy bonito.

—Es práctico. —Lo corrigió—. Y bastante barato.

Dejó la bolsa de la farmacia en la mesita de noche. Llevaba el pelo algo desordenado, seguramente porque fuera hacía frío y viento.

—¿Por qué no vuelves? Esto puedo ponérmelo yo.

Jonathan estaba sentado a su lado, y giró la cabeza para contestarle.

—Ni siquiera has movido la pierna cuando me he sentado. Y aunque intentes mentirme tienes la cara roja por el dolor, estás sudando.

Ava frunció el ceño, y se pasó una mano por la frente, mojándose la palma. Tenía mechones ondulados pegados a la piel, del mismo castaño claro que sus ojos y sus cejas.

—¿Y eso qué significa? Me dejé los radiadores encendidos toda la noche, hace calor.

Él solo estiró la mano, y quiso tocarle la rodilla, pero solo al rozarla ya le había arrancado un chillido de dolor. Lo apartó al instante, clavándole las uñas sin querer.

—Me molesta que pienses que me molestas. —La disuadió, mirándola a los ojos—. Solo quiero ayudarte.

Ava tragó saliva, y tuvo que ceder, rindiéndose ante el dolor.

—Vale. —Asintió, pasándose una mano por la frente—. Vale, lo siento.

Jonathan volvió a agachar la mirada, y tomó su pierna con delicadeza, dejándola estirada sobre su regazo. Estaba descalza, y las uñas de sus pies estaban pintadas con un esmalte transparente.

—¿Cómo te duele? —Le preguntó, girando la cabeza para hablarle, y dejó una mano en su tobillo para calmarla, notando los espasmos musculares—.

—Son... —Resopló—. Es como si me palpitara la rodilla del dolor.

—¿Por qué no se lo has dicho al médico cuando te han cosido?

—Porque... —Jadeó, avergonzada—. No quería que mi padre se preocupase más.

—¿Cómo es tu padre? —Intentó distraerla—.

—¡Ah, joder! ¡No me aprietes!

Volvió a apartarle la mano, y la escuchó jadear del dolor, haciendo una mueca. No supo cómo ponerse, era una sensación horrible, como si todo estuviese fragmentado, y cada pedacito se clavase dentro de su piel. De dentro hacia afuera.

—Joder... Duele, duele. —Remitió entre dientes, cerrando los ojos con fuerza—.

—Solo te duele cuando intentas mover la pierna. Tiene pinta de estar dislocada.

Ava resopló, dejando ir el aire con una mueca. No podía moverse, incluso tenía miedo de mover los dedos de los pies.

—La rótula es el hueso que sobresale de la rodilla, y si tienes una lesión en el menisco es más probable de que se te haya dislocado.

—¿Cómo lo sabes? —Se lo preguntó casi sin aire—.

—Porque me disloqué la rótula cuando era pequeño, y arrastré la lesión muchos años. 

Ella frunció ligeramente el ceño.

—¿Cómo?

—¿Cómo te las fracturaste tú? 

Ava se extrañó mucho, y frunció el ceño. Pero rápidamente se dio cuenta de cómo le había hablado, y retrocedió.

—Si no quieres ir al hospital-.

—No, al hospital no. —Afirmó ella, negando con la cabeza—.

Se negaba a que volvieran a llamarla Vianne, soportar la atención de los demás pacientes, y escuchar ese tono condescendiente que utilizaba todo el personal médico con ella. Además, avisarían a Pedro. Y prefería soportar el dolor.

—Entonces tengo que recolocarte la rodilla. —La avisó—.

Ava lo miró con miedo en sus ojos, pensando y planteándose todo el dolor que significaba eso. Pero lógicamente no podía hacérselo a ella misma, y pensar en el dolor la asustaba. Mucho. Como a un gato el agua.

—Bueno, si no hay otra opción no hace falta pensárselo tanto. —Dijo más para sí misma—. Hazlo.

—Cuando se coloca en su sitio ya no te duele nada. —La animó, mirándola a los ojos—.

—Hazlo.

Asintió con la cabeza, siendo consciente de que el dolor perduraría hasta que encontrase la manera de volver a colocarle la rótula en el sitio. Ava asintió por última vez, y se dejó caer, quedando tendida en la cama. Se apartó los mechones de la frente.

—¿Te importa? —Le pidió suavemente—.

Ava jadeó, sin mover la pierna ni un centímetro del regazo de Jonathan. Mirándolo, levantó un poco la camiseta negra que llevaba, y dirigió las manos al cinturón para poder quitárselos.

—Tengo cicatrices. —Lo avisó, deshaciéndose de la hebilla—.

Jonathan asintió con la cabeza, mirándola a los ojos desde arriba, y unos rizos grises le besaron la frente. Ava se desabrochó el botón de los pantalones negros, y bajó la cremallera.

Reprimiendo un gemido cuando se los quitó, levantó un poco la cadera para bajarlos. Apretó los dientes cuando tuvo que deslizarlos por la rodilla, y terminaron en el suelo.

En sus piernas descansaban cicatrices gruesas, delatando el recorrido de una hoja muy poco afilada, ya que el trazo era irregular. También tenía quemaduras en la parte interna de sus muslos. Él, así de cerca, pudo ver que habían dejado una marca rojiza tenue, donde la piel había intentado regenerarse en vano.

Y de nuevo, sintió esa necesidad de besarla. De acariciar donde le habían hecho tanto daño. Su deseo impertérrito de coser todos los pedazos de su alma que había perdido por el camino.

Jonathan abrió la crema antiinflamatoria, y por un leve momento sintió a Ava moviendo la pierna, apoyando la rodilla sobre su muslo. La escuchó gemir, y devolvió su mirada a ella, viéndola con una mueca de dolor. Ava se apoyó en sus codos, y tomó una respiración profunda. Sabía que debía estar sufriendo.

—¿Sabes hacerlo? 

Él se acomodó las gafas.

—Bueno, a los doce me cansé de esto, y aprendí a tratarme la dislocación yo solo. Por eso sé que no te va a doler más cuando esté en su sitio.

Su voz era suave y firme, fue como un bálsamo para su dolor intranquilo. Algo a lo que aferrarse. 

—Tú tienes más años de experiencia en los que puedo confiar, ¿no?

Él le sonrió sin mirarla, acercando la mano, y escuchó cómo Ava jadeó al sentir la crema fría, arrepintiéndose al momento de haberse quejado.

Su vello castaño se puso de punta, y Jonathan abrió la mano sobre su rodilla, subiendo en una caricia. Acarició su piel, y ella jadeó, cerrando los ojos con fuerza. En un pestañeo la miró. Vio su mueca de dolor, cómo se mordió con fuerza el labio inferior y echó la cabeza hacia atrás, apoyada en sus codos. Tomó el edredón con los dos puños, y gimió dolorosamente, con la respiración forzosa.

Jonathan la miraba, y aunque sabía que no era el momento, empezó a gustarle todo eso.

Con la punta de los dedos buscó su rodilla, y en efecto, estaba desplazada de su posición. La palpó fácilmente por la crema resbaladiza, le dio un apretón para asegurarse que no estaba fracturada, y cuando presionó ambos lados de la rodilla dislocada Ava le apretó el brazo, cerrando los ojos con fuerza.

—¿Quieres saber cómo me fracturé la rodilla la primera vez? —Le habló para distraerla, mirándola a la cara—.

—Joder, cómo duele...

—Tampoco tiene tanto misterio. —Dijo, agachando otra vez la mirada para centrarse en su rodilla, dolorosamente inflamada—. De pequeño vivía con mi padrino y su mujer. Eran personas muy religiosas.

Cerró la mano alrededor del cartílago, y ella jadeó de manera rápida y entrecortada, sin poder reprimir quejarse.

—Me acostumbraron a rezar. —Continuó—. Pero cuando estudié biología en el colegio empecé a plantearme si en verdad existía Dios.

—La Teoría de Darwin ha sido muy útil. —Dijo sin aire, tomando respiraciones pesadas—. Hijo de puta. Ojalá esté en el infierno con Freud y Nietzsche.

Jonathan esbozó una sonrisa silenciosa.

—Entonces empecé a negarme a rezar.

Ava también lo miró a los ojos, con los labios entreabiertos para respirar y la cara sudada. Se quedó ensimismado mirándola, absorto en esa expresión de sufrimiento que le estaba dedicando.

—Y como me negué... —Retomó la historia—. Me obligaban a hacerlo. Cada vez peor.

—Joder. —Musitó—.

—Un día, cuando intenté rebelarme me empujó y caí por las escaleras. Me disloqué la rodilla al intentar ponerme de pie. Pero cuando me quejaba me pegaba más, "para darme un verdadero motivo para llorar", así que... No iba al hospital.

Intentó moverle la rodilla, y ella chilló de dolor, llevándola a apretar el brazo de Jonathan, clavándole las uñas en el bíceps a través de la ropa.

—Para, para para. —Le pidió, rogando con los ojos llenos de lágrimas—.

—Tengo que ponerte la rodilla en su sitio, ¿de acuerdo? Solo será un momento.

Ella negó con la cabeza, apretando el puño que tenía en su brazo, aferrándose.

—Lo sé. —La consoló dulcemente, mirándola a los ojos—. Sé que te duele. Pero cuando esté en su sitio dejará de doler, te lo prometo.

Una lágrima bajó por su mejilla roja, otorgándole un aspecto vulnerable, perfectamente deseable. Dejó de mirarla y con la otra mano mantuvo su pierna quieta sobre el regazo. Con un movimiento brusco se escuchó un clic, y la rodilla volvió a estar en su sitio.

La escuchó quejarse durante solo un instante. Ava jadeó para tomar aire, recuperándose de esos minutos de agonía. El dolor había desaparecido. 

Fue una sensación sobrecogedora, por eso decían que había placer en el dolor, no supo expresar su alivio de ninguna manera. Así que levantó la mirada al techo, y gimió por esa tela de tranquilidad que la invadió.

—Ya te lo había dich-.

—Cállate. —Lo interrumpió, con los ojos cerrados. Tragó saliva, con los labios ligeramente pegados al tener la boca seca—.

—¿Te duele ahora? 

—No... —Respondió ella en voz baja, negando con la cabeza. Aún le costaba normalizar su respiración—. Gracias.

Carraspeó para aclararse la voz y volvió a repetirlo.

—Gracias.

Él ladeó un poco más la cabeza, y besó la lágrima de su mejilla, raspándola por la barba. Besó el rastro húmedo de su piel, y Ava subió una mano para tocarle el cuello, subiendo hacia su pelo rizado, descansando allí.

—Gracias. —Le repitió en un suspiro, cerrando los ojos, era como un mantra—.

Él subió su boca, y al final presionó gentilmente dos besos en sus párpados.

—Eres un poco llorona.

—Y tú un poco imbécil. ¿Dios quería que sufrieras tanto? ¿Por qué sigues siendo creyente después de lo que te hicieron?

—Porque el problema no era la religión. —Esbozó una sonrisa—. Era quien la predicaba.

Ella procesó sus palabras, y asintió con la cabeza, bajando los ojos de los suyos en un pestañeo lento. Se percató de la cadena en su cuello, y con dos dedos bajó su camiseta interior, desvelando la estrella de David. Apretó un beso en sus clavículas, en el principio de su pecho, y la plata fría le acarició los labios. Luego subió su boca, solo rozando su piel con los labios, y respiró el perfume de hombre de su cuello.

Apoyó la cabeza en su hombro como un consuelo.

—Ava.

—¿Qué? —Respondió, tranquila, y llevada por el placer de la ausencia del dolor—.

—No quiero que te precipites con esto.

—¿Precipitarme por qué?

—Porque tengo veintitrés años más que tú. Soy tu profesor, estoy divorciado, y tengo una hija de seis años.

—¿Por qué eso sería precipitarme?

—No quiero que sientas que esto fue un error. —Confesó en un tono bajo—. No quiero formar parte de tus recuerdos siendo "el error".

—A veces tu paciencia agota la mía. ¿Crees que yo no quiero hacerlo?

—Lo sé. Lo sé, Ava, pero-.

—Deja... —Lo interrumpió, frunciendo el ceño—. ...de decidir por mí.

Lo tomó de la mandíbula sutilmente, pinchándose los dedos por su barba canosa, y le hizo girar la cabeza para mirarlo. Los hombres le daban miedo, pero no Jonathan. Él era la excepción.

—¿Sabes una cosa? —Le dijo Ava, arqueando una ceja mientras se perdía en sus ojos—. Confío en tí.

—No tienes porqué hacerlo.

—Lo sé. —Asintió—. Y aún así lo hago.

—No nos conocemos. No tienes que confiar en la gente tan fácilmente.

Le cogió la mano para dejarla sobre el corazón, y él no quiso tocarle el pecho, solo se quedó ahí, mirándola a los ojos.

—No tienes ni idea de lo que quiero.

Él bajó la mirada a sus labios. Cediendo un silencio.

—Por el modo en que lo dices parece que tú tampoco lo sabes.

—No, no lo sé. —Susurró—. Porque... Porque ni siquiera sé qué estoy sintiendo, ni si es lo que debo sentir. N-No sé si me gustan los hombres, pero me gustas tú, y... Y no lo sé.

—¿No sabes si te gustan los hombres?

—No. Pero sé que no me gustan las mujeres, y pienso que podría ser asexual, y definitivamente no sé porqué te estoy contando esto.

Se rio, llevándose las manos a la cara, y peinó su pelo castaño hacia atrás.

—Eh, está bien. —La disuadió en su tono amable—. Está bien. ¿Por qué piensas eso?

—Oh, los hombres lo tenéis muucho más fácil. —Le sonrió desde abajo, tendida en la cama—. Ya sabéis lo que os gusta y lo que no.

—Cariño. —La interrumpió—. Yo sé lo que me gusta por la edad que tengo.

Ava entrecerró los ojos, sin darse cuenta de cómo la había llamado, y volvió a incorporarse, quedando sentada.

—¿Eso es una insinuación de que te has besado con otros hombres?

—Como tú ahora. —La avisó, cogiéndola de la mandíbula para dejarle un beso en los labios, raspándola por su barba—. ¿Eso es algo malo?

—No. —Negó, mirándolo a los labios—.

Él volvió a besarla, y sintió su mano en la mejilla, ambos cerrando los ojos mientras duró ese beso. Lascivos.

—¿Te gusta? 

—Sí, me gusta. —Asintió en un suspiro, relamiéndose los labios—. Me gustas.

—¿Y ahora? Estando tan cerca... —Siguió con su acometida, ladeando la cabeza para susurrarle sobre la boca—. ¿Quieres que te toque?

—Sí. —Jadeó ella en voz baja—. Tócame, Jonathan.

Se lo pidió, y él no hizo nada más que obedecer, escurriendo una mano entre sus piernas. Aún tenía las manos callosas, de transportar lienzos, de esculpir, de tocar la guitarra. Eran las manos de un artista.

La escuchó quejarse en voz baja cuando llegó al límite de su muslo, rozando con las yemas la costura de su ropa interior.

—¿Quieres que continúe?

Ava no sabía si podía responder, estaba tensa, sin permitir dejarse fluir.

—Sí. —Contestó en un tono débil, asintiendo—.

—No pasa nada si no quieres continuar. Seguiré estando aquí si no quieres hacerlo.

—No lo sé... Otras veces no he sentido nada.

—¿Nadie ha sabido tocarte? —Le susurró, soberbio—. ¿Quieres ver el placer que yo puedo hacerte sentir?

—Sí. —Afirmó en un suspiro—.

—Soy el mismo hombre que te estaba hablando antes, ¿de acuerdo? No te olvides de eso. Puedes decirme que pare, puedes decirme que no estoy haciendo bien alguna cosa, puedes decirme lo que necesites.

—Lo sé. —Asintió ella, girando la cabeza para besarle la mejilla entre la barba, y subió una mano por sus suaves rizos—.

Él se inclinó y volvió a besarle el cuello, sin dejarle marcas, solo pasando la lengua por su piel sudada y picoteándola bajo la mandíbula, obligándola a echar la cabeza hacia atrás.

De un tirón la arrastró a su regazo, dejándola tendida en la cama. Ava ahogó un jadeo, arqueando la espalda para acomodar el culo entre sus piernas, ofreciéndose. Él deslizó la mano sobre sus bragas, sobre el calor que albergaban. Descendió hacia esa parte donde sus muslos se rozaban.

—Ah... —Se le escapó un gemido frágil, a su merced—.

La acarició sobre la tela.

—Quítatelas.

—No. —Lo miró desde abajo, jugando—.

—¿No? ¿No quieres esto? —La provocó, malicioso—. Me estabas rogando para que te toque, ¿y ahora no vas a obedecerme?

—Cállate. —Dijo sin aire—. Esto era mejor cuando te besaba y no podías hablar.

—Si te encanta escucharme.

El calor que desprendía su centro lo hizo sonreír al sentirlo, dejando escapar un gemido grave que fue contrastado con el chillido de Ava cuando paseó el pulgar por su coño cubierto.

—Sé que soy tu profesor favorito.

Movió los dos dedos por su entrada, palpando la forma de sus pliegues con las yemas, y la acarició con parsimonia, esperando que se abriese como un racimo de flores. Ava dejó ir todo el aire de sus pulmones, retorciéndose bajo su toque. Demasiado delicado, demasiado sutil.

—No te preocupes, Ava. Empezaremos por una fácil. ¿Te acuerdas cuándo fue la Revolución Francesa?

Jonathan retuvo sus piernas sobre el regazo con una mano firme, deslizando los dedos por la costura, y luego bajó por el fino algodón, abriendo suavemente sus pliegues.

—S-Sí... Sí.

Como una muñeca de trapo en sus manos, acarició ligeramente su clítoris sensible sobre la tela, atrapándolo bajo sus yemas. Provocó un jadeo precipitado de Ava. Sus manos, desconocidas y venosas, se encontraban entre sus piernas. ¿Qué pensaría alguien si la viese? Furcia, fácil, provocadora.

—Vamos. —La despertó—. Dilo.

—En... Entre 1789 y 1799. —Jadeó en voz baja, susurrando:—. ¿Pued-...? ¿Puedes besarme? ¿Por favor?

—Oh... Mírate. Ahora puedo escucharte suplicando. —Le sonrió con prepotencia, apoyando una mano al lado de su cabeza para inclinarse sobre ella—. ¿Quieres que te bese, cariño? Ganatelo. Dime, listilla, ¿qué opinaba Nietzsche del amor?

—Que nos hace humanos. —Respondió—. Demasiado humanos...

—Sí, muy bien. —Le acarició la mejilla, mirándola a los ojos—. Pero yo creo que estaba equivocado. No es nada racional lo que siento cuando pienso en ti, Ava.

Ladeó la cabeza con cuidado, su aliento le golpeó los labios, y los besó con cuidado como si fueran dos pétalos. Delicado, gentil. Fue ella la que metió lengua, e intentó atraerlo hacia ella mientras lo tomaba del pecho. 

Obedeció lo que su cuerpo gritaba, y se subió encima de Ava en la cama de matrimonio, haciéndose un lugar entre sus piernas. Pero antes de volver a ella se quitó las gafas, dejándolas en la mesita de noche. 

Cuando volvió a besarla, unos rizos suaves acariciaron la frente de Ava, y ella le tocó el cuello, gimiendo a susurros sobre sus labios. Era morboso de escuchar, y ella misma tomó la mano de su profesor para devolverla entre sus piernas.

Él lo hizo, bajando una mano entre sus cuerpos, y esa vez se coló bajo su ropa. Dejó de besarla para observar su reacción, y apoyó sus frentes, viendo cómo poco a poco tensaba su bonita cara en una mueca y exhalaba un gemido agudo. Era música. Sus pliegues estaban calientes, viscosos, y tenía las piernas abiertas de par en par para recibirlo encima de ella.

Cubrió su sensible clítoris con las yemas de los dedos, resbalando por la humedad que empezaba a llorar, provocando que volviese a gemir para él.

—¿Te gusta?

—Sí. —Sonrió ella, asintiendo con la cabeza sin poder abrir los ojos—. Sí, me gusta.

Extendió los dedos, cubriendo toda su entrada con la mano, y de ella brotaron unos dulces gemidos forzosos. Movió las caderas para frotarse contra su mano, notando que dos de sus dedos hacían más presión, y resbalaban en su humedad. Introdujo solo la punta de los dedos, acariciándola, y ya jadeó por la intrusión.

Jonathan empujó gentil, pero profundamente, hasta que todo su dedo anular estaba enterrado en su coño calentito y mojado. Ava cerró los ojos ante la sensación. Él no sabía cuánta experiencia tenía, por eso fue extenuadamente lento, para que lo avisara si dolía. Pero cuando llegó hasta su último nudillo se sintió en otro mundo. Estaba tensa, y apretó el dedo en su interior, palpitando morbosamente del gusto. 

Sintió que goteaba sobre su palma, y empezó a mover la mano para frotarse contra ella. No era mucho trabajo, sabía que estaba a punto de correrse, pero ella aún no lo sabía. Con el pulgar volvió a acariciar su clítoris, presionándolo suavemente para hacerla gritar. Tenía las manos grandes, y no le costaba mucho encontrar ese punto dulce.

Ava tomaba bocanadas de aire, abriendo los ojos para mirarlo encima. Estaba sudada, vulnerable y deliciosa.

—¿Lo sientes? —Le preguntó, meciendo la mano para follarla con los dedos—. Esa presión en tu estómago, en tu vientre. ¿Me sientes dentro de tí?

Ella asintió varias veces, intentando tocarlo para acercarlo y besarlo, pero él mantuvo sus muñecas con la mano libre, y pasó sus brazos sobre la cabeza para que no se moviera.

Ava se quejó, gimiendo y tomando bocanadas de aire en un intento de normalizar su respiración, completamente a su merced. Supuso que eso le gustaba, lo ponía cachondo tener el control de la situación.

—Mírame. Mírame, cariño. —Le dijo, provocando que Ava abriese apenas los ojos. Con su pelo castaño esparcido por la almohada como un halo. Parecía una divinidad griega, nacida para ser adorada—.

Mantuvo el contacto visual mientras aceleraba un poco el ritmo. Arqueó los dedos dentro de ella.

—Si dejas de mirarme pararé.

Ava intentó cerrar las piernas al tensarse, pero no pudo al tenerlo encima, y lloriqueó cuando sintió esa abrumadora sensación quemándola, como un hormigueo intenso que subía desde su bajo vientre. Él también lo sentía. La humedad que goteaba de ella provocaba unos sonidos ahogados, obscenos, y no tardó en correrse. 

La veía retorcerse e intentar liberarse, pero él no soltó sus muñecas. Un gemido agudo, patético, salió de su pecho mientras se desbordaba sobre su mano, empapando sus dedos mientras se quejaba y lloriqueaba por la intensidad de esa sensación. Los dedos de sus pies se curvaron sobre el colchón.

Siguió follándola con la mano hasta llevarla al clímax, arrastrándola a través del placer hasta que se volvió casi doloroso, frotando sus pliegues sensibles. Un manto viscoso recubría su entrada, mojándole el principio de los muslos. La dejó débil y flácida sobre la cama.

Después de bajar de ese pico de intenso placer, todos los músculos de su cuerpo se relajaron de repente, llevándola a respirar por la boca para recuperarse. A pesar de todo, fue una sensación deliciosa, mágica, un puro instinto animal.

—Joder... —Jadeó sin aire, con los labios hinchados y rojizos por los besos—.

—Y eso cariño, ha sido un orgasmo.

—¿Tan fácil?

Él le soltó las muñecas, besándole las mejillas con los ojos cerrados para devolverle la fuerza. Ava le tocó el pecho con ambas manos, subiendo hacia sus hombros mientras exhalaba otro suspiro pesado.

—Pues sí me ha gustado. —Jadeó en su oído, abrazando sus hombros, y con la otra mano subió por su nuca, aferrándose ligeramente a sus rizos grisáceos—.

Jonathan le besó la mandíbula, las mejillas, y terminó apretando un beso casto en sus labios. Estaba sudada y los mechones se apegaban a su piel prolija, seguramente con el corazón en la garganta. Él ya sabía que le gustaría, solo tenía miedo a dar el paso y probarlo.

Ava sonrió contra sus labios, y flexionó las piernas a ambos lados de su cadera. Sentía el roce de su pantalón justo entre sus piernas mientras se besaban, y un bulto que hacía presión para que se frotase contra él.

—¿Y esto lo causo solo yo, también? —Le dijo al oído—.

Olía tan bien, olía a perfume de hombre y a café. Ava giró la cabeza para besarle la garganta, coló dos dedos en el cuello de su camiseta interior y tiró de ella para seguir picoteando y besando su nuez. Su barba producía un hormigueo apetecible, y tomó su jersey en un puño para que no se fuera, envolviendo su cadera con las piernas. Su colgante de plata sobresalió, y le rozó el pecho a Ava mientras ella le besaba el cuello, serpenteando una mano entre sus rizos suaves. Queriéndolo todo de él.

—De la farmacia solo he traído antiinflamatorios. —Dijo, apartándose un poco de ella para mirarla a los ojos—. No pensaba que terminaríamos así.

—Yo tampoco. —Suspiró Ava, deslizando las manos por las mejillas de Jonathan, raspándose por su barba mientras el colgante quedaba sobre su mentón—.

Jonathan se relamió los labios con la punta de la lengua y los mordió, clavándose los dientes mientras la miraba debajo de él. Al menos le había gustado, estaba cansada, sudada. No quedaba un resquicio de ella para pensar en la universidad, o en qué tenía que hacer esa tarde, solo quería quedarse en la cama. 

A pesar de que minutos antes estaba muriéndose de dolor y completamente tensa, ahora se sentía tranquila, como si toda preocupación se hubiese esfumado momentáneamente.

—¿Te vas?

—Debería estar dando clase a las once. —Asintió—.

—¿Por qué es tan fácil hablar contigo? —Le preguntó Ava, aún jadeante—.

A él se le escapó un suspiro.

—Porque a mi nadie me escuchó.

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