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 —¡Qué fue eso! —gritó Haneul cuando oyó que estaba encerrada en el sótano.

Ella se puso de pie de un brinco y soltó el puntero, de hecho, era la única que lo seguía sosteniendo. Kwan estaba observando las escaleras y sin notarlo había despegado los dedos unos cinco centímetros y cuando Leviatán había pisado el primer escalón Suni ya estaba abrazándose las piernas, escondiendo sus ojos en las rodillas y lloriqueando asustada.

Subí velozmente las escaleras, o al menos lo rápido que me permitía mi cojera, mientras los adolescentes se juntaban en un círculo a abrazarse. La casa era pequeña, pero acogedora, el sol casi había caído y estaba oscura, las sombras eran impenetrables y robustas. Seguí el sonido de una voz.

Encontré a Leviatán en el comedor, había encendido el televisor y se estaba riendo de un programa de bromas escondidas que parecía ser de mala calidad. Los coreanos de la tele gritaban mucho y utilizaban stickers sobre su grabación. Cuando me vio apagó rápidamente el televisor y quedó en penumbras porque ya las cortinas estaban bajas. Se puso serio.

—Comprobado —arrojó el control remoto al sillón—. Este... no hay gatos aquí.

—¡A dónde fuiste! ¡No sé qué hacer! ¡No sé cómo asustar a la gente!

—Si pudieran ver tu cara eso no sería problema —se quejó.

Lo dijo porque todavía tenía el labio partido y el ojo morado. Hace poco, en el infierno, habíamos destrozado el departamento peleando a puñetazos y arrojándonos cosas como una pareja tóxica.

Me empujó y bajó corriendo al sótano.

Cerré la puerta y le eché traba. Escuché cómo gritaban abajo. Leviatán se remangó el saco y giró su cuello en todas direcciones como si fuera un búho. Los adolescentes estaban arrinconados junto a la mesa donde alguien había montado un jardín.

Casi sentí pena por ellos, casi.

Digamos que estuve más de cien mil años en el infierno rodeado de cosas peores que esa, ya no recordaba lo que era tener miedo a la muerte, no comprendía su temor ni tampoco los veía como mis iguales. Ahora era un espíritu y tenía tanto de humano como de gorila. Ni siquiera recordaba las normas de convivencia simples como la forma de tratar a tu vecino, qué se hacía cuando se subía a un autobús o cómo era asistir a un colegio.

Aunque, ser un espíritu no me quitaba la compasión, siempre había sido un chico piadoso y sensible, lloraba con el final de Pie Pequeño, compartía fotos de gatitos y bebés en internet y me sabía toda la letra de la canción «Somewhere over the rainbow»

Ya vería la forma de compensar a Suni por robarle su cuerpo por una semana, tal vez le comprara jabones, unos pasajes al campo o unos binoculares para acosar mejor a Kwan.

Leviatán tiró todas las cajas que estaban a su alcancé.

—¡Rompe cosas, Asher! —exhortó derribando una repisa de frascos—. ¡Siempre rompiste mis huevos, romper esto no te será problema!

Sonreí un poco, el Leviatán que no estaba sedado con pastillas me resultaba mucho más divertido y un poco bruto. No me moví, todavía estaba reticente a la idea de romper todo.

—Pero es el lugar favorito de Suni —me rasqué el codo—. No creo que sea lo correcto.

—Pff, su vida social murió por unos jabones que ni siquiera huelen bien, le haremos un favor —aseguró pisando cremas.

Arrojé con fuerza las cajas hacia la escalera de modo que quedara bloqueada, hice trizas los jabones que colgaban en racimos y quebré todas las macetas que encontré. Ellos gritaban y trataban de escapar, pero cada vez que lo intentaban hacía añicos algo y bastaba para que se paralizaran de miedo en su sitio.

—¡Se te escapa el chino! —gritó Leviatán mientras volcaba un ropero polvoroso.

Miré hacia la ventana, Kwan estaba trepándose a una pila de cajas para escabullirse por la ventanita pequeña que comenzaba al finalizar el techo, era de cuarenta centímetros de largo y treinta de ancho. Cabía a la perfección. Ya había atravesado la mitad, sus piernas colgaban del lado de adentro. Lo agarré de su pantalón y tiré para abajo, pateó y le encestó varias veces a mi cara, pero no me dolía, estar muerto tenía sus ventajas.

—¡No lo sueltes, Asher! ¡Tenemos que asustar a Suni! ¡Ya lo tienes! ¡Tráelo para adentro!

Tiré con todas mis fuerzas de sus pantalones y en lugar de traerlo al suelo a él, se los bajé. Vestía unos calzoncillos blancos con el logo de Avengers.

—¡Gorgo tenía los mismos! —dije mientras lo arrastraba de regreso, agarrándolo por la camisa y tirándolo hacia mí.

—Gracias por el dato inútil.

Kwan aterrizó otra vez en el suelo del sótano que estaba repleto de tierra fértil, cerámica de macetas, polvo y cajas destrozadas. Se levantó rápidamente subiéndose los pantalones y corriendo hacia su novia, a la que había intentado abandonar, por cierto.

Los tres retrocedieron tambaleándose. Kwan abrazaba a Haneul, pero Suni estaba sola, pobre Suni. Habíamos destrozado su mayor orgullo, ella amaba esas flores y los jabones como una madre querría a su hijo. Me sentía un monstruo, tal vez lo era, pero en esta ocasión no había tíos o padres a los que culpar, había sido yo, cien por ciento.

Todo este desastre era para salvar la vida de alguien, Suni lo entendería, era acosadora y rara pero no era egoísta, lo podía ver en su bruma, en su alma.

Consuelo-Edith tenía razón, somos niños chapoteando bajo la lluvia.

Leviatán prendió todas las luces sobre el resto de las flores y de un salto reventó los focos para dejarnos en la oscuridad. La única luz que quedó en pie la empujó dócilmente con sus dedos para que la lámpara de techo se balanceara de un lado a otro, como un péndulo. Las sombras bailaban escalofriantemente.

Los habíamos reunido a todos en un círculo.

Se hizo la quietud. Era el momento.

Presté atención a las brumas que rondaban sus cuerpos. La de Kwan estaba estática, pero seguía entera, las imágenes de su vida se interponían con rapidez una sobre otra, de forma caótica, los sonidos que proferían eran gritos, llantos, susurros, aullidos, rugidos de animales, proyectaban recuerdos horribles, miedos.

La niebla de Haneul estaba un poco opaca, pero se hallaba más nítida que la de Kwan y su sonido eran protestas, gritos furiosos. Su alma proyectaba todas las veces que se había sentido enojada y atemorizada como cuando discutió con sus padres, cuando defendió a una pareja homosexual de los reproches de una señora o cuando le dijo a un profesor que estaba equivocado.

Haneul estaba asustada pero más que todo estaba enojada y desafiante, nos veía como una amenaza que estaba dispuesta a combatir.

Pero la bruma de Suni... la niebla que la rodeaba era totalmente oscura, es más, estaba muda, no existía nada más en ella que puro pánico. Un espanto que encapotaba toda su cabeza y atormentaba su alma.

—Es hora, Asher, posee a la china rara.

Suspiré, apreté los puños y avancé hacia ella.

Lo siento Suni Hye, pero mi sobrino nos necesita.

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