Capítulo VI: Mesmer, el mercenario de las lejanas tribus del noreste

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Al norte de Eusland se halla un enorme océano que llega hasta el techo del mundo, en donde se dice, según las leyendas, que existe un continente tan helado que todo aquel que ponga un pie en su suelo queda inmediatamente congelado. Las bitácoras de algunos avezados marineros son la única fuente de información que habla sobre los misterios que habitan en este océano nórdico. Otros escritos que también tienen el carácter de leyenda hablan de la existencia de una gran isla ubicada en el noreste de dicho océano, en la cual crecen enormes árboles tan altos como montañas. Marcus Alnistia, un marinero explorador del reino de Darmani, contó en su diario que cuando su barco ancló en las costas de esta isla, él y su tripulación se encontraron con numerosas tribus que habitaban en las altas copas de los árboles. Allí construían sus casas y templos, sus almacenes y tiendas. Estas personas, a quienes describió como criaturas muy hermosas y atléticas, cuenta que los recibieron muy bien, y que incluso dedicaron fiestas en su honor. Antes de partir los nativos les ofrecieron muchos regalos y parabienes, aunque les advirtieron que lo mejor sería que nunca más vuelvan a visitarlos. Marcus no entendió esta advertencia, de modo que no le prestó mucha atención. Al año siguiente decidió volver a visitar a los isleños, pero esta vez no pudo ni atracar en el puerto, pues fue atacado por sus hábiles arqueros, quienes además se valían de un extraño poder que les permitía dominar el viento. Muchos marineros murieron ese día, y Marcus y los sobrevivientes no tuvieron más remedio que huir.

El mercenario de la larga y rubia cabellera siguió con la mirada el avance de Arnauld y Dante. Él se encontraba de cuclillas sobre la rama de un árbol. Un suave viento agitaba sus cabellos, aunque sus cascabeles permanecían silenciosos, pues unas hojas muy verdes que rotaban a su alrededor los protegían del mencionado viento. –Acaban de salir por la puerta oeste de Transnilvin. Pronto llegarán a los bosques sombríos de la frontera con Huncery. Allí será el lugar perfecto para hacerme con sus cabezas y sus espadas –él se dijo, en tanto con su mano izquierda sujetó el mango de la daga que yacía enfundada en su cintura.

Mesmer era un adolescente habitante de la tribu de Wince. Esta era una de las tribus ubicadas más al norte en la isla de Aldón. Desde su casa, situada en medio de una gruesa rama de árbol, Mesmer observó el amanecer. La vista desde aquella altura era increíble, aunque el muchacho estaba tan acostumbrado que no se detuvo por mucho tiempo a apreciar su belleza. La verdad es que aquel día no tenía ánimos para pensar en banalidades, pues el momento en el que su gran oportunidad de dejar de ser un niño para convertirse en un guerrero por fin había llegado. Aunque claro, su más ansiada aspiración solo se cumpliría si es que él lograba superar la dura prueba de la diosa Wincinia.

Su madre le alcanzó su arco, su carcaj y sus flechas. Su padre le alcanzó el cinturón con la daga en su funda. Mesmer recibió las armas con ceremoniosa reverencia. En aquel momento él se encontraba en un coliseo junto con los demás candidatos. Allí había muchos conocidos suyos. Incluso la chica que desde hace mucho le gustaba se encontraba allí. Mesmer se saludó con unos amigos. Entre todos se desearon suerte. Desde una entrada situada en medio de las graderías, justo debajo de los palcos de la Gran Sacerdotisa del Viento y de los jefes del Consejo Tribal, un hombre engalanado con una túnica verde y plateada salió con una gran jaula de pajarillos entre sus manos.

–La sagrada prueba de la diosa Wincinia está a punto de comenzar. Candidatos, prepárense para enfrentar a su destino –la Gran Sacerdotisa del Viento tomó la palabra. Una corriente de viento entre la que danzaban verdes hojas de árbol se encargó de amplificar su voz, de modo que todos los presentes pudieron oírla. Apenas ella tomó la palabra, el público de las graderías guardó silencio y adoptó una postura muy respetuosa y reverente. Del mismo modo, la explanada se despejó rápidamente, dejando únicamente allí a los candidatos.

Mesmer miró a sus costados. Los demás aspirantes se encontraban tan nerviosos como él, aunque también igual de entusiasmados. Después de todo, poner la vida en juego era el mayor honor que se le podía conceder a un winciano.

El hombre de la túnica verde y plateada avanzó hasta el lado opuesto del coliseo, en donde, en medio de dos graderías, un amplio espacio que daba directamente al vacío se vislumbraba. –¡El sacerdote está a punto de soltar a los pajarillos! ¡Cada uno posee un cascabel atado en cada una de sus patas! ¡Consigan su par de cascabeles y habrán pasado la prueba que les dará el derecho a ser considerados como guerreros de la tribu! –la Gran Sacerdotisa del Viento exclamó, y a su señal el hombre abrió la jaula. Los pajarillos salieron volando en tropel, y en un instante abandonaron el coliseo.

Los jóvenes candidatos corrieron a toda velocidad y se lanzaron al vacío. –¡Ayúdenme a volar, silfos del bosque! –Mesmer les dijo a unas diminutas hadas de blanco resplandor que aparecieron a su alrededor. Estas criaturillas montaban hojas muy verdes de árbol. Un ojo no entrenado solo habría sido capaz de ver las hojas. A su señal los silfos giraron alrededor de sus piernas, y entonces Mesmer fue capaz de correr en pleno aire. Bajo sus pies él vio los troncos de los enormes árboles sobre los que se asentaba la tribu, los que descendían por varios cientos de metros hasta que finalmente tocaban tierra firme. Por un momento Mesmer sintió vértigo. Si sus silfos le fallaban su muerte era inminente. Sin embargo, él rápidamente desechó toda negatividad de su mente y continuó con su camino. "La magia tiene su base en la confianza. Es como la vida misma".

Los pajarillos tomaron la dirección sur. Los jóvenes candidatos sabían lo que eso significaba. Pronto dejarían atrás la seguridad del bosque de la tribu y se tendrían que internar en el peligroso bosque neblinoso de Midiland.

Mesmer preparó su arco. Aterrizó sobre una rama para descansar y recuperar algo de su energía mágica. Buscó con sus agudos ojos, mas no pudo hallar a ninguno de los pajarillos color zafiro que portaban los cascabeles. Decidió avanzar un poco más. Pronto la niebla lo envolvió y su visión se le hizo poco clara. Gris y más gris era toco cuanto podía distinguir en medio de las ramas y los troncos de los altos árboles.

Jazmilka era una de las participantes de la prueba. Rizados cabellos rubios le caían sobre la espalda, sujetos con una liana en lo alto de su cabeza. La joven distinguió un destello azul con sus grandes ojos color turquesa. Saltó de la rama en la que se encontraba y de inmediato hojas verdes rotaron alrededor de sus pies y pantorrillas. Pronto ella estuvo muy cerca del pajarillo. –Solo un poco más –Jazmilka estiró su mano para intentar atrapar a la avecilla, pero entonces unas criaturas similares a murciélagos gigantes le cayeron desde lo alto. Estos seres tenían rostros humanos y dos tentáculos muy largos debajo de sus puntiagudas orejas. Trataron de atrapar a la joven con estos apéndices, pero ella los esquivó en el aire y luego disparó un par de flechas. Dos de los tres monstruos cayeron derribados. El otro sin embargo aceleró su vuelo y abrió sus enormes fauces.

–¡Cuidado! –Mesmer interceptó a la criatura y la degolló antes de que pueda morder la desprotegida nuca de la joven. Jazmilka volteó instantáneamente al oír el grito, y se encontró cara a cara con su salvador–. ¡Uf! Por poco ese asechador te acaba –Mesmer le dijo.

–Gracias, me has salvado la vida –Jazmilka le dedicó una sonrisa que a Mesmer le pareció la más hermosa del mundo. En efecto, aquella muchacha llamada Jazmilka era la jovencita que desde hace mucho era la dueña del corazón de Mesmer.

–Debemos apresurarnos. Si nos internamos más terminaremos en los Acantilados de la Locura. Y ya sabes lo que dicen nuestros mayores sobre los terribles guardianes de aquellas tierras.

–Tienes razón, vamos –Jazmilka asintió. Poco después ambos jóvenes ya volaban por medio de largos saltos en el aire.

A pesar de la aguda vista propia de su raza, a la pareja le resultaba muy difícil distinguir lo que tenían a un palmo de sus narices. Aun así, ellos continuaron con su avance. Cada vez iban más rápido, pues no querían tener que encontrarse con los temibles guardianes de los acantilados.

–¡Allí! –Jazmilka exclamó de pronto, y señaló a un pajarillo azul.

–¡Eres la mejor! –Mesmer la felicitó. Él fue tras la joven, con la esperanza de encontrar algún pajarillo más para él.

Persiguieron a la avecilla por varios minutos. Terminaron perdiendo la noción de lo que tenían a su alrededor. –¡La tengo! –Jazmilka exclamó muy contenta cuando atrapó al pajarillo. Rápidamente le sacó los cascabeles y se los colgó de las orejas, a modo de aretes. Ahora todo cuanto le quedaba por hacer era volver al coliseo y ya sería toda una guerrera. Sin embargo, ella no se marchó–. Te debo mi vida, y un winciano siempre paga sus deudas. Te acompañaré hasta que consigas tus cascabeles.

–Muchas gracias, Jazmilka. Eres la mejor –Mesmer sonrió. El de pronto se había puesto colorado.

Un chorro de sangre le salpicó en el rostro. De un momento a otro una enorme rama había golpeado a Jazmilka por detrás. –¡Jazmilka!!! –Mesmer voló en picada hasta ella, la tomó entre sus brazos y luego huyó. Miró tras de sí. Un enorme árbol con forma de ogro lo perseguía. "Mierda, ¡sin darnos cuenta nos hemos terminado metiendo en el territorio de esos malditos guardianes!", Mesmer se lamentó para sus adentros.

Corrió y corrió en pleno aire hasta que las fuerzas le faltaron. Terminó sin aliento en lo más alto de la copa de un árbol. Desde allí podía ver todo el bosque por encima de la neblina. En su detrás pudo distinguir el océano bajo un cielo nublado. Siempre le resultaba impactante aquel contraste entre el clima de la isla y el del océano que la rodeaba. "La mano de la Diosa bendice nuestras tierras y nos protege del intenso frío del mundo exterior. Por eso le estamos eternamente agradecidos", Mesmer recordó las palabras que la Gran Sacerdotisa solía dedicar durante la ceremonia de inicio de las fiestas del solsticio de verano.

Una toz viscosa lo devolvió al presente. Jazmilka escupió un nuevo puñado de sangre. Mesmer se desesperó y la apoyó en su regazo. Invocó a sus silfos con la intención de curarla, aunque presentía que todo esfuerzo sería inútil. "Yo tuve la culpa, la distraje con mi conversación. De haber estado sola ella no se habría dejado golpear por ese maldito árbol. ¡Oh, diosa Wincinia, dame la sabiduría para salvarle la vida! ¡Otórgame el milagro!", Mesmer le suplicó al cielo, pero nada sucedió.

Él se encontraba descorazonado y muy afectado por el hecho de que su amada poco a poco perdía la vida entre sus brazos. Lloró a su costado, la estrechó contra su pecho. Sus silfos trabajaban con todas sus fuerzas, pero todo parecía ser inútil. A esas alturas Jazmilka ya había perdido el conocimiento.

–¡Nooo!!! –Mesmer lanzó el grito al cielo. Pronto se arrepentiría de lo que había hecho. Y es que su grito atrajo a otro guardián del acantilado que rondaba por las cercanías. El inmenso árbol-guardián llegó a impactarlo, aunque con una de sus ramas más delgadas debido a la altura a la que Mesmer se encontraba. De todas formas, el joven winciano fue lanzado hacia el océano. Antes de perder el conocimiento él vio por última vez a Jazmilka, allí, inmóvil e indefensa sobre lo alto de aquel árbol. En ese momento sus ojos se empañaron por las lágrimas y el alma se le desgarró.

Cuando Mesmer recuperó el conocimiento, se percató de que se hallaba en la cubierta de un barco extranjero, sobre una camilla que era llevada por dos hombres. –¡Ha despertado! –uno de los hombres le comunicó a su capitán. Viéndose delatado, Mesmer optó por levantarse. Descubrió que se encontraba en el puerto de una ciudad. Él jamás había visto edificios construidos en tierra firme, y además tan macizos y grandes. Nada que ver con las esbeltas y aéreas formas de las construcciones de su pueblo. Esto le sorprendió mucho, aunque pronto su sorpresa le cedió espacio al temor. Se preguntó si en aquella sociedad tendrían el mismo recelo para con los extranjeros que en su pueblo. "Solo espero que al menos aquí tengan sus propias fiestas del solsticio de verano, y que durante esas fechas también la Diosa les tenga prohibido el ejercer cualquier tipo de violencia bajo ningún concepto", él rogó para sus adentros.

–Vaya, vaya, el chico sirena por fin despierta –un hombre con pata de palo y rostro surcado por una larga cicatriz en el costado izquierdo se le acercó. Tiempo después Mesmer se enteraría de que el capitán lo llamaba así por el hecho de haberlo encontrado en pleno mar abierto, flotando sobre el agua y rodeado por unas pocas hojas danzarinas, amarillentas de lo resecas que estaban.

Ese día Mesmer conoció al capitán Kalawy, un contrabandista y viejo lobo de mar que terminaría convirtiéndose en su padre adoptivo. El joven winciano pasó muchos años junto a su tripulación. Allí aprendió todo lo necesario sobre la cultura de Eusland, aunque no precisamente de sus representantes más respetables.

Siete años después, el capitán murió de una infección producida por una flecha. En su lecho de muerte él le hizo prometer a Mesmer que forjaría su propio camino, y sobre todo que no volvería a ser nunca más el muchacho triste y taciturno que había sido cuando él lo conoció. –Espero que algo de mi intrépida vitalidad de marinero se te haya pasado, chico. Cómete al mundo, tienes todo lo necesario. No sé qué es lo que te haya podido suceder antes de conocernos, pero recuerda, Mesmer: vive y jamás dejes que la pena te consuma. ¡Sé feliz! –estas fueron las últimas palabras del capitán. En ese momento Mesmer volvió a recordar lo que era perder a alguien muy querido, aunque esta vez no lloró. Hace mucho que se había prometido que jamás lo volvería a hacer.

El mercenario de la rubia cabellera se tocó uno de sus cascabeles. Lamentó que este no fuese un auténtico cascabel de guerrero winciano. "De todas formas soy un guerrero winciano hecho y derecho. No creo que haya alguien en la tribu que en toda su vida haya hecho ni la mitad de lo que yo he hecho en estas tierras". –Por ejemplo, pronto acabaré con dos de esos poderosos Caballeros Místicos. Mírame Jazmilka, observa desde el Bosque Dorado de la Diosa el poderoso guerrero en el que se ha convertido el hombre que más te ha amado en toda tu vida.

–Pronto anochecerá –Arnauld observó. Él y su compañero cabalgaban a paso de trote por en medio de los árboles.

–Cada vez los árboles se hacen más frondosos y numerosos. Debemos estar ya dentro del bosque sombrío –Dante miró a los costados.

Los muchachos acamparon bajo un nudoso y viejo árbol. Entre sus raíces encontraron una acogedora cavidad para pasar la noche.

Mesmer por su parte observaba desde detrás del tupido follaje de un árbol a los Caballeros Místicos. Ellos habían encendido una pequeña fogata frente al agujero del árbol en el que se acababan de acomodar. En tanto se preparaban para cenar. –Degusten con todas las ganas del mundo esas perdices asadas, pues será lo último que hagan antes de caer bajo el filo de mis garras –el mercenario de las mejillas pintadas aceró la mirada de sus ojos.

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