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 Después de unas horas llegamos al municipio cercano a casa, hicimos autostop, se detuvo una camionera y nos prometió llevarnos a casa. Tenía tatuajes por todo el brazo, tantos que hubiera hecho lloriquear a un luchador profesional o un demonio. Suni y Alan querían jugar a inventar historias, sobre todo tristes o disparatadas, me caían mejor por separado.

 Al menos ellos no involucraban cachorros en sus relatos melancólicos, como hubiera hecho Ruslan.

 Le contamos que huíamos de un padrastro golpeador, la conductora nos desvió una mirada hermética y contestó:

 —Yo hice lo mismo en el pasado —No volvió a decir nada en todo el viaje.

 Se compadeció de Suni, mientras ella mentía la camionera buscó en su bolsillo. Nos dio un poco de dinero, lo tendió con sus labios cerrados y esperó a que lo agarráramos sin despegar los ojos del volante. Alan fue el que le arrebató los billetes de sus dedos:

 —Perdiste, tonta americana.

 Suni tuvo que esconder el fajo entre sus palmas para que la mujer no fuera testigo de un hecho paranormal. Agarró el dinero como si tratara de aplastar a un mosquito. Ninguno de ellos se sintió culpable de ser timadores, supongo, que de alguna manera nos merecíamos de dónde escapábamos.

Pero mi destino era tan torcido, qué podía saber yo de merecer.

La camionera escuchó otras cuantas mentiras nuestras, que Suni repetía de Alan y Leviatán; al final del relato nos dirigíamos a la casa de nuestra gemela perdida y nuestra vida corría peligro porque teníamos información confidencial de una franquicia súperfamosa, de la que no revelamos el nombre por pudor, pero comenzaba por Star y terminaba con las letras B-u-c-k-s.

 Tuvimos suerte de que la mujer nos siguiera el juego y creyera que la niña de quince se montaba una fantasía tan disparatada porque no quería lidiar con la realidad de su padrastro. Yo creí que nos echaría de su camión de una patada, pero prefirió guardar silencio.

 Lo único que nos dijo es que se llamaba Franceska Mann Gonzales, en honor a la bailarina polaca Franceska Mann* que fue fusilada en un campo de concentración. Recordaba su historia, ella estaba en el Nivel de Asesinos y sería la embajadora de ese piso cuando diéramos charlas. No tuve tiempo para conocerla.

 Ella era judía, fue por eso que los nazis la encerraron en Auschwitz. Cuando arribó la llevaron cerca de la cámara de gas para desinfectarla. Ella se sacó la ropa provocativamente para distraer a los guardias lujuriosos. Cuando logró despistarlos, robó el arma, hirió de muerte al oficial Josef Schillinger y alcanzó con otra bala al sargento de la SS* llamado Emmerich. Muchas mujeres más se revelaron al ver su acto de valor. Rompieron narices, arrancaron cuero cabelludo y causaron todo el daño posible antes de ser fusiladas.

 Lamentablemente Franceska acabó en Nivel de Asesinos por matar al soldado. Pero había escuchado de buena fuente que nadie se metía con ella, ni siquiera los demonios, si su muerte no lo dejó en claro tenía tanto carácter que haría temblar incluso a Judas.

 Pero inocente o no, acabó en el infierno. Es su culpa ¿O no? Es justo ¿O no? Si ella quiso pasar al cielo tuvo que aguantarse un poco más en el campo de concentración hasta que la voluntad humana quebrara su voluntad. Pero no pudo, porque la mano le temblaba de odio y el dedo que enrolló alrededor del gatillo, antes de asesinar a Josef Schillinger, luego de que él se embobara con su desnudez, le supo a libertad. Y la bala que rajó el aire fue la llave que le cerró la puerta al paraíso condenándola a una eternidad de campos de concentración y guetos.

 La justicia existe, pero no para todos. El Santo Thomas de Aquino dijo que justicia sin misericordia es crueldad. Y el mundo había sido cruel con Franceska y con tantos otros. Es que podría ir al mundo de muertos, volver al de vivos o vivir miles de años, jamás entendería la suerte que corren algunos y los castigos que el creador le tiene preparados.

 Nuestro viaje con la camionera acabó mientras yo tenía mi mente enfrascada en pensamientos siniestros.

 Aparecimos a las tres de la mañana de un martes o un viernes, las avenidas estaban desoladas, las cafeterías cerradas y los escaparates oscuros. Cuando nos bajamos la señora Gonzales nos despidió con bocinazos estridentes de su camión. Nos dejó en la calle principal de mi pueblo natal, junto al callejón donde Teo y Clara solían fumar, pero no estaban ellos ahí, ni sus cigarrillos ni sus recuerdos.

 No estaban allí y jamás volverían a estar. Porque el pasado es una función que no se repite, por más que se la imite.

 Ahora solo se amaban en mi memoria, aun veía sus siluetas del pasado abrazadas entre las penumbras, respirando el aliento del otro y jurándose eternidad en cada beso, gozando de un momento que no duraría para siempre.









*Bailarina polaca. Fue prisionera del gueto de Varsovia. Era considerada una de las más bellas y prometedoras bailarinas de su generación en Polonia. Falleció el 23 de octubre de 1943, a la edad de veintiséis.

** Las Schutzstaffel (SS) traducido a escuadras de protección. Fueron una organización al servicio de Adolf Hitler y del Partido Nacionalista Obrero Alemán.

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