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Había transcurrido dos días desde que habíamos llegado a la tierra de los vivos. Mañana sería el tercer día. Leviatán me había dado lapso de una semana, más tiempo no podría estar porque si no nadie creería la historia de que había tardado tanto para capturarme.

Era como una princesa que debía irse a media noche, a Suni le resultó simpática la comparación.

Esperábamos a que amaneciera, Alan se pasó toda la noche haciendo preguntas sobre teléfonos, Internet, tecnología y demás. Suni le respondió como pudo. Incluso se creó un Twitter para insultar a varios políticos de la época y otros tantos. Insultó en mayúsculas a toda la monarquía de su madre patria. A Suni le gustaba escucharlo, creía que era interesante.

Cuando estaba saliendo el sol nos trepamos al pórtico de la parada de autobuses, porque podíamos y porque no había nadie viéndonos. El mundo, otra vez, nos estaba ignorando.

Nos sentamos en el techo para contemplar el cielo exhibiendo todos sus inalcanzables colores, tan lejos de nosotros como una segunda oportunidad o ganar un concurso de talentos. 

Era la primera vez en miles de años que Alan veía un amanecer. Se petrificó y no dijo ni hizo nada, solo estaba el cielo, él y su admiración inconmensurable.

Leviatán alzaba sus dedos medios hacia el sol, por si algún ángel lo veía, pero dudaba que a un ángel le importara tal ofensa.

En esa parada de autobús había esperado muchas veces el transporte para ir al colegio; mi madre siempre que me llevaba hasta allá, me daba un beso discreto y fugaz en el pecho, así nadie nos veía y me susurraba: «Para que mi amor llegue más rápido»

Mamá, tu amor se había evaporado.

Por primera vez en diez años estábamos en la misma ciudad. Parecía tan cerca a mí, sin embargo, se hallaba a mundos de distancia.

Me sentía presionado, por años había aborrecido a mis padres y sus locas manías. Tío Monkey y Concuslo Cornamonta me habían dicho que no era culpa de mis padres haber acabado en el infierno. En parte lo creía. Pero a medias. Y ahora que estaba de regreso debería decidir qué sentir. Debería perdonarlos, era mi oportunidad.

Pero tenía tanto resentimiento como días de desgracia.

Leviatán interrumpió la admiración de Alan por el cielo y le propuso un juego. Ambos estaban apostando a qué coche sería el siguiente en pasar en la desolada calle. Pero Alan no sabía mucho de coches actuales y Leviatán, que lo sabía casi todo, nunca lograba adivinar. Eso lo hacía enfurecerse mucho y gritar como el monstruo, endemoniado de ego, que era... Leviatán también gritaba.

—El sol se ve tan cerca —bisbiseó Suni contemplando el nacimiento del tercer día.

Evidentemente estaba enorme, era como una moneda colosal o el faro de un coche inmenso y celestial que iba a arrollar a todo el planeta. La segunda idea me gustó más.

—Sí, el sol se ve cerca, pero está a mundos de distancia —contesté.

—Asher.

—Dime.

Ella titubeó, estaba pensando en la charla motivacional que le habíamos dado. Si Suni quería encontrar el verdadero amor, primero, tenía que diferenciarlo del falso y eso implicaba dejar ir a Kwan.

—¿Qué es el amor para ti? —preguntó.

Me azotó un recuerdo, fue veloz y reconfortante, como un abrazo que te dan por sorpresa. Sonreímos y murmuramos:

—Déjame que te muestre algo.

Y compartí con Suni una de mis mejores memorias.

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