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—¿De qué te ríes? —Le preguntó Pedro, sonriendo al verla sonreír—.

Ava estaba sentada a su lado, con un brazo estirado sobre la mesa, apoyando la cabeza en él.

—Tienes canas en la barba. 

Pedro rió al verla de esa manera, y ella lo imitó, tocando su barba dispersa.

—¿Ahora te das cuenta?

—¿Qué le habéis dado? —Preguntó Dhelia al psiquiatra cuando entró por la puerta—.

—Estoy bien. —Ava arrastró las palabras, inclinándose hacia el otro lado para abrazarse al brazo de su tía—. Deberías tomar también de estas para suavizar tu humor de mierda.

Se rió ella misma de sus palabras, resbalando hacia su pecho, sin poder sostenerse.

—Después de su último análisis le hemos cambiado la medicación.

—Las benzodiacepinas no producen este estado de anestesia mezclado con alucinación. —Le respondió Dhelia, empujando a Ava de su hombro—.

Ella se dejó caer hacia la izquierda, apoyándose ahora en el brazo de Pedro. 

Él tenía el codo apoyado en el reposabrazos de la silla, y se llevó un dedo a los labios para morderlo, sin reprimir esa sonrisa que le salió. Cómo le ponía Dhelia cuando hablaba de esa manera. Era doctora, e irónicamente trabajaba en una clínica especializada en fertilidad.

—Hemos añadido al tratamiento unos opiáceos para... Estimular el sistema nervioso de Vianne.

—Ava. —Lo corrigió Pedro—. Estamos en proceso de cambiar su identidad.

—Porque la zorra de mi sobrina quiere rechazar mis apellidos. —Dijo Dhelia, levantando ambas cejas—.

—El cambio de identidad en... Ella, podría fragmentarla, romper ese límite que separa la "actuación" de Ava con la identidad de Vianne.

—Ningún estudio demuestra que el TID pueda producirse a base y constancia del paciente. —Discutió Dhelia, cruzándose de piernas—. Lo único que hace mi sobrina es sobrellevar el trauma, como una ayuda externa que la inhibe del recuerdo y vergüenza que pasó Vianne.

Pedro bajó la mirada relamiéndose los labios, dejando de mirarla a la cara para recaer la atención en sus muslos, apretados bajo la tela de su vestido oscuro.

—Mire, señora Peña...

—James. —Lo corrigió—. Señorita James, nos estamos divorciando.

Él alargó un brazo para palmear su brazo, avisándola. Pero Ava se había quedado dormida en el hombro de Pedro.

—Mire cómo la sobreprotege. Desde los nueve años, siempre ha sido su consentida.

—Porque tú la ignorabas. 

—Bueno, teniendo en cuenta que el padre de Ava-.

—No nombre a ese hijo de puta. —Lo avisó Pedro—.

El psiquiatra frunció el ceño, y negó con la cabeza.

—Para que me quede claro, ¿quién es el familiar de Ava?

—Es mi sobrina. —Dijo Dhelia, inclinándose hacia atrás para apoyar la espalda en la silla—. Y este era mi marido.

—Entonces no hay ningún lazo que os una, ¿cierto?

—La conozco desde que tenía ocho años. —Le contestó—. ¿Usted qué coño cree?

—Pedro. —Lo llamó el psiquiatra, para aclamar su atención—. ¿Siente que Ava es su responsabilidad? ¿Cómo le afectó la pérdida de su primer hijo respecto a esto?

—Oh... —Negó Pedro, sonriendo. Se pasó una mano por las mejillas, tocándose la barba dispersa—. No va a sacar el puto tema.

—Claro, claro que saca el tema. —Asintió Dhelia, girando mínimamente la cabeza para hablarle—. Eres tú el que lo ha ignorado desde que pasó.

—¿Quieres hablar del tema? —Le contestó, dejando de apoyar la espalda en el respaldo para girarse hacia ella—. Hablemos del puto tema. Me engañaste, me dijiste que estabas embarazada y por eso me casé contigo. ¿Qué más hay que decir sobre eso?

Dhelia giró la cabeza lentamente, enfocando con sus ojos verdes a Pedro. Al igual que Ava, ella tenía unos rasgos afilados, una nariz perfilada y los pómulos ligeramente hundidos llevada por la edad. Era una mujer potente, con una seriedad que acompañaba su elegancia.

—Yo no te mentí, Pedro. —Negó con voz tranquila, mirándolo a los ojos—. Lo perdí. Eso pasó de verdad.

—Si necesitan terapia delante de la consulta hay un centro especializado en...

—¿Para qué queremos terapia? —Zanjó Dhelia en un tono más violento—. Si ya nos vamos a divorciar, por fin.

—Ese rencor también puede afectarla a ella. —Respondió, señalando a Ava, que dormía sobre la mesa—.

—¿Cómo le va a afectar? No es una niña pequeña como todos queréis verla.

—Pero ella ha demostrado una dependencia psico-afectiva con él. —Les aclaró, señalando a Pedro con la mano—. No puede separarlos así de rápido.

—¿Y quién ha dicho que yo me voy a ir? —Interrumpió Pedro—.

—Eso, mejor que se queden juntos. —Dijo, arrugando la nariz en una mueca extrañamente tierna—.

—¿Qué coño estás insinuando con eso?

—Eso, ¿a qué se refiere? —Preguntó el doctor, mirando a Dhelia—.

Entraron dos celadores en la sala, y con permiso se acercaron a Ava para llevársela a la habitación que tenía asignada.

—¡Hola Layla! —Le dijo Ava con una sonrisa estúpida, y una alegría anestesiada—.

—¡Hola, Ava! —Le sonrió la enfermera de pelo rizado, ayudándola a ponerse en pie—.

Ella y otra celadora la sacaron de la sala para que descansara hasta que los efectos de las pastillas pasaran. Tras unos minutos, Pedro y Dhelia volvieron a la conversación con el psiquiatra.

—Díselo.

—¿Que le diga qué?

—Eso. —Lo incitó—. Que Ava te besó.

—No me... —Negó con la cabeza haciendo una mueca—. No me besó.

—Pf. —Resopló Dhelia, formando dos hoyuelos en sus pómulos hundidos cuando sonrió irónicamente—. Se metía en nuestra cama.

—Porque tenía terrores nocturnos. —Explicó, abriendo la mano para expresarse—. Desde pequeña iba al psicólogo para tratarse.

—Tenía trece años, tampoco era tan pequeña.

—¿Me está diciendo que Ava se sentía atraída hacia él cuando era pequeña? —Le preguntó el psiquiatra—.

—Sí.

—No. —Negó Pedro, ofendido—. ¿De qué manera? Al principio incluso me tenía miedo. ¿Por qué hablamos de esto? ¿Crees que la he tocado? ¿Que... Que me aprovechaba de ella?

—No, pero ella de tí sí.

—Ava está enferma. —Aclaró el psiquiatra, como si no fuesen conscientes de ello—. No se trata de cómo la tratan, sinó de cómo reacciona ella a los estímulos.

—Nunca se ha acercado de esa manera. —Aclaró Pedro, apoyando una mano en la mesa—. Ni ahora, ni cuando la conocí.

—Siempre hablaba contigo de algo. —Dijo Dhelia, dejando caer la cabeza hacia un lado para mirarlo—. Siempre quería que la abrazaras, que la ayudaras con las clases, que la llevaras a la cama...

—Porque eso es lo que necesitan y buscan los niños. —La interrumpió, gesticulando para dejarlo claro—. Era una niña que estaba muy sola, que tú la dejaste sola. Siempre la has tratado como si fuera una adulta y no te necesitase.

—¿Crees que Ava no sabía aplicar las ecuaciones de física a los doce años? —Le dijo, apoyando el mentón sobre sus dedos, mirándolo. Llevaba dos pulseras, de oro y plata, en la muñeca—. Mi sobrina siempre ha sido especial. Y ella lo sabe, ese es el problema.

—Sí, Ava ha sido paciente nuestra desde los seis años para ayudarla a sobrellevar su Síndrome de Asperger. —Intervino el doctor, redirigiendo la conversación—. Su comportamiento siempre nos ha llamado la atención.

—Es brillante. —Especificó Dhelia, levantando el mentón—. Es mejor que la media. Me hace sentir orgullosa de eso.

—Pero Ava solo es brillante en lo que hace. —Comentó el doctor—. Tiene campos de interés estrechos y absorbentes, se obsesiona con un tema y no lo suelta. Pero no tiene habilidades cotidianas, no sabe organizarse fuera de un horario, no sabe tratar con los demás, no procesa los estímulos como nosotros... Esto es preocupante. Cuénteme más sobre eso, ¿por qué lo besó?

—No me besó.

—Ava vive con nosotros desde los ocho años. —Siguió explicando Dhelia. Llevaba un delineado fino en los párpados, y un pintalabios marrón mate—. Y no sé cuándo empezó a tomar la costumbre de dormir con nosotros, porque este se lo permitía.

—Se despertaba asustada en su cuarto. No podía dejarla gritando y llorando como hacía ella.

──── 𝐕𝐞𝐫𝐚𝐧𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝟐𝟎𝟏𝟱 ────

La puerta de la habitación se abrió con un ligero crujido, dejando ver a Vianne. 

Era una noche de verano, y la ventana de la habitación estaba abierta, con las cortinas ondeando por la brisa. Se veía el cielo repleto de estrellas, y se escuchaban los grillos.

Vianne tuvo miedo a despertar a su tía, así que se quedó en el umbral de la puerta, pero él abrió los ojos con pereza al escuchar el crujido de la puerta.

—¿Qué pasa? —Le preguntó con voz ronca y pastosa, incorporándose para mirarla. Carraspeó para aclarar su tono—.

Vianne apretó los labios, sin saber si podía responder.

—¿Qué pasa? —También se despertó Dhelia, con la voz adormilada mientras levantaba la mirada y acariciaba la cara de Pedro con una mano—.

—He tenido una pesadilla. —Dijo Vianne con voz queda—.

—¿Otra? —Dhelia frunció el ceño al darse cuenta que Vianne estaba allí, se incorporó para quedarse sentada en la cama—. Solo es tu imaginación, Vi. No es real. Vuélvete a dormir.

—Pero tengo miedo. —Dijo, no muy segura—.

—¿Has vuelto a ver ese hombre a los pies de tu cama? —Le preguntó Pedro—.

Dhelia resopló, alargando un brazo para encender la lámpara.

—No puedes dormir aquí. —Le dijo con la espalda apoyada en el cabecero, y su pelo castaño despeinado, cayendo más abajo de sus hombros como ondas suaves—. Ya tienes diez años, tienes que ser responsable.

—Lo siento. —Dijo, apretando los labios—.

Se dio la vuelta para irse, tocando con los pies desnudos el parquet del suelo.

—No, no. —Interrumpió, aún con la voz pastosa y algo ronca. Con su acento americano raspando las palabras—. Ven aquí.

—Pedro. —Lo avisó Dhelia, girando la cabeza para mirarlo—.

—No pasa nada. —La animó, encogiéndose de hombros. No llevaba camiseta por el calor—. No puedes controlar tu miedo. Ven aquí si quieres.

Vianne se acercó a los pies de la cama, y Dhelia resopló, dándoles la espalda para volver a dormirse. Vianne subió a la cama, gateando para llegar entre ellos dos, y Pedro le cedió ese espacio, quitándose la sábana de encima para cubrirla a ella. 

—Gracias. —Le dijo Vianne con una voz tenue, estando de lado—.

—¿Yo puedo espantar al hombre de tus pesadillas? —Le preguntó, sonriendo para él mismo—.

—Dhelia seguro que sí.

Pedro rio, y estiró un brazo para tocar la cintura de Dhelia sobre la sábana, intentando que se añadiera a la conversación.

—Mira a tu sobrina cómo te conoce. —Dijo con una sonrisa—.

Pero ella apartó su mano, y no se giró.

—Es que se enfada muy fácil. —Le dijo a Vianne—.

—¿Y por qué?

—Porque se parece a tí.

—¿Queréis dejar de hablar? —Los interrumpió Dhelia—.

—¿Tú tienes sueño? —Le preguntó a la niña—.

—No. —Negó Vianne, susurrando como él—.

—¿Te apetecen unas crêpe?

—Sí.

—No puede comer eso. —Dijo Dhelia, sin girarse—. Ya ha comido esta tarde.

—¿Y qué? —Le respondió Pedro, frunciendo el ceño—.

—Pues que debe tener un horario. Y si le cambias las comidas va a engordar. 

—No pasa nada. —Dijo, frunciendo el ceño—. Deja a la niña comer crêpes a las dos de la mañana si le apetece.

—Y si engordo no importa. —Dijo Vianne, estando de lado, mirando la espalda de su tía—. No quiero ser modelo, quiero ser astronauta.

—Eso. 

—¿Si? Pues para subir en los cohetes debes pesar un número apropiado y dormir unas horas estrictas. —Le dijo, dándose la vuelta—. Duérmete ya.

Después de esa pequeña charla nocturna, todos se durmieron.

Esa misma mañana, cuando Vianne se despertó, Dhelia no estaba en la cama. El sol entraba a raudales por la ventana. Se dio la vuelta, quitándose la sábana de encima, y vio a Pedro a su lado, exhalando suaves ronquidos sobre la almohada.

Parecía tan tranquilo, estaba boca abajo, y la piel morena de su espalda estaba caliente por el sol. Vianne lo miró, con la tranquilidad que emanaba la mañana, y lo llamó suavemente, pero no se despertó. 

Observó su expresión relajada y tranquila, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos para exhalar cada respiración.

Se acercó un poco más, hasta que sintió su aliento muy cerca, hasta que olió su pelo y su bigote le acarició el labio. Nadie supo qué pasó por la mente de Vianne en ese momento, pero volvió a acercarse delicadamente, cerrando los labios sobre los suyos. 

—Vianne. 

Dhelia frunció el ceño, descifrando qué estaba haciendo, y Vianne se apartó de él, mirándola pretendiendo no haber entendido nada.

—¿Qué pasa? —Se despertó Pedro con la voz cansada, levantando la cabeza de la almohada—.

—¿Vianne qué estabas haciendo? —La avisó, ladeando la cabeza—.

—Nada. —Negó frenéticamente—. Me acabo de despertar.

Dhelia juntó mucho sus cejas castañas, y dejó la bandeja encima de la cama.

—¿Desayuno en la cama? —Pedro bostezó, incorporándose, y cogió el zumo de manzana que había puesto en la bandeja con crêpes—.

Le dio un trago y Dhelia tenía las manos en la cadera, mirando a Vianne con sus ojos verdes bien abiertos. Esperando que hablara. Llevaba un camisón de satén largo hasta las rodillas, con las mangas acampanadas y una bata azulada que se ondeaba con la brisa veraniega.

—¿Qué estabas haciendo? —Le preguntó otra vez Dhelia, alarmada—.

—Nada. —Respondió, con el corazón en la garganta—.

—¿Qué pasa? — Pedro dio otro trago al zumo, mirando a su esposa y luego a la niña—.

—¡Que te estaba besando!

Pedro frunció el ceño.

—Sí, me da besos. Creía que no te importaba.

—¡En la boca! —Gritó, moviendo las manos—.

—¿Qué estás diciendo?

—¡Eso es mentira! —Dijo Vianne con el ceño fruncido, girando la cabeza para hablarle a él en vez de a ella—.

—¡Estás enferma!

—Eh, eh, no le digas eso. —La paró Pedro, levantando una mano—.

—¡Te estaba besando! —Repitió, sin poder creérselo—. ¡En los labios! ¡Solo tienes trece años, Vi, es tu tío! ¿¡En qué coño estás pensando?!

—¡No, yo no he hecho eso! —Negó ella, agachando la cabeza y tapándose los oídos para no escuchar los gritos—. No he hecho eso.

—Deja de gritarle.

—¡Solo le daba un beso en la mejilla, lo siento! ¡Lo siento! ¡No sabía que no podía hacerlo! 

—¿Ves? ¿Por qué siempre tienes que hacerla llorar? —Le dijo Pedro, deslizando la mano hacia el hombro de Vi para acercarla y darle un abrazo—. Mira, quizá en tu familia no seáis de demostrar amor por los demás, pero en la mía somos mucho de abrazos y besos.

—¡No te estaba besando en la mejilla! Dios, ¿no ves lo que está haciendo?

—Sí, tú has malinterpretado lo que estaba haciendo. —Le explicó Pedro, frunciendo el ceño—. Solo es una niña.

Y mientras discutían, Vi tenía la cabeza en su pecho, con los ojos cerrados. Escuchaba los latidos de su corazón mientras lo abrazaba, con la piel pegajosa por el calor.

—...tienes que enseñarle que contigo hay cosas diferentes porque eres una mujer y yo un hombre. ¿Le has hablado de eso? No, claro que no, solo la ignoras y la apuntas a actividades para no tener que aguantarla.

Se levantó de la cama.

—¡No la apunto a actividades para no aguantarla, lo hago para que tenga un buen futuro! —Le gritó, señalándolo con un dedo—.

—Uy, sí, y cuando saca menos de un nueve la dejas sin cenar y le gritas. Solo tiene trece años, y la dejas sola como si fuera una adulta. ¿Por qué tengo que darle los abrazos que tú no quieres darle?

—¡Porque siempre te busca a tí!

Pasó por su lado para salir del dormitorio, ignorándola.

—¡Te está manipulando! —Le gritó, sin seguirlo—.

—Vete a la mierda.

────────

—¿Ve? No me estaba besando. —Dijo Pedro cuando Dhelia terminó de contarlo, encogiéndose de hombros—. Y solo tenía trece años, por Dios. Esta se pone histérica cuando no le das toda la atención a ella.

Señaló a Dhelia a su lado, con una silla vacía de separación.

—Vete a la mierda. —Le contestó, sin mirarlo—.

—Ya estoy contigo, cariño.

—¿Saben? Se está acabando el tiempo de la consulta, pero... Retomaremos esto la próxima sesión. Tratar con una persona tan especial como Ava tiene sus dificultades.

—No hace falta que lo diga.

—Pero Vianne tomó la decisión de tenerlo a él como figura de autoridad y protección. Por encima de usted. Es decir, que él toma el rol del padre en su vida.

—Ni siquiera fue a conocer a nuestra hija al hospital. —Comentó, entrelazando las manos sobre sus piernas cruzadas—. Se alejó para que Pedro fuera a por ella.

—No hizo eso. Si tomases tu lugar como tía, y como madre, lo entenderías. Y Vi no pensaría que siempre molesta.

—No empecemos a echarnos la culpa de cosas porque tengo un rencor muy reprimido. —Lo cortó, seria—.

—Lo que iba a decir, es que tratéis el tema del divorcio con cuidado, con Ava. —Les aconsejó el doctor—. 

—Por Dios. —Rió Dhelia, negando con la cabeza—. La tratáis como si fuera una niña. ¿Creéis que no puede soportar nuestro divorcio? Es lo suficientemente madura, doctor. Corrige ella misma su conducta, y la redirige hacia donde ella quiere para manipular a la gente. Es una narcisista potencial, y necesita su medicación.

—A quién se parecerá. —Murmuró Pedro, apoyando la cabeza en una mano—.

—Recomiendo planear la noticia, podrían aprovechar el cumpleaños para hablarlo los dos con ella. —Hizo énfasis en esas palabras—. Pero primero debería decírselo usted para evitar un ataque de ansiedad o de pánico. Romper su rutina y su normalidad, puede afectarla bastante.

—De acuerdo, se lo diré mañana. —Dijo Pedro, encogiéndose de hombros—. Cuando acabe de trabajar pasaré y cenaré con ella.

—Con el divorcio, será un gran paso para empezar a romper el lazo psico-afectivo e insano que mantiene Ava con usted.

—¿A qué se refiere?

—A que debería irse. —Le dijo el doctor—. Poco a poco, para que Ava se acostumbre a estar sin usted.

Pedro lo miró profundamente a los ojos. No había entendido lo que había dicho.

—¿A qué coño se refiere?

—No solo se está divorciando de la señorita James. —Lo interrumpió el doctor, para que lo entendiera—. También se está divorciando de Ava.

—Somos familia.

Ella es la familia de Ava. —El doctor señaló a Dhelia con la mano—. Y ahora, debería distanciarse de las dos.

—Tengo su tutela. —Dijo Pedro, tenso, y ladeó la cabeza—. No podéis quitármela tan fácil, Ava es-.

—Ava era su sobrina política. —Le explicó el doctor—. Y ese lazo se ha roto. El desapego ayudará a la evolución de Ava.

—Pero yo la quiero. —Se lo pidió al doctor, levantando la mirada cuando se puso en pie—. Como mi hija. La quiero como a Lydia.

—¿Cómo puedes decir eso? —Dhelia hizo una mueca, negando—. ¿Por qué no piensas primero en tu hija?

—Ya lo hago. —Le respondió, girando la cabeza para hablarle—. Todo lo que hago, todas mis decisiones giran en torno a mis hijas.

—¡Ava no es tu hija! —Le gritó, poniéndose en pie—.

—¿¡Y eso qué coño importa!?

—Por favor, no se olviden de su próxima visita. —Se despidió el doctor, dejando la sala—.

—A Lydia la cuidas, le compras ropa, la acunas, le cantas... ¿Por qué no le diste eso a Vianne? —Le preguntó Pedro, intentando no gritarle—.

—Eso no me lo digas a mí, díselo a mi hermana.

Con los tacones que llevaba Dhelia, era casi tan alta como él, por lo que podían hablarse cara a cara.

—Tenía ocho años. Era una niña, y la dejabas sola en casa, no la escuchabas, no la abrazabas, ¡ni siquiera le sonreíste cuando se graduó con matrícula de honor!

—¡Quizá es porque me recuerda a su padre! —Le gritó, abriendo mucho sus ojos verdes—. ¡Cuando la miro a los ojos, cuando la escucho, cuando veo sus gestos, toda ella me recuerda a él!

Pedro se quedó frío mirándola, y tragó saliva.

—¿Y eso qué derecho te daba a tratarla mal?

—No lo sé. —Negó, apretando los labios—. No lo sé...

—No le enseñaste a ir en bicicleta. No le enseñaste a nadar. No le enseñaste a nada más que odiarse a ella misma.

—Mi padre fue peor conmigo. Lo único de lo que puede culparme Vianne es de haberle dado un futuro digno a sus capacidades, como no me lo dieron a mí.

—Claro, porque los demás siempre tienen la culpa de todo. —Se rio Pedro, pasándose una mano por el pelo—. Eres tan retorcida. Eres la persona más retorcida que he conocido.

—Ja. —Ahogó una carcajada—. ¿Y tú? ¿Quieres que nombre a todas las profesoras con las que te has acostado?

—Mira, pues sí. —Lo admitió, acercándose a ella—. Sí, me las follé con ganas, porque tú me das asco. Eres una mujer borde, fría, egoísta, que solo se centra en su propio placer.

—Mm... Acabas de describir a una mujer exitosa, así que-.

—Y ahí vamos otra vez. Por dios, Dhelia, ¿puedes...? Por una vez, ¡por una vez! ¿Puedes admitir que es tu culpa?

—¿El qué? —Levantó ambas cejas, inclinando la cabeza hacia un lado—. ¿Que me engañaras con otras mujeres? Sí, totalmente, no me mereces.

—Oh, Dios... —Sonrió Pedro, frotándose la cara—.

—No sé cómo pude casarme contigo. —Sonrió irónicamente, encogiéndose mucho de hombros—. He perdido la mejor etapa de mi vida contigo-.

—¿Que la has perdido? ¿Quién pagaba y planeaba los viajes? ¿Quién te compraba ropa? ¿Quién te hacía regalos? Lo único que decías era: ¿Podemos hacerlo otra vez?

—Oh... Claro que sí, porque te quieres tan poco a tí mismo que necesitas que los demás te idolatremos. Eres muy poca cosa, un débil, ¡te odio, te odio Pedro! —Le gritó, mirándolo a los ojos—.

—¡Ojalá la vida no me ponga otra mujer como tú! Yo también te odio, ¡te odio joder!

Y de un momento para otro, mientras se gritaban, Dhelia lo cogió de las mejillas y lo empujó para besarlo. 

—Te odio. —La besó con más rabia—.

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