Capítulo XIV: Sobreviviendo a la cacería

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Arnauld, Dante y Eustace huyeron a todo galope por entre las casas de un viejo pueblo. Detrás los perseguía todo un escuadrón de soldados reales. Numerosas flechas se clavaron sobre una pared de madera muy cercana a por donde instantes antes habían pasado los muchachos. Ellos finalmente lograron librarse de sus perseguidores tras adentrarse en el bosque.

–No lo entiendo, ¿Cómo pudieron descubrirnos? –Eustace se lamentó con voz agitada. En ese momento los muchachos acampaban en una caverna que la providencia les puso en su camino. Afuera era de noche y unos pocos copos de nieve caían del cielo.

–Hay espías del rey por todas partes, y además llamamos mucho la atención –hizo lo propio Dante.

–¿Sigues con eso de que lo mejor sería separarnos? –Arnauld preguntó.

–Tres hombres de nuestras características son demasiado llamativos –Dante defendió su postura–. Lo mejor sería esperar a que se calmen un poco las cosas. Por mientras podemos hacer lo que les propuse: buscar a nuestros hermanos esparcidos por el país y comunicarles el plan del Gran General Valois.

–De todas formas, en algún momento tendríamos que volver a reunirnos –Eustace señaló.

–Creo que el convento secreto de la Orden es el mejor lugar –Dante sugirió–. No creo que las tropas del rey puedan encontrarlo jamás.

–¿Dentro de cuánto tiempo nos reuniríamos allá?

–Seis meses –Dante determinó.

–Me parece un tiempo prudente –Arnauld intervino.

–Sí, es un buen tiempo... y el convento de San Larzette también me parece la mejor opción –Eustace se tomó el mentón.

–Entonces está decidido, chicos. Mañana cada quien tomará su propio camino. No se olviden de darles la ubicación y la fecha de nuestra reunión a los hermanos que logren encontrar durante este periodo de espera –Dante concluyó.

Al amanecer del día siguiente, los tres muchachos se separaron. Cada quien cabalgó en una dirección diferente. Arnauld en un comienzo no estuvo muy seguro, pues temía que por separado serían presas más fáciles para sus enemigos. Sin embargo, en el fondo entendía el punto de vista de Dante, de modo que terminó aceptando su propuesta. Se despidió de su amigo con un fuerte abrazo, y le agradeció una vez más por haberle salvado la vida. –Espero que tu carta les llegue a tus padres sin ningún problema –Arnauld recordó la carta que su amigo dejó en el servicio postal de un pueblo hace unos cuantos días–. ¿Irás a visitarlos?

–Trataré –Dante respondió–. Aunque como prioridad siempre tendré la misión.

–En estos últimos días te has vuelto más responsable, querido compañero –Arnauld sonrió, y volvió a abrazar a su amigo. Poco después se despidieron de Eustace y finalmente cada quien tomó su camino.

Arnauld dejó a su caballo bebiendo agua junto con otros y entró a la posada. Una vez anocheció recién había logrado divisar la presencia de un pueblo en la distancia. No había comido nada en todo el día, de modo que se moría de hambre. Decidió aventurarse en esa posada para cenar y de paso recolectar información.

Mientras comía, lo que fue oyendo de los demás comensales no fue para nada alentador. Ellos hablaban de los Caballeros Místicos como si estos fuesen demonios salidos del mismísimo infierno. Le resultó inconcebible el ser testigo de cómo los antes considerados como héroes en todo Eusland ahora eran calificados como los peores villanos. La Orden se había vuelto el tema de moda en Faranzine, aunque no solo por su creciente mala fama, sino que sobre todo por las exorbitantes recompensas que pesaban sobre sus cabezas. Apuró su cena, un cazo de madera con estofado de pato y gachas, con la intención de abandonar lo más rápido posible aquella estancia que le resultaba tan incómoda.

Cuando ya estaba a poco de terminar, al lugar entró un grupo de soldados reales. Eran comandados por un tipo con peinado de hongo, y que se diferenciaba de los demás por un par de gemas verdes que llevaba encima, una incrustada en medio de la armadura de su pecho, y la otra engastada en medio de la empuñadura de su espada. Instintivamente Arnauld se llevó una mano a la cintura, pero entonces recordó que su arma la había dejado oculta entre los bultos que cargaba su caballo.

Los soldados se acomodaron en una mesa para cenar. Sin embargo, cuando Arnauld fue a la barra a pagar, se topó con que a su costado el líder del grupo mantenía una conversación en voz baja con el posadero. Un escalofrío le recorrió la espalda a Arnauld cuando oyó que el recién llegado lo interrogaba sobre si había visto u oído algo acerca de algún Caballero Místico. El posadero le habló de que le habían llegado rumores de dos Caballeros Místicos deambulando por las tierras del sur. En ese momento Arnauld interrumpió la conversación para pagar. Una vez recibió su cambio se marchó raudamente.

Mientras cabalgaba, ya afuera del pueblo, recapituló lo sucedido. Era la primera vez que veía a un soldado real con aquellas gemas. "¿De dónde ha salido? ¿Es acaso una nueva clase de rango recién creado? ¿Una nueva división?", las dudas no dejaron de asaltarlo por un buen rato. Y es que no solo se trataba del distintivo en el uniforme. Arnauld había podido captar por medio de los Ojos de la Verdad que aquel hombre no era para nada ordinario. "Lucía tan fuerte como uno de nosotros", esta conclusión solo provocó que Arnauld no pudiese pegar pestaña en casi toda la noche.

Muy temprano a la mañana siguiente, Arnauld se preparó para partir. Desayunó un pescado que capturó en una rivera cercana, y acto seguido apagó la fogata y montó sobre su caballo. Miró hacia el horizonte. Acababa de decidir que iría en la búsqueda de los dos Caballeros Místicos que había mencionado el posadero. "Me pregunto qué tan al sur se encontrarán. Si sigo por esta ruta terminaré llegando al condado de Dubois", él se dijo. La mención del condado lo puso nostálgico, pues irremediablemente le hizo recordar a su pueblo natal.

Al atardecer comenzó a nevar. Arnauld se acomodó su capucha y su abrigo. El caballo avanzaba lento por entre los charcos de lodo formados por la nieve. Asimismo, el animal resoplaba continuamente, lo que podía traducirse como una clara señal de agotamiento. "Sí, tienes razón. Lo mejor será descansar", el joven le dijo a su caballo. Poco después ambos se refugiaron bajo la copa de un frondoso árbol.

Una repentina flecha le llegó desde su flanco derecho. Arnauld creó un campo de fuerza invisible en su delante y pudo repelerla. Pero poco después le comenzaron a llover más flechas y desde distintas direcciones. Bloqueó las que pudo con su poder, y el resto simplemente las esquivó en tanto corrió a ponerse a cubierto. Desde su escondite se asomó, y descubrió que sus perseguidores se trataban de los mismos soldados que la noche anterior había visto entrar en la posada. Todos ellos iban montados sobre sus respectivos caballos, en tanto que con sus manos empuñaban largos arcos y flechas.

"Qué situación para más difícil. Me tienen rodeado... ¡y lo peor es que mi espada sigue en mi caballo!", Arnauld lamentó su situación.

Los soldados descendieron de sus caballos y dejaron colgados de las monturas sus arcos. Pasaron a desenvainar sus espadas. Arnauld los midió. Eran siete y parecían diestros en el arte de la esgrima. –¡Ahora! –Arnauld gritó a todo pulmón. Su voz desconcertó a los soldados. Ellos giraron hacia dónde había provenido el grito, pero se dieron con la sorpresa de que ya no había nadie allí. La estratagema de Arnauld dio resultado. Desde la retaguardia él atacó a los soldados. Noqueó a dos con la base de su espada. Los otros cinco rápidamente se pusieron en guardia y lo atacaron. El choque de espadas duró cerca de un minuto.

–Ya veo, eran ciertos los rumores –escondido tras un arbusto, un observador fue testigo de cómo Arnauld derrotó a sus oponentes con una magnífica combinación de ataques de espada con ataques de sus poderes sobrenaturales. Y lo más impresionante de todo fue que ninguno de los soldados acabó muerto. Simplemente fueron dejados inconscientes.

–¿A dónde tan rápido? –el observador dejó atrás su escondite y encaró a Arnauld cuando el muchacho ya estaba a punto de montar su corcel. El joven Caballero Místico se le quedó viendo con los ojos muy abiertos. Se trataba del hombre con peinado de hongo que había visto en la posada junto a los demás soldados.

–Déjame marchar. Ya has visto como he dejado a tus hombres –Arnauld optó por el camino de la diplomacia.

–Ellos no eran nada en comparación a mí. Simplemente los mandé para medir tus fuerzas. Por cierto, déjame decirte que estoy satisfecho con lo que he presenciado. Me darás una magnífica pelea –el hombre sonrió.

Arnauld no le hizo caso y rápidamente subió a su caballo. –¡Te he dicho que pelearás conmigo! –el hombre desenvainó su espada, y acto seguido unos relámpagos verdes que salieron de sus dos gemas la transformaron en un espinoso látigo. El soldado lo agitó por encima de su cabeza y acto seguido lo lanzó hacia Arnauld, quien ya se alejaba a todo galope. El látigo cercenó las patas del caballo y lo derrumbó con violencia. Arnauld salió volando de la montura y terminó estrellándose sobre la nieve del suelo.

–Tengamos un duelo con todas las de la ley, Caballero Místico –el hombre avanzó con paso amenazante–. Mi nombre es Ladiore, soy un efectivo de la Orden Real de los Caballeros Druídicos, y estoy aquí para acabar con tu vida.

–¿Orden Real de los Caballeros Druídicos? –Arnauld rápidamente se puso de pie, y boquiabierto se quedó  contemplando a su oponente.

–Exacto –Ladiore sonrió–. Oh, noto mucha confusión en tu rostro. Sí, supongo que es obvio que no sepas nada sobre nosotros. Pues bien, te lo contaré antes de acabarte. Hace más de siete años el rey Justiniano ya previó que esto pasaría, me refiero a la caída en desgracia de los Caballeros Místicos. En vista de ello es que con la ayuda de alquimistas druídicos y de los más diestros espadachines creó en secreto una poderosa organización. Nosotros existimos por una única razón, y esa razón es erradicar de Faranzine a todos los de tu calaña. Si antes nuestra existencia no salió a la luz fue porque aún no era el momento oportuno. Como puedes ver, el rey es un hombre sumamente precavido e inteligente, ¿no es admirable?

–Creí que la magia druídica había sido prohibida por la inquisición –Arnauld replicó estupefacto.

–Un reciente concilio de la Santa Sede ha revocado esa prohibición. ¿No te enteraste?

–Qué conveniente –Arnauld apretó con fuerza el mango de su espada. En ese momento desde lo más profundo de su ser le bulló la indignación. El rey ya había planeado todo aquello desde hace muchos años, y sin embargo ante los Caballeros Místicos siempre se había mostrado de lo más cordial y amable. Tal nivel de cinismo enervó a Arnauld hasta el límite.

–Veo que mis palabras han tocado una fibra sensible en ti –Ladiore esbozó una provocadora sonrisa.

–¡Cállate y pelea! –Arnauld se lanzó al ataque. ¿Cómo era posible? ¡El rey incluso había llegado al extremo de crear una organización cuya exclusiva finalidad era liquidarlos a él y a sus hermanos de la Orden! ¡Y todo por satisfacer sus ambiciones personales de poder y dominio! ¡¿Cómo era posible tanta saña, tanta maldad?!

Una nueva oleada de relámpagos verdes salió de las gemas. Cubrieron el látigo y poco después Ladiore lo agitó. Espinas relampagueantes salieron disparadas del látigo en dirección a Arnauld. Él se estremeció cuando vio que de las puntas de las espinas salía un potente ácido que corroía todo lo que tocaba una vez estas impactaban contra alguna superficie.

Más espinas fueron en pos de clavarse en el cuerpo de Arnauld. Esta vez fueron tantas que solo le quedó protegerse con su campo de fuerza invisible. Una vez el ataque finalizó, Arnauld comenzó a incrementar su vibración de alma y a concentrar el aura dorada resultante en su espada. Su intención era lanzar su técnica de "Aliento de Guardián Celestial", la misma con la que en el pasado pudo derrotar a Mesmer.

–¡Eso luce bastante peligroso! –Ladiore se abalanzó sobre Arnauld. Su látigo creció y se retorció en todas direcciones. Arnauld bloqueó como pudo los embates, pero eran tan veloces que su campo de fuerza no logró protegerlo del todo. Arnauld miró preocupado sus cortes, podía sentir como el ácido de las espinas corroía su piel y sus músculos.

–¡AAAH!! –Arnauld no tuvo más remedio que cancelar su técnica y redirigir toda aquella vibración de alma de vuelta hacia su cuerpo. Con dicha medida por fin pudo expulsar el ácido de su carne y comenzar a sanar sus heridas.

Pero Ladiore no detuvo en ningún momento sus ataques. Arnauld retrocedió y comenzó a bloquear todo con su espada y con sus ondas de choque invisibles. Una de dichas ondas llegó a darle de lleno en la cara a Ladiore. Gracias a esto Arnauld tuvo el tiempo necesario para tomar su distancia y así poder alejarse fuera del rango del incansable látigo.

Ladiore se limpió la sangre que empezó a manarle de la nariz. –Ese fue un buen golpe, ¡así es como tiene que ser, Caballero Místico! –él dijo, y acto seguido reanudó su ofensiva.

Arnauld retrocedió hasta que su espalda chocó contra un árbol. Su oponente se abalanzó sobre él sin ninguna contemplación. El joven Caballero Místico activó sus Ojos de la Verdad y se esperó hasta el último segundo. El látigo se estrelló contra el tronco del árbol que había tras Arnauld, pues él saltó con todas sus fuerzas en el momento preciso para esquivarlo. Ladiore hizo fuerza para intentar sacar su espinoso látigo del tronco, pero cuando finalmente lo consiguió, su cabeza ya no se encontraba sobre sus hombros. Arnauld había saltado desde la copa del árbol y lo había decapitado con un limpio mandoble de su arma.

–Lo siento, pero eras tan fuerte que no me dejaste más alternativa. Debo sobrevivir a como dé lugar para salvar a este reino y a todo Eusland de la oscuridad que amenaza con engullirlo todo –Arnauld rezó ante la improvisada tumba que le hizo al Caballero Druídico–. Espero que en el último segundo te hayas podido arrepentir de todas tus culpas. Descansa en paz, poderoso guerrero –él separó sus manos y del terreno cercano arrancó unas florecillas, las que pasó a depositar sobre el montículo de tierra bajo el cual yacían los restos de su oponente. Poco después tomó uno de los caballos dejados por los soldados, trasladó sus pertenencias allí, y acto seguido partió a todo galope en dirección al sur.

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