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 Desperté en una cama mullida y suave, las sábanas olían a lavanda y eran de algodón. Pero no era la cama de Gorgo y no había ningún amigo a mi lado, lo busqué con los dedos y estiré el brazo, pero solo encontré un colchón vacío.

 Al instante que abrí nuestros ojos los volví a cerrar parar concentrarme en la sensación. No era como las mantas que tenía en el infierno: llenas de pulgas, áridas y con olor a sudor. Tampoco estaba recostado en una incómoda hamaca. Sentía que suspendía en nubes. El calor del sol de la mañana me calentaba la mejilla.

 El Sol. Me había olvidado del puto Sol ¡Se veía como una moneda o el acceso de un túnel! ¡Era amarillo claro, casi blanco y me quemaba la piel de una manera deliciosa! 

 La sensación era tan placentera que tenía ganas de llorar.

 En esa cama podría pasarme la vida entera.

 Abrí los ojos.

 Estaba en el mundo de los vivos, no era mentira, había llegado. Pero había llegado a un costo grande. Destrocé el jardín de Suni, usurpé su cuerpo. La asusté ¿Por qué Dios no la había protegido? ¿Acaso ella no valía la pena? ¿Dónde estaba escondido que no regresaba por nadie?

 Tal vez Gorgo siempre había tenido razón...

 ¡Gorgo! Le había prometido a Leviatán no visitar ni ver a nadie de mi familia, pero él no era mi familia.

 Parpadeé, acostumbré a nuestros ojos a la luz del sol y miré la habitación. Era de una chica, tenía mucho rosa, al parecer era el color favorito de Suni. Tenía muchos dibujos de puentes, figuras de puentes en miniatura y bolas de nieve con puentes en el interior.

 Tambien había posters de bandas coreanas que no reconocía como Bangtan Boys, Super Junior o Girls' Generation, también había un dibujo que ella misma había hecho de Stranger Things ¿Qué era todo eso? Podía ser el alma de un adolescente, pero ya no estaba en onda, poco importaba, nunca lo había estado.

 Me quité las sábanas que amortajaban mi cuerpo como si estuviera listo para un funeral. Escuchaba el trinar de los pájaros en el jardín, la sombra de un árbol se proyectaba en su poblada biblioteca. Los libros era lo que más ocupaba lugar, tenía muchos libros de puentes y botánica. A un lado yacía una computadora montada sobre un buró.

 Todo era tan mediocre y perfecto y reconfortante, me sentía en el paraíso, pero lo peor de todo, me sentía ajeno. Ese ya no era mi mundo. Mi mundo no tenía pájaros que cantaran bien y no te picotearan o cagaran encima, mi mundo no tenía árboles, ni colores alegres, ni sol o cosas suaves.

 Me levanté. Miré mis piernas. Dos piernas funcionales, rectas y derechas. Había olvidado lo que era caminar sin cojera. Desde que había caído del techo en esa cabaña donde Jordán me asesinó no había vuelto a caminar correctamente. Fui a tumbos hasta la máquina, sosteniéndome de muebles, todavía no manejaba correctamente nuestro cuerpo. Nuestro.

¿Suni estaría dormida? ¿Por qué no gritaba? ¿Cómo habíamos llegado hasta la cama? Lo último que recordaba era una fuerte jaqueca y después un repentino desvanecimiento.

Encendí el monitor. Por más espíritu demoniaco que fuera recé para mis adentros que todavía existiera Facebook en donde buscar a Gorgo. Google estaba en coreano ¡Madre mía! Después de varios intentos cambié el idioma y entré a mi cuenta. Para mí habían pasado casi cien mil años, pero para el mundo alrededor de diez.

Vi que en mi muro me habían colocado varias dedicatorias y posteado momentos emotivos que había vivido con mi familia.

Mi primo Ben había tenido gemelas ¡Una se llamaba Brisa! Recuerdo que le dije que si yo tendría una hija le pondría Brisa porque rimaba con risa, no podía creer que lo hubiera recordado. Aunque me moría de ganas de ver todas las fotografías de mi familia eso fue lo único que averigüé porque fui corriendo hacia el usuario de Gorgo.

Esperé con una sensación de ahogo en la garganta.

Mierda.

Era más apuesto de lo que recordaba, siempre había sido el amigo que se quedaba con las chicas. Tenía una barba pelirroja muy tupida, unos chispeantes ojos verdes y una piel crema que parecía robada a una escultura de mármol. Me humedecí los labios con pesar.

Se había graduado en ingeniería mecánica y trabajaba en una industria de construcciones. Bien pero no tanto, su padre quería que fuera mecánico, nunca había sido su sueño. Pero Gorgo jamás había tenido muchas ambiciones ni sueños o deseos. Siempre que él me preguntaba qué sería en el futuro yo respondía sin titubeos que me convertiría en decorador de interiores, pero cuando le preguntaba a él se encogía de hombros y decía:

—En el futuro me casaré contigo ¿Tu padre no te lo dijo? Ya tengo su bendición.

Y yo me enfurruñaba porque nunca tomaba en serio lo que le preguntaba.

Gorgo ahora tenía veintiséis años, ya para veintisiete. Noté que subía muchas fotografías con una chica de piel color canela, ojos negros como la brea y una cabellera sedosa y morena. Habían ido a Roma juntos y a otros países que no logré identificar. En la última fotografía ambos estaban abrazados y mostraban un anillo de compromiso. Sonreían con aire elegante. Se iban a casar.

Gorgo que nunca podía conservar a una novia por más de dos meses ¡Se iba a casar! ¡Y con una muchacha bonita! No supe por qué eso me entristeció, yo nunca había... yo...

Le di un golpe a la computadora tan fuerte que rompí la pantalla, el cristal se fragmentó como una telaraña y un líquido oscuro e irisado se expandió como una mancha de tinta. La computadora quedó averiada, ahora sí se veía como mi mundo.

No noté que lo había hecho hasta que sentí el dolor como una descarga sobre todo mi brazo. Alejé rápidamente el puño y lo encogí en mi pecho. Tenía que cuidar ese cuerpo, era prestado.

—Lo siento, Suni, no volverá a pasar.

Pero Suni no se hizo presente.

—Bien hecho, Asher, para nada celoso. Me alegra que la felicidad de tu mejor amigo sea tu felicidad, el infierno no te convirtió en una persona tóxica, como suele pasar.

Giré mi cabeza. Estaba solo en la habitación.

—Aquí, idiota. En la ventana.

Un gato saltó, del marco de la ventana que daba a un jardín, hasta el colchón y luego se bajó al suelo. Era un poco regordete, de pelaje atigrado, gris y unos ojos cafés que despedían perversidad y autoridad.

Leviatán se recostó en el suelo y retozó bajo un rayo de sol, cerrando los ojos.

—No estoy celoso —dije acariciándome los nudillos que enrojecían—. Creí que me había ido poco tiempo porque comparado a cien mil años cualquier otro número parece chico, pero las cosas cambiaron desde que me fui.

—No tanto —me consoló Leviatán agitando su cola—. No pasaron tantas cosas extraordinarias. Shell perdió el Ártico, terminó la saga de películas de Marvel, Trump fue presidente de los Estados Unidos, los políticos de derecha avanzan en América, la guerra de Siria es atroz, Disney compró hasta los asteroides de Saturno, la gente quiso detener el avance del plástico en el mar y falló, Leo Dicaprio ganó un Oscar, se quemó Notre Dame, le sacaron una foto a un agujero negro, China le regaló al mundo un coronavirus que dejó a varios países en cuarentena por medio año, la sociedad casi se destruyó, no había comida en Venezuela, murió George asfixiado por un policía y los afrodescendientes protestaron, se separó One Direction pero Jonas Broether regresó, las catástrofes naturales están cada vez peores, explotó el puerto de Líbano y la gente ahora adora a un nuevo dios llamado Netflix.

—¿Neflis? —pregunté.

—Sí, su mesías en Noah Centineo —explicó estirando su pierna y lengüeteándola.

—Noah Centineo —repetí para mí—. Oye ¿Dónde está Suni? No la siento... ya sabes —Señalé mi cabeza y le di golpecitos—. Aquí.

—Dormida. Aprovecha, ella puede irse y volver cuando quiere y cuando regrese reclamará su cuerpo. Practica moverte así le ganas en las maniobras. Y por favor, no te delates. Mírate al espejo, por todos los cielos, tienes el pelo en la cara, la voz de un chico, una ira que no controlas y te mueves como si tuvieras artritis. Cualquiera se daría cuenta de que ese cuerpo está poseído por un espíritu.

Gruñí. Tenía razón.

Leviatán me contó que cuando me desvanecí él también se metió en el cuerpo de Suni, aparentó normalidad cuando cenaba con su halmeoni. Hablaron de trivialidades y en esa charla Leviatán le contó que al día siguiente iría al colegio y luego con su amiga Haneul, que la había invitado a pasar el fin de semana en su casa y que quería ir.

Halmeoni se entusiasmó porque creía que Suni no tenía amigas, creía bien.

El demonio había sacado unos pasajes para América Latina. Viajaríamos en avión hasta casa, y cuando halmeoni se diera cuenta, si es que lo notaba, ya estaríamos en otro país. Leviatán aseguró que poseería el cuerpo de algún guardia para hacernos pasar sin un permiso de la tutora. Pero antes debía convencer a Haneul de seguir la farsa de que éramos amigas, mientras tanto aprovecharía ese día para practicar utilizar un cuerpo humano.

Me pareció bien.

Abrí el ropero de Suni y comencé a empacar lo que me pareció que a ella le gustaría. Leviatán me obligó a llevarme las sábanas de la cama, le pregunté por qué y me dijo que por ahí la necesitaría. Lo hice, pero no quise preguntar para qué.

No me había olvidado de la noticia de Gorgo, me parecía bien que se casara, ya era un adulto y la vida se le escaparía cuando más quisiera retenerla, porque los adultos siempre piensan que están viejos hasta que realmente lo son.

No estaba celoso, era mi amigo y jamás me amargaría por sus logros, solamente sentía una pisquita de rencor porque una parte de mí, una avarienta, había ansiado que Gorgo siguiera igual que como lo recordaba, que el tiempo hubiera sido piadoso con nosotros y se hubiera congelado.

Supongo que él tenía razón, el amor es tan egoísta a veces. 

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