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 Tío Monkey estaba barbudo, abrigado con un gabán que le llegaba hasta los talones. Su cara estaba un poco sucia con polvo. Me observó como si no pudiera comprender qué hacía ahí.

—A... ¿Asher?

—¡TÍO MONKEY!

Corrí a abrazarlo y solamente cuando estuve en sus brazos supe que había muerto con la estatura de un niño, tal vez un adolescente mediocre, y no la de un hombre. Mi cabeza llegaba a sus pectorales.

Él continuaba igual de peludo que siempre y tenía un ligero acento colombiano mezclado con su tonada en inglés, ambos tonos lo hacían único tanto vivo como muerto.

Se había bronceado demasiado. Solamente lo había podido visitar dos veces desde que se mudó a ese país, pero él se había pasado, en más de una ocasión, por mi casa. Aunque no vivíamos cerca había sido un padrino presente por cartas, mensajes de texto y Skype.

—¡Asher!

Él me abrazó, me levantó del suelo y me hizo girar. No pude evitar soltar una carcajada.

Rápidamente vino Leviatán a presenciar el encuentro, me observó escondido detrás de una góndola como si fuera Harriet la espía o una rata husmeando asustado a un perro guardián. No sabía por qué se ocultaba, todos lo notábamos, pero era él y era así de raro. Ruslan se dio la vuelta e interrumpió su conversación con la anciana y Jenell volvió a entrar a la gasolinera.

—No sabía... yo... no sabía que estabas muerto, Asher...

—Lo sabes ahora —dije.

Sus ojos se empañaron de lágrimas, me dejó lentamente en el suelo, sus brazos me soltaron, agachó la mirada hasta mi cara y me puso las manos en los hombros.

—Siempre tuve la esperanza de que te hubieras fugado. Ay, Asher querido, querido, te buscamos por todos lados.

—¿Qué?

—Asher... qué te pasó. A dónde fuiste. Qué... hiciste.

Me morí, fue en una cabaña, luché, pero fallé. ¿Cómo digo eso? 

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