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Así fue como Suni creció como hija única con una pareja de ancianos en los campos de cultivo de Corea.

Qué puedo decirte, toda historia extraordinaria empieza con huérfanos: Harry Potter, Frodo, La Cenicienta y tantos más.

La pareja que la adoptó era, lo que podría llamarse, gente con recursos. No eran ricos, pero tampoco pobres. Eran propietarios de una plantación de arroz que supervisaban de cerca, así que Suni jamás había visto las grandes ciudades, se crio con el sonido de la lluvia, el olor a madera húmeda y las praderas verdes, tan verdes que te manchaban el alma.

Era una inadaptada para gente de ciudad, una niña de bosques, soñadora, entrometida e indecentemente sociable, ya verán por qué.

Su estación favorita era el verano donde el arroz que se sembraba se segaba, porque cosechadores nómadas de todo el país paraban allí para recoger el arroz y obtener un poco de dinero. En algunas ocasiones se quedaban más de un día y le daban asilo en el granero. Algunos hacían reuniones nocturnas, a Suni le gustaba asistir a ellas porque siempre cantaban historias.

A la edad de diez años su padre murió. A los quince falleció su madre porque eran viejos, te lo dije.

Se vio forzada a vivir en la ciudad con una tía lejana a la que llamaba halmeoni, la mujer tenía setenta y ocho años, estaba sorda de un oído y no le gustaban los niños, pero era su madrina así que la protegía y le daba todo el cariño que era capaz de dar.

Lo sé, es como la historia de Heidi, pero al revés, en otro país y con satanismo de por medio.

Resulta extraño que teniendo tantos muertos que invocar como su madre biológica, sus padres adoptivos o su hermano, Suni, accidentalmente, me trajo a mí.

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