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Cuando llegamos al centro comunitario había alguien parado en la puerta.

Era mi...

—¿Ese no es tu tío Jordán?

Aunque los que recaudaban tenían un perfecto sistema para interceptar la ropa, los alimentos y todas las donaciones, él estaba parado en la puerta, sosteniendo una caja de mudanza.

Era siete años mayor que papá y de todos mis tíos y tías él era el más raro. Nunca había tenido pareja ni amigos, solo había tenido un empleo en toda su vida y era repartidor de pizzas. Jamás había pensado en cambiar eso. Nunca se había mudado de casa de mis abuelos a pesar de que tenía cincuenta años.

Siempre se la pasaba encerrado en su habitación haciendo taxidermia, le gustaban mucho los pájaros, sobre todo los patos. Cada sábado iba a alimentar a los patos del parque, se sentaba en una banca y pasaba allí horas enteras. Me pregunté por qué no estaba ahí.

Ese día estaba vestido con una camisa leñadora y a pesar de que hacía frío llevaba unos pantaloncillos y pantuflas. Se lo veía raro, cansado. Como si supiera algo que no quisiera saber.

Me desmonté de la bicicleta y lo miré una cuadra abajo.

—Me da mala vibra —dijo Gorgo—. Oye, mejor vayamos a otro lado.

Lo miré extrañado, pero no asombrado, él siempre hablaba de energías, vibras y ese tipo de cosas.

—¿Qué? ¿Por qué? Es mi tío.

Él aferró el manubrio de su bicicleta y se encogió de hombros.

—No sé... es de Escorpio, el signo más oscuro de todos.

—¿Y qué? El otro día me dijiste que Leo DiCaprio y Katy Perry son de Escorpio.

Él retrocedió un paso como si le hubiera dado un buen golpe.

—No metas a Leo en esto.

—¡Tú lo metiste!

Chasqueó la lengua y miró hacia el cielo como cada vez que quería discutir encarecidamente y se controlaba. Suspiró.

—Mira, es raro, pudo haber pasado y dejado las donaciones, pero. Te. Es.Tá. Es.Pe.Ran.Do.

—¿Y? ¡Es mi tío! ¡Seguramente quiere saludarme! ¿Estás insinuando algo de mi familia? —pregunté alzando el hombro.

Lo miré fijamente, haciéndole entender que no me gustaba a donde iba la conversación, él agachó un poco la cabeza y suavizó su tono de voz para sonar comprensivo.

—Jamás insinuaría nada de tu familia. Solo es que... que me da mala vib...

—¡Oye, tío Jordán! —grité alzando una mano.

Tío Jordán giró rápidamente la cabeza y cuando nos vio, sonrió relajado, como si se hubiera liberado de una gran responsabilidad.

Lamento decir que tuve muchas señales de lo que se me venía, pero no capté ninguna. Solo Gorgo pudo leerlas, pero en ese mismo instante hice que subestimara su intuición con las personas.

Tiró coléricamente el cigarrillo y lo pisó con la suela de su bota. Caminamos hasta la acera de enfrente donde tío Jordán nos esperaba. Olía a alcohol. Gorgo arrugó el entrecejo.

—Oh, señor Aquaria, ¿qué bebió?

Tío Jordán sonrió nervioso, sus labios temblaban y pasaba el peso de su cuerpo de un pie a otro. Tardó en responder, primero miró a Gorgo con la boca abierta, titubeó, me miró a mí, repiqueteó sus dedos sobre la caja y me la tendió aun meciéndose de un lado a otro.

—Un licor que se dejaron mis padres por ahí.

—¿Ya se mudaron?

Tío Jordán asintió vehemente, demasiado.

Mis abuelos se habían mudado a una casa más pequeña, era el departamento en donde vivían de jóvenes, pero que tuvieron que vender cuando comenzaron a engendrar como conejos. Hace unos meses se habían enterado que estaba en venta otra vez y sin dudarlo lo compraron. Le habían dejado la casa a Jordán.

Al día siguiente harían una fiesta para inaugurar su nuevo-viejo departamento, de más está decir que nunca pude ir. Pero sí me hicieron un funeral ahí luego de cuatro años, cuando supieron que no regresaría y que lo más probable era que estaba muerto.

—Sí, sí, ayer a la mañana se mudaron —contestó él un poco incómodo, toqueteándose el pliegue de su pantalón—. Me quedé hasta anoche acomodando algunas cosas y encontré una caja de ron blanco. La bebí y... —Largó una risilla histérica, tenía las mejillas rojas y los dientes amarillos—. Y por alguna razón recordé que Nicolás me dijo que requerías donaciones para los necesitados.

—¿Qué trajiste? —pregunté agarrando la caja, depositándola en el suelo y hurgando en su interior.

Gorgo agarró nuestras bicicletas y las ató a un poste mientras yo inspeccionaba el contenido de la caja. Estaba repleta de zapatos, para mujer, de diferentes talles y estilos.

—¿Dónde los conseguiste? —pregunté agarrando la zapatilla de una niña.

—Estaban en descuento.

—Se ven usados —advirtió Gorgo desde su puesto, al lado del poste, donde amarraba las bicicletas.

—Ah, tío Jordán, no te hubieses molestado.

Alcé la cabeza para mirarlo y noté que él tenía los ojos fijos en mí y apretaba los puños. Al tener la mirada baja su cuello se comprimía en tres pliegues de papada. Me reí.

—Hubieras esperado a que se te pasara la borrachera, al menos.

Se rio avergonzado y se rascó la nuca.

—Sí, quiero que vengas... tengo más en...

—Si nos disculpas. —Se interpuso Gorgo alzando la caja del suelo como si no pesara nada, pasando un brazo sobre mis hombros y arrastrándome al interior del centro comunitario—. Tenemos mucho trabajo por hacer. Los necesitados nos necesitan.

—Adiós tío Jor, nos vemos mañana en la fiesta de los abuelos.

Tío Jordán se quedó parado en la vereda por largo rato. No me respondió que nos veríamos mañana, tal vez nunca lo esperó.

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