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Como habíamos planeado llegué a la casa de Haneul antes de que comenzaran las clases.

Leviatán fue a inspeccionar por mí, para asegurarse de que no hubiera cámaras de seguridad o que hubiera una ventana abierta. Yo até a la bicicleta a la que había bautizado como Engendro y me senté en la acera a esperar, con las piernas abiertas y las manos apoyadas en las rodillas, la gente me miraba raro por eso. Supuse que era de mala educación así que seguí haciéndolo.

Leviatán regresó después de quince minutos y lo único que dijo fue:

—Sígueme, inútil.

Me indicó que trepara las rejas de la casa, lo hice sin esfuerzo porque Suni era talentosa y mucho más atlética que yo, cuando hice la observación Leviatán se rio y dijo que no había que ser muy talentoso para ser mejor que yo en algo.

Aterricé en un césped húmedo, esponjoso y fresco. Olía a hierbas y tierra mojada. Tenía que levantarme rápido y correr hacia un escondite, pero no pude evitar inflar los pulmones de oxígeno y aquel embriagante y adictivo olor. Acaricié el pasto como si fuera el lomo de un animal, me daba cosquillas en los dedos.

—No hay tiempo para enamorarse de la naturaleza —rugió Leviatán—. Puedes masturbarte con el pasto después.

—En el infierno no hay pasto —expliqué.

In il infierni ni hiy pisti —repitió, pero como si yo fuera mucho más tonto—. Qué observador eres ¿Sabes a quién le importaría ese comentario? —esperó una respuesta y meneé la cabeza—. ¡Pues a mí no! Anda, mueve ese culo asqueroso.

Me puse rápidamente de pie, rodeé la casa a gatas y encontré la habitación de Haneul. Un ventanal grande, que enfrentaba un árbol de cerezos, me conducía a su recamara. Estaba abierta. Eso era demasiado fácil ¿Acaso no existía la delincuencia? ¿Y los padres de la niña que carajos estaban haciendo?

Me senté sobre el alfeizar, salté a su habitación cargando a Leviatán en mis brazos. Lo deposité en el suelo mientras inspeccionaba en derredor. Estaba todo estrictamente ordenado no como la recamara de Suni, los colores eran claros y tibios. No había nada divertido, pero había armonía, me gustaba. Yo la hubiera decorado mejor, aunque tenía que destacar que el suelo estaba lustrado y una sensación de pulcritud y exigencia emanaba de ese cuarto.

La puerta del baño estaba abierta, de ella se escurría una nube vaporosa y el chasquido del agua de la ducha. Entré con Leviatán enroscándose en mis pies. La silueta de Haneul se perfilaba detrás de la cortina de baño. Olía a sales. Hace menos de un día ella había abandonado a Suni en un sótano en mitad de una posesión y tenía la conciencia lo suficientemente limpia para pensar en usar sales de baño.

Miré el espejo del tocador, estaba empañado. Escribí en el:

«Dejaste a Suni :c»

Me pareció suficiente porque Suni tampoco era una santa de iglesia, tenía sus manías como que no respetaba la privacidad personal y perseguía siempre a Kwan hasta su casa... me alejé de ese recuerdo porque si no sería igual de acosador y cotilla que Suni.

Leviatán me miró, aunque tenía el hocico de un gato casi lo pude ver sonreír. Yo también sonreí un poco. Burlarse de los vivos no estaba bien, pero a este punto de la historia ya nada me importaba; lo peor de un corazón roto es que está dispuesto a romper muchos más.

Fui hasta su habitación. Puse los brazos en jarras e inspeccioné el lugar. Tenía que dejar otro mensaje misterioso, ella sería la coartada para la desaparición de Suni.

Salté por la ventana, me descalcé, aterricé en el jardín, chapoteé en un charco lodoso y luego volví a entrar. Dejé huellas en el suelo de madera como si una persona hubiera correteado en su habitación. Volví a colocarme las medias y los zapatos de charol.

Si alguien le preguntaba dónde estaba Suni Haneul tendría que decir que estaba con ella. Así que escribí en el suelo con barro:

«Suni está contigo, díselo a todos o regresaré por ti» Usé la peor letra que tenía.

—Pon algo más dramático —exigió Leviatán—. Acúsala de lo que sea ¡Ya sé, pongamos Redrum!

—¿Cómo en El resplandor?

—A todo el mundo le gusta ¡Dame ese pack!

—Era dame ese bat.

—Perdón, la costumbre.

—No creo que a Suni le guste —deduje—. Además, Kwan fue el que la abandonó primero, deberíamos torturarlo a él también.

—Flojera —rezongó Leviatán—. Pero a Haneul podrías acusarla de algo más que abandonarla como no sé... —Chasqueó la lengua y sus ojos se iluminaron— ¡Asesina! —aulló.

—¿Hay alguien? —preguntó la voz de Haneul y cerró la ducha de inmediato.

Antes de que apartara la cortina y echara un vistazo, corrí hasta la puerta del baño y la cerré de un portazo para darme tiempo de escapar. Haneul chilló amedrentada. Levanté a Leviatán del suelo que seguía gritando:

—¡Asesina! ¡Me abandonaste! ¡ASESINA! ¡ASESINA! —bramó con una voz mucho más grave.

Salté al jardín y corrí hacia la valla que trepé con la velocidad de un soldado. Me monté en Engendro, tiré sin cuidado a Leviatán en el canasto y pedaleé como si no hubiera un mañana, solo cuando estuve seguro, respiré.

Respiré.

Respiré.

Respiré.

No importaba cuantos problemas me trajera.

Vivir era mágico. 

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