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Alan tardó unos minutos en venir, el anciano lo escoltó. Cuando llegó a mí lo primero que dijo fue:

—Te dejo un segundo solo y ya te lías con dos demonios. Mejor nos separamos unas semanas y te vuelves rey del infierno.

—No fue un segundo, Alan, fueron más de cincuenta años.

—¿Así sientes un segundo cuando no estás conmigo? —Se rio haciendo juegos con su capa.

Reí también y meneé la cabeza con pesar. Le conté que nos habían tenido apagados, sedados, todo ese tiempo para almacenar nuestros recuerdos placenteros y darnos sueños tranquilos. A él le pareció gracioso y dijo que en realidad nos habían dejado verdaderamente muertos.

Nos sentamos en una roca a hablar mientras el anciano y el niño discutían en la barca. Alan preguntó por mis sueños, le dije lo que había visto mientras dibujaba espirales en la tierra roja. Yo pregunté por los suyos, fue ahí cuando se hizo un silencio que me preocupó.

—¿Qué viste Alan? —presioné.

—Nada. No vi nada.

—¿Qué?

Suspiró y escondió su cara entre las manos, apoyando los codos en las rodillas.

—Turing cree que las máquinas piensan. Turing yace con hombres. Luego las máquinas no piensan.*

—¿Qué significa eso?

—Es una carta que le escribí a mi amigo Norman Routledge, fue una de las últimas que envíe antes de morir. Estaba en clave. Es un mensaje. Nadie nunca adivino qué quise decir, pero te concedo el privilegio. Significa que los humanos no piensan, los humanos son máquinas irracionales que no entiendo, hallo más sentido en el mundo de los números que en el de humanos. Los ayudé a ganar la guerra, pero cuando decidí amar a un hombre me traicionaron. Preferían que matara a que amara. Eso no es pensar mucho o es un razonamiento que ni con estudio podré comprender. Amé y el mundo se desmoronó, amé y todo dejó de tener sentido.

Lo escuché.

—Tuve momentos felices en mi vida, pero esos no son recuerdos felices, el tiempo logró opacarlos, volverlos tristes ¿Entiendes?

Meneé la cabeza.

—Christopher Morcom —soltó como si fuera la respuesta a todo—. Mis recuerdos más vívidos de Chris son casi siempre de las cosas tan amables que me decía*. Lo amaba, compartíamos pasión por la ciencia. Su inteligencia era de no creerse, incluso me presentó a su madre, una artista un poco libre —rio—. Pero no pude tener una vida a su lado. Él murió antes que yo por beber leche.

Volvió a reír, aunque no había nada cómico en lo que decía.

—Sé que muchos harán comentarios de mal gusto con eso, porque era gay y murió por beber leche, pero es la historia real. —Alzó las manos como si se protegiera de las burlas—. Le dio tuberculosis bovina. Bueno, si digo que murió por tomar leche es más gracioso ¿Verdad? —En realidad no, pero lo dejé hablar—. Aunque a él no le haría gracia, estoy seguro. Cuando murió sentí que un pedazo de mí fallecía también, como los mosquitos.

Alcé las cejas.

—Eso decía una vecina mía, creo que murió por la guerra, le cayó el techo encima. Pero decía... —Contrajo el ceño como si tuviera que vagar por cientos de recuerdos hasta encontrar a la dama que hablaba de insectos—. El mosquito se enamora de la lámpara y va hasta ella para morir, pero muere enamorado.

No tenía sentido de lo que decía, ese techo le había hecho un favor al barrio al caerle encima a la señora. Sin embargo, lo mejor de Alan era que podía interrumpir su monologo para decir algo racional y él estaría de acuerdo en iniciar un debate.

—El mosquito muere electrocutado, no enamorado —dije—. O muere por el pesticida o muere de aburrimiento por escuchar a tu vecina decir bobadas.

Infló sus mejillas, retuvo el aire y luego lo dejó correr.

—No entiendes el punto Asher, sabemos que hay amores que nos matan, pero aun así no podemos hacer nada más que amarlos. No hay humano en toda la tierra que esté libre del amor. Se presenta de tantas formas... es monstruosamente divino. Sabía que Christopher Morcom me rompería el corazón ya sea vivo o pescando una enfermedad bovina. Nuestra historia se había adelantado muchos años, no era el momento para amarnos ni el lugar, pero lo hicimos porque si hay que morir —me miró divertido y se encogió de hombros— que sea de amor.

—Pero no soñaste con Christopher —deduje.

Meneó la cabeza.

—Fueron sueños en negro. Sus recuerdos me entristecen no me ponen feliz, me recuerdan algo que jamás tuve ni tendré.

—Lo siento tanto, Alan.

Él me palmeó la rodilla.

Alan me había contado los momentos antes de su muerte. Lo había hecho con la esperanza a que yo me abriera y le platicara sobre la mía, pero nunca había sucedido.

Hicieron películas de su vida, pero siempre lo pintaron como un personaje déspota, distante e inteligente, que no puede conectar con los demás, aunque muchos cronistas aseguran que tenía buen temperamento, era gracioso y amigable. Yo mismo puedo asegurar que ellos tenían razón.

El trato que recibió antes de su muerte no fue lo que se merecía, otro ejemplo de que el karma es la invención más chapucera de todas las invenciones chapuceras después de las estatuas para jardín y las fundas para celulares Nokia.

A él lo pillaron porque su novio de turno, Arnold Murray, lo engañó e hizo que entraran a robar a su casa. Una desventaja de que te gustaran los bad boys. Alan fue a la policía, lo denunció y cuando hicieron investigaciones sobre el asunto, reconoció que era homosexual. Le imputaron cargos de «indecencia grave y perversión sexual» Pero él estaba convencido de que no tenía que disculparse y aceptó los cargos sin defenderse. Fue sometido a castraciones y procedimientos químicos como si tener más hormonas le quitaran lo gay.

Los químicos que le inyectaron lo hicieron quedar estéril, engordar bastante y aumentar los pechos como si fuera una mujer embarazada. La propia ley lo violó y lo humilló.

Tras un tiempo contaminó una manzana, algo demasiado poético para venir de un friki de las computadoras porque se suponía que para los católicos era el fruto del pecado. La comió y se mató (no intenten eso en casa niños, ustedes no son Turing y gracias al cielo nunca lo serán).

—¿Sabes que me enteré que hicieron? —preguntó arrancándome de mis pensamientos—. El 24 de diciembre de 2013 recibí el indulto de todo tipo de culpa, por orden de la reina Isabel II. ¿Sabes que hago con ese indulto?

—¿Colgarlo en tu despacho?

—Me lo paso por el culo. —Realizó un gesto como si zurciera una remera o fuera director de orquesta, siempre solía hacer ademanes extraños, como si fuera un anciano hablando con elegancia.

—Y a la reina también —convine soltando risillas.

—¡Y a la reina también! —aulló haciendo bocinas con las manos—. Espero verla aquí Reina de Inglaterra ¡Todos sabemos que lo de Diana no fue un accidente! ¡Ya baja de una vez!

Leviatán se aclaró la garganta y el anciano sindicalista me señaló el reloj de su muñeca. Resultaba incómodo que nos vieran hablar, por suerte me había olvidado de ellos.

Nunca me había despedido de un amigo, Gorgo no contaba porque jamás me había despedido de él, simplemente me había ido. Sentía que no sabía qué hacer, si fuera por mí jamás me iría, pero ya estaba acostumbrado a que nada era para siempre. No podía frenar lo que me dañaría, el destino era como una avalancha cuesta abajo: imposible de detener.

—Me tengo que ir.

Me puse de pie y él me aferró del codo. Me miró suplicante.

—Asher ¿Sabes a lo que me refería con el amor?

—Sí, sí, lo pillé, moriste por amor.

—No, no. —Meneó la cabeza tratando de ocultar que lo exasperaba—. Si el humano solo vive para amar significa que odiar es un error. Nos equivocamos al guardar rencor. Te estoy pidiendo que no trates de huir del infierno, escuché cómo interrogabas a los otros condenados e intentabas encontrar una salida. Desconozco si algún día la encontrarás, pero ya no estaré ahí si lo haces. Acá termina mi papel de guía, mi amigo. A partir de ahora forjas tu propio rumbo. Te pido, suplico, que no te guíes por el odio. No regreses a los lugares donde no fuiste feliz. Asher, sufriste demasiado como para que te espere más tormento.

No sabía qué decirle, quería refutárselo, pero era posible que aquella fuera la última vez que nos veíamos, no deseaba que rondara en una discusión.

—No voy a vengarme, solamente quería salir para recordarle a los vivos lo que es un poco de estilo —solté un comentario con poco contenido intelectual y para nada gracioso.

Creí que eso lo callaría.

Él me escudriñó por un momento, tratando de adivinar si era broma o si hablaba en serio. Finalmente se rio con sincera felicidad, una tan real que pudo valer por un recuerdo placentero.

—Ay, Asher, puedes estar muerto pero tu espíritu sigue vivo.

—Te equivocas —dije un poco menos animado—. Me temo que ya no queda nada vivo en mí.

—Ese sentimiento derrotista me parece muy vivo —contrapuso dirigiendo un par de dedos a su mentón, con aire pensativo.

Puede que estuviera rodeado de muerte, pero en ese momento sentí nacer una sonrisa en mi cara. Aunque no duró mucho porque estaba enojado con los dos demonios que me esperaban cerca de la barca y que se aclaraban la garganta como si tuvieran catarro.

—Voy a extrañarte mucho, Alan.

—Me alegro porque no extrañas algo que no quieres. —Hizo agitar con aire soberbio su capa de rey—. Espero que me extrañes cada día.

—Te extrañaré tantos que no podrás contarlos por más matemático que seas. —Comencé a caminar hacia la balsa.

En realidad, el anciano y el niño se cansaron de esperar, me agarraron de cada brazo y me empujaron al interior de la embarcación. El niño abordó conmigo de un salto, el viejo afirmó los zapatos en la orilla de guijarros e impelió la balsa al río. Las aguas recibieron el bote bamboleándolo de un lado a otro. La corriente era fuerte, la costa se alejaba y él comenzaba a empequeñecerse.

Me agarré del borde y me asomé.

—¡¡Gracias por ser mi amigo y mi guía Alan Turing, tuve suerte!!

 Él rio, escondió sus manos en el fondo de sus bolsillos militares. Con una sonrisa vibrante alzó la voz:

—¡¡Oh, Asher qué suerte más infernal que tienes!!





*Cita textual, extraída de una carta que Alan Turning escribió a un amigo suyo.

 *Cita de Alan Turning al hablar de Christopher Morcom, según Wikipedia, obvio, porque la biblioteca de la universidad no tiene libros sobre él >:c

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