Capítulo XXI: El monasterio secreto

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Los jóvenes se quedaron frente al lago hasta que por el horizonte se asomaron los primeros rayos del alba. Hablaron y hablaron a más no poder, descargando con ello todas sus frustraciones y sufrimientos, y librándose por fin de las terribles angustias que hasta entonces habían callado. Sintieron con gran alegría el alivio que tan fervientemente habían anhelado sus almas rotas. A esas alturas ambos vieron a sus males con mucha menor fatalidad, pues entendieron que gracias a todo lo vivido es que finalmente habían podido reunirse. Cosette recordó la profecía de Esmeralda, y entonces comprendió que la vida no existía únicamente para sufrir, sino que, por encima de todo, su mayor razón de ser era la de permitir el crecimiento de quienes la vivían. "Porque crecimiento es felicidad, y no hay mayor felicidad que la conseguida después de un largo peregrinaje", en ese momento la joven recordó cierto pasaje del Catecismo Celeste que solía leer el padre Bernard en las misas dominicales. Al poco rato, una sonrisa que ella creía olvidada se dibujó en su radiante rostro.

Partieron poco después de que salió el sol, ambos montados sobre el caballo de Arnauld. Su intención era casarse. Por mutuo acuerdo ambos habían decidido cumplir lo más pronto posible con la promesa por tanto tiempo aplazada.

Sulu por su parte iba colgado sobre la espalda de Cosette, refunfuñando y de muy mal humor. Y más grande era su ira cuando se percataba de que sus acompañantes no notaban en lo absoluto su estado de ánimo, e incluso a veces parecía que hasta se olvidaban de su presencia. Sin embargo, todo esto cambio cuando los jóvenes enamorados se dieron con la sorpresa de que casarse les sería una tarea imposible. Y es que cuando llegaron al pueblo más cercano, se toparon con que había carteles que ofrecían altas recompensas por la cabeza de Cosette. Rápidamente se marcharon, antes de que más gente comenzase a salir para su día a día. A pesar de que llevaban puestas amplias túnicas con capucha, por poco fueron reconocidos por un destacamento de soldados reales. Arnauld no recordaba que alguna vez los soldados del rey hubiesen tenido tanta presencia en las provincias. Entonces entendió que esta se debía a la caza de los Caballeros Místicos.

–Fue un bonito sueño mientras duró –Cosette se lamentó. Para ese momento los muchachos descansaban en lo más profundo de un bosque ubicado en una zona fría y montañosa. La pobre no podía olvidar el cartel, lo que allí se decía sobre ella. Le indignaba que la trataran como a una desalmada asesina, en tanto a la joven condesa la recordaban como a una santa que murió de la peor forma tras acoger en una muestra más de su gran misericordia a la que más tarde sería su verdugo.

–Olvídate de eso –Arnauld le leyó el pensamiento–. Los demás pueden juzgarte y decir lo que quieran, pero mientras tú sepas la verdad de las cosas, tu consciencia no tendrá razón alguna para alterarse. Así que tranquiliza tu corazón, Cosette –él pasó un brazo por la espalda de la joven. Ella apoyó su cabeza sobre el hombro de su amado, y se acurrucó contra él.

Sulu observaba la escena mientras comía una pata de conejo que la pareja asó para el almuerzo. Simulaba indiferencia ante la situación de los muchachos, pero en el fondo estaba muy interesado en el reciente giro de los acontecimientos. Su mente pronto comenzó a maquinar un plan para sacarle el mejor provecho a la situación.

–Saben –Sulu habló de improviso–, conozco un lugar en donde podrían casarse sin ningún problema.

Cosette y Arnauld observaron con asombro al mono de los cuernecillos rojos. Por primera vez en todo el día parecieron percatarse de su presencia.

–¿Qué lugar? –Arnauld preguntó con cierto recelo. Aunque él había aceptado la presencia del mono dorado y le estaba agradecido por haber salvado a Cosette tanto de Gaspar y sus camaradas como de la depravada Carmina, en el fondo no confiaba en Sulu. Había algo en sus maneras, en sus expresiones, en su forma de mirar, que no terminaban de convencerle. Y por otro lado estaba el hecho de que en el pasado Sulu había servido a una bruja tan perversa que incluso llegó a pactar con el mismísimo Satanás. "Además, siempre ha manipulado a Cosette a su conveniencia. Esta vez no creo que sea diferente. Definitivamente este simio parlante se trae algo entre manos", Arnauld meditó.

De forma disimulada Arnauld utilizó su técnica de los Ojos de la Verdad en Sulu. Para su sorpresa, en el animal solo pudo captar el reflejo del alma de Cosette. "¿Será que la influencia de su espíritu lo está afectando?", él se preguntó esperanzado, aunque de todas formas no bajó la guardia.

Sulu sonrió para sus adentros cuando notó el desconcierto en Arnauld. "Cosette y yo somos uno; jamás podrás ver lo que hay en mi interior, pues para ti Cosette es solo luz e inocencia... tonto iluso".

–Es un antiguo monasterio, tan viejo como el reinado de los Hardionen en Faranzine –el mono de pelaje dorado respondió–. Fue creado con el fin de refugiar a las pobres mujeres que quedaron desamparadas tras la guerra por la unificación del país. Sin embargo, con el tiempo el lugar se convirtió en el sitio predilecto para las hijas de los nobles que por alguna razón se habían desilusionado del amor y del mundo. Debido a tan importantes huéspedes es que toda información sobre el lugar fue ocultada, hasta el punto de que finalmente incluso las mismas familias a las que pertenecían las novicias terminaron por perderle el rastro. Conozco este lugar porque Marfa fue mandada allí por su familia desde muy joven, con la esperanza de que allí la curen de su insana rebeldía. Sin embargo, lo que su noble familia no sabía es que en este mundo no existe cadena alguna que pudiese haber atado a tan terrible bruja. En fin, el lugar era gobernado por una religiosa con plenas facultades para poder administrar los sagrados sacramentos del luminicismo. Asumo que en estos momentos el monasterio debe estar siendo regido por una hermana con idénticas atribuciones, de modo que seguramente ella podrá casarlos sin ningún problema. Este es un lugar aislado del mundo exterior, oculto entre montañas inexploradas. Allí nadie sabe nada de asesinas de condesas ni de órdenes de caballeros "diabólicas".

Cosette miró con ojos emocionados a Arnauld. Él por su parte recordó haber oído historias sobre aquel lugar, aunque hasta el momento siempre había creído que su existencia era una mera leyenda. En un comienzo él quiso negarse. No tenía alguna razón en concreto para hacerlo, su inclinación se reducía a un mero presentimiento. Sin embargo, tal fue la alegría que Cosette demostró al oír la sugerencia de Sulu, que Arnauld no tuvo corazón para romperle la ilusión. "Solo iremos a probar suerte. A la menor señal de peligro nos iremos. Protegeré a Cosette cueste lo que me cueste. Aunque no creo que en un monasterio para monjas pueda existir peligro alguno. Cielos, tal vez estoy juzgando demasiado duro a Sulu. En fin, dentro de poco ya veremos qué es lo que nos tiene deparado aquel lugar", el joven Caballero Místico reflexionó.

–¿Cómo se llama ese monasterio tan misterioso? –Cosette preguntó muy interesada.

–No recuerdo que tuviese nombre alguno. Supongo que esto tiene que ver con su carácter de lugar secreto –Sulu se encogió de hombros.

–¿Y bien, amado mío? ¡¿Vamos?! –Cosette juntó sus manos, y con gran excitación le preguntó a su compañero.

–¡Ah! ¡Qué más da! Supongo que por fin podremos casarnos, vida mía –Arnauld respondió con una amplia sonrisa, con la que pretendió ocultar el mal presentimiento que por más que trataba no logró hacer desaparecer de su mente.

–¡Te amo tanto! –Cosette saltó de su lugar y lo abrazó con efusividad. Ambos terminaron tendidos sobre el suelo cubierto de musgo y nieve. Se rieron al notar el estado en el que había quedado el otro tras el revolcón sobre la húmeda superficie.

La travesía hacia el monasterio secreto fue dura y larga. Los muchachos tuvieron que conformarse con lo que los bosques tenían para ofrecerles. Sulu les había indicado que el dichoso lugar se hallaba hacia el este, cerca de la frontera natural entre Farazine y Pratsia. Aquella zona era conocida por sus cadenas montañosas y por sus inexplorados bosques de altos pinos. Muchas veces la joven pareja se vio tentada a robar en los pueblos, aunque al final su sentido moral siempre logró prevalecer. Soportaron el frío abrazándose, refugiándose en cualquier oquedad o cavidad que pudiese protegerlos del viento. Pronto el invierno empezó a dar paso a la primavera, por lo que, al menos en algo, los chicos pudieron aliviarse. Durante las noches ellos se quedaban conversando hasta muy tarde. Poco a poco Cosette comenzó a comprender más del mundo y de la difícil situación por la que este estaba atravesando.

Sulu por su parte no podía soportar estos momentos. Le ardía en lo más hondo de su ser el hecho de que Cosette comenzase a madurar gracias a las palabras de aquel hombre. Entonces lo odió como nunca había odiado a nadie. "Debió haberse muerto en la guerra. Nunca me caíste bien, maldito Arnauld. Pero al menos antes te podía soportar. Ahora de solo verte se me revuelve hasta el alma", el mono de los cuernecillos rojos a duras penas podía controlar su mal humor. Solo lo conseguía tras visualizar lo que les aguardaba a aquellos dos: el fatal destino que les tenía preparado el monasterio secreto. Entonces le entraban unas irrefrenables ganas de reírse como un desquiciado. A duras penas él podía resistir la tentación de hacerlo.

Ubicado en la cara de una montaña que daba al noroeste se hallaba el monasterio secreto. Era una estructura enorme, con una gran cúpula que destacaba en el medio. Los muchachos lo alcanzaron a divisar pasado el mediodía, de modo que la luz del sol se reflejó con fuerza en sus blancas paredes compuestas por enormes bloques de piedra. Su diseño ancho y poco elaborado le hubiese dado el aspecto de una fortaleza si no fuese por la cúpula, y porque encima de esta se erigía una muy visible espada dorada con un dragón de plata enroscado en la hoja, el símbolo universal del luminicismo.

–¡Allí está por fin! –Sulu señaló con una amplia sonrisa en su simiesco rostro.

–Vaya, es más grande e imponente de lo que me esperaba –Cosette comentó. Ella y Arnauld caminaban en ese momento por un sendero natural ubicado en medio del bosque. Él sostenía de las riendas al caballo. Sulu por su parte iba encaramado en la montura del animal.

–Muchas montañas rodean al monasterio. Si no nos hubiésemos internado en este bosque jamás habríamos podido dar con el lugar. Realmente su ubicación es perfecta para mantenerlo oculto de la civilización –el joven Caballero Místico dio su opinión.

–Es cierto. ¡Ah! No puedo esperar más para llegar. ¡Ya quiero que estemos casados, amado mío! –Cosette se aferró a un brazo del muchacho. Sulu al ver esto hizo un disimulado gesto de asco.

Al monasterio se llegaba por unas escalinatas de piedra que ascendían por las faldas de la montaña. Estas culminaban en una pequeña explanada, desde la cual podía verse la robusta puerta doble que daba acceso al sacro recinto. Cuando los muchachos llegaron hasta aquí, se toparon con que la puerta doble estaba abierta de par en par, aunque pronto descubrieron que allí no había nadie para recibirlos. Dudaron por un instante sobre si ingresar o no, o si, en todo caso, lo mejor sería buscar alguna campana o algo similar que les permita anunciarse. Sulu les indicó que perdían el tiempo, y que lo mejor sería que se adentren en el lugar para buscar a alguien con quien pudiesen hablar.

Tras traspasar la puerta se hallaron con un pasadizo flanqueado en el lado derecho por portales, desde los que se podía ver un amplio patio interior. En un lado de este Arnauld vio un abrevadero y una cerca de madera levantada en su delante. Allí ató a su caballo. Le llamó la atención que no hubiese más jumentos, pues el espacio era amplio y tenía todo el aspecto de haber sido construido para albergar a estos animales.

Tras el pasadizo ingresaron a una especie de recepción. El mobiliario allí era escaso y de diseños poco sofisticados. La única fuente de luz aquí, aparte de la entrada por donde ingresaron, venía de un tragaluz situado en medio del abovedado y alto techo de la estancia. Al fondo hallaron una ventanilla cerrada con puertas de madera, y al lado una puerta de tablas, con un esbelto pomo de hierro y una pesada aldaba del mismo material.

La joven pareja miró en derredor. Era tan silencioso el lugar que sus propios pasos y respiración les resultaban inoportunos. –Vamos, no se corten. Toquen la aldaba –Sulu los apremió. Arnauld asintió, y acto seguido avanzó hasta la puerta. Tocó un par de veces la aldaba. Nadie pareció haberlo oído. Se preparó para tocar una vez más, cuando en la puerta una diminuta placa de metal fue corrida a la altura de su cabeza, y por la ranura resultante se asomó un rostro indefinible, pues estaba cubierto por un velo negro.

–Nos encontramos a inicios de la hora nona, caballero. En este momento mis hermanas descansan tras la comida del almuerzo –habló la voz. Esta era una voz juvenil, aunque muy seria y fría.

Arnauld se disculpó por la impertinencia, y a continuación le expuso a la monja sus razones para estar allí. Finalizó diciéndole que confiaba en que la madre superiora pudiese ayudarle con su noble propósito.

–Pero... ¿Por qué quieren casarse aquí, en un lugar tan lejano y apartado? ¿Es que no existen miles de iglesias distribuidas por todo Faranzine?

–Madre, yo... –Arnauld no había tomado en cuenta aquella respuesta. Si decía la verdad, corría el riesgo de asustar a la madre y por ende de que le niegue favor alguno. Pero si mentía... mentir iba en contra de sus votos como caballero de la Orden, y además era pecado.

Sulu rápidamente se percató de la confusión de Arnauld, y sin tiempo que perder instó a Cosette a que tome la palabra. Ella estaba tan ansiosa por casarse que no prestó atención al dilema moral que acababa de acometer a su amado. La joven le dijo a la monja que eran una pareja que acababa de huir de sus hogares, pues sus familias se oponían a su unión debido a que se odiaban desde hace varias generaciones. –Pero nosotros nos amamos, y entendemos que para Dios el amor está por encima de todo –Cosette finalizó su historia. La monja soltó una seca risilla.

–¡Ah! Sí, la juventud, la hermosa e impetuosa juventud...

–¿Nos ayudará? –Cosette juntó las manos, en tanto con ojos esperanzados contempló la ranura de la puerta.

–Esperen un momento –la monja cerró el agujero de la puerta. Poco después se oyó el eco de sus pasos alejándose.

Tras varios minutos de espera la puerta se abrió. Los muchachos se estremecieron al oír el ruidoso chirrido de los goznes. Se asomaron por la entrada, pero para su asombro no hallaron a nadie.

–Son mujeres solas que no han visto a un hombre en años. Deben ser algo tímidas –Sulu se encogió de hombros, e instó con un gesto de la mano a los chicos para que avancen.

Los chicos se abrieron paso por un pasadizo iluminado por antorchas. Se estremecieron cuando tras haberse adentrado algunos metros, la puerta se cerró de golpe a sus espaldas. Tras andar un trecho más, al final del largo pasadizo por fin vieron el perfil de una monja. Su rostro estaba cubierto por un velo negro, y su hábito era negro con blanco, el típico de las monjas de clausura. Adivinaron que se trataba de la misma mujer que los había atendido tras la puerta.

–Bienvenidos sean, hermanos –la monja los saludó con una leve inclinación. Arnauld y Cosette respondieron de igual forma. La religiosa se sorprendió un poco cuando vio a Sulu, pero rápidamente Cosette le aclaró que era una mascota muy querida con la que se ganaban la vida dando espectáculos en los pueblos tras haber huido de sus padres. Arnauld se sorprendió de la facilidad con la que mentía la joven, aunque al final le quitó importancia al asunto. "Ha pasado por tanto que en estos momentos solo quiere ser feliz por al menos una vez", él la justificó.

"Bien Cosette, así me gusta, que actúes sin resistirte a mi influencia. Ya veo que todo humano tiene un precio, incluso tú... ju ju ju", Sulu se regodeó para sus adentros.

La monja los condujo a una parca sala de estar, en donde les indicó que podrían acomodarse hasta la hora de maitines (entre dos a tres de la noche), el momento que la madre superiora había fijado para la ceremonia. –No lo hace por capricho, entiéndanme. El permiso que le concedió la Santa Sede para oficiar actos religiosos es excepcional, dado que este es un lugar destinado únicamente para mujeres, y por lo tanto no hay un padre que pueda cumplir con los santos oficios. Sin embargo, justamente debido a la excepcionalidad del permiso, a la madre superiora solo se le tiene permitido oficiar actos religiosos en la hora de maitines... no sé si logren comprenderme...

–Tranquilícese, hermana. Entendemos que la madre superiora tiene sus razones y eso nos basta –Arnauld intervino para no seguirle causando molestias. La monja agradeció el gesto con un sutil movimiento de cabeza.

–Para la hora de vísperas les traeré algo de comer. Por mientras pueden descansar.

–Muchas gracias –Arnauld y Cosette realizaron una reverencia.

–Por cierto –Arnauld recordó cuando la monja ya se estaba alejando–. Dejamos un caballo en el patio de la entrada, espero que no sea molestia.

–No es molestia –la religiosa negó con la cabeza, y sin nada más que decir salió y cerró la puerta tras de sí.

–Qué lugar tan extraño –Cosette comentó en tanto miraba la habitación–. No tiene ninguna ventana. Si no hubiésemos estado hasta hace poco en el aire libre, ahora no sabría decir en qué momento del día nos encontramos. ¿Cómo harán las hermanas para distinguir el paso de las horas en este encierro? ¡Yo me volvería loca!

–Deben tener algún reloj de arena o algo similar –Arnauld conjeturó–. Como sea, esta vida tan austera es parte esencial del camino que han escogido como siervas de Dios. Lo entiendo porque los Caballeros Místicos también solemos realizar pequeños sacrificios cotidianos con el fin de fortalecer el espíritu y acercarnos más a nuestro creador.

–Ya veo –Cosette adoptó una expresión pensativa. Poco después la pareja se acomodó sobre los divanes que conformaban el mobiliario del lugar. Se preguntaron qué podrían hacer durante todo el rato que les quedaba de espera. Sulu una vez más quiso influir en la mente de Cosette, esta vez con el fin de incitarla a mantener relaciones sexuales con Arnauld. Sin embargo, en este punto la joven se mantuvo firme y resistió con entereza la tentación. Además, al poco rato Arnauld comenzó a hablarle de sus recuerdos de la infancia, cuando ambos habían vivido juntos en el pueblo del Dubois. Rápidamente Cosette le siguió el hilo. Al poco rato ambos ya reían y se mostraban muy animados. Sulu soltó un gruñido, y a sabiendas de que su intento de diversión había fracasado, se dispuso a dormir sobre unos cojines situados en el extremo opuesto del diván sobre el que estaba sentada Cosette.

La conversación entre los jóvenes se mantuvo hasta que llegó la hora de vísperas. Ellos por supuesto no lo sabían, pues ambos habían perdido la noción del tiempo. Solo la llegada de la monja consiguió interrumpir su animación. Ellos la recibieron con cordialidad, y le agradecieron por la comida que les traía. En ese momento recién se percataron de la mucha hambre que tenían. Sulu los vio comer con una amplia sonrisa. Él por su parte se cuidó de no comer bocado alguno, aunque lo disimuló llevándose de cuando en cuando bocados a la boca y desintegrándolos dentro con sus relámpagos rojos. Sin embargo, grande fue su decepción cuando pasó el rato y no vio que les pase algo fuera de lugar a los muchachos. "Qué más da, supongo que estas monjas tendrán sus propias maneras", él meditó para sus adentros, aunque lamentó no haber comido nada, pues en ese momento el estómago le rugía del hambre.

Durante el resto del tiempo de espera los jóvenes conversaron un rato más, y luego se acurrucaron sobre sus respectivos divanes para dormitar.

Cosette se sorprendió cuando abrió los ojos. Sulu la removía y le decía que la hora ya había llegado. La joven se levantó y recién se percató de que se había quedado dormida. En el diván de al lado Arnauld aún no abría los ojos. Una vez más alguien tocó la puerta de la sala de estar. Cosette fue hacia su amado y lo removió. Por fin él se levantó, tras soltar un prolongado bostezo.

–En una hora será la ceremonia, vendré a buscarlos para llevarlos hacia la capilla –la monja indicó una vez Cosette le abrió la puerta. –Ahora les he traído unos trajes para la ocasión –la religiosa agregó, y le dejó un paquete a Cosette.

–Muchas gracias –Cosette le dedicó una leve inclinación con la cabeza. Poco después la monja se retiró, cerrando la puerta tras de sí.

–Cielos, sí que me pegué un buen sueño –Arnauld se estiró sobre su lugar una vez la religiosa se marchó.

–Igual yo –Cosette le sonrió, y le acarició un brazo–. Realmente fue un viaje muy agotador el venir hasta aquí, ¿verdad?

–Sí, tienes razón –Arnauld le devolvió la sonrisa.

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