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Discúlpame si no narro con detalles el encuentro, es que no recuerdo mucho, la noticia me golpeó un poco e hizo que el mundo... bueno, el infierno, se volviera borroso como un espejo sucio que no puede proyectar la realidad.

También dejé de escuchar.

Me senté sobre el suelo cubierto de envolturas sucias y quedé en blanco.

Hasta ese momento yo había pensado, inocentemente, que tío Jordán había dejado mi cuerpo a la vista de todos. O al menos en mitad del bosque para que lo encontrara una familia con niños que pudieran quedar traumatizados para el resto de sus vidas, o mejor aún, para que lo hallaran una porrista y un jugador de fútbol que fueron ahí para follar.

También había pensado que tío Jordán había puesto en su testamento algo como: «Le dejo todos mis bienes a los patos del parque ah y díganle a mi hermano que maté a Asher» Creí que tenía las agallas, me lo debía.

Me debía una tumba donde Gorgo llorara y llevara a sus hijos, donde mi hermana acudiera en mi cumpleaños, donde mis padres fueran enterrados de viejos, merecía una lápida con mi nombre o algo más que el fondo oscuro de un pantano o un basurero. Eso era lo que se hacía con los milagros, se los velaba y recordaba, no se tiraban como un mal recuerdo.

Creí que mi existencia siempre había sido especial, pero había sido un número más que se perdió en la historia de personas anónimas que fallecieron a lo largo de las épocas.

No era Asher Colm el niño milagroso, no era un inusual, ya no era un hijo ni un hermano, ya no era un amigo. Era solamente una cifra sin lápida, ni recuerdo, ni fotos o primera plana.

Era un susurro sin eco.

Un vivo sin aliento.

«Maldice a Dios y muere» Eso es lo que, en realidad, le había dicho la esposa de Job cuando murieron sus hijos, perdió sus bienes y sufrió junto con su esposo.

Yo ya había maldecido a Dios y ya estaba muerto ¿Qué seguía? ¿Cuál era el siguiente paso? La esposa de Job no había dado más indicaciones del tutorial «Cómo aceptar la mala suerte»

Tenía que narrarle a tío Monkey todo lo que había sufrido. Lo ingenuo que había sido al no notar que mi asesino me enviaba a una trampa, lo magníficamente estúpido que había sido al suplicarle y pensar que encontraría algo bueno en él.

Sentía que antes de morir había tenido flores en los ojos, eran hermosas, pero no me dejaban apreciar el panorama completo.

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