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Salí del cubículo arrastrando los pies. Por suerte los baños de damas estaban vacíos. Leviatán me esperaba enganchando una tira de papel higiénico con sus garras y dispersándolo por todo el suelo, como un niño haciendo travesuras en noche de brujas. Si no hubiese sido un demonio maligno y se hubiera tratado de un gatito adorable pude haber tomado un video y hacerlo viral. Pero esas cosas ya no me importaban.

Cuando me vio gritó tantos insultos que hubieran hecho estremecer a todos los villanos que conocía.

—¡Y la próxima que me patees te regreso directo al infierno!

—Hazlo y le digo a todos los demonios que te gusta Melanie Martínez —amenacé.

Él soltó una exclamación de sorpresa y entornó la mirada, quería aniquilarme en ese instante. Acababa de discutir con Suni no estaba de humor para él. Me dio la espalda y el gato se fue corriendo asustado. Lo observé irse un poco confundido hasta que abandonó el baño del aeropuerto.

Una mujer canosa entró en su lugar. La miré fijamente para averiguar si era Leviatán, ella se escondió desconcertada y rápidamente en el cubículo, para huir de mis ojos clavados en su cara.

Escuché ruidos en el dispensador de toallas de papel, giré la cabeza y ahí estaba Leviatán presumiendo su cuerpo demoniacamente feo, vestido con un traje andrajoso, mojando con sus garras las toallas desechables, apretándolas entre sus dedos puntiagudos y arrojándolas al techo para que se pegaran como adhesivos.

—¿Qué dijo la chica? —inquirió alzando los puños victoriosos al notar que su primer proyectil se fijó sin problemas.

—Logré alejarla de mis recuerdos. Creo que entendió. Pero está enojada.

—Es china, ofrécele arroz y te perdonará lo que sea.

—Es coreana —corregí arrojando a Portadora en el suelo, abriendo el grifo del lavado y mojándome la cara— y deja de ser tan racista.

—Si no querías racismo hubieras venido con un ángel guardián, pero esos ridículos son aburridos y siempre usan vestido y tocan arpas desafinadas, te lo aseguro Asher, tienes suerte de tenerme.

—Mi suerte no es como la de todos los demás —aseguré.

—Por supuesto, me tienes a mí, es mucho mejor.

—Lo que digas —respondí agotado, estirando el cuello y masajeándome la nuca.

Él esperó a que me secara con una toalla y echara una mirada a mi reflejo para agregar:

—Buenos días, princesa.

Retrocedí espantado y feliz, ahora entendía por qué Leviatán no quería que me viera en superficies proyectantes.

El que me devolvía la mirada era mi antiguo reflejo.

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