El templo de un soberano ⚔︎

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Jimin.

Los sonidos regresan con lentitud y fluidez.

El agua sigue su curso, es tranquilo y cercano; el viento sopla, agita mi cabello, los árboles que me rodean, silba en la lejanía, ramas secas se sacuden constantemente, tocan mi piel y se van por el mismo suelo seco en el que me encuentro; el canto de las aves es melodioso, me relaja lo suficiente para ordenar mis pensamientos. El cálido sol toca mi piel, mis dedos se entierran en el pasto, al mismo tiempo que mis ojos intentan mirar algo más que oscuridad.

Lo intento, pero es en vano. No puedo ver nada, y las sensaciones que mi cuerpo detecta van ganando fuerza.

Había pasado mucho tiempo desde que estuvimos aquí, en medio de la nada convertida en oscuridad. No ha cambiado, es la misma sensación desoladora y la misma tristeza profunda que quiebra el espíritu y adormece los huesos.

La voz de la razón se ha convertido en el único faro que puedo identificar en las lagunas de caos que invaden todos mis pensamientos. Me aferro a ella, a la esperanza que nace cuando un nuevo impulso me empuja a no rendirme.

Una vez más. Inhalo profundo, empapando mis pulmones del aire y su aroma natural, mientras mis párpados inician a moverse, lento, sin detenerse hasta que consigo entreabrir los ojos.

Un poco más... por favor.

Lo consigo con gran dificultad. Abro los ojos por completo y miro lo que me rodea.

Los rayos de un atardecer que iluminan un cielo naranja es la imagen que me recibe. Esos tonos cálidos me reconfortan y me llevan en un viaje extenso de recuerdos que me hacen añorar la mejor época de mi vida, cuando era un niño que corría bajo el sol delicado de Azariel. Me quedo en mi lugar, concentrado en parpadear cada vez con mayor fuerza hasta que mi vista se aclara.

Siento como toda la tormenta que me consumía se desvanece como los segundos diminutos del tiempo. Lo que hace un momento era una pesadilla pierde toda amenaza, dejando en su lugar la sensación agradable de estar despierto luego de pesadillas y una eternidad de calamidad y alucinaciones. Los latidos de mi corazón son constantes, llevan un mismo tono y una tranquilidad que me arranca un único suspiro cargado de más emociones de las que podría contar.

Entonces, con la lucidez firme es que puedo escucharlo.

—Por fin despierta.

La voz me toma por sorpresa, al igual que el recuerdo del ataque de los Nundus. Giro bruscamente y encuentro al rey Yoongi que está sentado justo a mi lado. Tiene las mangas arremangadas hasta los codos y su mirada fija en mí. Esos ojos grises son impactantes, y verlos tan de cerca me genera una sensación nueva a la que no termino de acostumbrarme. Es abrumador, arrasador y emocionante.

—Temía tener que cargarlo nuevamente. ¿Cómo se siente? —pregunta, completamente ajeno al huracán que desordena las palabras que con tanto esfuerzo intento ordenar para hablar apropiadamente.

No me cuesta mucho notar una serie de detalles que había omitido hasta ahora: hay una superficie muy suave de hojas que se encarga de protegerme del áspero suelo; la capa del rey me sirve de manta, y ya no está la espina del Nundu. La herida está cubierta por una extraña pasta verde que tiene un aroma fuerte de hierbas del bosque, y encima un pañuelo blanco con una Y grabada en hilo de oro.

¿Todo este tiempo ha estado cuidando de mí?

—Majestad... —digo con torpeza, e intento levantarme.

Ignoro toda señal de alerta, trato de levantarme y fallo. De inmediato un dolor punzante invade mi pierna y hace que me sienta mareado. Miro la herida con molestia, porque la parte más irracional de mí quiere culparla de todo lo que está pasando y de las posibles repercusiones que vendrán en un futuro. Las preocupaciones aumentan, pierdo el poco equilibrio que logré conseguir, y me siento vulnerable cuando mi cuerpo entero cae nuevamente de espaldas.

¡Por los dioses!

Una mano aparece y sostiene mi cabeza antes de que golpee el suelo. De pronto, mis ojos quedan a centímetros de un rostro que comienza a tornarse familiar, y el mismo sentimiento de seguridad que sentí cuando él llegó a salvarme regresa y me llena, robándome un momento y una respiración agitada.

—Quédese quieto —me ordena. Tiene el ceño levemente fruncido y sus ojos no dejan de estudiarme.

Logro reconocer un leve atisbo de preocupación en sus ojos; sin embargo, consigue eliminarlo con gran facilidad, dejando únicamente la irritación y fastidio que no se molesta en ocultarme.

—¿Dónde estamos? —pregunto, permitiendo que vuelva a acomodarme en el suelo.

—No lo sé con certeza. Lo suficientemente lejos del pueblo y de los Nundus —responde—. Al principio pensé en quedarnos en la orilla del río, pero no era buena idea. Es un lugar abierto y con usted inconsciente supondría un gran problema ante cualquier amenaza que pudiera presentarse.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Cambié el ungüento un par de veces. Quizá cuatro horas o más.

Es demasiado tiempo, para este momento todos en el palacio deben saber que hemos desaparecido. ¿Qué pudo ser de la cacería? Espero que los demás participantes estén a salvo, sobre todo Taehyung y SeokJin.

—Debemos volver —le digo, mientras aparto la capa que me cubre.

Intento levantarme, y el rey no tarda en detenerme.

—No —responde contundente—. Con lo que me costó sacarle el veneno. Recién despierta y tiene que descansar al menos un par de horas.

—Majestad, no podemos...

—He dicho que no —corta, irritado por mi insistencia—. Mejor guarde silencio, así podré pensar en lo que haremos.

—No tenía idea de que tuviera conocimientos de medicina tradicional —comento, ignorando adrede su petición.

—Es un deber de todo buen soberano —responde, muy digno—. Siéntase afortunado de que le haya ayudado.

—Se lo agradezco —murmuro. Lo hago porque es verdad, me siento profundamente agradecido y en deuda con él.

Se queda mirándome por largos segundos, hasta que se pone de pie y comienza a caminar por el sendero verde que atraviesa el bosque, buscando un indicio a seguir para formar la ruta que nos lleve de regreso.

Lo miro tan concentrado que termino guardando silencio, pero me esfuerzo por mantenerme sentado. No quiero volver a dormir y que la oscuridad me consuma; es agotador y casi siempre me cuesta trabajo desechar todo aquello que se forma en los bosques de la memoria. Prefiero mirar al rey, su presencia me fortalece, y su comportamiento me genera mucha curiosidad, siendo exactamente eso lo que necesito ahora.

La herida empieza a perder relevancia cuando descubro que el dolor se desvanece con el pasar del tiempo. Uso el pañuelo para vendarla apropiadamente y teniendo mucho cuidado consigo ponerme de pie.

—Puedo caminar —aseguro cuando el rey se apresura hacia mí con regaño evidente en cada una de sus expresiones.

Abre la boca para decir algo, pero nada sale de sus labios. Se limita a asentir y a mostrarme el camino que debemos tomar para volver.

—¿Puedo hacerle una pregunta? —Son segundos los que tarda en volver a mirarme. Hay seriedad en su semblante, pero termina aceptando mi pedido.

Llevamos caminando aproximadamente una hora. El paso es lento debido a mi pierna lastimada y el rey en ningún momento se ha quejado por ello. Lo aprecio, pues hago todo lo que puedo con las energías que me quedan.

Hay ocasiones en las que me ayuda, más que todo cuando debemos pasar puentes colgantes (que son muchos, a decir verdad). Todavía no me acostumbro a que me cargue, sus brazos fuertes me ahogan, pero sé que, de otra forma, podría terminar peor que con los Nundus.

Aun así, existe una pregunta que ronda en mi cabeza desde que desperté, y es hasta ahora que he podido reunir el valor para decirla en voz alta.

—¿Por qué lo hizo?, ¿por qué me salvó la vida?

Lo miro sonreír, pero el gesto es tan poco natural y forzado que me parece más una mueca que le ensombrece la mirada.

—Ha hecho dos preguntas —señala, concentrado en las aguas del río que es nuestra única guía.

—Tienen una misma respuesta.

Se toma un tiempo largo en responder. No sé los motivos de su silencio, tampoco el de sus acciones, ni lo que sea que esté pasando por su mente. Lo único claro para mí es que arriesgó su vida, me protegió, me liberó del veneno de esa bestia, cuidó de mí mientras dormía y no me dejó a la deriva. Yo no lo conozco y, aun así, estoy en deuda con él.

—No puedo responder a sus preguntas, príncipe Jimin —dice, luego de un silencio largo que me había robado las esperanzas—. Al menos no con una respuesta concreta.

—Siendo así... me conformaré con una respuesta inconcreta —insisto, y esta vez sonríe de verdad.

Tiene una sonrisa bonita.

Suspira profundo, sus ojos me buscan y yo siento que jamás podré acostumbrarme a la intensidad de su mirada, ni a todo lo que refleja en ella. Lo bueno y lo malo, a partes iguales; aunque quizás el rey solamente sea capaz de ver las sombras, como todos los seres humanos, imperfectos, y con temor a la redención que muchas veces se confunde con debilidad humana.

—Lo hice para preservar una pizca de bondad que pueda contrarrestar los efectos de la destrucción inminente.

Arrugo las cejas en señal de no entender nada de lo que me dijo. El rey lo nota y se ríe abiertamente de mí.

Su sonrisa es bonita, pero su risa...

—No entiendo esa respuesta —admito, bajando la mirada al suelo para que no vea lo que el sonido de su risa ha causado en mí.

De pronto, su risa se tranquiliza, se detiene en medio del camino y hace que levante la mirada. Sus ojos se ablandaron un poco, lo suficiente para atraer mi atención y estar atento a todo lo que dice.

—Imagine un campo vacío y seco, el suelo está agrietado y levanta nubes de polvo que se elevan hasta un cielo que ha sido destruido por el sol inclemente que no cambia jamás. —Se detiene solo para ayudarme a bajar por un camino de rocas y continúa desde ahí—: forme en su mente el olor de la tierra seca, de la calamidad y la angustia, y cuando lo tenga nítido, imagine un arroyo. —Me mira—. Es pequeño, es débil si comparamos la vasta destrucción. Pero tiene pureza en sus aguas, tanta que con lentitud va regenerando la destrucción del suelo, dando vida a lo muerto. Se convierte en energía pura que se creía perdida en los estragos amargos que quedan grabados en el camino del poder.

—Es una fuente vital —digo, con la imagen de su descripción clara en mi mente—. Desde tiempos inmemorables el agua es símbolo sagrado para los dioses.

—No creo lo suficiente en los dioses y no estoy dispuesto a aceptar que algo tan puro, poderoso y real venga por parte de ellos.

—¿El agua? —indago, sintiéndome intrigado al respecto.

—El agua es como usted, alteza —revela, dejándome sin palabras—. Por eso sentí la necesidad de salvarlo.

Su respuesta y el mensaje que me transmite me dejan sin palabras. He vivido bajo la sombra de la insignificancia durante toda mi vida. Él ha conocido la gloria absoluta desde que su existencia fue dada a conocer al mundo, aun estando en el vientre de su madre. Somos dos destinos totalmente opuestos, que probablemente enfrenten finales diferentes. Uno inmortalizado en la historia de los grandes reinos, y el otro condenado al olvido de su creación misma.

Sin embargo, en este instante siento que el rey Yoongi es la única persona en el mundo que ha decidido detener su vida para brindarle atención a la mía. Es... ni siquiera sé cómo describirlo.

—¿Me considera alguien pequeño y débil? —pregunto, al recordar la descripción del arroyo.

—No lo tome como un defecto o una debilidad. Es una fortaleza, mucho más grande de lo que podría imaginar.

—No veo cómo, si le soy honesto.

Lo piensa por un momento, siendo cuidadoso en su elección de palabras.

—Su presencia es refrescante —confiesa—. Es como una luz que es necesaria incluso para aquellos que tienen el privilegio de poseer una propia. Cuando lo conocí pude verlo, es transparente, como el agua de ese arroyo tan pequeño que es capaz de devolver la vida a un mundo consumido en muerte y en sombras.

Me toma por sorpresa, otra vez, y desconozco la forma apropiada para reaccionar. Me quedo en silencio, (algo que hago con bastante frecuencia en su presencia) con la mirada fija en el bosque que nos rodea. No tardo en divisar una antigua construcción, aquí, en medio de la nada. Los pilares de roca están cubiertos de hiedra, y un gran arco de entrada nos da la bienvenida cuando llegamos.

—Es un templo —digo, admirando cada rincón que lo compone.

—O lo que queda de él —repone el rey—. Debe llevar siglos abandonado.

—Fueron construidos mucho antes de que se solidificaran los grandes reinos —informo, ganándome su atención—. En antaño, los reyes decidían honrar los bosques y a sus dioses. Por ello construían en lugares estratégicos, para proteger sus territorios y mantener la paz.

—Pues no les sirvió de nada.

—No quedan muchos en la actualidad —continúo—. La mayor parte de ellos han inspirado leyendas e historias que fomentan la creencia o la burla de las personas. —Lo miro de reojo—. Brindan esperanza y, en los casos más desafortunados, dinero y entretenimiento.

—¿Qué clase de historias? —pregunta. De todo lo que le dije únicamente se quedó con la parte donde manchan a los antiguos dioses.

—"Un príncipe desolado camina todas las noches en un castillo hechizado. Una maldición lo acecha, lo consume y atormenta, mientras su alma pide misericordia y salvación. El destino pactado con la muerte, el peligro aumenta".

—"Una deidad, gloriosa, cruel y solitaria construyó un templo para refugio de un príncipe que se ha perdido. La maldición convertida en virtud a sus ojos fue el lazo que los unió en vida y en muerte, dando fulgor y sentido al sentimiento de amor existente".

—¿Conoce las historias de mi reino? —pregunto, anonadado de que haya completado el verso sin temor a equivocarse.

Se encoge de hombros. Jamás pude creer o siquiera pensar que el rey de la nación más poderosa pudiera interesarse en los cuentos y poemas de Luar.

—A mi madre le gustaban —responde. Se esfuerza por mostrarse desinteresado y falla en cada uno de sus intentos—. "El templo de un soberano" era su historia favorita.

La mención de la antigua reina de Parklared me deja helado. La muerte de los padres del rey Yoongi es un misterio que nadie se atreve a profundizar, aunque existen muchas versiones de lo que pudo haber ocurrido durante esa trágica noche, la verdad es que ninguna cuenta con hechos verídicos que le den paso a la verdad.

Lo único real es que el rey Yoongi (gran príncipe heredero en ese momento) tuvo que desaparecer para evitar que el destino de sus padres lo alcanzara.

—En cuestión de minutos llegaremos a la aldea más cercana. Allí buscaremos un lugar donde pasar la noche, pero debemos pasar desapercibidos. No pueden saber lo que somos, para ellos seremos forasteros sin nombre y sin rumbo —La voz de mi compañero de viaje me genera una nueva oleada de pánico.

—¿No iremos directamente al palacio de Kartel? —pregunto, mientras le sigo el paso hasta que podemos ver las casas de los pobladores.

—Para llegar a la ciudad principal debemos atravesar el bosque plagado de Nundus o rodear el terreno —me dice, mientras se cubre con la capa y yo hago lo mismo con la mía.

—Así que vamos a rodear el terreno —deduzco.

—Ya descubrimos que usted no es muy bueno con los Nundus, así que es mejor no invadir su territorio.

—Fue el primer enfrentamiento que tuve con esas bestias —me defiendo.

—Y esperemos que sea el último. Por su bien.

Quiero protestar, pero el cansancio cae sobre mi cuerpo como un costal lleno de rocas. Al ingresar a la aldea nos encontramos con algunas personas que nos miran con extrañeza (situación incómoda y con sentido, porque en aldeas pequeñas todos se conocen y se protegen entre sí). Mantengo la vista baja, permitiendo que la capa me cubra y sigo en silencio al rey Yoongi que parece conocer muy bien el lugar.

—¿Conoce esta aldea? —inquiero en voz baja, sin detenerme.

—No, pero no es diferente de las aldeas que he visitado anteriormente —responde en susurros—. Por aquí debe haber un hostal, o una taberna que ofrezca habitaciones. Cualquiera nos sirve.

—¿Ya ha dormido en lugares así? —No tengo nada contra ello, pero sinceramente no me imagino a un rey tan orgulloso como él afrontando ese tipo de escenarios.

—Un par de veces, cuando la situación lo requiere.

Unos diez minutos después ingresamos a una casa de dos pisos que tiene un caballo tallado en madera justamente en la entrada. El interior está limpio, algunos hombres ocupan las mesas del rincón, y afortunadamente ignoran nuestra presencia.

Nos detenemos frente a un hombre alto, calvo y robusto que está del otro lado del mostrador. No disimula al momento de analizarnos de pies a cabeza, así como sus manos regordetas no se detienen en su labor de pulir los vasos con ayuda de un trapo.

—Forasteros —suelta, con el brillo característico de la desconfianza brillando en sus ojos ámbar.

—Soy Jon, y este es Fil —habla el rey, señalándome con la cabeza—. La noche nos atrapó en este lugar y queremos pasarla sin problemas.

—¿Qué asuntos los trajeron hasta esta región tan apartada de Kalaí? —pregunta el hombre, tratando de mirar algo más que las sombras formadas en el rostro oculto de mi acompañante.

—No le interesan nuestros asuntos —contesta el rey Min, lanzando una bolsa de monedas al hombre que la atrapa con agilidad.

Los ojos se le llenan de codicia cuando descubre una cantidad generosa de Larios que parecen brillar bajo la luz escasa de las lámparas. Las revisa todas ellas, y cuando se convence de que son auténticas, concentra toda su atención en el rey.

—¿Son forajidos o algo parecido?

Dioses. Si este hombre imprudente supiera con quien está hablando en realidad, sufriría un colapso irrevocable. O una muerte segura.

El rey resopla con fastidio y le lanza otra bolsa de monedas. ¿Pero cuánto dinero camina encima este hombre?

—Esa es para evitarnos preguntas —dice, apuntando la nueva bolsa que el ávaro tabernero se dispone a revisar.

—Muy bien —acepta, completamente complacido con el pago—. Entonces serán dos habitaciones...

—Una —interrumpe el rey, y de inmediato me giro hacia él.

—¿Qué ha dicho? —pregunto nervioso, pero decide ignorarme.

—Una habitación con dos camas —aclara—. También algo para cenar y la mayor discreción que se pueda —enfatiza, y el calvo asiente con efusividad—. Cumpla con mis exigencias y mañana tendrá otra bolsa de monedas.

—Por supuesto, mi señor —concede, ofreciendo una leve venia que va impulsada por la felicidad de las monedas.

¡Pero que personaje!

El hombre nos guía hasta el fondo del salón donde abre una puerta de madera que le dobla en tamaño, desde ahí miramos unas escaleras en forma de caracol que subimos con lentitud.

Cada escalón cruje bajo el peso de nuestras pisadas, las antorchas de la pared iluminan levemente el camino, sin mencionar la luz de las farolas del exterior que logran reflejarse a través de las ventanas. El suelo es de piedra, y hay humedad en las paredes, pese a ello, estamos a salvo de cualquier infortunio que pudiese presentarse en el bosque y aun estamos armados por si se presenta algún problema en nuestra breve estadía.

Y es cuando me encuentro a mitad del último pasillo, que me doy cuenta del peso que la situación acarrea sobre mis hombros.

Yo, un príncipe, herido y perdido en compañía de un rey que apenas conoce.

O mejor aún...

Yo, un doncel aislado de los ojos maliciosos del mundo, a merced de un hombre misterioso y con matices ocultos.


















































Infinitas gracias por leer. 🫶🏻

⚔︎Yoon⚔︎

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