Muchas cosas fueron las que se conectaron, entretejieron, amontonaron y colisionaron entre sí para que yo acabara en el peor rincón del universo.

 Mi mamá siempre fue una persona... asustadiza y... con mala suerte. Dos cosas que si combinas arrojan un solo resultado: psicótica.

 No todo es su culpa... bueno sí.

 Lo que podría expiarla de sus pecados es que es huérfana. No del tipo de huérfanos que luego adoptan o de los que viene un gigante en su onceavo cumpleaños y les dice que es un mago. Me refiero a la huérfana real, la que vive en un edificio del Estado, tiene ropa vieja, espía a las familias del parque desde su escondite tras los arbustos, escucha sus risas, observa sus abrazos y se pregunta con interés y escepticismo por qué se aman tanto ¿Es algo con lo que se nace o ella lo podía conseguir?

 Esa clase de huérfana fue mi madre.

Cuando muchos niños deciden que quieren ser presidentes, cantantes, princesas, empresarias, constructores o masajistas mi mamá decidió que quería ser mi mamá.

Un sueño que le costaría alcanzar más de lo que le hubiera gustado.

Pero ella no se embarazó sola ¿cierto? No es la historia de María, la virgen inmaculada.

Ahí es donde aparece mi padre.

Mi papá es el menor de una familia de quince hermanos, mis abuelos no conocían la televisión ni los anticonceptivos así que no había tanta diferencia de edades entre los hermanos.

Al ser el más pequeño desarrolló la habilidad de creer que su palabra no valía nada. Pocas veces ofrecía su opinión ¿Creen que su historia es triste?

Pues ponte cómodo porque todavía no aparecí yo.