Lo primero que recuerdo cuando desperté, fue el calor concentrado y pesado como un abrigo, típico de un concierto o un sauna, el olor a azufre y huevos podridos y el ruido, alguien estaba cantando villancicos. Ah, y también recuerdo que desperté desnudo en una cueva.

 Se escuchaba Los peces en el río un villancico que me daba ganas de arrancarme las orejas, sobre todo porque era cantada por niños desafinados que no atinaba a ver. Una vez la maestra de música, la señorita Blanca, me había obligado a agitar una pandereta mientras mis compañeros la cantaban, habíamos debutado todos nuestros ensayos de un año cantando sin ritmo el villancico frente a una multitud de padres con cámaras y sonrisas orgullosas. Recuerdo que Gorgo se había puesto la corbata en la cabeza en el último momento, como prueba de rebeldía.

 Esta canción, aunque resultara imposible, sonaba mucho peor que los niños de mi escuela. Sus voces repiqueteaban por todas las paredes de la oscura caverna.

  Alguien me golpeó con un bastón.

 —¡Despierta muchacho! ¡Esté no es lugar para descansar! —dijo un hombre con acento inglés.

 Me paré de un salto, aún asustado. Agarré mi garganta, todavía podía sentir los dedos de tío Jordán estrangulándome, como una boa o un cinturón XS rodeando una cadera XL.

 Miré a la persona que tenía a mi lado, estaba vestido como un soldado de la segunda guerra o la primera, pero en su cuello tenía colgada una capa de rey de color borgoña conribetes moteados de lana blanca. En una mano el hombre sostenía un bastón rematado con una piedrapreciosa color amatista, en la otra aferraba una manzana mordida, fresca yredonda.

 —Y-yo... —No podía articular palabra.

 —Mueve tu horrible culo. —Se inclinó al suelo, con la mano que sostenía el bastón alzó una cubeta que antes no había visto.

 Me la arrojó a la cara y la agarré antes de que me partiera la nariz. La cubeta era de metal y estaba corroído.

 Ah, otra cosa que recuerdo.

 No sabía que estaba muerto.