Capítulo XIII: El enigmático bosque de Blankouse

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Los carromatos se detuvieron ante la orilla de una rivera. Allí una vez más Ivonne y René fueron relegados y dejados al cuidado de los vehículos. Cosette no tuvo ánimos de preguntar nada. Desde lo sucedido durante la Noche del Ocaso algo había muerto en su interior. Ahora la joven parecía un muerto viviente, un zombi que iba a donde le llevasen sus pies, sin emoción alguna, sin cuestionarse nada. En un primer momento sus compañeras de carromato (Esmeralda y Marlene) intentaron animarla, pero al no ver ninguna clase de respuesta ante sus esfuerzos, pronto desistieron y simplemente optaron por ignorarla.

Avanzaron por una escarpada cuesta en la que de rato en rato se topaban con algún arbusto. A su alrededor todo era nieve y silencio.

Cosette llegó a la conclusión de que su vida no tenía ninguna razón de ser. Cada vez que a su mente se asomaba el recuerdo de Arnauld y de su anhelado futuro junto a él, el sentimiento de culpa y de putrefacción la invadía hasta el punto de que no podía pensar en ninguna otra cosa. Las imágenes de lo sucedido, por más que trataba de borrarlas de su mente, se rebobinaban una y otra vez en su cabeza con cruda claridad. Durante la orgía ella había guardado la esperanza de que con la droga del "perfume de bruja" todos sus recuerdos sobre aquello terminarían borrándose, pero no fue así, sino todo lo opuesto, pues con el pasar del tiempo ella comenzó a rememorarlos con mayor nitidez. A veces incluso llegó a creer que algo sobrenatural actuaba sobre su cabeza, obligándola a revivir una y otra vez la trágica experiencia en toda su intensidad. "Solo espero que él pueda encontrar a una buena mujer con la que realmente sea feliz, con la que verdaderamente pueda vivir esa soñada felicidad que yo ya no podré ofrecerle nunca jamás...", entonces ella se decía, y las lágrimas inevitablemente descendían por sus pálidas mejillas. Ya a nadie del grupo de la feria de lo extraño le sorprendía ver llorosa a Cosette. A esas alturas ella pasó a ser tratada como un mero objeto. Era una indiferencia tan helada como el páramo que los rodeaba.

Luego de alcanzar una elevación, el grupo se encontró ante un inmenso bosque que abarcaba hasta donde les alcanzaba la vista. Aquí los árboles eran altos y con su follaje cubierto en gran parte por copos de nieve. Un tétrico silbido producido por el viento sacudió los cabellos de todos. Gaspar se acomodó su abrigo, y acto seguido comenzó con el descenso hacia el bosque. Los demás lo siguieron de forma mecánica.

Una suave nevada caía desde el gris cielo. Cosette no tenía idea de si era de mañana o de tarde. Hace mucho que ella ya había perdido la noción del tiempo. Tenues crujidos se oían cada vez que la joven hundía en la nieve sus desgastados botines para avanzar. La cola de mono contempló a su compañera fijamente.

–Me siento tan apenado por lo que te ha pasado –finalmente ya no pudo aguantarse más, y le habló a la joven. Por toda respuesta obtuvo un frío silencio–. Vamos, anímate. Sabes que me hastío demasiado cuando te pones así. Olvídate de lo sucedido, no es para tanto, todo mundo en algún momento se deja vencer por el deseo y...

–No sigas, por favor –Cosette le clavó los ojos. La cola de mono sintió aquella mirada glacial como una bofetada. Calló en el acto. Jamás había visto a su compañera actuar con tanta frialdad. Jamás ella lo había mirado así.

Pasaron algunos minutos de silencio, hasta que finalmente la cola de mono se recuperó de la impresión y entonces volvió a la carga. –Cosette, ¿recuerdas lo que te dije hace muchos años, allá en la caballeriza de las tierras del conde Dubois? "Tú nunca estarás sola, porque me tienes a mí", te dije en aquella oportunidad. ¿Lo recuerdas?

Cosette no respondió nada, pero sus memorias la llevaron al momento mencionado por la cola de mono. En aquel entonces ella tenía ocho años. Recién estaba comenzando con su labor como jornalera de las tierras del conde. El trabajo era sumamente arduo y en muchas ocasiones la pobre se sentía desfallecer. Además, nadie la ayudaba cuando no podía con sus labores. Por el contrario, ella era ignorada o simplemente tratada como una inútil. Precisamente, el mencionado recuerdo se remontaba a una de estas ocasiones, a una en la que ella tardaba demasiado en desgranar el trigo, por lo que fue duramente reprendida por el capataz. Cosette le mostró sus sangrantes uñas, prueba viviente de lo mucho que se estaba esforzando por hacer bien las cosas, pero lejos de generar compasión alguna en el hombre, solo provocó su ira. Él la largó en medio de insultos y golpes de su vara, y le dijo que nunca jamás quería volver a tener a una inútil como ella bajo su cargo. La pobre corrió aterrada y adolorida, pero sobre todo herida en lo más hondo de su dignidad. Terminó refugiándose en la caballeriza.

–Pobre criaturita –la cola de mono le dijo en aquella oportunidad. Cosette lo miró con sus ojos completamente empañados por las lágrimas–. No dejes que te afecten los maltratos de ese infeliz. Seca esas lágrimas y mira hacia adelante con la frente bien en alto.

–Tú no lo entiendes. No se trata solo del capataz –Cosette estalló en llanto–. Mis padres me han mandado aquí porque dicen que ganaré más dinero para la casa, ¡pero estoy segura de que lo que realmente quieren es deshacerse de mí! Papá siempre me ha tratado de lo peor en el taller, y mamá nunca ha hecho nada por defenderme. ¿Ahora lo ves? ¡A donde sea que vaya solo provoco molestias a los demás! ¡Tal vez lo mejor hubiera sido nunca haber nacid...!

–¡No lo digas! –la cola de mono la interrumpió–. Nunca jamás vuelvas a pensar eso. Prométemelo.

–Pero, pero...

–¡Pero nada! ¡Y ahora escúchame bien! No puedo permitir que sigas así, de modo que voy a revelarte un simple pero efectivo hechizo que te ayudará a superar todos tus problemas.

–¡¿Un hechizo?! –Cosette exclamó asustada, y acto seguido se tapó la boca con ambas manos.

–Sí, un hechizo –la cola de mono le susurró al oído–. Tranquila, los hechizos no son las terribles maldades diabólicas que suele mencionar el padre Bernard en sus sermones dominicales. De hecho, la mayoría de hechizos tienen como único fin el mejorar la vida de las personas.

–Pero, pero... ¡¿y la inquisición?! Si saben que he sido hechizada podrían llevarme a la hoguera...

–Me alegra que abraces a la vida, pero no tienes de qué preocuparte. Este es un hechizo sencillo del que nunca podrán enterarse ninguno de esos sensores de la inquisición.

Cosette tenía sus recelos sobre el mentado hechizo, pero al mismo tiempo el oír sobre este había inflamado su corazón con esperanza. Por ello es que al final su curiosidad pudo más y ella terminó accediendo a llevar a cabo el hechizo. Apenas le hizo saber su decisión a la cola de mono, él la condujo al extremo más apartado de la caballeriza. Allí, dentro de un cubículo en el que comían heno un par de caballos, la cola de mono le hizo dibujar con su propia sangre un círculo en su pecho, sobre la zona del corazón. Cosette no tuvo dificultad para obtener el líquido vital dado el lamentable estado en el que se hallaban sus uñas. A continuación, dentro del círculo la cola de mono le hizo dibujar una serie de caracteres de corte ocultista y secreto. Luego le hizo recitar unas ininteligibles palabras, y eso fue todo. Apenas Cosette terminó de decir la última palabra, un hilo rojo salió de la punta de la cola de mono y se alargó hasta alcanzar el pecho de la joven, justo en el centro del círculo que ella previamente había dibujado. Una vez pasó esto, en el acto el hilo se transformó en un relámpago rojo que terminó disolviéndose en el espacio hasta desaparecer. Cosette quedó muy impresionada por lo sucedido. Le preguntó a la cola de mono sobre cuál sería el efecto del hechizo en su persona, sobre como este la ayudaría a resolver sus problemas.

–Te dará confianza y seguridad, Cosette. Ese hilo que has visto ha reforzado nuestro vínculo, de modo que ahora tú has pasado a ser mi protegida y yo tu leal guardián que siempre velará por ti. Por eso te digo que a partir de ahora ya no deberás preocuparte por nada, pues ya nunca más volverás a sentirte sola y abandonada.

Cosette se quedó contemplando a la cola de mono con los ojos muy abiertos. Poco después estos volvieron a empañársele, aunque en esta ocasión ya no fue producto del dolor, sino debido a lo conmovida que su dueña estaba por tener a un compañero que era tan bueno con ella. –¡Cuánto te lo agradezco! –la pequeña estrechó a la cola de mono contra su pecho y lo abrazó con emoción.

Los copos de nieve caían sobre su pelo, sobre su rostro. Cosette sentía su refrescante frío acariciando su piel. La cola de mono por su parte seguía insistiéndole en que lo mejor sería que se olvide del asunto de la Noche del Ocaso y que de una vez levante la cabeza y vuelva el rostro hacia la vida.

–Acabo de recordar lo que sucedió aquella vez –Cosette de pronto dijo. La cola de mono se le quedó mirando extrañado–. Hablo de lo que me mencionaste hace un rato, sobre lo que me dijiste cuando era niña, allá en la caballeriza de las tierras del conde Dubois.

–¡Oh, eso! –la cola de mono asintió–. Sí, en ese momento también estabas muy mal. De no ser por mí y ese pequeño hechizo que hicimos seguro que ahora tú ya...

–Yo ya estoy muerta por dentro –fue la cortante respuesta de Cosette. Acto seguido ella apremió el paso y ya no abrió la boca para nada. La cola de mono terminó entendiendo que nada de lo que dijese podría animar a su compañera, de modo que al final optó por también guardar silencio.

Llegaron ante un tronco ancho y del que solo quedaba su parte inferior. Este yacía carbonizado y apartado del resto de árboles. Nada crecía a su alrededor. Cuando lo vio, a pesar de su estado de indiferencia, Cosette no pudo evitar estremecerse. Y es que aquel tocón despedía un aura incluso más siniestra que la que ella hubo sentido cuando aparecieron los sátiros durante la Noche del Ocaso. La cola de mono de inmediato se percató de como su compañera comenzaba a temblar.

–Las damas primero, por favor –Gaspar la cedió su lugar a Esmeralda. Ella se acercó al tronco quemado y sacó un pequeño cuchillo que llevaba enfundado en su cintura. Se realizó un pequeño corte en el dedo índice, y a continuación dibujó en el tronco una raya vertical y luego un relámpago de cuatro puntas encima.

–¡Oh señor oscuro, estrella de la mañana, guía mi camino hasta ti! –la joven adivina exclamó, y luego avanzó hacia el tronco. Cosette creyó que chocaría contra la ennegrecida corteza, pero para su sorpresa Esmeralda atravesó el tronco con su cuerpo hasta desaparecer por completo.

–Ahora es tu turno, querida –Gaspar se dirigió a Cosette. Ella soltó un respingo. Por algo René se había quedado una vez más atrás y bajo el cuidado de Ivonne. Además, acababa de escuchar perfectamente lo dicho por Esmeralda. Y sobre todo estaba la presencia de ese hedor a maldad y a corrupción que lo abarcaba todo. Se fijó en la tierra yerma que rodeaba al siniestro tocón. Tragó saliva y al mismo tiempo miró en todas direcciones.

–Whargg –Yamil la levantó en peso y la cargó sobre su hombro. En un primer momento Cosette intentó resistirse, pero su impotencia ante el poderoso hombre cíclope la terminó frustrando y deprimiendo. "De todas formas yo ya estoy pérdida", la joven rubia se lamentó para sus adentros. Poco después Yamil atravesó el tronco junto con ella.

Cosette no podía salir de su asombro. Acababan de salir del tronco como si hubiesen atravesado una puerta. Ante ellos tenían un bosque idéntico al que acababan de dejar atrás, aunque Cosette se percató en el acto de que aquel era un sitio totalmente diferente. El silencio en el lugar era demasiado anti natural. Además, los sonidos producidos por su propio cuerpo y por el de sus compañeros hacían un eco tétrico, como si estuviesen dentro de una caverna.

Una vez todo el grupo hubo traspasado el singular portal, Gaspar una vez más fue a la cabeza y guio a los demás. –Deben seguir mis pasos tal cual los hago yo. Este lugar está plagado de trampas mortales, por lo que cualquier movimiento en falso inevitablemente los llevará a la muerte. Yo poseo el sello infernal del señor oscuro –el obeso líder del grupo les informó a sus compañeros–, de modo que mis ojos pueden ver a través de los engaños que alberga este bosque, el enigmático bosque de Blankouse.

Por supuesto, la explicación iba dirigida a Cosette, pues el resto ya conocía de sus pasados peregrinajes esta información. Cosette se percató de que una creciente ansiedad y excitación se iba apoderando de sus compañeros. Entonces recordó lo que le hubo contado la cola de mono, sobre la condición que el "sabio" del bosque de Blankouse le había dado a Gaspar para cumplirle su deseo. "Es cierto, se supone que este es su último viaje. El sabio finalmente les concederá sus deseos", Cosette reflexionó.

–¿Ya sabes qué pedirás como deseo? –la cola de mono pareció haberle leído el pensamiento. Cosette se le quedó mirando embobada. "¡Lo había olvidado! ¡Yo también podré pedir un deseo!", la joven pronto se sumió en profundas cavilaciones. En un primer momento se le ocurrió pedir como deseo el poder retroceder en el tiempo hasta antes de la Noche del Ocaso, para así evitar toda aquella profanación con la que ahora tenía que cargar. Sin embargo, pronto recordó que el "sabio" había sido llamado "señor oscuro", el mismo ser al que en la Noche del Ocaso Gaspar le dedicó la ceremonia. La pobre terminó comprendiendo que pedirle un deseo a aquel ser sería algo tan terrible y ultrajante como lo sucedido en aquel aquelarre infernal, e incluso peor. "Quien sabe qué me pedirá a cambio de mi deseo. Gaspar y los demás me dijeron que a mí no me pondrá condiciones, pero a estas alturas confiar en ellos me es imposible".

Llegaron ante un rústico altar de piedra en medio de un claro del bosque. Arriba el cielo era tan gris como lo había sido el del bosque del otro lado del portal. Durante todo el trayecto hasta allí, en ningún momento Cosette detectó señal de vida alguna. Se preguntó si en realidad en aquel lugar habitaría el consabido sabio.

De un costado del altar Gaspar tomó una bolsa y la colocó encima del mencionado altar. –Este es el sacrificio dispuesto por la providencia. Con el derramamiento de su sangre podremos invocar al gran sabio, y así, después de tantos años de peregrinaje y espera, por fin nuestros más anhelados deseos serán cumplidos –él anunció.

Esmeralda metió la mano bajo su abrigo, y de su cinturón fue desenfundando varios cuchillos. Estos los fue pasando a cada uno de los presentes, incluida Cosette. La joven sintió un helado escalofrió cuando sujetó el mango de madera del arma. –¿Eso será todo? –ella preguntó. Temía que las cosas degeneren en otra orgía de pesadilla en la que ella vaya a terminar siendo una vez más el platillo principal.

–Eso es todo. No haremos nada más –Esmeralda le respondió con una sonrisa.

–Y-y... –Cosette se armó de valor para proseguir–, ¿Qué es lo que sacrificaremos?

–Lo que ves –Esmeralda le señaló la bolsa.

–Me refiero a...

–Es un cordero –Gaspar rápidamente contestó, y acto seguido con su cuchillo desgarró un lado del saco. Por la abertura Cosette pudo ver la lanuda piel del animal mencionado–. ¿Lo ves?

–¡Fiu! –la joven de los celestes ojos soltó una elocuente exhalación de alivio. Por un momento se llegó a imaginar que lo que contenía aquel saco podría tratarse de un ser humano. Y es que ya todo le cabía esperar de aquel grupo conformado por tan retorcidos personajes.

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