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—Siempre hace lo mismo. Se la pasa todo el tiempo sobre mí. Se supone que luego de la tortura se vaya. Tengo que tener mi espacio, es mi derecho.

—Háblalo con el Sindicato, por favor —aconsejaba Ruslan revolviendo entre una oficina abandonada.

Estábamos en una oficina. Ya casi no quedaban escritorios, la mayoría habían sido robados o descuartizados.

La mitad del techo de esa oficina estaba derruido, nosotros nos encontrábamos encaramados a la pila de rocas que se vertía como cascada desde la azotea; mientras él caminaba con zancadas histéricas entre las gavetas dispersas por el suelo, la mosqueta sucia y los papeles y libros esparcidos.

—No, porque tengo miedo de que me lo cambien y venga un demonio peor.

—Peor que ustedes no creo que haya nada —rezongó Jenell, había estado cerrando los ojos y acariciando una flor quemada, tal vez rememorando mentalmente un poema, solían gustarle los de Poe.

—Entonces ve a hablar con amigas —respondió Ruslan volteándose sin paciencia hacia ella—. ¡Ah, cierto, no puedes hablar con mujeres! —Se mordió el dedo con demencia, conteniendo la risa.

—Chúpala —respondió ella alzando el dedo medio.

Me había arrepentido de enseñarle ese gesto, desde que había aprendido que podía insultarnos con ademanes además de palabras, no se había detenido. Hacía todo tipo de obscenidades y gestos poco coherentes sólo para molestarnos.

—¿Qué me aconsejas Jenell? —pregunté frotando mis manos por el frío y tiritando un poco.

—No sé —Chasqueó la lengua, resignada a hablarme, su aliento se suspendía en una nube—. ¿Sigue pidiéndole que seas su amigo?

Ruslan rio y se inclinó sobre un montículo de basura que no había inspeccionado, tal vez pensaba algo gracioso de esa palabra o estaba delirando otra vez. Larry continuaba mudo en su sitio, no se había movido, ni siquiera lo había visto parpadear.

—Sí.

—Entonces respóndele que sí, que quieres ser su estúpido amigo —comentó Jenell alzando el hombro con desinterés.

—O quítale lo estúpido y di sólo amigo —aconsejó Ruslan sacudiendo una engrapadora como si pudiera encontrar algo ahí—. Gracias —agregó de forma mecánica.

—Es que Asher es estúpido —reiteró Jenell—, por eso serías su estúpido amigo.

—No soy tonto.

—Si terminaste aquí muy listo no eres —objetó Jenell y luego agregó—. Pero creo que esa es tu mejor opción, quién sabe, tal vez son amigos sinceros. Tal vez pueda llevarte al cielo a beber una cerveza de las buenas. Aquí solo hay cerveza sin alcohol.

—En el cielo deben beber algo más noble que cerveza, algo fascinante, que les guste a todos como... —Lo pensé y luego chasqué mis dedos cuando lo obtuve—. Coca-Cola.

—¿Crees que la Coca-Cola es una bebida noble? —preguntó Jenell burlándose—. ¿Está enfermo, animal?

Ruslan suspiró con añoranza y pateó una gaveta. Estaba de espaldas y habló por encima de su hombro.

—Cómo extraño eso.

—¿La coca? —preguntó Jenell sonriendo con malicia.

—No, las sodas, viejo, extraño las sodas, en la URSS... Rusia que yo morí no había importaciones de sodas.

Jenell arrugó la cara de asco. De repente Ruslan se volteó hacia mí y se aproximó rápidamente. Creí que suplicaría un poco de droga o tendría paranoia y me acusaría de serle infiel o suplicaría más droga, pero en lugar de eso me miró con expresión demente y susurró:

—Asher Colm ¿Cómo moriste?









































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