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  Al novio de Kyteler, en vida, lo había acusado la iglesia católica de íncubo, pero nunca explicó cómo había muerto, ni a ella ni a nadie. Era algo que le dolía hablar.

  Kyteler había logrado huir por un tiempo, incluso en la historia quedó escrito que nunca la pillaron, pero la verdad es que terminaron cogiéndola porque quiso hacerse un cuadro. El pintor la reconoció y la delató y lo peor de todo es que retrató mal su nariz. A ella le alegraba saber que nadie documentó esa parte de la historia y que en el mundo de los vivos no se supiera la verdad y haya quedado como una de las misteriosas brujas de la Inquisición.

  Traté de que Kyteler me diera ideas de cómo escapar del infierno, pero ella no sabía nada de las fronteras entre el mundo de los vivos y los muertos. Solo sabía hacer escapar de los vivos saltando de un país a otro. A toda la familia y criados de Kyteler lo habían acusado de brujos o demonios, ella decía que lo hicieron por envidia porque era una mujer adinerada, poderosa y con influencias.

 No importaba qué había sido, terminó en el escalón más ignorado del infierno. Aunque también era el nivel más tranquilo porque, según Alan, si picabas rocas nadie venía a molestarte.

  Había leyendas de que si te detenías venía por ti un monstruo horrible y con sus garras puntiagudas de demonio te bajaba varios niveles. Muchos se burlaban y decían que en realidad enviaban a tu suegra. Lo que era peor que un demonio o una bestia.

  Como fuera, nadie nunca dejaba de picar, no había ningún espíritu de rebeldía, no teníamos sed de revolución ni teníamos curiosidad, así que picábamos, picábamos, seguíamos picando, hablábamos un poco y continuábamos picando.

  Aunque yo trabajé por horas, días, meses y años, de todos modos, vinieron por mí. Pero no fue un demonio de garras puntiagudas, ni una suegra o un suegro o un jefe, fue un anciano en traje, con gafas y un mapa.

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