Capítulo IV: La gran conspiración

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Despertó en medio del bosque. Arnauld miró desconcertado en todas direcciones. –Come algo –Dante le señaló al conejo ensartado en un palo que se asaba sobre una crepitante fogata. Arriba Arnauld distinguió una noche sin luna. No tenía ánimos para comer, aunque pronto su estómago le reclamó con un prolongado gruñido.

–¿Cómo conseguiste escapar? –Arnauld preguntó con el más puro asombro reflejado en su rostro.

–Ya sabes que soy un soldado ejemplar. No por nada gracias a mí fue que los de la Orden se fijaron en nosotros y nos iniciaron como Caballeros Místicos.

–Aun así, te juro que antes de perder el conocimiento creí que volábamos. ¡Volábamos, Dante!

–Son imaginaciones tuyas, amigo. Aunque se dice que los caballeros más poderosos en la historia de la Orden eran capaces de volar y de hacer muchos prodigios más. Lamentablemente ese no ha sido mi caso. Simplemente tuve suerte, eso fue todo.

–Ya veo... –Arnauld se mostró decepcionado–. Seguro fue mi imaginación.

–¡No, no, hombre! Recuéstate y descansa –Dante se levantó para asistir a su amigo cuando este intentó incorporarse. Dante lo llevó hasta el tronco de un árbol que crecía tras su amigo y allí lo apoyo.

–Gracias por haberme salvado la vida –Arnauld le dedicó una breve inclinación de cabeza.

–Tú hubieras hecho lo mismo por mí, amigo. ¿Lo recuerdas? Ambos juramos protegernos las espaldas cuando nos reencontramos en el campamento de Lybon.

–En ese entonces éramos apenas unos chiquillos recién salidos de nuestros pueblos. No conocíamos nada sobre la dura vida que se nos avecinaba.

–¡Ah! La guerra es tan terrible. Ya han pasado más de seis años desde que todo esto comenzó para nosotros. Quien se iba a imaginar que sobreviviríamos por tanto tiempo...

–Todo fue gracias a ti. Luego de que desapareciste en la emboscada del desierto mi padre murió en la batalla de Saracusu. En ese momento yo me sentí tan solo y desamparado... pero tiempo después volviste. No sabes la alegría que me dio el saber que seguías con vida, llegaste en el momento más crítico de mi vida.

–Fue allí cuando realizamos nuestro juramento de siempre cuidarnos las espaldas. Después de eso vivimos muchas batallas juntos, y vaya que en más de una ocasión las vimos negras. ¡Ah! Que épocas aquellas.

–Y entonces tú llamaste la atención de un caballero de la Orden...

–Ambos lo hicimos.

–Si no hubiera sido por ti, yo jamás hubiese entrado en la Orden. Sabes que así son las cosas.

–¿Qué puedo decir? Me sonrojas con tanto halago.

–Dante, amigo mío... gracias a que me salvaste la vida, el sacrificio del general Rimbauld y de nuestros compañeros no fue en vano. Ahora podré cumplir con la última orden que me dio el general.

–¿Qué orden fue esa, amigo?

–Debemos ir a la capital de Faranzine, a la Torre de los Caballeros Místicos, para informarle al Gran General de la Orden.

–¿Informar qué?

–¡¿Cómo que qué?! ¡Lo que acaba de suceder! La caída de Handassem, el peligro que el enorme ejército de los paganos del desierto representa para todo Eusland...

–Ya, ya, claro que lo sé. Solo bromeaba. Ahora no es momento para que te tenses con esas cosas. Debes descansar y recuperarte. Partiremos mañana al alba.

–¡No! Deberíamos partir ahora mismo. Mientras más tardemos más peligro habrá para todos... ¡argh! –Arnauld tuvo que interrumpirse, pues el costado del abdomen le dolía como los mil demonios. "Probablemente me haya roto un par de costillas tras el ataque de ese legionario que me mandó a volar tan lejos".

–¿Así piensas marcharte? Hazme el favor y descansa, o en serio me vas a hacer enojar.

–Sí, creo que tienes razón –Arnauld se recostó como pudo para pernoctar. Creyó que con tantas preocupaciones que tenía en la cabeza no podría pegar pestaña durante toda la noche, pero a los pocos segundos de haberse acomodado el cansancio pudo más y él terminó profundamente dormido.

Con los primeros rayos del alba, Dante y Arnauld partieron a todo galope. –Tendremos que conseguirte un caballo, amigo –Dante le comentó a su compañero.

–¿Cuánto nos falta para el pueblo más cercano?

–Por lo que he podido averiguar nos encontramos en el reino de Ramsodia. Mira, allá están las montañas nevadas, y por el sur puede verse la neblina proveniente de los acantilados que dan al mar. Calculó que estamos a unos pocos días de Corbiya, ese pueblo en el que descubrimos al infiltrado de la barba de chivo, ¿lo recuerdas?

–¡Jajaja! ¿Cómo olvidarlo? Si no fuera porque se pasó de copas en su intento por seducir a aquella camarera, no se habría ido de lengua y jamás lo habríamos descubierto.

–Esa posada era genial. Iremos allí, amigo. Invocaremos nuestro estatus de caballeros de la Orden, y ya verás cómo nos atenderán como a reyes.

–Cielos, a veces me siento un poco mal por tener que usar nuestro estatus para conseguir comida y alojamiento gratis.

–Vamos, que somos los más poderosos defensores de Eusland y el principal brazo armado de la Santa Sede. Además, casi todos los reinos e incluso el mismo Papa les deben dinero a nuestros bancos. Es lo mínimo que pueden hacer por nosotros.

–Eres incorregible, Dante –Arnauld comentó, y acto seguido se echó a reír.

Pasado el mediodía llegaron a un pueblo situado entre montañas nevadas. Al bajar del caballo, Arnauld se tomó el costado e hizo un fugaz gesto de dolor. –Me duele verte así, amigo. ¿Por qué no concentras tu vibración de alma en las manos y así te curas con las Palmas Sanadoras? – Dante le preguntó.

–Las Palmas Sanadoras son una técnica hecha para servir a los demás, amigo. Recuerda lo que nos decía el instructor Maraz. Además, si no soy capaz de soportar este insignificante dolor, no puedo llamarme a mí mismo un Caballero Místico.

–Tonterías. Anda y cúrate de una vez –Dante le replicó en tanto conducía su caballo hacia un abrevadero.

Mientras el animal bebía, Arnauld miró la fachada de la posada. Era la típica que recordaba de aquel reino: hecha de roca sólida, con techo de forma cónica y cubierto de tejas azuladas. En eso se fijó en la gente que pasaba por el lugar. Tuvo la impresión de que aquellas personas los miraban a él y a su compañero con recelo, como si ellos fuesen tipos peligrosos o hasta unos criminales muy buscados. "Deben ser imaginaciones mías. Los Caballeros Místicos somos héroes, no villanos. Jamás alguien podría vernos con resentimiento o desconfianza. Tal vez Dante tenga razón y si deba curarme mi abdomen. ¡El dolor me está haciendo tener visiones!".

Luego de que Dante amarró su caballo a una barra de madera, ambos muchachos ingresaron a la posada. Se sentaron en una de las mesas y esperaron a la camarera, quien en ese momento se hallaba ocupada repartiendo unos platos de estofado en una mesa cercana.

–No lo sé, Dante, pero tengo el presentimiento de que todos nos miran raro –una vez más Arnauld tuvo la sensación de que la gente no los veía con buenos ojos.

–¡Ja! Pues seguro se han quedado prendados de tu ensortijada cabellera negra, o de tu elegante bigotillo.

–¿No será que se han enamorado de tu mirada de gato montés, o quizá de tu cabeza de antorcha?

–¿Qué puedo decir? ¡Somos un par de apuestos galanes!

Ambos jóvenes se echaron a reír. Al poco rato llegó la camarera y les pidió su orden tras secarse las manos en su sucio delantal. Se marchó al poco rato. Arnauld pudo ver como la muchacha se acercaba al dueño de la posada y este le susurraba algo al oído. Arnauld tuvo un mal presentimiento, aunque al final decidió hacer caso a su amigo y no preocuparse más por banalidades sin ningún fundamento.

Luego de comer bebieron de unos tarros de madera. Hace mucho que Arnauld no tomaba vino, pero Dante terminó convenciéndolo. "Incluso los sacerdotes lo hacen, ¿Por qué nosotros no deberíamos? Solo será un poco, para celebrar que estamos vivos. ¿O es que ahora Dios les prohíbe a sus soldados incluso el más pequeño momento de recreación?", Dante le había dicho.

Ya en la habitación que les asignaron, en el segundo piso de la posada, Arnauld usó sus Palmas Sanadoras para curar su costado. Mientras tanto Dante se acomodó en el escritorio y escribió una carta. –¿Es para tus padres? –le preguntó Arnauld.

–No, es para cierta condesa que me pone loco.

–¡Dante!

–Perdón, perdón, recordé que estoy con una monja de convento. ¡JAJAJA! Era broma, amigo. Sí, es una carta para mis padres. Aprovecho que el posadero tenía tinta y papel.

–Entiendo.

–La guardaré para cuando lleguemos a Faranzine. Allí ya buscaré algún servicio de correos para que la entregue, en tanto nosotros nos dirigimos a la capital.

–¡Woaaa! Usar las Palmas Sanadoras sí que es una técnica de lo más agotadora –Arnauld soltó un prolongado bostezo.

–Lo mejor será dormir. Mientras más temprano partamos mejor será –Dante dejó la pluma a un costado de la mesa, y luego apagó la vela. Ambos se acomodaron en sus respectivas camas para pernoctar.

En medio de sus sueños, Arnauld sintió que sus vibraciones espirituales fluctuaban de una forma anormal, como si algo estuviese alterando su natural paz. "Será esto acaso la llamada Intuición Mística. ¿Es tan negro el futuro que nos espera?", el joven se dijo, pero entonces oyó unos pasos apenas audibles, y en la oscuridad le pareció ver algo brillante, un cuchillo probablemente. No se trataba de su sueño, era algo distinto: ¡la realidad!

Arnauld se levantó precipitadamente de su cama. Una vez más creyó haber tenido una horrible pesadilla. Pero entonces se fijó bien en la sombra situada ante la cama de su compañero. Vio el cuchillo en alto. Con la velocidad del rayo se levantó y con su mano derecha lanzó una onda de energía invisible que mandó a volar el cuchillo. Este terminó clavado en una de las vigas de madera de la pared del fondo. –¡¿Quién anda allí?! –Arnauld gritó. Entre las sombras de la noche la figura se escabulló hacia la puerta. Arnauld lo persiguió y logró tumbarlo.

Para ese momento, debido a todo el escándalo suscitado, Dante ya se encontraba despierto. Él rápidamente encendió la vela y así la habitación se iluminó. Arnauld no lo podía creer. Quien había tratado de asesinar a su amigo era el posadero.

–La Santa Sede ha puesto precio a sus cabezas. Dicen que Justiniano el Sagaz, el rey de Faranzine, descubrió el complot de los Caballeros Místicos y le avisó a su santidad el Papa para juntos tomar las medidas correspondientes –muy asustado, el posadero confesó luego de ser interrogado. Dante y Arnauld se miraron boquiabiertos.

–¡¿Un complot?! ¡¿De qué rayos estás hablando?! ¡Nosotros somos el brazo armado de su santidad! ¡¿Qué complot podríamos tramar nosotros?! –Arnauld montó en cólera.

–Es lo que dicen los mensajeros de su santidad, ¡es todo lo que sé!

–Así que querías la recompensa por nuestras cabezas –Dante adoptó una postura meditativa. Con desesperación, el posadero negó con la cabeza, y acto seguido suplicó por su vida.

–No te haremos nada –Arnauld lo tranquilizó–. Los Caballeros Místicos despreciamos la venganza. Es lo más dañino para la pureza de nuestra alma.

–Por favor, déjenme ir. Les prometo que nunca volveré a levantar un dedo contra uno de ustedes... se los ruego...–el hombre comenzó a lloriquear.

–¡Lárgate! –Dante exclamó. Arnauld entonces soltó al hombre y este huyó despavorido, trastabillando todo el rato–. Como detesto ver a un hombre llorar. Es un espectáculo de lo más patético.

–¿Ahora qué haremos, Dante? Tenemos que averiguar de qué va todo esto.

–Lo más rápido será ir a la diócesis luminiscente de Transnilvin, la capital de este reino. Desde allí es de donde debe de haber salido la orden dada por la Santa Sede.

–¡Dante! Lo que dices... todo esto... ¡es una locura! ¿Por qué la Santa Sede pondría precio a nuestras cabezas? ¿Y por qué el rey de Faranzine nos ha acusado? Siempre hemos tenido buenas relaciones con la corona. ¡Incluso el Gran General es padrino de una de las hijas del rey Justiniano!

–Lo sé, lo sé, todo esto es de lo más descabellado. Pero deben de haber sus razones. Recuerda lo que nos dijo una vez el instructor Maraz: "todo se puede esperar de la política, porque el poder siempre termina corrompiendo los corazones".

Antes de que salga el sol los muchachos partieron. Adquirieron ropas de aldeano, comida y un caballo del posadero, a cambio de sus armaduras y sus capas. "Di que nos has matado o lo que sea y cobra la recompensa", Dante le había dicho al hombre. El posadero aceptó más por miedo que porque realmente tuviese esperanzas en obtener una gran ganancia con la sugerencia de Dante. "Aunque de todas formas estas armaduras están hechas de buen metal. Seguro que podré venderlas a buen precio en alguna herrería", una vez los chicos se marcharon, el posadero recién se animó por verle el lado positivo al asunto.

Transnilvin era una ciudad asentada en las faldas de una gran montaña rocosa. Ingresaron por la puerta de la ciudad haciéndose pasar por comerciantes caídos en desgracia. –Nuestro barco se hundió y con lo recuperado a duras penas nos alcanzó para lo que usted ve. Venimos desde las costas de Darmani, y vamos de regreso a nuestra tierra natal Huncery –Dante hizo gala de todas sus dotes de orador para convencer a los guardias de la puerta. Ellos anotaron los nombres falsos que les dieron Dante y Arnauld, y a continuación los dejaron pasar de mala gana.

Deambularon por calles y avenidas plagadas de comerciantes. Por donde sea que mirasen podían ver algún puesto. Incluso en medio del camino a veces se encontraban con un ambulante que les ofrecía algún cachivache. Tras doblar por un recodo pudieron ver la catedral de la ciudad, en la que destacaba una ancha y puntiaguda torre de corte gótico. Ambos enrumbaron hacia allí. Mientras avanzaban, Dante fue meditando sobre como abordaría al arzobispo para pedirle que les cuente sobre lo sucedido sin hacerle sospechar de sus verdaderas identidades.

Encontraron al arzobispo en plena celebración litúrgica. En silencio ocuparon una de las bancas del fondo y esperaron. Una vez la celebración terminó, ambos avanzaron por un costado de la nave y llegaron hasta una puertecilla. Tocaron y al poco rato les abrió un siervo. Dante le suplicó que les permita hablar con su eminencia, pues necesitaban transmitirle un mensaje que les habían encargado llevarle desde la Santa Sede. Gracias a que eran Caballeros Místicos conocían a muchos consejeros del Palacio Luminiscente, de modo que no les costó nada darle el nombre de un consejero de muy alto rango. El siervo asintió y cerró la puerta, aunque al poco rato volvió y los hizo pasar. Los acomodó en un gabinete y acto seguido se marchó, luego de indicarles que dentro de poco llegaría su eminencia para atenderlos.

–No me hace gracia mentir. Desde que me uní a la Orden nunca lo había hecho hasta ahora –Arnauld le susurró a su amigo.

–Tranquiliza a tu consciencia, Arnauld. Sabes que esto lo hacemos en favor de la justicia.

A los pocos segundos llegó el arzobispo. Los muchachos se levantaron y le dedicaron una reverencia. Él les devolvió el saludo con una leve inclinación de cabeza.

–¿Qué mensaje desea transmitirme el Consejero Archvalti, hermanos? –el arzobispo preguntó con las manos juntas sobre su túnica sacerdotal. Su voz era suave pero firme.

–Su señoría, él desea conocer cómo va el tema de la caza de Caballeros Místicos aquí, en el reino de Ramsodia –respondió Dante.

–Oh, ese asunto. Aquí entre nos, es un asunto que me apena muchísimo. Yo tenía en muy alta estima a los caballeros de la Orden. Pero bueno, si el Papa ha visto algo malo en ellos, ¿Quién soy yo, un humilde siervo de la iglesia, para cuestionarlo?

Dante iba a responder, pero Arnauld intervino. Él acababa de ver que se podía confiar en aquel hombre, y además ya estaba harto de mantener aquella comedia. –Su señoría, en verdad somos caballeros de la Orden. Venimos de la guerra y tenemos un mensaje urgente que entregar...

–¡Dios Santo! –el obispo se santiguó. Con ademán desesperado le hizo a Arnauld el gesto de que guarde silencio. Luego se levantó de su sillón y fue hasta la puerta. Miró a los costados, y acto seguido la cerró de golpe–. No sueltes algo así de buenas a primeras, chico. ¡Casi haces que me dé un ataque!

–Señoría, yo, yo...

–Tranquilo. Ya algo me decía que tu pertenecías a la Orden. Desde que te vi pude sentir en ti esa singular aura de paz que solo posee un Caballero Místico.

–¡Su eminencia, se lo suplico! –Arnauld hizo una reverencia. Dante lo imitó cuando su amigo le dirigió un disimulado gesto para que no se quede de brazos cruzados y lo ayude–. Hemos pasado por muchas cosas. Nuestro general murió en el campo de batalla, nosotros a duras penas sobrevivimos, ¡Handassem ha terminado en manos de los paganos del desierto! Debemos llegar a Tilix, a la Torre...

–¡¿Qué?! –el obispo se puso de pie.

A continuación, Arnauld le contó al obispo los detalles sobre la caída de Handassem y sobre la amenaza que el enorme ejército del Sultán y sus aliados suponía para los reinos de Eusland. Asimismo, una vez quedó satisfecha la curiosidad del arzobispo respecto a ese tema, le pidió explicaciones sobre lo que estaba sucediendo entre la Santa Sede y la Orden.

–¡Ah! –el arzobispo se llevó una mano a la frente–. Has sido muy osado, jovencito. Si fuera otro el que ocupase mi lugar, hace mucho que ya habría dado la señal a los guardias –la autoridad religiosa señaló a la campana que colgaba a un costado de su sillón–. Pero me considero un hombre razonable y justo, y puedo darme cuenta de que las verdaderas razones del Papa para desacreditarlos y cazarlos se esconden tras un velo de mentiras y exageraciones. Escuchen, el mensaje enviado desde la Santa Sede dice que el rey Justiniano descubrió un complot del Gran General de la Orden y de sus miembros para derrocar al Papa y asumir ellos el control de la Iglesia Luminiscente. Pero, si me lo preguntan, yo creo que lo que en verdad ocurre es que tanto el rey como el Papa temen el enorme poder que han ido adquiriendo los Caballeros Místicos a lo largo de los años. Empecemos por lo más importante, ¿Quién controla la economía de la mayoría de reinos y estados, incluido, por supuesto, el estado de la Santa Sede? No es secreto para nadie que los bancos de la Orden han venido realizando fuertes préstamos a diversas coronas y estados, y entre los que más deben puedo asegurar que se encuentran precisamente el Papa y el rey Justiniano. En segundo lugar, la Orden posee un poder militar soberbio. Cada uno de sus hombres es tan hábil como cien soldados comunes. Sus poderes sobrenaturales han comenzado a provocar suspicacias, que no les quepa la menor duda. Dicen ser el brazo armado del Papa, luchan en su nombre, pero, ¿Qué pasa cuando el brazo es más fuerte y más inteligente que la cabeza? Por eso es que el Papa teme que en algún momento ustedes decidan tomar el control de la Santa Sede, ¿lo entienden? Al menos esa es la conclusión a la que he llegado. Por mi parte, yo no creo que esto sea cierto, pues conozco a muchos Caballeros Místicos y sé que son hombres de lo más honorables y justos. Además, conozco su filosofía de vida, sé que su poder tiene su fuente justamente en su pureza de alma. Y un alma pura jamás anhela el poder, ¿verdad? Pero bueno, ese no es el punto de vista del Papa. Por otro lado, el rey Justiniano, puedo jurar que ese astuto zorro es quien se ha encargado de meterle todas esas ideas en contra de la Orden al Papa. Por supuesto, él tiene sus propias razones. Sé que, tal y como ha sucedido con los demás reinos, las arcas de Faranzine han sido muy mermadas por la guerra. Justiniano siempre me ha parecido un rey avaricioso, aunque también muy hábil. Él debe haber visto en ustedes a la gallina de los huevos de oro que necesita para recuperar las riquezas de sus arcas. Piénsenlo. En estos tiempos nadie posee tantas riquezas como la Orden: tierras, bancos, negocios de lo más rentables... Si ustedes pierden su reputación y son perseguidos como los peores criminales, todas esas riquezas serán confiscadas y pasarán a pertenecer a los gobernantes de los territorios en los que se encuentran. Justiniano lo sabe muy bien, los demás reyes lo saben. Por supuesto el rey de Ramsodia también lo sabe. Por ello es que en todo lado se ha acatado tan fácilmente la orden de acabar con ustedes. ¡Ah! Ahora entiendo porque hemos perdido la ciudad santa. Nuestros pueblos se han corrompido, han caído bajo el yugo de la soberbia, la envidia y el egoísmo. Ustedes son la única salvación. De todo corazón espero que puedan sobrevivir a esta cacería de brujas, ya que si ustedes sobreviven Eusland todavía tendrá una esperanza de salvación.

Luego de revelarles la difícil situación en la que se hallaba sumida la Orden, el arzobispo se quedó un rato más conversando con los muchachos. Más que nada les dio recomendaciones de cómo hacer para evitar levantar sospechas y así poder llegar sanos y salvos a la Torre de los Caballeros Místicos. –Y recuerden: deben procurar reunirse con el Gran General. He oído que cuando realizaron la redada a la Torre, las fuerzas del rey Justiniano no consiguieron hallarlo. Conozco a Valois, el Gran General es un hombre tan bueno como astuto. Seguro que debe estar oculto en algún lugar de la capital, planeando como salir airoso de tan trágico desastre. Únanse a él y ayúdenlo en lo que puedan. Mientras más aliados tenga Valois, más posibilidades de sobrevivir tendrá la Orden.

–Le agradecemos por todo, su eminencia –Dante se mostró muy cortés.

–La mano de Dios nos ha reunido con usted, su excelencia –Arnauld sujetó la mano del anciano y se la estrechó con las suyas.

–Tienes razón, jovencito. Tienes mucha razón.

–Gracias arzobispo Vasilev –Arnauld se despidió con una profunda reverencia. Él y Dante ya se encontraban de pie y ante la puerta del gabinete. El arzobispo le devolvió el gesto con una inclinación de cabeza. Poco después ambos jóvenes abandonaron la catedral.

Aquella noche los muchachos se alojaron en una posada ubicada al lado sur de la montaña, en los barrios más marginales de Transnilvin. Se encontraban cenando en el primer piso del lugar, cuando desde la calle les llegaron los gritos de una joven. Nadie pareció haberlos oído. Los gritos continuaron y cada vez se hicieron más desesperados.

–¡Arnauld, no! –Dante intentó detener a su amigo, pero fue inútil. Arnauld salió enervado del lugar. No podía creer la indiferencia de aquellas personas ante la tragedia de una víctima. En una esquina distinguió a una jovencita que intentaba defenderse de ser ultrajada por un par de soldados borrachos.

–¿Sabes con quienes te metes? ¡Somos soldados del rey Johan III! ¡Lárgate antes de que te apresemos y te llevemos a la horca! –uno de los hombres empujó a Arnauld. Dante salió en ese momento de la posada. Desde la distancia vio lo que acababa de ocurrir, y también lo que sucedió a continuación. Arnauld derribó a los dos soldados con dos veloces movimientos de sus manos. Solo un ojo entrenado se habría podido percatar de que él no llegó a golpearlos con sus manos, sino con una energía invisible que salió de estas. La joven se deshizo en agradecimientos y luego se perdió en la oscuridad de la noche. Dante entonces llegó al lado de su amigo y con apremio lo llevó de vuelta a la posada.

–Solo espero que nadie inconveniente haya visto esto –él le dijo a su amigo a modo de reproche.

–Dios nunca abandona a sus hijos. Ya verás que todo saldrá bien –Arnauld le respondió con mucha confianza. Ya en la posada, él comió de excelente humor.

Lamentablemente, el temor de Dante se acababa de cumplir. Oculto por la oscuridad de la noche y de cuclillas sobre el tejado de una casa cercana, un tipo vestido de cuero y con piezas de armadura verde en los hombros y antebrazos había presenciado con sus agudos ojos felinos lo sucedido. Este era un hombre joven, de mirada penetrante y contextura atlética. Él tenía unos extraños dibujos espirales trazados con tinta verde en sus mejillas. De cada una de sus orejas le colgaba un cascabel. Sobre la espalda él llevaba un carcaj y un arco, y en la cintura, bajo la espalda, tenía enfundada una daga. –Ya me lo decía mi intuición. Desde que entraron a la ciudad ese par me parecieron muy sospechosos. Hice bien en mantenerlos vigilados. El rey Johan me dará una buena recompensa por las cabezas de este par de Místicos –el hombre se llevó una mano a la frente para hacer a un lado los rubios cabellos que le caían encima. Poco después él se retiró. Su larga cabellera rubia reflejó en un breve destello plateado la luz de la luna antes de finalmente desaparecer tras el tejado. Sus movimientos fueron tan controlados y sigilosos que en ningún momento sonaron los cascabeles de sus orejas. 

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