127

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


 Me había quedado a dormir en casa de Gorgo esa noche. A pesar de que éramos amigos desde la primaria su padre nunca había dejado que chicos pasaran la noche en su habitación porque veía muchos programas policiales como para confiar en alguien que no fuera su familia, o al menos eso decía Gorgo. Pero había cedido cuando su madre discutió por semanas con él para que su hijo pudiera invitar a amigos.

 Teníamos catorce años. Era una noche de verano. Septiembre 5 de 2009.

 Ese día había hecho treinta y cinco grados centígrados, había alerta roja en todos los noticieros, recomendaban hidratarse con mucha agua y escapar del sol al medio día. Aunque la noche había ganado terreno el calor se acobijaba en los asfaltos y se condensaba en las casas. Las compañías de luz del país habían cortado la electricidad por exceso de uso de aire acondicionados, como no podíamos ver películas nos habíamos quedado jugando a la pelota en el patio trasero con la luz de dos linternas.

 En realidad, estaba jugando Gorgo porque yo no podía alcanzar ningún pase de pelota, trataba de llegar a ella, pero nos movíamos a velocidades diferentes. Entonces él había propuesto que yo aventara el balón y él lo pateara de regreso, pero mi puntería era igual de desastrosa.

 La pelota rodó en la oscuridad y la perdimos una decena de veces entre los arbustos, llevábamos media hora intentando jugar y ya me sentía humillado desde el primer minuto. No quería decepcionar a Gorgo, era la primera noche que dormiría en su casa, quería impresionar y que todo fuera perfecto y divertido.

 Noté que él también estaba cabizbajo, sonreía forzadamente cada vez que perdíamos la pelota de fútbol, recogíamos las linternas y la buscábamos en la oscuridad. Había estado la semana entera hablando de las películas que había elegido para que nos desveláramos, iban desde un repertorio de terror a musicales, pero sus maratones fueron solo palabras que jamás se cumplirían, como mi futuro siendo un adulto decorador de interiores.

 Gorgo no dejaba que le ganara la tristeza, siempre era optimista y veía cada golpe de mala suerte como una oportunidad de hacer algo diferente, nuevo y divertido. Jugar a la pelota no fue ni diferente ni nuevo ni divertido, aun así, seguía alentándome a que podía patearla en la siguiente ocasión.

 —Tal vez no la viste bien.

 —Eh, sí, puede ser —Me encogí de hombros con indiferencia mientras pisaba el césped caliente y oía a los grillos.

—Es la poca luz, no tus pies, claro, claro.

Lo empujé con la linterna.

—Para ya.

—¿Para adónde? ¿Para allá?

—Ja, ja, qué gracioso ¿Le robaste el chiste a tu abuela?

—Sí porque a la tuya le robé las bragas.

—¡Raro!

—Sí, lo siento, fue demasiado.

—Además no me incomoda porque mi abuela no viste bragas.

—¿Ah no?

—No, es naturista.

—¿Querrás decir que es desnudista?

—No sé, solo tengo una abuela y está loca con la liberación en todos los sentidos.

—Nunca me lo habías contado.

—No es algo que me guste presumir en la escuela.

A las diez de la noche su madre nos obligó a ir a la cama. Nos cepillamos los dientes bajo la luz de las velas, nuestra piel con acné se veía tersa y de comercial. Jugamos a que promocionábamos el jabón de tocador que había en el lavado; luego competimos en quién escupía más pasta de dientes. Gané.

Gorgo tenía una cama de dos plazas, pero antes de dormir en ella, me incliné, hinqué las dorillas en el suelo, junté las manos y recosté la cabeza en las sábanas para orar. Todas las noches lo hacía, sin excepción. Sentí un poco de vergüenza, pero lo que más sentía era miedo de que Dios creyera que lo había olvidado ese día por estar en casa de mi amigo.

No le oraba a todos los dioses que conocía y adoraba durante el día.

Por las noches le oraba a un solo Dios, fundía a todas las divinidades en una figura sin sexo ni edad, sabía que no tenía sentido y que muchos de los curas o sacerdotes que conocía lo reprobarían, pero así me sentía más seguro. Era mi Dios no el de los católicos, ni el de los judíos, musulmanes, hinduistas o griegos, era mío y él siempre quería escuchar lo que tenía para decir, porque ella o él sentían el dolor que yo sentía y lo entendía todo de todo.

Lo primero que recé fue que Gorgo no me juzgara y me creyera un rarito, él ya sabía qué hacía cosas como esas, pero nunca me había visto en pleno acto. Sentía como si mi atrapara desnudo, como la abuela.

—Ehhh ¿Estás orando? —preguntó, escuché cómo depositaba una vela en la mesa de noche.

Abrí el ojo derecho, lo tenía frente a mí, aferrando con ambas manos una linterna, se había arrodillado como yo. Me miraba con extrañeza y un poco de espanto, la luz naranja del foco acentuaba su palidez.

—¿Es raro?

Se mordió el labio interno y observó las sábanas.

—No sé —Se encogió de hombros—. Supongo que prefiero que hagas eso a que, no sé, te guste cortarles las antenas a las cucarachas.

—¿Qué?

Gorgo se encogió de hombros otra vez.

—Mi vecina Laura lo hace.

—Cuida tus antenas —aconsejé y cerré los ojos para mayor concentración.

Él soltó una risotada demasiado fuerte para una broma de tan mala calidad. La sonrisa se desvaneció perezosa y quedamos en silencio, él me miraba orar, yo solo rezaba, esta vez rogaba para escucharlo reír así otra vez.

—Oye, Asher.

—¿Sí?

—¿Sigues rezando?

—Sí.

—¿Cuándo terminas?

—No sé. Cuando tenga que terminar.

Silencio.

—Oye, Asher.

—¿Sí?

—¿Crees que Dios te quiere?

No pude evitar abandonar mi postura y sentarme en el suelo para ver la expresión de Gorgo en ese momento, él imitó mi posición otra vez, depositó la linterna entre sus piernas. No tenía ningún gesto que delatara o antepusiera lo que iba a decir:

—Claro que me ama —respondí resoplando.

—Pero con condiciones —me dijo serio.

—¿A qué te refieres?

Comencé a molestarme con Gorgo y con los cortes de luz que me llevaron a esa incómoda pregunta.

Dios era alguien muy importante para mí, era la persona... bueno, era el ser que más me amaba en el mundo. Cuando lo insultaban sentía que blasfemaban contra mi hermana o contra alguien a quien quería mucho, cuando hablaba con él, sin importar si me respondiera o no, sentía que estaba acompañado.

Es irónico pensar que cuando me asesinaron no pensé en él en ningún momento, solo pensé en el miedo y el dolor y en que ojalá no fuera a despertar en ningún otro lado porque quería que todo acabara de una vez.

Puede ser posible que él nunca hubiera sido importante para mí, que me repetía que lo amaba porque era una frase que había aprendido a decir para ordenar el caos del mundo.

—Es que Dios no te quiere como eres, quiere lo cree que eres, como mis padres.

Suspiré cansado.

—Tus padres te quieren Gorgo.

Él resopló.

—No como quisiera que me amaran. Me quieren porque soy un hijo promedio y no les traigo pleitos, pero si... no sé... supongamos, no quiero decir que lo sea, pero supongamos que me gustan los chicos, si ese fuera el caso ellos se enfadarían muchísimo y me echarían de casa. No echas de tu vida a alguien que amas. Es raro pensar como un detalle puede borrar todo lo que yo soy. O no sé, si embarazara a una chica sería lo mismo.

—Tal vez porque el amor es un dar y recibir —dije consternado en sus ejemplos.

Gorgo se repantigó sobre el suelo.

—El amor es tan egoísta a veces.

—Pero Dios te ama.

El rio sin convicción, casi con agobio, como si le doliera.

—Dios nos maldijo dándonos algo tan complicado como el amor, mira, está en todos lados y ni aun así lo entendemos. Son como los ovnis, están ahí pero no sabemos qué son —Su mirada de loco apareció, estaba a punto de hablar de una teoría conspirativa.

Traté de desviar la conversación de los ovnis porque eso lo haría hablar toda la noche.

—¿Estás hablando de Sasha? —Era la novia con la que había cortado la semana pasada.

Gorgo meneó la cabeza.

—No, no, estoy hablando de algo más grade. Del tipo en bata. Dios es como mis padres, Asher, solo me quiere si soy de cierta manera, no me amará si soy un depresivo o si soy homosexual, o si cojo antes del matrimonio y tengo a un bastardo, no me amará si me entrego a paciones o vicios, o si me gusta comer mucho o ahorrar como un avariento. No me amará si no soy como él espera que sea ¿Entiendes?

 Quedé mudo, no tenía preparación suficiente para rebatir eso, bueno sí tenía, el problema era que no quería negárselo, alguna parte de mí sabía que él tenía razón. Dios también perdonaba, él podía olvidar cosas horribles, como olvidar que David había enviado a un hombre al frente de la guerra solo para tirarse a su esposa por más tiempo. Dios sabía olvidar ese tipo de cosas, ignorar el cuervo en el dintel de tu puerta, pero solo cuando él quería.

 Había cosas que no perdonaba, por ejemplo, el hijo bastardo de David y Betsabé había muerto al poco tiempo de nacer y él no tenía la culpa de que su padre fuera un idiota. A ese niño nadie le había tenido compasión.

 Gorgo se paró de rodillas.

 —Sé que no puedo hacer milagros y que no puedo crear nada y que soy mortal y algún día moriré. Pero yo te querré siempre Asher, sin importar el pelmazo que resultes ser, te querré siempre. Para siempre jamás.

Entonces me incliné a sus pies con aire teatral y dije:

—Oh, salve, Dios Gorgo —Lo alabé como si fuera un egipcio con un gato.

Él captó la broma en el acto y blandió su linterna imitando un cayado. Aunque una cosa con la otra no se parecía en nada, colocó la linterna en uno de mis hombros y luego en otro, como si fuera una reina honrando a un caballero.

—Dime, niño —comentó con voz grave—. ¿Qué te aqueja?

—Mi amigo tiene mal aliento y habla mucho del amor —expliqué revolviéndome en el suelo como un mortal.

—Tu sensual e increíblemente talentoso amigo tiene razón en plantar sus dudas. Pero, aunque me contradije en más de una ocasión en la Biblia y confundo a mucha gente, como tu gracioso y elocuente amigo Gorgo, ama como quieres que te amen. Ese es mi mayor deseo, Asher, ama como quieres que te amen.

—Amén.

—Sí, como te amen.

—No, amén.

—Ah, sí, amén. Quería ver si estabas atento.

Ambos reímos un poco.

—¿Algún consejo Señor? ¡Oh! ¡Dios, omnipresente! —lo veneré en el suelo, parándome de rodillas e inclinándome como si fuera una ola humana.

—Jamás veas High School Musical 3, es una cagada, perdón por mi lenguaje, quise decir: sólo quédate con la primera.

—¿Algo más profundo, señor?

—¿El amor es la única luz en este mundo de oscuridad?

—Oh.

—Lo leí en Facebook.

—Fua.

—Sí, lo sé, el amor es una luz ¡Y si no pagas suficiente te cortamos el servicio! —dijo y me revolvió el cabello de una forma violenta.

 Reí y me aparté lejos de él, propinándole golpes en el estómago. De repente la luz regresó. Mutuamente buscamos la mirada del otro para compartir nuestro asombro. Gorgo meneó la cabeza y apagó la linterna.

—Oh, Asher Colm, de verdad eres un niño milagroso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro