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 Pasamos la noche bajo el techo de una parada de autobús, nos acostamos en una banca incómoda, Alan dijo que era mejor que un catre de la cárcel. Le creí, él sabía de eso.

Buscamos la dirección de todos mis parientes en Internet, aprovechando los últimos vestigios de batería móvil.

—¿Y qué tanto sabe ese Tened? ¿Qué tiene? —cuestionó Alan, evidentemente celoso del conocimiento de Google.

—Internet —corregí—. Lo sabe todo.

Alan resopló y se cruzó de brazos.

—¿Quién es? ¿Dios?

—Algo como eso —acoté.

—Es igual, también tiene fieles que te juzgan, solo que en lugar de iglesias o monasterios están en las redes sociales.

Alan no preguntó qué era una red social porque dedujo que no le interesaría y se concentró en girar aburrido el bastón que siempre cargaba.

Suni aprovechó que estábamos hablando de eso y entró a redes sociales para ver qué había hecho Kwan en los dos días de su ausencia, pero notó que no había publicado nada y la cámara que había puesto frente a su casa se había apagado, con decepción stalkeó sus publicaciones anteriores.

—No deberías estar interesada en él —manifesté.

—Y tú no deberías espiar mi teléfono.

Sí que sabes de espiar ¿Eh? Pero en su lugar expliqué:

—Cuando estabas en el sótano fue el primero en irse. Incluso Haneul se quedó, te lo juro Suni, ella no iba a dejarte, Kwan la arrastró escaleras arriba.

—Soldado que huye sirve para otra batalla —comentó Alan parando el bastón en la palma de su mano y tratando de que quedara erguido verticalmente, parecía un cirquero—. Pero debo admitir que no conozco a Sir Kwan.

—De Sir nada. Él no es un soldado ni un caballero, es un gallina —espeté citando la grosería favorita de mi amiga Jenell—. Ni siquiera le importas, Suni. Deberías estar con alguien que te aprecie por cómo eres. Que te ame, que dé todo por ti.

—Nadie está tan desesperado —opinó Leviatán.

 Me pregunté por qué me preocupaba con ella. Desde que la había visto jugando como una adolescente en el autobús y con la camionera, me había hecho pensar que era la primera persona de mi edad con la que hablaba en mucho tiempo. Ella no tenía amigos en su antigua vida y yo solo había tenido a Gorgo, aunque nos separaban épocas, continentes o mundos, sentí que ella también pudo haber sido mi amiga... de conocernos en vida. No quería cogerle cariño, pero...

—Todos dicen eso —comentó Suni ignorando a Leviatán, sabía que «Todos» incluía solo a su halmeoni—. Pero nunca encontraré a un chico que me quiera por como soy —rezongó poniendo los ojos en blanco, apagando el teléfono y cruzándose de brazos—. El único que fue gentil conmigo en la ciudad fue Kwan cuando me explicó matemática. No sé por qué no me quiere como yo lo quiero.

—Porque estás muy fea —aportó Leviatán.

—¡Eh, eso no es cierto! —protesté negando con la cabeza, seguía desconfiando de Leviatán, pero no podía deshacerme de él y tenía tantos problemas que merecía un descanso de las sospechas—. No eres fea, Suni. Eres bellísima tal cual cómo eres.

—Yo no sería tan extremista, creo que si tu cabello no fuera rosado serías más atractiva —opinó Alan y se le cayó el bastón que repiqueteó sobre el asfalto—. Diablos —Suspiró, lo volvió a agarrar y trató nuevamente de equilibrarlo sobre su palma abierta—. Pero qué importa eso, yo también soy poco agraciado a la vista. Sin embargo, puedes hallar al amor de tu existencia siendo café quemado.

—¿Café quemado? —inquirimos Suni y yo al unísono.

—Sí, desagradable para todos los sentidos, el café quemado es grumoso, sabe mal, huele mal, se ve mal. Es despreciable ¿Me explico? —Meneó la cabeza—. En fin, puedes encontrar el amor de tu vida siendo café quemado.

Suni frotó sus manos, apenada.

—Jamás creí que un genio matemático me daría consejos sentimentales.

Eso animó a Alan porque se sentía útil otra vez y agregó:

—Eres capaz de enamorarte o no, y eso también está bien. Vivir es como bailar, puedes danzar con una pareja, a solas o de a muchos y no habrá diferencias, no si el baile es auténtico y se lo hace de corazón.

—¿Ves? —dije—. No solo es matemático, también es poeta.

Alan sonrió de lado, concentrado en su tarea de sostener el bastón erguido sobre la palma de su mano. Suni acarició la superficie de la pantalla en negro de su teléfono y suspiró.

—Es que, a veces, me avergüenza que los demás me vean bailar, siento que no bailo como el resto y que es mejor quedarme en una esquina, mirando.

—¿Y perderse la diversión? —pregunté.

—Sí —musitó Suni con timidez—. No creo que bailar sea tan divertido.

—¿De qué mierda están hablando? —intervino Leviatán, tratando de meterse en la conversación porque se había apartado para arañar la pintura de un auto aparcado en la esquina.

—Inaceptable —protesté yo con firmeza, lo que se vio realmente extraño porque era la misma boca que lo dijo.

—Ya estás en la fiesta y no te queda más que bailar —opinó Alan—. Quien dice, tal vez cuando dances feliz y despreocupada consigas un compañero de baile también. La vida es una fiesta, amar es bailar en ella.

—¿No habías dicho que la vida era bailar? —preguntó Suni confundida.

—Shhh —la silenció colocando un dedo sobre sus labios—. Yo nunca me equivoco.

—Sea lo que sea, yo soy el policía que acude por disturbios —Leviatán se apuntó con sus pulgares oscuros.

Alan y yo reímos, Suni lo escudriñó con seriedad, aunque en el fondo le resultó gracioso el comentario, estaba decidida a no reírse con un demonio.

Tal vez era su falta de costumbre.

Tal vez era mi falta de decencia.

O cordura.

¿Me estaba riendo con un demonio en el que no confiaba? ¿Qué pensaría el viejo Asher de esto?

¿Qué pensaría de continuar vivo?

Qué piensas tío Jordán.

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