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 Es hora de que sepas por qué relato mis sueños, no es que quiera convocar su compasión o llamar su atención, a estas alturas del relato sé que tengo alguna de las dos. Hay otra razón de por qué saqué a la luz mis recuerdos más ocultos, aquellos que encerré en una parte de mi cabeza donde solo van los sueños que no se cumplen y los suspiros a media noche.

Suni no estaba dormida, o no del todo. Se encontraba viendo cada uno de mis recuerdos. Poseer el cuerpo de una persona viva es como tener un ataque de celos, sabes que no deberías tenerlos, pero no puedes expulsarlos de tu cuerpo, simplemente continúan corrosivamente en su lugar y caes en la desesperación.

«¡VETE!» rugía. Y como no me iba veía todo lo que había vivido.

—¡Ay!

Me enderecé en la silla y oculté mi cabeza en las manos como si de esa forma pudiera protegerme de ella. Algunos turistas nos estaban viendo, la mayoría eran surcoreanos con expresión desconfiada y alterada.

Había despertado de una siesta con su grito en mi cabeza.

—¿La chica se despertó? —preguntó Leviatán, sentándose en el suelo para buscar mi mirada, no había condolencia en su pregunta, más bien sonaba molesto—. Solo tenías que hacer una cosa y era mantener a la humana dormida.

—¡No tomé un curso para poseer cuerpos! ¿Sí? —bisbiseé.

—¿Tomaste un curso para fracasar? ¡Porque se te da de maravilla!

«VETTEEE» «DÉJAME» «VETE»

Una mujer se estaba acercando a nuestra silla, sabía lo que iba a preguntar «¿Estás bien, querida?» Alcé a Leviatán, lo escondí en mi mochila, me puse de pie sosteniéndome la frente y rápidamente corrí a trompicones con dirección al baño de damas.

Quise abrir una puerta de un cubículo, pero estaba cerrada, una chica me gritó alterada, desde adentro, una frase en portugués, supuse que sería algo como «¡ESTÁ OCUPADO, TARADA»

Había olvidado que se pedía permiso para ciertas cosas. En el infierno, si quería pedir permiso, o ser cortés, tiraba una roca a la puerta o rompía una ventana para anunciar que entraría de todos modos. Maldije no saber cómo se comportaban los vivos.

Me encerré en un cubículo vacío, me senté sobre el retrete y le eché traba a la puerta. Sentía que perdía el control de mi cuerpo, como si se despertara una enfermedad rara y experimentara los primeros síntomas. Claro que yo era la enfermedad en este caso.

Suni empezó a llorar, las lágrimas se vertían calientes de nuestros ojos.

—Suni, tranquila, soy yo, Asher.

—Ay, por qué no se lo dijiste antes, de seguro eso la tranquilizará —se burló Leviatán desde el interior de la mochila.

—¡Fuera! —gritó Suni con nuestros labios.

—Sí, mejor vete Leviatán —rumié.

—¡Fuera! ¡Los dos! ¡Fuera! —chillaba Suni.

Tenía que callarla o alguien acudiría a sus agudos berrinches porque solo las personas locas o con problemas intestinales chillarían en un baño.

Leviatán comenzó a sacudirse en la mochila, traté de correr la cremallera, pero nuestros dedos se quedaron rígidos a medio camino porque lo que quería hacer Suni era aventar lo más lejos que pudiera el bolso. Ella no recordaba que había un gato ahí y la alarmaba la forma en que el animal se sacudía en su interior. Pude sentir su sorpresa estrujándonos el corazón y arrebatándonos una importante cantidad de oxígeno.

Comenzamos a respirar agitados, mucho más cuando Leviatán asomó su morro fuera del equipaje.

—Escucha Suni Hye —comentó Leviatán dando un salto a nuestro regazo, nos escrutó con sus ojos café, redondos y felinos y nos dio un golpe con su patita—, escucha, esto te servirá de lección para no convocar espíritus sin su consentimiento ¿Quién les dijo que queríamos contestar preguntas de sus abuelas o de un maldito que se murió? ¡Nos molesta rotundamente! ¿No aprendiste nada del cine? ¿El exorcista? ¿El conjuro? ¿CASPER?

Suni estaba muda del espanto.

—Solo estaré aquí por una semana —expliqué con diplomacia.

Pero la repugnancia que crecía en Suni al sentir sus labios moverse sin su voluntad, me estrujaba la garganta como si tío Jordán me estrangulara otra vez. Jordán. Suni notó ese recuerdo en mi cabeza y quiso ir a por él, como alguien que persigue cucarachas para pisarlas.

Si existen empujones mentales eso fue lo que le di. Nadie, repito, nadie, vería lo que Jordán me había hecho. La mantuve a raya y eso hizo que Suni se irritara más y creciera en ella el asco. La recorrió un escalofrío y tuvo nauseas. Retuve el vómito, eso lo había aprendido en el infierno cuando tres de cada cinco alimentos te hacían trasbocar.

Yo le daba asco. Era comprensible. Aun así, continué hablando:

—Necesito salvar a mi sobrino del infierno, lo haré y me iré y nunca más volverás a vernos. Será como un sueño o ver una película...

—Yo diría presenciar la lectura de tres horas de un testamento —rio Leviatán.

Me levanté, lo tiré de mi regazó y le di una patada, él maulló como protesta y se escabulló por el otro cubículo. Suni estaba pensando en Selva, se metía en mi alma, la veía y se intrigaba. Al menos el asco había desaparecido, le gustó verme en ese recuerdo. Le agradó ver a dos hermanos, en una noche tormentosa, consolándose.  Cerré los ojos, pero la imagen de mi hermana continuaba ahí. Yo tenía once años y ella cinco, se reía de un chiste que yo había hecho mientras esperábamos que mi padre cargara gasolina al auto.

Suni era la chica que acosaba a su compañero de clases, por supuesto, si tenía recuerdos de otra persona a su disposición iba a ver cada segundo. La volví a empujar mentalmente, esta vez ella no arremetió.

—Me iré lo prometo. Oye... sé que no estoy en condición de pedirte nada, pero ¿Te importaría dejar ese recuerdo en su lugar?

Suni estaba en silencio, no solo pensaba en mi hermana, veía a Gorgo, a mis padres, mis primos y tíos, veía todas las horas que estuve en servicio religioso o empaquetando cajas para los necesitados, me vio hablando de pinturas y de diseño de interiores con mis abuelos, fue testigo de la vez que mi tío Luciano dejó que yo organizara los muebles de su comedor ¡Aunque solo tenía quince años! Entonces llegó a la parte de mi muerte, tío Jordán se me tiró encima, mucho antes de que yo alcanzará la bola de cristal y se la rompiera en la cabeza. Esa parte que...

—¡SUFICIENTE!

Pude sentir su pánico, pero también estaba sorprendida e injuriada. Ella supo que venía del infierno. No quería terminar ahí. Le provocaba pavor, me masajeé el cuello como si eso nos ayudara a respirar.

—Prometo que me iré —susurré—. Tú nos convocaste, al demonio y a mí. Tienes que hacer que cumpla mi propósito antes de irme, de otro modo, jamás abandonaremos esta tierra.

Lo pensó. Tampoco es que tuviera muchas opciones, si los problemas fueran un pantano ella estaría ya metros sumergida, hundida en sus aguas fangosas. Además, no era que yo provocara mucho miedo que digamos. Mis recuerdos hablaban bien de mí.

—Yo soy.... Tú quieres que sea... y-yo soy como un puente entre dos mundos —dijo.

—¿Qué?

—Un puente entre el mundo actual y el mundo pasado. Tú eres el pasado —le temblaba la voz del miedo o los nervios o el escepticismo. Tal vez su voz oscilaba por todo.

—¿El pasado?

—Pasaron diez años desde tu muerte, Asher —soltó, no dije nada, podía intuir su intención, ella quería darme argumentos para que me fuera sin tener que hacer nada—. No tiene caso que regreses, no podrás salvar a nadie. Tu familia creció, debe haber miembros que ya ni siquiera saben quién eres.

¡Estaba viendo los recuerdos de esa mañana! ¡Estaba viendo que Ben llamó a su hija Brisa! Qué descaro. Y vaya que yo sabía de descaro, estaba usurpando su cuerpo, por todos los cielos.

Meneé la cabeza.

El amor no era así y yo sabía que toda mi familia me amaba. No podían olvidarme, ni dejarme en el pasado como una historia fea o embarazosa. Como un error o una mentira. Sabía que me recordaban, estaba seguro de ello, lo apostaba. No, lo esperaba. En lo profundo de mi ser esperaba que no me hubieran olvidado.

Selva me iba a recordar por ciento cuatro años ¿O no? ¡Había caído un avión! ¡Su país sufrió una guerra que nos hizo ser hermanos! No podía olvidarme, así como así.

Además, no iba a regresar al infierno sin haberlo intentado. No había estado ahí para Selva, pero lo estaría para su hijo. Salvaría su alma.

—La gente se enamora en un día, pero tarda toda una vida en desenamorarse —admití—. Jamás olvidas a alguien que amaste de enserio.

—Es que jamás se ama de enserio.

—Podrías ser muy amiga de mi vecina Jenell ¿Las presento?

Ella se marchó, no sé a dónde, solo se fue. La idea de pensar que yo la había echado me puso los pelos en punta, traté de pensarla, de buscarla, convocarla y traerla a mi lado, pero ella, como el eco de una cueva se extinguió emitiendo un mensaje «Jamás se ama de enserio»

Tal vez ella tampoco sabía cómo coexistir en el mismo cuerpo.

Miré el retrete como si las cañerías pudieran tragarme y llevarme con toda la mierda, porque así me sentía. Como mierda.

Cuando ella se fue, no me dejó nada más que un vacío que ya conocía.

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